Jornada Semanal, domingo 9 de junio del 2002            núm. 379
Angélica 
Abelleyra
mujeres insumisas

ELY GUERRA: SOY TRANSPARENTE

"Perdóname" fue su primera canción. La escribió a los diez años para decirle a su mamá que le había fallado. Desde entonces, Elizabeth, Ely Guerra, encuentra en su escritura una aliada a su voz y a su guitarra para echarse clavados en su interior y abrirse como flor de loto, para reflejar su transparencia, para crecer con su vulnerabilidad y continuar siendo guerrera.

"De chica siempre dije que no mostraría mis canciones porque me iban a dar de trancazos. Con el tiempo la música ha sido mi forma de crecimiento. Y como todo ha sido gradual y lento, a lo largo de quince años de lucha he logrado encontrar un espacio real para refrescarme. Sin la música hubiera sido una apática de mierda."

Regiomontana de nacimiento, Ely estuvo rodeada de futbol por parte de su padre, director técnico de los Rayados de Monterrey, y de la música brasileira y el modelaje que habían integrado a su madre. El arte lo disfrutaba en las canciones de Elis Regina y Maria Bethania, así como en su propia poesía o en las lecturas de Mario Benedetti. Pero con su percha guapa y bien formada por ejercitarse con el ballet y la natación, vivió muchos años la indiferencia en el contenido de sus canciones y hacia su proyecto musical alejado de la mediocridad de interpretar boleros, contonearse en el escenario y mostrar únicamente el palmito.

Aunque el timbre norteño le sale a flote, Ely creció más bien entre San Luis Potosí y Guadalajara. En tierra tapatía, inició en una banda en la que era corista a los quince años, pero también armaba la batería y jalaba cables. Tuvo la oportunidad de venir a la Ciudad de México, sin familia, sin amigos, y aquí se dio cuenta de lo que no quería hacer. "Antes la onda era más marcada de cara más o menos bonita y cuerpazo... olvídate del talento. Las letras de las canciones ni las veían, así que yo salía corriendo. Pensé regresarme a Guadalajara para estudiar filosofía y letras pero decidí irme a Estados Unidos a estudiar inglés. Allá estuve un año, toqué en bares, en las esquinas, seguí escribiendo y no desistí de la cantada."

Luego de esa estancia en la escuela de artes del Evergreen State College (Olympia, Washington), retornó a la Ciudad de México y grabó su primer disco: Ely Guerra (bmg, 1992), pero todavía no se mostraba a sus anchas. "En la disquera no sabían dónde colocarme; me decían: eres como Tracy Chapman, tocas guitarra pero estás guapa; no sabemos cómo venderte. Yo, por mi parte estaba perdida porque apenas estaba haciendo una carrera. Me dieron a conocer con un boleto que no era mío, ‘Júrame’, de María Greever, que me dice cosas pero no más que mis propias canciones. ‘¡Yo soy compositora!’, les dije, y me fui de allí."

En 1997 salió Pa’morirse de amor (emi), un disco que la refleja más fielmente con rolas como "Peligro" y "Ángel de fuego"; dos años más tarde vino LotoFire (emi), donde rasca y acaricia los temas de la soledad, las relaciones de pareja y la esperanza. "No sé si me siento más crecida ahora. Ni el más cabrón lo visualiza. Lo único que sé es que empecé a trabajar a los quince años y hoy tengo el doble así que algo he aprendido. Mis discos relatan el momento que he vivido y hablan de una manera transparente de mi personalidad. Muchos se asustan con la sinceridad; ni modo, así soy; mi ventaja es que además de la transparencia he aprendido a defender bien mi espacio, a no creerme ese plus de estar guapa ni a fiarme del éxito rápido."

Poco a poco ha seguido la brecha. En agosto de 1998, con su cabeza a rape fue portada de la revista Time, junto con Julieta Venegas. Más tarde ha aparecido como acompañante de los grupos La Ley y Los Fabulosos Cadillacs, condición que le ha abierto las puertas de la difusión. "Siempre he sido cantautora marginada pues mi proyecto es muy personal, casi como el de un poeta, porque no le copio al que está al lado. Durante un tiempo mi música no sonó en radio y he estado presente para muchos medios sólo cuando participo con otra gente. Tal vez ellos lo ven chido porque ayudan a una tipa marginal como yo y esto me da un rango de credibilidad. A mí me encanta la experiencia y, sobre todo, me gusta que nunca me ido a colgar de esos proyectos sino que voy y los chambeo. A Beto Cuevas le agradecí la invitación, que para mí fue un premio. Podían haber invitado a Carole King pero qué honor que sea una mexicana que no ha vendido tantas copias ni tiene un gran marketing."

Además de ese notable Unplugged con el vocalista de La Ley para la grabación de "El duelo", Guerra ha colaborado con Control Machete para la banda sonora de la película Amores perros; hizo el tema central y la música incidental de otro filme, De la calle, y participó en el tributo a los Tigres del Norte con "La tumba falsa". "Me gustan los corridos y lo que hacen Los Tigres [...] porque representan a la sociedad jodida que no halla pa dónde voltear."

Mucho tiempo, "la Guerra" –como a veces le gusta autonombrarse– no tuvo un ejemplo musical a seguir y se reprochó no contar con referencias. Hoy se mantiene más serena ante tal condición y disfruta su guitarra, compone sus canciones, comparte con amigos su pasión por la cocina y nunca se permite el sueño falso de ser diva: "Todas ya se murieron", dice este ser solitario y alegre. Mejor vivamos el ser realistas y guerreras.



