232 ° DOMINGO 2 DE JUNIO 2002
Iztapalapa, la zona con menos agua del DF

La ciudad tiene sed

Jesús Ramirez Cuevas

La sequía de este año ha provocado una crisis de agua en más de la mitad del territorio nacional. En algunas regiones no hay ni para beber ni cultivar la tierra. En siete estados, el campo está estrangulado por la carencia del vital líquido; mientras que los habitantes de las grandes ciudades están en riesgo y miles apenas tienen un poco. La escasez se debe a la sobreexplotación del subsuelo, a la contaminación, al desperdicio, al crecimiento urbano desordenado y a las erróneas políticas de los últimos gobiernos. Por si fuera poco, Estados Unidos reclama a México el pago de 2 mil millones de litros del fluido en la frontera, donde no llueve hace 10 años. Sin agua, el malestar social es una bomba de tiempo. En la capital del país, un millón de personas sufren la escasez, la mayor parte vive en Iztapalapa, lugar donde la sed ha generado pequeños ensayos de rebelión social por el agua

IZTAPALAPA .Doña Pascuala abre la llave, pero en lugar del fresco líquido anhelado, la tubería exhala un chorro de aire caliente que produce un sonido parecido al de un animal sediento.

–Mire, no sale nada, no tenemos agua desde diciembre –dice con resignación–. Desde que venimos a vivir a Iztapalapa siempre nos ha faltado el agua. Ahora ya tenemos tubería pero casi no llega. Hace dos semanas llegó, pero otra vez ya no hay.

Con nueve hijos y 18 habitantes en su casa, la vida de doña Pascuala Elizondo, de 51 años, ha sido dura: “Tengo 25 años de vivir en la colonia Desarrollo Urbano Quetzalcóatl. Fuimos de los primeros en llegar. Entonces luchamos por todos los servicios. Todo lo pagamos y ayudamos a ponerlo: la luz, el drenaje, el agua. Para meter los tubos nosotros mismos rascamos la tierra”.

“Estamos acostumbrados a bañarnos a jicarazos dentro de una tina y conservamos el agua para trapear y luego esa misma agua la usamos para el baño. Conseguimos pipas de agua en San Lorenzo porque en La Purísima está verde”.

En el patio de su casa se acumula una decena de tambos y cubetas vacías. Los trastes sucios desbordan el lavadero. La modesta vivienda tiene un baño común que con mucho trabajo mantienen limpio.

Doña Pascuala relata su periplo cotidiano para conseguir un poco del fluido vital: “Salimos a las cinco de la mañana a buscar la pipa y regresamos a las tres de la tarde con el pipero. Tengo que pagar 60 pesos por 10 tambos cada tercer día (el gasto suma más de 600 pesos al mes). Así es cada vez . Cómo le hacemos si ganamos apenas el salario mínimo”, dice esta mujer que se ha esforzado para que sus hijos salgan adelante. Ella es un ejemplo de cómo miles viven cuando el agua falta.

Una ciudad en riesgo

Antonio Dovalí, titular de la Dirección General de Construcción y Operación Hidráulica (DGCOH) de la capital, explica –en entrevista– que desde 1994 la cuenca del Valle de México recibe la misma cantidad de agua, 35 metros cúbicos por segundo. “Toda esa agua se consume de inmediato, como una gota que cae en el desierto. No hay forma de traer más y de la que tenemos se fuga el 35% (12 mil litros por segundo). La que queda no es suficiente para cubrir el consumo (faltan 3 mil litros por segundo). Por si fuera poco, su distribución no es equitativa. El caso más grave es la delegación de Iztapalapa”. El funcionario informa que el promedio de agua que recibe cada habitante de la ciudad es de 217 litros por segundo, en esa demarcación cada poblador sólo alcanza 112 litros cada segundo (pero hay zonas que reciben 30 litros por habitante cada día).

“En la capital –sigue– un millón no tiene agua todos los días y la recibe a través del tandeo (dotación cada semana o cada 10 días). Unas 180 mil personas que viven en zonas irregulares se abastecen con pipas. Pero este año ha sido más difícil porque con la sequía disminuyó el caudal de las fuentes de abastecimiento. Además, tuvimos que dar una parte del agua que recibimos a los campesinos de Lerma. La crisis provocó que 500 mil iztapalapenses padecieran mayor escasez (400 mil que la reciben cada tanto y 100 mil que no tienen red)”.

