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--- La mayoría absoluta son mujeres

Argentina: 2.5 millones de personas integradas en cuatro mil 500 clubes de trueque

--- Dos modelos: en uno prima el objetivo de extender una moneda paralela y en el otro el de construir un modelo de inclusión social

Olga Viglieca

 

Buenos Aires., La hilera es larga, larga. La integran, desde muy temprano, mujeres cargadas con bolsas de supermercados, chicos que arrastran su propio paquete, hombres con atados de ropa. Están vestidos humildemente y hay cierta tensión en la espera para entrar. "Ya cubren dos cuadras pero van a llegar más", explica Antonia, experta en abrir cada sábado a las 8 de la mañana las puertas de la Cooperativa "Sentimientos", que organizaron en el barrio porteño de Chacarita, ex presos y ex presas de la dictadura militar. La cooperativa tiene un edificio de cuatro pisos, con un galpón enorme al fondo. Al principio daban cursos de capacitación laboral, información para microemprendimientos, pequeños cursos de oficios: "Queríamos hacer algo concreto, útil en lo inmediato. Aunque también hay talleres de formación política", dice Antonia. Pero el esfuerzo perdió sentido porque ya nadie encuentra trabajo -hubo 75 mil despidos en marzo-- y los microemprendedores terminaron fundidos.
Un día, algunos vecinos les propusieron que los sábados les dieran un espacio para un club del trueque. Les pareció bien y cedieron un salón. Pero la gente comenzó a llegar desde otros barrios, a amontonarse en las escaleras. Hoy, todos los pisos y el galpón rebosan de "prosumidores", esto es de gente que trae sus cositas para trocar por unos papeles -"los créditos"- con los que se adquieren las cositas del vecino. Hay de todo: perfumes, lápices, ropa usada, relojes, jabones, baratijas, y, sobre todo, comida elaborada. También hay gente que sobre el pañuelo o el mantel no extiende objetos sino cartelitos: "Albañil con referencias"; "Doy masajes"; "Arreglo heladeras". Porque en el trueque los créditos sirven tanto para comprar objetos como servicios.
La mayoría absoluta de los trocadores son mujeres: algunas llevan tejidos, muñecas de trapo, bolsitas bordadas para guardar pan. Una adivina ahí las habilidades de la abuela. Otros manteles tienen sólo un paquete de harina, otro de fideos, un pastel. Esa mujer seguramente sacó de su alacena aquello que no iba a usar y espera llevarse algo tan elemental como lo que ofrece. Quienes venden -trocan, corrige la coordinadora-- comida elaborada, saben que al poco rato su mesa quedará vacía: la comida es lo que más sale en los trueques más pobres de la provincia y en los de clase media también. "El problema es que en los trueques no se vende materia prima, y para volver a cocinar tengo que comprarla con dinero --dice Alicia mirando de reojo si alguien se interesa por sus tartas y sus milanesas--. Así que vengo cuando no tengo alternativa o cuando necesito un servicio. Ahora estoy juntando créditos para que un plomero me arregle la estufa." En realidad, en algunos trueques también se puede comprar con dinero, algo que indigna a los que ven en este movimiento un intento de establecer vínculos por fuera de las categorías del mercado.
No es el único conflicto. De pronto se produce un remolino. En una mesa se apilan unos cincuenta paquetes de azúcar, una cantidad excesiva para el comercio entre pares: su dueña vende el kilo de azúcar a 50 créditos. Es muy caro, dicen las potenciales clientas. El azúcar no vale más de 20 créditos. La discusión sube de tono y se acercan los coordinadores, la señora insiste en que ése es el precio al que ella vende, quien quiere le compra y punto. Los coordinadores la invitan a que lo baje. Si no, se va a tener que retirar. La señora vacila. Treinta, dice. Veinte, le retrucan. Bueno, veinte.
"Si no ponen precios razonables les pedimos que se vayan. No se puede especular con la necesidad", dice Antonia con fastidio. "Acá ha bajado gente con camionetas llenas de mercadería y ésa no es la idea. La idea es que los intercambios sean a pequeña escala, no que alguien se quede con todos los créditos".
