Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 22 de mayo de 2002
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Migración, balón político en EU

Se usa con fin electoral; en los hechos, ningún cambio

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES

Washington, 21 de mayo. Cuando el presidente George W. Bush se reunió con su colega Vicente Fox en Monterrey en marzo pasado, el estadunidense le comentó a su "gran amigo" que no sería posible concretar un acuerdo migratorio completo este año por la coyuntura política electoral, y le suplicó que no promoviera una campaña dentro de Estados Unidos a favor de la legalización de los inmigrantes indocumentados.

''Tenemos una relación de gobierno a gobierno'', explicó Bush a Fox, según funcionarios. Y el jefe de la Casa Blanca le pidió indirectamente a su homólogo mexicano no hacer campaña en su contra por el tema, pues con ello prestaría ayuda a los políticos del Partido Demócrata que están criticando a los republicanos por no lograr ningún avance en la prometida reforma migratoria.

Pero los republicanos continúan utilizando el tema para ganar votos y esta semana la Casa Blanca tiene la intención de anunciar algunos cambios mínimos, que serán calificados de importantes, en la política migratoria: será un giro en las regulaciones para ciertos tipos de visas.

Los inmigrantes siempre han sido usados en el juego político estadunidense, pero tal vez nunca como en 2001. Hace un año 14 indocumentados mexicanos se sumaron al saldo de muertos por el solo hecho de escapar de la desesperación e intentar cruzar la línea hacia Estados Unidos; entonces su caso fue considerado por los políticos de ambos lados como una razón más para reformar las leyes y "humanizar" la frontera.

Un año después, todo y nada ha cambiado en Estados Unidos en torno a la política migratoria. Cambió como resultado de un amplio consenso sin precedente en este país entre el sector empresarial, el laboral, la comunidad latina; un giro de republicanos y demócratas, y una coyuntura de auge económico que de pronto abrió una ventana de oportunidad para promover una amplia reforma de las leyes migratorias. Fue este contexto el que permitió a ambos recién electos presidentes de México y Estados Unidos comprometerse a negociar por primera vez un acuerdo bilateral migratorio, incluyendo la posibilidad de un tipo de amnistía, disfrazada con una palabra más ambigua y menos controvertida políticamente: regularización.

Y nada cambió. Ya que no hay tal acuerdo, no se vislumbra ningún cambio en la política migratoria en 2002 -es año electoral legislativo- y los políticos hablarán mucho pero no harán nada, especialmente en un tema tan controvertido como el migratorio.

Claro, la imagen más notable de lo ocurrido con este tema durante el último año es la de los presidentes Fox y Bush en la Casa Blanca extendido el 5 de septiembre de 2001, declarando su compromiso de negociar el primer acuerdo amplio bilateral sobre migración, que incluiría un nuevo programa extendido de "trabajadores huéspedes" y un proceso de "regularización" de los indocumentados mexicanos en este país. Una semana después de esta gran fiesta, la nueva relación quedó completamente borrada por los atentados del 11 de septiembre.

Los inmigrantes y las fronteras pasaron de ser un asunto de política bilateral sobre la base de un nuevo consenso entre ambos países a un tema de seguridad nacional unilateral de Washington (ya que, como recuerdan todos los días los políticos opuestos y hasta septiembre vencidos en este tema, los "terroristas" responsables fueron inmigrantes).

El viaje de octubre de 2001

Cuando Vicente Fox decidió viajar a Nueva York en octubre de 2001 para visitar la zona de desastre del World Trade Center y reafirmar personalmente la solidaridad de México con EU, "hasta el fin", en la recién declarada guerra mundial contra el terrorismo, se reunió con organizaciones mexicanas para expresar su pesar por los al menos 15 connacionales que perecieron ahí. Pero los inmigrantes empezaron un coro que crece desde entonces, y que se le formula al Presidente en casi todo foro entre los trabajadores mexicanos en este país: Ƒqué pasó con la amnistía?

Fox, como el gobierno de Bush, se ha visto obligado a reiterar que su compromiso de lograr un cambio en las reglas de vida de los inmigrantes sigue vigente, y que ambos gobiernos avanzan. Pero en privado, tanto funcionarios mexicanos como estadunidenses reconocen lo obvio: ahora no hay las condiciones políticas en Estados Unidos para lograr mucho, y tal vez ni poco (como sería la aún estancada extensión de la llamada Provisión 245i que permite la legalización de un grupo selecto de indocumentados sin tener que regresar a México).