“La ciudad está en riesgo –advierte el director de la DGCOH– por la intensiva extracción del subsuelo, la falta de nuevas fuentes de abastecimiento, las fugas y el desperdicio”.

En el caso de Iztapalapa –continúa Dovalí Ramos– el principal problema es que su red de distribución es obsoleta (debido a ello se fuga hasta el 70% del agua), hay 100 puntos donde la crisis es muy grave porque no funciona el tandeo, sobre todo en la Sierra de Santa Catarina, Cerro de la Estrella y el Peñón”.

Clara Brugada, diputada local del PRD, sostiene que “el gobierno tiene una deuda social con Iztapalapa pues el rezago del agua es histórico”.

Ante semejante reto, el ingeniero Dovalí señala que “Andrés Manuel López Obrador tomó la decisión de mejorar el abasto de agua en esa delegación. Este año se invertirán ahí 400 millones de pesos en obras hidráulicas”.

Enumera las obras que está ejecutando el gobierno de la ciudad para revertir esta situación: cambio de la red de distribución (más de 800 kilómetros de tubería en tres años); programa de control de presiones en el poniente de la ciudad para lograr un ahorro que se canalizará hacia Iztapalapa; construcción de nuevos pozos y rehabilitación de los viejos; construcción de tanques. También hay un programa para reinyectar agua a los mantos acuíferos.

En estas condiciones, el nombre de Iztapalapa no deja de ser una ironía (en náhuatl significa agua sobre lajas). A esto hay que sumar que los 2 millones de personas que ahí viven, sufren los mayores rezagos en servicios públicos, los más altos índices de inseguridad y de marginación de la ciudad (el 80% de la población es pobre).

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Es sábado a mediodía, el sol es una bola de fuego que derrite hasta las figuras más sólidas del paisaje urbano. Un letrero sobre avenida Ermita-Iztapalapa anuncia nuestra llegada a este desierto de oportunidades: “Queremos agua, necesitamos agua”.

Al adentrarse a las colonias se ve a gente buscando agua en todas partes, no es difícil adivinar su tarea pues cargan recipientes de todo tipo. En Las Peñas y la Era, son visibles las obras inconclusas de cambio de tuberías, baches y tierra por doquier.

A mitad de la calle Vergel, una manguera emerge del suelo. Los vecinos la usan para abastecerse de agua. Un hombre mayor aguarda sentado en un triciclo cargado con media docena de garrafones vacíos. “Hay que ingeniárselas para hacerse de agua”, comenta.

Otro vecino explica que “dos tambos me duran cinco días. Como trabajo sólo puedo acarrear agua los fines de semana. Es duro para la familia. Así llevamos meses”.

En otras colonias, el mismo trajín. Afuera a algunas casas hay gente formada. Son expendios que han proliferado por la necesidad. Ahí se ofrecen dos tipos de líquido. Un garrafón de marca cuesta entre 18 y 20 pesos, y uno “patito”, como le dicen, entre 8 y 10 pesos (estos últimos elaborados con agua de pipa “purificada” en rústicas plantas privadas).

En la fila, Fidelia Rodríguez, madre de cinco hijos, cuenta: “A veces el agua de las pipas está verde, con esa nos bañamos, limpiamos la casa y luego la echamos al baño. Pero no la tomamos. Tenemos que comprar garrafones. Cuando no llega la pipa, hasta nos bañamos con agua de garrafón”.

Ante la escasez, la venta de agua se convierte en un negocio jugoso. Los piperos pagan entre 40 y 50 pesos por una pipa de 10 mil litros en las garzas de la delegación. Luego la venden a los vecinos y sacan hasta 4 mil pesos por unidad.

Son las huellas de “la crisis del agua”, como le llama el delegado René Arce, quien se declara decidido a acabar con esta corrupción “difícil de erradicar”.

“El peor día del año”

Este fin de semana, el calor es más intenso que otros días o así se siente por estos rumbos. Llegamos en medio de una de las peores crisis de escasez. “Es que se rompió el ducto que alimenta el tanque La Caldera, la situación nos rebasó y la gente está muy enojada”, informa el director de Servicios Urbanos de la delegación, Alfonso Hernández López.

