Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 10 de mayo de 2002
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Cultura

Primera de siete noches en el regreso del Teatro Mariinsky a México

Danza, oficio de aves que cantan por los pies

PABLO ESPINOSA

Es un sueño: sobre la escena cobran vida óleos de Degas, se animan dibujos de Monet, salta el papel picado en forma de siluetas azules de Matisse. Un Brancusi, oro bruñido sobre músculos labrados a golpe de milenios, toma el papel principal en el cuerpo de una de las estrellas del Ballet Kirov que pone en escena el que ha sido elegido recientemente como el mejor libro de la historia: Don Quijote.

La primera de siete noches del Teatro Mariinsky en el Auditorio Nacional transcurre en la confirmación de los encantos irresistibles del arte del ballet, cuya singularidad estriba en fundir fantasía y realidad de manera semejante a como ocurren prodigios en las duermevelas.

Dosis iguales de magia y verdad, metafísica y contundencia terrenal, alquimia y realidad contienen esos instantes en los que todo parece sueño: un grand plié lanza a una mujer de brazos desnudos hacia el aire, mientras una luz de bengala estalla a su costado: un hombre enfundado en carne fundida, en fortísimos fouettées.

Ambos, la muchacha del cabello de lino y el joven de tez dorada flotan y eso no es metáfora sino las simples y sencillas leyes de la física convertidas en belleza. Flotan, de manera semejante a como Ofelia flota en el estanque en un cuadro prerrafaelita y las waterlillys de Monet se mojan bajo los tilos cuyo estruendo -ramas peinadas por el aire- recuerda los pasos en la nieve puestos en música por su paisano Debussy.

Eso, estruendos: ni el más poderoso tutti de la orquesta que puebla el foso, dirigida por el maestro ruso Boris Gruzin de manera ejemplar, ni el más ensordecedor de los fortissimi puede borrar del paisaje acústico el estallido, trueno, relámpago, el atronador sonido, sólo perceptible para las almas transparentes, del momento en que los pies de ella se despegan del piso para hacer danzar el viento.

Son cuerpos que cantan por los pies. Las zapatillas rojas sobre piel desnuda, las puntas de ballet, descosidas a fuer de contener tantas toneladas de carne flaca, huesos rotundos, espíritus pesadísimos de tanta emoción adentro; las distintas maneras en que la tela, el cuero o el aire visten esos que son los instrumentos más bellos de todas las bellas artes: los pies, no logran sino hacer mayor el estrépito de ese instante infinitesimal en que los pies parecen separarse de la tierra para poseer el cielo, pero que en realidad nunca han dejado la tierra y nunca han abandonado tampoco su condición celeste. Es en ese instante en que dejan escapar, como un gemido, un beso o un suspiro, esa música sublime que causa euforia, encanto, felicidad. šAh, la danza, oficio de aves que cantan por los pies!

Entre el sueño y la vigilia

Segundo acto, una escena en el bosque: el dios Cupido baila, así como la Reina de las Driadas vuela y entre fandangos, danzas gitanas y orientales y cánticos armados con el cuerpo, los bailarines del Ballet Kirov (Teatro Mariinsky) encarnan la máxima de Antonio Caso: ''El bailarín deja de ser un contemplativo, como lo es todo artista, para darnos la impresión de fundirse y anonadarse en el ser universal".

Contemplativos, anonadados, fundidos en el intersticio exacto de la frontera entre el sueño y la vigilia, los 7 mil mortales que habitamos las butacas del Auditorio Nacional la noche del miércoles, primera de siete, despertamos de la realidad para sumirnos en el sueño, que es una manera de describir el prodigio de la danza. Porque la verdad, leemos en las páginas de Las mil y una noches, no está en uno sino en muchos sueños, y siete de ellos acontecen estas noches con el Ballet Kirov en México.

Siete noches de encanto, de cuerpos que cantan.

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