Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 7 de junio de 2002
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Política

Con Ericka Zamora refutará la versión del enfrentamiento entre soldados y un grupo armado

El baño de sangre en El Charco "no fue un error, sino un castigo a la gente": Efrén Cortés

Promoverán juicio a los generales que comandaron el operativo en el pueblo guerrerense

BLANCHE PETRICH

Hoy hace cuatro años los líderes principales de las comunidades mixtecas y tlapanecas de la Costa Chica guerrerense celebraban una asamblea. El orden del día era reorganizar la gestión de proyectos de desarrollo de los pueblos con las autoridades estatales. Asistieron 120 delegados de las comunidades, sus síndicos y regidores, presidentes ejidales y comisarios, promotores y gente de iglesia. No faltó representación de un solo pueblo.

Se levantó acta de la reunión. Las autoridades presentes la firmaron. Esa sería la prueba irrefutable de que el 6 y 7 de junio de 1998, en la escuela rural de El Charco, se efectuó una asamblea comunitaria, de puertas abiertas. No fue, como sostiene el Ejército, una reunión de elementos armados en la que se desató "el enfrentamiento". Pero entre los muchos objetos decomisados durante la incursión militar -que dejó 11 civiles muertos, una cincuentena de heridos y 22 detenidos- el acta desapareció.

Recién salidos de prisión tras cuatro años, Ericka Zamora y Efrén Cortés se preparan para refutar la versión del "enfrentamiento entre soldados y un grupo armado".

Efrén Cortés denuncia: "Fue un ataque artero del Ejército Mexicano". La causa, una decisión de los militares de "escarmentar" a las comunidades que en esa época empezaban a articular un movimiento de resistencia importante contra la militarización.

Una semana antes, 29 y 30 de mayo, en Ocote Amarillo (aledaño a El Charco), en una asamblea similar se había aprobado un documento, también suscrito por los 45 pueblos del municipio de Ayutla de los Libres, que exigía que se retiraran las bases de Concordia, La Angostura, La Hacienda y Aguacachahui que, como muchos cuarteles, proliferaron en el estado desde 1995.

Tenían los mixtecos y tlapanecos razones de peso para plantear esa exigencia. Días antes columnas de soldados habían entrado en Ocote Amarillo y Plan de Gatica y habían violado a varias mujeres. Dos meses atrás, un campamento con casi mil soldados se estableció en Quiahuitepec, mixteco. Mil soldados durante dos meses. Cuando se retiraron no quedaba ni una mazorca en las trojes. El alimento de todo el año había sido devorado por los soldados. Además, las palabras indecorosas que los militares dirigen a las indígenas. Eso, en su cultura conservadora, es un insulto al honor. Algo muy grave.

A alguien en algún cuartel no le gustó el resultado de esa asamblea. "Y lanzaron el ataque de El Charco, como castigo. No se midieron."

Es el análisis de Cortés sobre lo sucedido en El Charco, hoy hace cuatro años.

El aspecto de Cortés no difiere mucho del de un recién salido de un campo de concentración: piel de pergamino pegada a los pómulos, ojos hundidos y pantalones holgados, sostenidos por el cinturón ajustado en el último agujero. "šPuente Grande no se olvida!", ironiza. Prisión de máxima seguridad para un delito que, tras 48 meses, no se acreditó legalmente. En este proceso la PGR actuó como parte acusadora y la institución castrense como parte ofendida.

Con Ericka Zamora, coacusada en la misma causa que finalmente fue anulada, promoverá que los generales que estuvieron alcharco_m06i mando del operativo de El Charco, Alfredo Oropeza Garnica y Humberto Padilla Leal, sean procesados por los excesos que cometieron ese día sus soldados. Entre los campesinos muertos la madrugada del 7 de junio hubo líderes que eran claves para el desarrollo de la Organización de Pueblos Mixtecos y Tlapanecos.