En la colonia Hank González un trabajador revisa una válvula metido en un registro de agua abierto a mitad de la calle. Las mujeres le gritan, lo acusan de cerrar la llave para que no haya agua en la zona.

El ingeniero Hernández les explica: “falta agua, casi no hay presión”. Pero la gente no escucha, está indignada.

–Estamos desesperados, estamos cansados de que nos digan lo mismo. Las colonias de aquí desde hace cinco meses no tenemos agua. Ya no aguantamos. Compramos las pipas a 500 pesos. Desde el 22 de diciembre siempre nos dicen lo mismo, que no hay presión, que cerraron el Cutzamala. Puros pretextos. Abrimos la llave y sale aire, pero los medidores marcan como si fuera agua– le responde una señora entrada en años.

Montada en una bicicleta, Esperanza Ruíz, de 40 años, acompaña al grupo. Con lágrimas en los ojos cuenta sus penas: “No sabemos qué hacer. Todo el día y la noche estamos pensando en el agua, hasta soñamos con el agua. Ya ni pensamos en trabajar, nos preocupan los chamacos. Cómo se puede vivir así”.

Su vecina Mariela agrega: “No es justo, en las colonias residenciales tienen mucha y hasta la desperdician. En cambio nosotros tenemos que bañarnos, lavar y limpiar los baños con la misma agua. No vemos nunca agua limpia, la que a veces sale de la tubería está amarilla. No es posible que nos traten tan mal, nos discriminan”.

Cuadras más adelante, otra multitud interpela a los funcionarios de la delegación y de la DGCOH. La mayoría son mujeres, pero no faltan los hombres y los niños. “¡Queremos agua!”, les gritan.

El ingeniero Hernández López intenta explicarles: “Es que hemos tenido el mismo problema todo el año, pero el 22 de abril se agudizó, las líneas principales no tienen agua. Queremos que la DGCOH nos dé agua suficiente para poder distribuirla”.

La gente voltea a ver al ingeniero Zaragoza de la DGCOH, quien traga saliva antes de encarar la situación. “No se puede, no hay agua. En San Miguel no tenemos ni una gota. Es el peor día de todo el año”, dice. Intenta dar una explicación técnica pero lo callan a gritos.

Una mujer gana la voz y le suplica: “Señor, no queremos mucha agua, sólo una poquita. No queremos que nos den agua siempre, pero por lo menos cada semana. Si no hay, que se la quiten a los ricos. No queremos un chorro de agua, aunque sea un hilito”.

Presente en la improvisada reunión, la diputada del PRD, Clara Brugada, interviene a favor de los vecinos: “La gente ya no aguanta sin agua. Si no la dan, la gente va a tomar las avenidas. Háblenle al gobierno del DF y díganle que hay crisis de agua en la delegación, que manden de otros lados, que urge”.

A momentos parece que la gente se va a desbordar, pero el ingeniero insiste en su explicación, “es que hay sequía en el país y en el mundo. Vamos a meter 500 litros por segundo, se los vamos a quitar a Tlalpan para que ustedes tengan, pero nos faltan cuatro pozos y dos líneas de conducción. Además, sean conscientes de que en ocho barrios de esta zona el agua se va a las alcantarillas. Perdimos 250 litros por segundo del Cutzamala porque no hay agua...”.

Una señora lo interrumpe: “Si no hay agua en la ciudad que nos toque parejo a todos. Por qué sólo nos la quitan a nosotros. Esto va a estallar si no resuelven”.

Al unísono, la gente grita: “¡Agua, agua!, ¡queremos agua!”

“Si no hay agua cerramos el Periférico”, exclama un joven con pinta de activista. “No los vamos a dejar ir si no nos resuelven”, dice otra mujer.

–Nos dan agua dos semanas y luego pasan dos meses sin nada. Hay quienes no tenemos nada y otros que la desperdician, queremos que se castigue a los que la tiran– dice una señora robusta.

–Eso fomenta la corrupción de la policía– le dice al oído otra vecina.

El ingeniero de la DGCOH se rinde y se compromete ante todos a satisfacer su demanda “en la medida de lo posible”. Los ánimos se calman poco a poco. Este estira y afloja entre gobernantes y gobernados en la zona es cosa de todos los días.

Por donde quiera que caminamos encontramos el mismo reclamo: “¡Queremos agua!”.