Al tiempo que están cerradas las posibilidades, por ahora, de concretar un acuerdo migratorio, las condiciones objetivas que han nutrido la necesidad de llegar a uno siguen intactas. Más y más políticos demócratas y republicanos han debido reconocer que grandes segmentos claves de la economía estadunidense no funcionan sin la mano de obra inmigrante, en particular mexicana.

Esta realidad también fue lo que promovió el inédito consenso entre sectores antes confrontados y con diversas opiniones en torno a la migración. La llamada Coalición de Trabajadores Esenciales, cuyo objetivo es promover una reforma migratoria para asegurar la fuente de trabajadores, está integrada por empresarios que representan 12 millones de empleos, en su mayoría en el sector de servicios, restaurantes y hoteles. La central obrera AFL-CIO reconoció que su futuro depende en gran medida de su capacidad de sindicalizar a los inmigrantes.

Asimismo, organizaciones latinas han decidido superar su renuencia a hablar de indocumentados, al interesarse en su causa, tras entender que una legalización podría nutrir su presencia social y peso político en este país. El propio presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, y la Cámara de Comercio han señalado la necesidad de un cambio en la política migratoria, al reconocer que la salud de buena parte de la economía estadunidense requiere de mano de obra inmigrante.

De pronto, empresarios y sindicalistas en sectores como el de procesamiento de carnes, fabricación textilera y de muebles; hoteles, servicios de limpieza, restaurantes, y claro, como siempre, el de agricultura, reconocieron su interés mutuo: defender y contar con los inmigrantes, tanto legales como indocumentados, porque su existencia ahora depende de ellos.

Entre las manifestaciones más claras del cambio en Estados Unidos en torno a los indocumentados estuvo la ruptura del consenso antinmigrante dentro del Partido Republicano, que se expresó en diversas partes del país. El senador Jesse Helms no dice nada contra los inmigrantes, en parte porque su estado, Carolina del Norte, depende cada vez más de ellos. Lo mismo ocurrió, y por las mismas razones, con los legisladores y gobernadores republicanos en lugares como Georgia y Nebraska.

Al mismo tiempo, la derrota de la estrategia electoral antinmigrante jugada por el ex gobernador Pete Wilson, en California, provocó un drástico cambio en su Partido Republicano. Ahora los principales candidatos de ambos partidos están aprendiendo español, o intentan hablarlo, y todos se refieren positivamente a los inmigrantes. De repente, a causa muy particular del cambio demográfico en el país, el voto latino, los latinos, el 5 de Mayo, las tortillas, el chile, los mariachis, y más, están muy presentes en el quehacer de la cúpula política de este país.

Pero no cabe duda de que el 11 de septiembre cambió esta dinámica, y ofreció a las fuerzas políticas antinmigrantes una oportunidad para lanzar una contraofensiva.

Tom Tancredo, representante por Colorado, encabeza las fuerzas políticas para detener el cambio que se vislumbraba antes de los atentados en Nueva York y Washington. Hace poco Tancredo realizó una gira precisamente por la zona donde murieron los 14 mexicanos cerca de Yuma, Arizona, no para rendirles homenaje, sino para señalar lo porosa que es la línea fronteriza y advertir que esto representa una amenaza a la seguridad nacional.

"La gente está empezando a enfocarse en el vínculo entre las flojas políticas migratorias y los retos a nuestra seguridad nacional", dijo hace unos días Tancredo, y añadió que "una mayoría de estadunidenses" está enfurecida por el fracaso del gobierno en actuar para asegurar las fronteras nacionales. Esas zonas limítrofes, alertó, "permanecen peligrosamente inseguras", y relató que en la de Arizona los indocumentados son usados para transportar drogas, lo que, claro, representa qué tan "abiertas" están esas líneas para los "terroristas".

Agregó que "ciertamente muchos de los miles de ilegales que fluyen por estas fronteras porosas sólo buscan una mejor vida. Sin embargo, algunos buscan nuestra muerte", y destacó que no hay nada que detenga el ingreso de "terroristas" por estas mismas rutas.

Este tipo de retórica ha aumentado y, junto con la emergencia política provocada por el 11 de septiembre para toda la cúpula política estadunidense, ha frenado el avance de cualquier iniciativa para retomar la agenda migratoria previa a los atentados.