Como Mario Chávez, máxima autoridad de El Charco, analfabeto, líder natural. Como Honorio García Lorenzo. Tenía secundaria terminada, garbanzo de a libra en un universo de analfabetos. Más aún, sabía escribir a máquina y era bueno para negociar. Fue el primero en salir de la escuela rural con las manos en alto, en medio del cerco militar. Caminó hasta mitad de la cancha y un soldado le ordenó, encañonándolo, que se arrodillara. Honorio obedeció y así fue ejecutado.

Efrén es puro Costa Chica, desinhibido y echado para adelante. En la cárcel de máxima seguridad, cuenta, su peor pecado fue "no haber cambiado". Eso enfurecía a sus custodios, cuya misión en la vida es someter a los seres humanos bajo su cargo.

Dice que la primera lección que recibió en la vida -tiene 34 años- fue protestar contra toda injusticia. A los 12 años firmó su primer documento como comunero. Hijo y nieto de campesinos que fueron perseguidos a raíz de la represión del movimiento coprero de los años sesenta (37 muertos en 1967, en una matanza perpetrada por el gobierno guerrerense), conoce como la palma de su mano la región mixteca y tlapaneca que se extiende desde la Costa Chica hasta las faldas de la serranía que conforma la Montaña, tierra de maíz, jamaica, ajonjolí y copra.

La Organización Independiente de Pueblos Mixtecos y Tlapanecos nació en 1984. Cuatro años después este estado se volcó mayoritariamente con voto campesino e indígena por la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Por eso Carlos Salinas siempre les guardó rencor. Recuerda Cortés que la gestión de José Francisco Ruiz Massieu fue marcada por la represión -más de 200 asesinatos políticos en la época, todos en las filas del sol azteca- y los choques poselectorales, motivados por sucesivos fraudes.

La Costa Chica se caracterizó por su definición perredista y pagó un costo altísimo. Solamente en Ometepec, la familia Zacapala cuenta a 15 desaparecidos entre los suyos. Los fraudes, la violencia generalizada y la presencia de militares y la malafamada "motorizada" de Guerrero fueron campo fértil para que en la segunda mitad de los noventa fuera escuchada la palabra de las organizaciones armadas.

"Pero el gobierno cometió un error garrafal -sostiene Cortés-, de implicar en el movimiento armado a las organizaciones sociales que se estaban desarrollando con fuerza en esos años. Las organizaciones de los pueblos indígenas de Xochistlahuaca, Tlacoachistlahuaca, San Luis Acatlán, La Montaña, conectaron muy fuerte con las ideas de autonomía. Para 1994 todo el trabajo anterior se articuló con el Congreso Nacional Indígena, el impulso de los acuerdos de San Andrés. El gobierno teme a esa fuerza. Así se explica El Charco. No fue un error. Fue un castigo a la gente."

Paradójicamente, el EPR y luego el ERPI, escisión de aquel tronco común, no llegaron a operar militarmente en la zona. Hubo, sí, buena cantidad de operativos de propaganda.

Eso ocurrió en Ocote Amarillo. En la asamblea comunitaria corrieron versiones de que había unos encapuchados que querían hablar al pueblo. No hubo acuerdo y no se permitió su entrada. A la semana siguiente, en El Charco, se dio permiso a los "encapuchados" de pasar y hablar a la gente.

Los guerrilleros, cuenta Efrén, no hablaron dentro de la escuela donde transcurría la asamblea, sino a un costado de la iglesia. Casi todo el pueblo fue a escucharlos. Por lo visto, el Ejército estaba sobreaviso, porque a las 3:30 los sorprendió en pleno sueño.

-šOra sí, tomen su chilate con pan! -fue el grito que desató el fuego graneado.

-ƑQué pasó? Se dice que la reunión fue delatada quizá por elementos del EPR, resentidos por la escisión del ERPI.

-Pues quién sabe -responde Efrén-, pero no se midieron. Era una reunión pública y el Ejército actuó con exceso de fuerza.