La rebelión del agua

La falta de este vital líquido es una bomba de tiempo, reconocen las mismas autoridades de la ciudad. Este año ha sido especialmente duro y los niveles han bajado alarmantemente. La calamidad en Iztapalapa ha provocado situaciones cercanas a la rebelión social.

La diputada Clara Brugada, quien conoce bien los problemas de esa demarcación, advierte: “Estamos apunto de entrar a la guerra del agua. La inconformidad de la gente es grande, está muy irritada. La exasperación crece más cuando ven la corrupción de algunos funcionarios con los piperos”.

El delegado René Arce reconoce que la gobernabilidad ha estado en riesgo debido al malestar de la población ante la escasez. Informa que este año ha habido 70 cierres de avenidas por protestas relacionadas con el tema. “Se ha desquiciado la delegación varias veces, las más preocupantes ocurrieron la Navidad pasada”, dice.

El 22 de diciembre, una falla de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro produjo un apagón en la delegación que duró una semana. La falta de luz paralizó el sistema de bombeo y de distribución de agua en toda la zona. El problema se dejó sentir cuando las reservas de agua de las casas se agotaron. Con el paso de los días la crisis fue general.

El 24, en plenas fiestas, decenas de miles de las colonias, pero sobre todo de las unidades habitacionales, salieron espontáneamente a la calle para exigir agua. Estaban desesperadas. Vino el caos, multitudes bloqueando avenidas, grupos de vecinos peleando entre sí por una pipa. La situación de hospitales y conjuntos habitacionales era grave. Las autoridades locales y de la ciudad se vieron rebasadas, no había pipas suficientes para abastecer la demanda. Al transcurrir los días la presión bajó un poco.

La crisis volvió a estallar el primero de enero. La gente volvió a salir y estranguló las principales arterias de la delegación que quedó paralizada. Nadie controlaba a la multitud, era una protesta auténtica, movida por la necesidad. El grito era general: “¡Queremos agua!” Y aunque la situación era muy explosiva, la protesta fue pacífica.

Arce recapitula aquellos días, los más difíciles de su administración: “Fueron momentos de ingobernabilidad. Pero la gente se portó muy noble, pese a su indignación no causó mayores problemas. No utilizamos la fuerza pública para desalojarlos porque su reclamo era justo y nuestra capacidad de respuesta estaba limitada a las pipas. Por esa razón hemos intentado encabezar la inconformidad ciudadana demandando más agua al gobierno”.

Vivir en condominio

En Iztapalapa hay más de 500 unidades habitacionales, su consumo de agua es enorme. Hay unidades como la Vicente Guerrero, donde hay 2 mil departamentos. Su cisterna en más grande que cualquiera de los tanques de la delegación. Para llenarla se requieren dos millones de litros, algo así como 200 pipas.

En algunos conjuntos habitacionales, la gente se queja de la corrupción de los choferes de las pipas y de algunos funcionarios encargados del reparto.

Tal es el caso de la unidad Tezozomoc. Los vecinos reunidos en la explanada, esperan impacientes las pipas para abastecerse. Edgar Aguilar denuncia que la representante de la unidad se pone de acuerdo con el supervisor de la garza de San Lorenzo, Rogelio Reyes González, para cobrar por las pipas de la delegación. “Primero querían que pagáramos 200 pesos por departamento para que trajeran agua, pero como nos negamos le bajaron a 70 pesos. Es que se necesitan 40 pipas para abastecer la unidad. El supervisor cobra a 50 pesos la pipa. Nada más de aquí se lleva 2 mil pesos. Creemos que cierran la válvula de la unidad para hacer su negocio”, revela este joven universitario.

Los vecinos se han quejado ante las autoridades en varias ocasiones. Como represalia, el jefe de las pipas les niega el servicio. Aunque ya presentaron la denuncia ante la Contraloría del DF para que lo destituyan. “No se vale que los funcionarios de la delegación lucren con la necesidad”, se quejan.

Con sequía o lluvia se sufre
en los cerros

La avenida Ermita Iztapalapa divide “las clases sociales del agua”. De un lado, las partes planas tienen menos problemas de abasto, del lado de los cerros la escasez es permanente.

En la sierra de Santa Catarina y en otros puntos elevados de la delegación generalmente no hay agua. Ahí el gobierno la reparte por tandeo (una vez a la semana o cada que se puede). En esta zona de la ciudad importa más tener una cisterna que una casa.

