La Jornada Semanal,  domingo 9 de junio  del 2002                      379
(h)ojeadas
La inútil moneda de la poesía

Guillermo Vega Zaragoza

Álvaro Mutis,
Summa de Maqroll el Gaviero. 
Poesía reunida,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2002.

El mismo lo ha dicho: Álvaro Mutis (Bogotá, 1923) no es un poeta de este siglo. El XX le pareció odioso y el nuevo le parece peor que todos. Le hubiera gustado nacer en el XVIII. Aunque se declara simpatizante de la monarquía como forma de gobierno (a pesar de que últimamente sospecha que posiblemente es un anarquista), en realidad abomina de la política y ha confesado sin pudor que el último acontecimiento relacionado con ella que le concierne y atañe en forma plena y sincera es la caída de Constantinopla en manos de los turcos el 29 de mayo de 1453. 

Nadie parece más lejano que Mutis de la figura del "intelectual" bienpensante, a pesar de que la leyenda diga que parte del dinero del fraude que cometió en la Standard Oil colombiana (motivo por el cual huyó rumbo a México en 1956 y le costó pasar quince meses preso en Lecumberri) lo utilizó, como asevera Diego Cerón Correa en el esbozo biográfico de Mutis en la Gran Enciclopedia de Colombia, en "quijotadas de la cultura" que demostraban "de manera un poco ingenua rebeldía e insatisfacción", tales como sacar del país a amigos en peligro de muerte durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla.

Mutis se ufana de siempre haberse ganado el pan en actividades alejadas de la literatura, desde locutor de radio y televisión hasta publicista y vendedor de películas, lo que de alguna forma le impidió publicar con la frecuencia de otros. Sin embargo, siempre se mantuvo fiel a la promesa que le hizo a Octavio Paz: nunca dejar de escribir, por muy graves que fueran los problemas, pues lo demás no tiene importancia. Su primer libro se editó en 1948 (La balanza, junto con Carlos Patiño Roselli, que se agotó de inmediato, pero no por las altas ventas sino porque todas las librerías de la capital colombiana fueron incendiadas como consecuencia del "Bogotazo" de ese año), pero no fue sino casi cuarenta años después que pudo retirarse de esos oficios y dedicarse de tiempo completo a escribir novelas, a los sesenta y tres años de edad. 

Mutis ha escrito relativamente pocos libros para una época donde la mayoría de los escritores tienen que estar publicando por lo menos cada año para permanecer "vigentes" y cumplir con las metas de ventas. Pero a Mutis las exigencias del mercado literario lo tienen sin cuidado. No ha atendido a modas ni coyunturas. Habrá que repetirlo: no es de este siglo. 

Por ello su obra casi completa puede encontrarse en apenas tres libros de no tan considerable grosor: las siete novelas de la saga de Maqroll el Gaviero, que Alfaguara ha publicado con el nombre de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero; sus narraciones, prosas y ensayos bajo el título de La muerte del estratega (FCE, 1988), y la Summa de Maqroll el Gaviero, su poesía reunida, que el Fondo de Cultura Económica acaba de publicar en una segunda edición coincidente con el otorgamiento del Premio Cervantes que hace unas semanas le entregó el Rey Juan Carlos de España a este colombiano descendiente de ilustres gaditanos (y uno piensa: ¿podría haber más motivo de júbilo para un monárquico de corazón que recibir un reconocimiento de tal magnitud de manos del soberano de la tierra de sus antepasados?).

Este premio corona las dos decenas de reconocimientos que Mutis ha recibido desde 1974, cuando le otorgaron el Premio Nacional de Letras de Colombia, pasando por el Xavier Villaurrutia de México en 1988, y el Reina Sofía y el Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, entre otros tantos provenientes de naciones tales como Francia e Italia. Con todo ello, Mutis se ha colocado definitivamente como el más importante escritor colombiano, al lado de su gran amigo Gabriel García Márquez, con traducciones de su obra a cerca de quince idiomas. 

A propósito de su más reciente galardón, la prensa internacional lo asedió y Mutis respondió como si nada de eso le afectara: al corresponsal de la BBC en Madrid le dijo que en realidad siempre ha escrito lo mismo, y al de El País en México le confió: "Cuando muchos creen en una cosa es para una idiotez o una bellaquería. Lo mejor es dejar que pase la vida. No tratar ni de arreglar ni de cambiar las cosas. Van a venir desventuras, van a venir momentos gratos y ya. Siempre ha sido así. Pero la poesía nunca morirá. Morirá el último hombre y seguirá habiendo poesía."