Los inicios del trueque fueron a comienzos de 1995, cuando unas veinte personas se juntaron en el galpón de una fábrica cerrada, La Bernalesa, en la provincia de Buenos Aires, para intercambiar cosas que ya no usaban por otras que necesitaban. Les fue tan bien que decidieron repetir la experiencia. Hoy el fenómeno está en plena expansión. En el país existen unos cuatro mil 500 clubes de trueque, que integran a más de dos millones y medio de personas. En Capital Federal, a caballo de la crisis, se abrieron 75 en los últimos seis meses.
Para comprender el funcionamiento del trueque hay que dejar de pensar en pesos. La moneda de cambio son los créditos que van de los 0.50 a 50 créditos. Los billetes impresos por La Bernalesa son los más aceptados en los clubes de la Red Global del Trueque, una de las dos organizaciones más extendidas. Después, cada nodo organiza sus propias reglas. Algunos no aceptan, por ejemplo, zapatos usados, pero en otros hay vía libre para casi todo.
En el trueque no hay intercambio directo de un producto o de un servicio por otro. Es decir, uno no lleva una rueda de bicicleta para cambiarlo por tres pantalones. Todos los intercambios se hacen exclusivamente con los créditos. Funcionan con la más básica regla de mercado: alguien pone un precio --en créditos, claro-- y otro decide si comprarlo o no. No hay una manera certera de calcular cuál es la relación entre un peso y un crédito, pero se estima que cada crédito ronda los 50 centavos. Después, cada uno decide cuánto pagar. Se negocia como en una feria callejera de ésas que se prohibieron cuando los dirigentes políticos determinaron que la Argentina ¡ja! había entrado en el primer mundo.
"Yo, la verdad, no pongo los precios. Le miro la cara al cliente y al instante decido", confía, con una sonrisa pícara, una señora que ofrece, prolijamente distribuidos sobre un pañuelo de seda, desde tarta de manzana hasta coquetos aros de plata en el Club del Trueque Alto Palermo. Este club es uno de los últimos y está formado por vecinos de un barrio que hasta ayer fue de gente acomodada. En las mesas hay comida, ropa a la moda con muy poco uso, compact disc, equipos de música, zapatillas importadas y se ofrecen sesiones de psicoanálisis o clases de psicodanza. Los trocadores son chicos y chicas jóvenes y señoras mayores. El clima es más relajado, algunas mujeres ofrecen sus cosas como si participaran de una kermesse escolar. No hay que creerles demasiado: "Jamás en la vida me imaginé rebuscando en los armarios qué puedo vender --dice Mabel, profesora jubilada que ofrece unas tenues tacitas de porcelana, dos fuentes para horno y un juego de sales de baño--. Pero por suerte es vajilla que ya no uso. Y no me gustan las sales de baño", se consuela.
Cuando el "trocador" consiguió colocar algún producto, se hace de los créditos que luego podrá usar en ese nodo o en algún otro. En general, los nodos reciben la "moneda oficial", que son los billetes impresos por La Bernalesa, vales que tienen la imagen de un ombú (árbol típico de la pampa argentina). Para evitar falsificaciones, los billetes tienen marca de agua y otras medidas de seguridad. Pero, al igual que lo que hicieron las provincias, también comenzaron a circular "monedas regionales" que no tienen una aceptación tan extendida.
Los vales oficiales tienen uso también fuera de los días y horas en que se hace el intercambio en los nodos. Como se ve en el club llamado Alto Palermo, muchos "prosumidores" ofrecen sus servicios en horarios por fuera del club, pero aceptan pagos en créditos. Con ellos uno se puede hacer masajes, cortar el pelo o llamar al electricista. Hay comerciantes que los aceptan y en algunos municipios se empieza a discutir si sirven para pagar los impuestos.
La inflación no sólo castiga al mercado formal: en las últimas semanas también llegó a los clubes de trueque. A tal punto que un equipo de la Universidad de Buenos Aires está armando una "canasta básica" para controlar los valores. El aumento de precios repercute más en el bolsillo de los más pobres porque los precios que más subieron corresponden a los bienes de primera necesidad. "Esto es un laboratorio a menor escala de lo que está pasando en el mercado formal", dice Jorge Marchini, un economista de la UBA (Universidad de Buenos Aires) que desde enero está estudiando los centros de intercambio de bienes y servicios. Marchini integra un equipo multidisciplinario, en el que también hay sociólogos y antropólogos. "Todas las semanas se abren cinco o seis nodos nuevos, y ya hay dos millones y medio de personas participando", asegura Marchini, para quien la inflación en el trueque se explica porque se emiten demasiados créditos. "No se sabe realmente cuánto de este cuasidinero hay circulando, es un poco como lo que pasa con los bonos provinciales", compara.