Rosario Montoya fue de las primeras en llegar a las faldas del volcán Xaltepec, cuenta que Florentino Castro (ex delegado en Iztapalapa) vendió los terrenos de la zona. “Florentino es un ratero. Nos mandó golpear para poder construir decenas de unidades habitacionales cuando sabía que no había agua suficiente”, acusa.

En la colonia San José Buenavista ya se cambió la tubería pero todavía no llega el agua porque no se terminó de construir por lo accidentado del terreno. Llevan medio año sin recibir el vital líquido. En algunas partes no hay escrituras ni servicios, ni siquiera luz eléctrica. En todas las colonias de la zona las calles parecen zona de desastre por la cantidad de baches y tierra.

–Sólo nos llega agua unas horas cada semana– dice doña Josefa Gutiérrez.

A lo largo de las conversaciones con los vecinos de Iztapalapa uno encuentra un vocabulario lleno de términos técnicos e hidráulicos que no son comunes en otros lugares, se habla de valvulistas, tandeos, presiones, piperos, redes, tipos de tubería.

Es el lenguaje de la necesidad.

Una parte del recorrido lo hacemos acompañados por la diputada Clara Brugada. En una reunión con vecinos, ella hace la propuesta de crear una especie de contraloría ciudadana que supervise todos los servicios públicos, ya que es el talón de Aquiles de la zona.

Más al oriente, sobre la misma serranía, en colonias como Lomas de la Estancia, Potreros de la Luna, Pablo V, Lomas del Paraíso o las Cabras, la situación es aún peor. Se pueden ver tambos de todos los tamaños a lo largo de las calles. Casas apiñadas en el cerro con escaleras empinadas para acceder a ellas. La mayor parte de las calles no están pavimentadas y muchas de las casas tienen techo de cartón y paredes de piedra. Ahí los vecinos repiten su rosario de carencias y cuentan de sus esfuerzos por salir del abandono y la postración.

Simón Dimas, de 61 años, ayudante de albañil y “roba-corazones de profesión”, como se presenta, dice que de los tambos luego sale “l’agua” verde y con animales. Las moscas rondan un puesto de verduras y pollo al aire libre mientras Dimas, divertido con su papel de entrevistado, explica que “el gobierno ha introducido por acá los servicios en los últimos años. Tiene un programa de auto construcción con bajos intereses”. Esto ha cambiado un poco la fisonomía de estas colonias, en lugar de casas de cartón, la mayoría son de material, “aunque hasta acá arriba el agua cae cada semana. Pero yo soy como el armadillo, en cualquier charco me baño”, dice entre risas.

Los cerros heridos por las minas, bufan polvo negro que se extiende por todo el valle y se mezcla con las tolvaneras que vienen del vaso de Texcoco.

“Vivir en el cerro es duro, pero sin agua es imposible. Todos nos organizamos para traer pipas. Hemos vivido muchos años olvidados”, dice Lucía Gómez, residente de las Cabras una de las últimas colonias que se encaraman en las faldas del volcán Guadalupe.

Así es la vida acá en los cerros, cuando es tiempo de secas la gente pasa sed, pero cuando llueve se encomienda a sus santitos para que no haya inundaciones o derrumbes de la montaña.

Ante esta dramática realidad, el ingeniero Antonio Dovalí afirma que “en la DGCOH trabajamos todo el año. En este momento enfocados a mejorar el servicio en la ciudad. No es válido dar agua en pipa, no es válido el tandeo, no es válida la contaminación. Aunque tenemos la mejor red de distribución del país, hay que mejorarla. La idea es acabar con las deficiencias del servicio. Pero las posibilidades y prioridades se miden en dinero. Si tenemos presupuesto suficiente lo podremos hacer. Pero la zona metropolitana del Estado de México no puede seguir creciendo porque el agua que compartimos se va a acabar en pocos años. Por eso el gobierno capitalino se opone al aeropuerto en Texcoco ya que va a ocasionar un desarrollo urbano brutal y no hay agua. Esta crisis causaría un conflicto social que podría ser incontrolable”.

El Valle de México y el país, están en riesgo por la escasez de este líquido insustituible para la vida. Esto podría despertar uno de los fantasmas del nuevo siglo, la guerra social del agua. Todo depende de que las autoridades y la sociedad asuman su responsabilidad para cuidar este recurso que se está agotando.