Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 7 de junio de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Tiernas puñaladas

Dos de los hombres fundamentales de nuestra escena, desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días, vuelven a reunirse en un montaje cuando ambos ostentan los únicos premios nacionales de Arte que se han concedido al teatro (Carballido y Leñero fueron distinguidos en el campo de Literatura y Lingüística) patrocinado por el INBA, el Fonca y la UNAM, en el teatro Santa Catarina, que es de la predilección de Héctor Mendoza y diseñado por Alejandro Luna. Los dos creadores realizan, con Tiernas puñaladas, una especie de síntesis de sus elucubraciones teóricas acerca de la escena, por lo que resulta un suceso muy importante a pesar de que en el reparto no se incluyan a las grandes figuras, sino a un puñado de actores y actrices jóvenes, lo que de alguna manera viene a ser parte de la trayectoria de Mendoza, el maestro por excelencia.

El tema de la obra puede ser el amor desde el punto de vista masculino, con un subtexto que es la crisis de la pareja. El propio dramaturgo afirma en el programa de mano que se trata de una obra naturalista en el más estricto sentido de la palabra, pues a un caldo de cultivo -la situación inicial de dos parejas- se añade un elemento catalítico con la llegada de María Carmona. Tres hermanos se enamoran de esta mujer con un amor distinto, pero los tres la ven como la mujer ideal: bella, indefensa -a pesar de que su familia es rica pero ella está sola- y dependiente. Polo, el menor, la mira con romántico amor casi adolescente y es el rechazado. Los otros dos la ven como un contraste de sus respectivas parejas, novia y esposa que, cada una a su modo, aman pero con independencia. La ironía de Héctor Mendoza hace resaltar cómo ese espejismo de mujer ideal soñado por todo hombre común resulta tan demandante en su amor, sobre todo en el caso de Alejandro, que incomoda mucho más que cualquier mujer menos ideal.

A pesar de que los personajes están perfectamente delineados, hasta esa María tan falta de sustancia, y de que lo narrado es en todo realista, la estructura de la obra y el montaje no lo son. Guillermo, el personaje narrador, se dirige abiertamente al público y en todo momento nos hace ver que estamos ante una representación; ubica los tiempos y lugares y a él se deben algunas de las más chispeantes humoradas de un texto plagado de ingenio, que por momentos destacan características de algunos personajes (''Alejandro sufrió intensamente hasta las 4:47. Después se fue al cine") y otras veces subraya el marco de la representación (''Esta porquería de escena fue cortada por inútil", dice después de una que por cierto muestra una pared en lateral que no se da en las demás). El naturalismo se da la mano con el expresionismo en este texto de un autor que rompe con todas las convenciones.

La escenografía de Alejandro Luna remarca este sentido representacional. Muy escueta, abarca dos planos: el superior en forma de teatrino, con un telón que se abre y cierra para mostrarnos diferentes momentos y lugares de la acción dramática. Y el énfasis, lo que da sentido a los tiempos -reales y anímicos- y los volúmenes es la iluminación que fortalece la idea de naturalismo-expresionismo del montaje, incluyendo el ''verde Luna" de que habla Hugo Hiriart, que hace aparecer algunas escenas del teatrino casi como una película cinematográfica en blanco y negro en contraste con la iluminación de la parte inferior. Luna incluso se permite algún chiste escénico con cambio de luz.

Como su escenógrafo, Héctor Mendoza apuesta cada vez más por la simplicidad producto de la sabiduría. El teatrino le permite efectos como la irrupción de María en la comida familiar, o el doble con escenas simultáneas como la del casi final, con dos tipos de actuación que dan fe de la doble lectura estilística que se pueden ver en texto y escenificación. O vemos a Alejandro y Silvia sentados en la pequeña escalera y son todo lo que se necesita para proyectar un diálogo íntimo en una fiesta muy concurrida, lo que habla de la economía de recursos a los que ha arribado Mendoza.

Con un reparto de jóvenes egresados de diferentes escuelas de actuación (Mario Loria, como Alejandro; Marissa Saavedra, como Silvia; Eric Ramírez, como Guillermo; Sergio Alvarez, como Polo; Abigaíl Soqui, como Caro; Georgina Rábago, como María Carmona, y Fabián Peña, como Rafael) Héctor Mendoza da vida a sus propios personajes y, al fin el gran maestro de actores que es, propicia a una nueva y prometedora generación. La escenificación se complementa con la música de Rodrigo Mendoza, más diseño sonoro que abierta musicalización.

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