A Mutis las grillas "culturales" también le han tenido siempre sin cuidado, a menos que afectaran la relación con sus amigos, entre ellos dos premios Nobel que no se podían ver ni en pintura: García Márquez y Paz. Por diferencias ideológicas, ya se sabe, aunque él los seguía frecuentando y estimando igual. El primero confesó que fue Mutis quien le regaló su primer ejemplar de Pedro Páramo, diciéndole: "Ahí tiene, para que aprenda", y el segundo le dio el gran espaldarazo al ubicarlo en la geografía poética hispanoamericana. Escribió Paz: Mutis es "un poeta de la estirpe más rara en español: rico sin ostentación y sin despilfarro. Necesidad de decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por la palabra, desesperación ante la palabra, odio a la palabra: extremos del poeta. Gusto del lujo y gusto por lo esencial, pasiones contradictorias pero que no se excluyen y a las que todo poeta debe sus mejores poemas."

No es casualidad ni capricho que los dos volúmenes que reúnen su poesía y su narrativa ostenten en sus títulos el nombre de Maqroll el Gaviero, arquetipo entrañable que se desenvuelve en un universo con escasos precedentes en la literatura de nuestro idioma. Dos son los aspectos relevantes y pertinentes a destacar en relación con este hecho. Uno, de fondo: la relación entre personaje y autor, que se desdibujan y confunden, y su contraparte formal: los límites imprecisos entre poesía y prosa. Cuestiones que responden a una sola evidencia: la extraordinaria unidad y coherencia de la obra de Álvaro Mutis. 

¿Maqroll es Mutis? ¿Hasta qué punto el autor se funde con su personaje? Habría que rastrear sus orígenes. Dice Mutis que fue la lectura de Moby Dick de Herman Melville la que le reveló el oficio de gaviero, es decir, el hombre que sube al palo más alto del barco para anunciar lo que se avecina (la tierra firme, la salvación o la tormenta) y que los demás miembros de la tripulación no pueden ver, y al mismo tiempo vigila sus movimientos. Es, desde luego, una imagen precisa de la labor del poeta, que se alza por encima de los demás para ver y anunciarles lo que no saben. 

Revelarles, por ejemplo, lo que es la poesía, como en Los trabajos perdidos: "Poesía: moneda inútil que paga pecados ajenos con falsas intenciones de dar a los hombres la esperanza. Comercio milenario de los prostíbulos." O la forma en que "cada poema esparce sobre el mundo el agrio cereal de la agonía". O que "como espadas en desorden la luz recorre los campos" y "sólo los dioses saben que esta virtud incierta es otro vano intento de abolir el azar", como canta en uno de sus poemas más recientes, en homenaje mínimo a Stéphane Mallarmé.

Antes que personaje novelesco, Maqroll fue una voz poética, que apareció por primera vez en la vida de Mutis en 1947, pero que se conocería en forma impresa en Los elementos del desastre en 1953, en la "Oración de Maqroll", donde surge toda su rebeldía, su invocación a Dios (que tiene "barba de asirio" y "callosas manos" y al que le pide que no olvide su rostro), y su capacidad para vivir en los lugares más humildes "recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento". 

Adolfo Castañón equipara la saga poética de Maqroll con la de Maldoror, el mismo cuyos cantos escribió el Conde de Lautréamont, seudónimo del misterioso uruguayo Isidoro Ducasse, no sólo por la alianza entre la poesía y la prosa sino por la de un poeta y su biografía. En efecto: Maqroll es un poeta en estado puro, pero, a fin de cuentas, un poeta creado por otro poeta. Pero es posible rastrear su estirpe aún más: "Viene espontáneamente a los labios el nombre de Fernando Pessoa, pero la obra de Álvaro Mutis nos susurra al oído otro nombre: Valery Larbaud y su Archivaldo Olson Barnabooth, multimillonario, aventurero, viajero, diletante y poeta, una identidad que parece definitiva por diversas razones para situar la obra de Álvaro Mutis."

Hace años, en una conferencia en la Casa del Lago, Mutis preguntaba: "¿Quién es Barnabooth?" y afirmaba que la identidad entre personaje y autor, como la de Hamlet y Shakespeare, Cervantes y Don Quijote, Julián Sorel y Stendhal, Flaubert y Emma Bovary, y obvio, de Maqroll y Mutis, "sólo deja de existir cuando el personaje cumple con ciertos dictados del destino que le es imposible atender al autor". Entendido así, más que alter ego, Maqroll es la prolongación literaria de los anhelos de Mutis, que en realidad son los del Hombre mismo. "Maqroll es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y no he confesado". Su amigo Gabo lo ha dicho mejor que nadie: "La obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos."

