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Buenos Aires., La hilera es larga, larga. La integran,
desde muy temprano, mujeres cargadas con bolsas de supermercados, chicos
que arrastran su propio paquete, hombres con atados de ropa. Están
vestidos humildemente y hay cierta tensión en la espera para entrar.
"Ya cubren dos cuadras pero van a llegar más", explica
Antonia, experta en abrir cada sábado a las 8 de la mañana
las puertas de la Cooperativa "Sentimientos", que organizaron
en el barrio porteño de Chacarita, ex presos y ex presas de la
dictadura militar. La cooperativa tiene un edificio de cuatro pisos, con
un galpón enorme al fondo. Al principio daban cursos de capacitación
laboral, información para microemprendimientos, pequeños
cursos de oficios: "Queríamos hacer algo concreto, útil
en lo inmediato. Aunque también hay talleres de formación
política", dice Antonia. Pero el esfuerzo perdió sentido
porque ya nadie encuentra trabajo -hubo 75 mil despidos en marzo-- y los
microemprendedores terminaron fundidos.
Un día, algunos vecinos les propusieron que los sábados
les dieran un espacio para un club del trueque. Les pareció bien
y cedieron un salón. Pero la gente comenzó a llegar desde
otros barrios, a amontonarse en las escaleras. Hoy, todos los pisos y
el galpón rebosan de "prosumidores", esto es de gente
que trae sus cositas para trocar por unos papeles -"los créditos"-
con los que se adquieren las cositas del vecino. Hay de todo: perfumes,
lápices, ropa usada, relojes, jabones, baratijas, y, sobre todo,
comida elaborada. También hay gente que sobre el pañuelo
o el mantel no extiende objetos sino cartelitos: "Albañil
con referencias"; "Doy masajes"; "Arreglo heladeras".
Porque en el trueque los créditos sirven tanto para comprar objetos
como servicios.
La mayoría absoluta de los trocadores son mujeres: algunas llevan
tejidos, muñecas de trapo, bolsitas bordadas para guardar pan.
Una adivina ahí las habilidades de la abuela. Otros manteles tienen
sólo un paquete de harina, otro de fideos, un pastel. Esa mujer
seguramente sacó de su alacena aquello que no iba a usar y espera
llevarse algo tan elemental como lo que ofrece. Quienes venden -trocan,
corrige la coordinadora-- comida elaborada, saben que al poco rato su
mesa quedará vacía: la comida es lo que más sale
en los trueques más pobres de la provincia y en los de clase media
también. "El problema es que en los trueques no se vende materia
prima, y para volver a cocinar tengo que comprarla con dinero --dice Alicia
mirando de reojo si alguien se interesa por sus tartas y sus milanesas--.
Así que vengo cuando no tengo alternativa o cuando necesito un
servicio. Ahora estoy juntando créditos para que un plomero me
arregle la estufa." En realidad, en algunos trueques también
se puede comprar con dinero, algo que indigna a los que ven en este movimiento
un intento de establecer vínculos por fuera de las categorías
del mercado.
No es el único conflicto. De pronto se produce un remolino. En
una mesa se apilan unos cincuenta paquetes de azúcar, una cantidad
excesiva para el comercio entre pares: su dueña vende el kilo de
azúcar a 50 créditos. Es muy caro, dicen las potenciales
clientas. El azúcar no vale más de 20 créditos. La
discusión sube de tono y se acercan los coordinadores, la señora
insiste en que ése es el precio al que ella vende, quien quiere
le compra y punto. Los coordinadores la invitan a que lo baje. Si no,
se va a tener que retirar. La señora vacila. Treinta, dice. