Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de junio de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Cultura
Iván Ríos Gascón

Lectores infrecuentes

George Steiner meditó profundamente sobre el carácter irreductible, creativo y totalizador de la lectura, en un espléndido ensayo publicado en 1978, bajo el título El lector infrecuente. En las breves páginas de un texto dedicado a los placeres literarios, los rigores filológicos y el vértigo que entraña ese ejercicio intelectualmente solitario, el escritor francés recientemente distinguido con el doctorado honoris causa por la Universidad de Salamanca condensó las claves necesarias para que un libro y un lector comulguen en una especie de sesión espiritista, en la cual el pensamiento es el fantasma que el autor y la obra han de invocar en las inciertas oquedades de un cerebro que al concentrarse en la lectura se vuelve el perfecto equivalente del libro que devora.

''En cada libro hay una apuesta contra el olvido, una postura contra el silencio que sólo puede ganarse cuando el libro vuelva a abrirse (aunque, en contraste con el hombre, el libro puede esperar siglos el azar de la resurrección)", señala Steiner en uno de sus párrafos, y después se ocupa en desmenuzar las características de la lectura ideal, aquellas que hacen de esta actividad pasiva y silente por naturaleza un quehacer dinámico, insumiso y ruidosamente reflexivo.

En pocas palabras, para George Steiner el lector infrecuente es aquel que desde que abre un libro no sólo se lanza al vacío del texto sin paracaídas, sino que en el viaje vertical por las páginas que lee comienza a debatir, dudar, increpar, negar, apostillar, servir o rivalizar con las ideas que lo mismo pueden enriquecer, estrechar o devastar su universo cognitivo: el lector infrecuente no es un prosélito incondicional de la imaginación o el pensamiento ajenos, sino el discípulo o el juez del contenido intelectual de una obra que, al fin y al cabo, es como su doble o su gemelo síquico.

Entonces, si leer no significa únicamente la habilidad para decodificar un mensaje escrito, y ser lector tampoco significa repasar de principio a fin una determinada cantidad de textos en un cierto periodo, ¿qué se fomenta, se concibe y compromete en aras de que la lectura no sea un anodino pasatiempo, y se transforme en una disciplina sustentada por la alquimia de la inteligencia?

Para ser un buen lector, sugiere George Steiner, es perentorio que entre el libro y el adepto se establezca un sólido vínculo mental, espiritual y emocional, que regule los espacios en blanco entre la realidad y la ficción. Es una reciprocidad, pero también una responsabilidad, porque en el sinuoso e infinito camino del lenguaje existe una región donde el pensamiento, el mundo real y la experiencia hacen contacto, y es ahí, precisamente, donde el lector revoca los lastres de la moral y la razón, para renovarse en la cualidad proteica de su sensibilidad y su intelecto.

El desastroso nivel de lectura de nuestro país, junto con la crisis de una industria editorial socavada, en primer lugar, por el desinterés colectivo por los libros, y en segundo, por el empeño cada vez más oneroso en la producción, promoción y venta de literatura chatarra, pone de manifiesto que la realidad nacional requiere algo más de lo que, al parecer, será el Programa Nacional Hacia un País de Lectores.

Ofertar al libro (así, en cursivas, sin hacer distingo de la diversidad de géneros o autores que caben en un solo término) como alternativa al ocio, mediante dudosos líderes de opinión (una actriz, un comediante y un futbolista) que nada tienen que ver con la creación ni con la tarea cultural o editorial, no sólo es políticamente incorrecto, sino francamente desdeñoso hacia los genuinos protagonistas de una batalla desigual: primero, porque la política económica vigente ha mostrado una aparatosa insensibilidad hacia el trabajo intelectual y el propio libro, imponiéndole un gravamen de artículo de lujo, y segundo, porque como han señalado Steiner, Calvino, Sartori o Gubern, hace tiempo que el libro comenzó a perder espacios ante la desmesurada influencia mediática sobre las masas, al grado de que un gran porcentaje de la población mundial ha perdido por completo la noción del pensamiento abstracto.

Por otro lado, crear más bibliotecas públicas, llenarlas de volúmenes cuyo destino quizá sean el polvo o la lenta corrosión en repisas y anaqueles, y dotarlas con equipo de cómputo y acceso a la Internet, gracias a la dudosa y temible filantropía de Bill Gates y Microsoft, de ninguna manera representan un paliativo para forjar lectores cabales (y mucho menos infrecuentes), porque si un proyecto es un paliativo para forjar lectores cabales (mucho menos infrecuentes), porque si un proyecto de semejante envergadura se impone como meta la simple promoción, y no el estímulo y la profunda concientización social de la lectura como valor fundamental para el desarrollo educativo, cultural y democrático social de la nación, lo más probable es que el único logro concreto sea el de la formación de un ingente batallón de analfabetas funcionales. Y para eso no es necesario erogar recursos, sólo hay que dejar al pueblo como está, en manos del ineluctable leviatán mediático.

''La relación entre el verdadero lector y el libro es creativa", señaló Steiner en su memorable ensayo, pero lo cierto es que hasta ahora, no hemos podido comprender, siquiera, que los libros son como anticuerpos que contrarrestan la peste de la ignorancia, la insensibilidad y el tedio; que un libro es el único elemento que nos puede devolver la porción de humanidad que, dijo Borgues (perdón, Borges), se pierde en ese vértigo sin fondo que es el tiempo.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año