No fue sino hasta 1959, cuando la revista Mito publicó Memoria de los hospitales de ultramar (que tiempo después se trocaría en Reseña…) como separata de uno de sus números, que Maqroll revelaría su "amplia teoría de males, angustias, días en blanco en espera de nada, vergüenzas de la carne, faltas de amistad, deudas nunca pagadas, semanas de hospital en tierras desconocidas curando los efectos de largas navegaciones por aguas emponzoñadas y climas malignos, fiebres de la infancia, en fin, todos esos pasos que da el hombre usándose para la muerte gastando sus fuerzas y bienes para llegar a la tumba y terminar encogido en la ojera de su propio desperdicio". 

Al comentar precisamente este libro, Paz describió claramente el "insoportable" paisaje espiritual y físico del Gaviero, que se presenta una y otra vez, tanto en poemas como en novelas donde aparece el personaje: la precisión en el horror chabacano; la alianza en el esplendor verbal y la descomposición de la materia, la descripción de una realidad anodina que desemboca en la revelación, apenas insinuada, de algo repugnante; la familiaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre y, también, con las repeticiones del tedio y del aburrimiento; el gusto por las cosas concretas e insignificantes que, a fuerza de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un escenario extraño, presencias que no dejan de producir un escalofrío; refutación de la realidad, ya sea por acumulación de realidades que engendran el absurdo o por la desaparición de una parte de la realidad; evocación de la lejanía por medio de objetos infinitamente cercanos o, a la inversa, reducción de lo remoto a una proximidad inmediata, de pronto amenazante; creación de lo maravilloso, por el brusco descenso de imágenes gratuitas y carentes de significado, aunque dueñas de un inexplicable hechizo, en el centro de la realidad conocida.

Más adelante, Maqroll seguiría apareciendo, sobre todo en dos libros fundamentales de la obra de Mutis: Cavaransary y Los emisarios (1981 y 1984, respectivamente, ambos publicados en su momento por el fce). Al abordar el primero, Ernesto Volkening, uno de los primeros lectores y críticos de Mutis, escribió: "Si me fuera dado hacer el encomio de la poesía de Álvaro Mutis, diría que en ella late el corazón del mundo. No más. El ritmo secreto de su verso (que sólo es libre en apariencia) se determina por el sosegado aspirar y expirar del anima mundi."

Poco a poco el inmoral Maqroll (ese "hedonista honrado", como lo llamó alguna vez Alejandro Rossi) fue ocupando un mayor espacio en la obra de Mutis hasta alcanzar consistencia e independencia tales, que se vio impelido a llevar a este marino sin nacionalidad ni rumbo ni futuro, pero con un pesado fardo de recuerdos y experiencias a cuestas, al mundo de la ficción novelesca. Incluso Mutis se ha dado el lujo de ciertos guiños cervantinos en su narrativa: él mismo aparece en su obra como alguien que escribe acerca de Maqroll, quien además está al tanto de la existencia de su biógrafo. En 1986 apareció La nieve del Almirante y a partir de ahí, casi una cada año, seis novelas más. Mutis ha declarado que a la hora de escribir nunca piensa si lo que hace es prosa o poesía. Simplemente escribe, aunque reconoce que íntimamente no hay un solo párrafo de sus novelas que no esté pensado como si estuviera escribiendo un poema. Así se explica que buena parte de su creación poética está surcada por elementos prosaicos, mientras que en lo narrativo se distingue siempre la fuerza y belleza del aliento poético. 

La nueva edición de esta Summa… muestra varias particularidades en relación con su antecesora. Inexplicablemente desapareció el prólogo de Octavio Paz, aunque permanece el de Volkening, y a la sección de "Poemas dispersos" se le cambió el nombre (ahora "Marginalia al ocaso") y el orden y se le agregaron nuevos poemas, el último de los cuales, titulado "Pienso a veces", se le ha querido ver como el "testamento" poético de Mutis, aunque bien visto es en realidad todo lo contrario: "Pienso a veces que ha llegado la hora de callar,/ pero el silencio sería entonces/ un premio desmedido,/ una gracia inefable/ que no creo haber ganado todavía." Es decir, afortunadamente para sus lectores, Álvaro Mutis está todavía muy lejos de hacerle honor a su apellido •