Luis Tovar

EL CRÍTICO QUE NO ESTUVO AHÍ

El pasado lunes 29 de mayo, la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas celebró la cuadragésima cuarta entrega del Ariel, la estatuilla plateada que constituye el premio más importante que un cineasta mexicano puede recibir de manos de sus connacionales. Como en ocasiones anteriores, para tal efecto se llevó a cabo un magno evento en el marco del Palacio de Bellas Artes en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Allí, al filo de las veintiún horas, se dieron cita todos aquellos cuyo nombre significa algo en el medio fílmico nacional.

En liza estaban muchas de las producciones que han llenado las pantallas del país en el último año. Cuente usted cintas como Un mundo raro, ópera prima de Armando Casas; Corazones rotos, del experimentado Rafael Montero; Sin dejar huella, de la conocida cineasta María Novaro; De la calle, otra ópera prima, ésta de Gerardo Tort; la propuesta de Ángel Flores Torres titulada Piedras verdes; Cuento de hadas para dormir cocodrilos, dirigida por Ignacio Ortiz y presente en la pasada Muestra Internacional de Cine; y Pachito Rex, el osado experimento visual de Fabián Hofman.

Además de quienes aguardaban el momento de ser ellos los finalmente convocados al proscenio para recibir el ansiado trofeo, estuvo presente Emilio Carballido para recibir uno de los dos Arieles especiales que se entregaron en esta ocasión; el otro Ariel de Oro fue para Emilio García Riera (ausente por razones de salud), quien es una de las pocas figuras míticas que le quedan al cine mexicano. En ambos casos, las estatuillas fueron entregadas en reconocimiento a las aportaciones que ambas personalidades han hecho a la cinematografía nacional.

ALGUNA TENÍA QUE GANAR

Con las manos vacías tuvieron que volver a sus casas los hacedores de Piedras verdes, Pachito Rex y Corazones rotos; no así la Novaro, quien vio premiada su película en dos ocasiones: por Mejores Efectos Especiales y por Mejor Fotografía. De igual modo, Armando Casas deberá aguardar una próxima ocasión para ser reconocido en renglones de mayor relevancia, pues a esta producción del Centro de Capacitación Cinematográfica sólo le fue destinado el Ariel a la Mejor Coactuación Masculina, recogido por el histrión Jorge Sepúlveda.

Las auténticas triunfadoras de la noche fueron De la calle y Cuento de hadas para dormir cocodrilos. Nominadas en prácticamente la totalidad de las categorías, se repartieron el mayor número de estatuillas a entregar –salvo, claro está, el Ariel que René Castillo obtuvo por su ya muy premiado cortometraje de animación Hasta los huesos.

De la calle nutrió la vitrina de los galardones con los Arieles a la Mejor Actriz, para la jovencita Maya Zapata; a la Mejor Ópera Prima para el realizador Gerardo Tort; al Mejor Actor de Cuadro para el ubicuo Mario Zaragoza; a la Mejor Actriz de Cuadro para la eficiente Cristina Michaus; a la Mejor Coactuación Femenina para la bien conocida Vanessa Bauche; al Mejor Guión Adaptado para Marina Stavenhagen; a la Mejor Escenografía para Víctor Vallejo; a la Mejor Ambientación para Mauricio Lule y Mariano Grimaldo; al Mejor Diseño de Arte para Ana Solares; al Mejor Vestuario para Adolfo Cruz Mateo y, finalmente, al Mejor Maquillaje para Jorge Siller.

Por su parte, Cuento de hadas para dormir cocodrilos se hizo con los que, a juicio de los enterados, son los Arieles más importantes; pero primero mencionaremos los que completaron el cuadro: Mejor Edición, para Menahem Peña, Ignacio Ortiz Cruz y Sigfrido Barjau; Mejor Sonido, para Antonio Diego; Mejor Música Compuesta para Cine, para Lucía Álvarez; Mejor Actor, para Arturo Ríos. Ignacio Ortiz Cruz, el auténtico miglior fabbro a juicio de la Academia, puede sentirse jubiloso por haber visto coronado su esfuerzo con los Arieles al Mejor Guión Adaptado, a la Mejor Dirección y a la Mejor Película. Sin duda una noche redonda para él...

...PERO NO PARA LOS DEMÁS

¿Por qué?, podrá preguntarse usted, que acaba de leer esto que quiso ser un ejercicio de anacronismo periodístico (propósito no alcanzado tal vez porque todavía hay en el medio muchas plumas que siguen disfrazando su acriticidad con retórica deslavada y maniquea). La noche sólo fue redonda para Ignacio Ortiz y quienes lo acompañaron en la hechura de su Cuento de hadas..., porque la cuadragésima cuarta entrega del Ariel fue, según me cuentan los que sí fueron, la cosa más desangelada y desprovista de organización de los tiempos recientes. Este aporreateclas asistió a la anterior y a las anteriores a la anterior, y si en la última no estuvo presente fue porque ahora no quisieron invitarlo, o por razones que superan su limitado entendimiento.

¿Y para qué ejercitarse en el anacronismo?, podría preguntarse usted también. Pues para estar a tono con el espíritu de la ceremonia del Ariel, donde por desgracia hasta el necesario reclamo de Jorge Fons comienza a sonar gastado. Tal vez sea hora de hacer algo más que un discurso al año.