Aunque no se ha desvanecido la voluntad de Bush y otros, incluso la directiva del Partido Demócrata, para buscar una reforma positiva de las leyes migratorias, Tancredo y su corriente, junto con la coyuntura política electoral y la llamada "guerra contra el terrorismo", sí han logrado, por el momento, detener todo avance en este rubro.

Sin embargo, el tema sigue presente en el debate político nacional, y se ha convertido en un asunto no de cómo tratar mejor el fenómeno migratorio, sino cómo usarlo para fines político-electorales. Los inmigrantes ahora son un balón en un partido de futbol entre republicanos y demócratas.

ƑQuién controla la bolita?

La competencia es quién podrá manejar mejor ese balón. Tom Daschle, líder de la mayoría demócrata en el Senado, y Richard Gephardt, líder de la minoría demócrata en la cámara, han buscado robarle el balón a Bush. Ambos visitaron México en noviembre y reiteraron su compromiso como defensores de inmigrantes, y viajaron a Puebla para reunirse con los familiares de los mexicanos que murieron en Nueva York el 11 de septiembre. Daschle y Gephardt siguen insistiendo en que son los demócratas, no los republicanos, los que buscan un cambio real el tema migratorio.

Gephardt declaró recientemente: "no hay excusa alguna por la falta de acción de los republicanos en torno a una legislación integral de reforma migratoria. Espero que el Presidente pueda convencer a legisladores republicanos de abandonar su larga oposición a una reforma responsable".

"Nuestra meta es desenmascarar a los republicanos por correr con esto con una base de retórica sin acción", comentó un asesor de Gephardt al columnista Morton Kondracke, de Roll Call. "Personalmente Bush podría ser pro inmigrante, pero su partido no lo es, y está cediendo a esos prejuicios. Uno puede tener todos los mariachis que guste, pero lo que cuenta es la acción", dijo.

Así, los demócratas están considerando presentar un proyecto legislativo en los próximos meses que incorpore los elementos de una reforma migratoria inicialmente propuestos por Bush y Fox en septiembre, incluyendo incrementar el número de trabajadores que puedan ingresar legalmente a este país y un mecanismo de "regularización" para los que ya se encuentran aquí. De esta forma intentarán robarle el balón al equipo de Bush en este juego.

Bush y su equipo siguen insistiendo -como ha repetido en toda ocasión en que se ha reunido con Fox- en que mantienen su compromiso de negociar un acuerdo y promover la reforma de las leyes migratorias. De hecho, Bush ha logrado detener a las fuerzas de Tancredo y otros dentro de su partido.

Pero este juego se juega en dos campos a la vez. Uno es el marcado por las necesidades económicas objetivas de este país, y los intereses de éstas, para buscar un manejo mejor del fenómeno migratorio. El otro es un campo político-electoral, y al centro de esta cancha está el voto latino.

Una reciente encuesta de Gallup registró que el nivel de aprobación de Bush entre los latinos es el mismo que el de la población general: 74 por ciento. Cabe recordar que Bush perdió en el voto latino contra Al Gore en la elección presidencial, por 67 por ciento contra 31. Otras encuestas recientes indican que se ha incrementado el número de latinos que se pronuncia por votar a favor de Bush cuando busque su relección en 2004.

Sin embargo, para el futuro más inmediato, una encuesta de Zogby, en abril, arrojó que 61 por ciento contra 17 por ciento, los latinos prefieren que los demócratas controlen el Congreso.

Por lo tanto, Bush está haciendo todo lo posible para mantener su creciente margen de apoyo latino, pero enfrenta la renuencia de una amplia base de su partido promover una reforma migratoria, incluso sólo para refrendar, por ejemplo, medidas como la 245i (algo que esperaba poder entregar como regalo a Fox en Monterrey, pero que no logró sacar del Congreso por la oposición tanto de republicanos como de demócratas).

La competencia es ver quién logra llevar el balón hacia la portería del otro equipo, sin necesariamente anotar un gol. Por ahora, lo que existe se parece menos a un empate; es un estancamiento del juego.

Mientras juegan en Washington, en este momento por algún desierto fronterizo seguramente están cruzando otros 14 inmigrantes enfrentando el sol, el frío, la migra, un ranchero harto, cada uno jugándose otra cosa: la vida.

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