Con cada nuevo integrante se imprime una cantidad mayor de créditos. Pero, además, cada mes se imprime un 1 por ciento extra de estos créditos, que sirve para que la moneda se deprecie, la gente se interese en utilizarla y no la acumule. Marchini cuenta que desde que comenzó a estudiar el trueque recibió críticas por derecha (los economistas ortodoxos ven un retroceso del mercado con competencia desleal por evasión, mercado negro, etcétera) y también por izquierda: "Mucha gente marca que se trata de un nuevo ámbito para el clientelismo y el abuso de los punteros políticos. No somos ingenuos; el trueque es un síntoma de desesperación y no va a reemplazar al mercado, pero en estas épocas da una alternativa de supervivencia e inclusive de dignidad para muchos desempleados", concluye el investigador.
Clubes del trueque y asambleas populares proliferan al ritmo vertiginoso de la crisis. La gente no tienen dinero pero fortificó sus vínculos sociales y se volcó a un método de intercambio que parece soslayar el metálico, parece establecer relaciones igualitarias y ayuda a conseguir lo indispensable. Pero no todo lo que brilla es oro. Para poder integrarse a algunos nodos hay que pagar una moneda de 50 centavos e ir a una charla donde se explica el funcionamiento: es un requisito de la Red Global, una de las dos organizaciones que cubren todo el país y que de hecho han construido una nueva moneda cuya emisión sólo controlan los que la emiten. Las emisiones de la Red Global, dicen sus detractores, supera los 50 millones de unidades. El "Banco Central" de esta moneda -que se suma a las 14 monedas provinciales no intercambiables ni equivalentes que existen en el país- es la sede de La Bernalesa, de donde salen, según información que circula en las redes, unos 750 mil créditos por día, que se venden a razón de $ 2, $ 3 o $ 4, según la distancia geográfica o social del intermediario que los lleva a provincia. Estos créditos no reflejan un mayor número de adherentes: se pueden comprar sin ofrecer a cambio ningún bien ni servicio.
Heloísa Primavera es directora del programa de Economía Social de la maestría en Administración Pública de la UBA y una entusiasta de los clubes de trueque en la medida en que preserven el sentido solidario. "En este momento hay dos modelos de trueque: en uno prima el objetivo de extender una moneda paralela y en el otro, el de construir un modelo de inclusión social". Los dos modelos se parecen a primera vista pero se diferencian en algunos valores y en su forma de gestión. En uno el énfasis está puesto en favorecer el intercambio a través de la generación de una abundante masa de circulante, lo que se produce con la venta de créditos a los interesados, con independencia de que hagan un aporte en trabajo o especie, que es la sustancia del intercambio. Además, la organización es piramidal y hay apertura a empresas (casi siempre quebradas, para "salvarlas"). La vocación es la de utilizar un único crédito para todo el país, conformando una moneda privada única".
Los otros trueques parecen bosquejar un modo alternativo de distribuir la riqueza producida a través del trabajo propio. En esos casos, está prohibida la venta de créditos, que no son tanto una moneda de nuevo tipo como instrumentos de intercambio de lo que cada uno puede aportar. Funcionan mediante asambleas y muchos están vinculados a través de la Red de Trueque Solidario.
"Se instruye a los nuevos adherentes en los principios de la economía solidaria y la entrada se paga únicamente en moneda social, que es como se llama a ese instrumento que pretende corregir la escasez de dinero a favor de los que no lo tienen,. Se podría decir que corresponde a una iniciativa de radicalización de la democracia, donde el poder se desplazó hacia la producción de una moneda que es social y que corrige, desde los grupos organizados, los vicios de la otra", explica Heloísa Primavera.
Habrá que ver si la ferocidad de la crisis argentina permite desarrollar esta economía de los márgenes sin que los oportunistas, los punteros políticos y los ávidos logren desvirtuarla.