-ƑTienen pruebas para demostrar que era una reunión pública?

-El acta. Pero no fue integrada a la averiguación. Nunca apareció.

-Hay un comunicado del ERPI, que firman los comandantes Antonio y Hermenegildo, en el que se reconoce que en El Charco murieron cuatro militantes suyos.

-Pues fue un comunicado muy apresurado -responde Ericka Zamora-, porque fue emitido el día 10. Fue una de las pruebas de cargo que presentó el Ministerio Público. Pero fue emitido cuando nadie sabía nada todavía, todo era muy confuso, El Charco fue cercado y ni siquiera el presidente municipal pudo entrar. En la lista de muertos que se presentó había varios vivos, otros fueron enterrados en pueblos distintos a los suyos, había cuerpos irreconocibles.

Ese parte de guerra del ERPI fue una de las "pruebas" en el juicio contra Zamora y Cortés, lo mismo que un video que originalmente no figuraba entre la lista de objetos decomisados en la escuela de El Charco. Ese video no mostraba nada más que gente con el rostro cubierto reunida en un salón. La juez Xóchitl Guido Guzmán desechó la prueba -a Efrén todavía le da risa el término- "por frívola, oscura e improcedente". Esta juez trató de deshacerse del paquete de este juicio declarándose incompetente y turnándolo a otros tribunales. El caso brincó por varios juzgados y tribunales hasta que regresó inevitablemente al escritorio de la juez Guido, quien sentenció a ocho años a Zamora y seis a Cortés.

De su primera etapa en prisión, en Acapulco, ambos guardan un recuerdo grato: la visita de una paquistaní que les contó su historia como presa política tras haber sido ministra de la Suprema Corte del gobierno de Benazir Bhuto. Era Asma Jahangir, relatora de la ONU contra la tortura.

Puente Grande no se olvida

De la segunda etapa en prisión, la de Puente Grande, queda la pesadilla.

Ericka recuerda a Zulema, la amante de El Chapo Guzmán. Cuando se fugó El Chapo ella pagó un costo muy alto.

"En la sección de COC, donde nos tenían a nosotros, había un pasillo de celdas destinadas a las pocas mujeres retenidas ahí, en una prisión de varones. Ahí estaban los acolchonados, celdas para los castigados, lo peor. A veces los veíamos pasar todos golpeados, ensangrentados. Ahí los encadenaban por días. En la noche se oían sus gritos. Luego de la fuga llevaron ahí a Zulema dos noches. Mandé varios escritos a la dirección, demandando el fin de ese castigo."

Cortés estuvo en el módulo tres, en una sección contigua a la de los presos de más alta peligrosidad, El Chapo y La Rana, del cártel de los Arellano. "A ellos les daban más chance que a mí. A mí me tenían por lo peor, sin compañero en la celda ni nada. Querían humillarme. Su máximo era gritarme cuando iba caminando por un pasillo. Me gritaban: 'šCortés García!' Yo tenía que responder 'Efrén' y desnudarme de inmediato. A mi familia le dijeron que ese era un tratamiento que yo necesitaba, pues desde que entré no había cambiado ni en uno por ciento mi carácter."

Recluido en solitario, en la enfermería, una mañana tuvo oportunidad de ver el noticiero de Brozo. Ahí supo que había todo un movimiento pendiente de su liberación y que estaba próximo el fallo del último recurso de amparo. El jueves de la semana pasada, cuando habían apagado todas las luces, oyó el retumbar de botas, rejas, candados, acercándose a la enfermería. "Ya estuvo", pensó.

Eran las 11:30 de la noche. Los noticieros habían informado de su liberación, pero él apenas se enteraba. A las 3 horas del día siguiente fue subido a una patrulla de la Agencia Federal de Investigaciones. Los agentes iban con la cara cubierta. Luego de un breve trayecto, los hombres abrieron la puerta trasera del vehículo. "Retírese. Está en la terminal de autobuses."

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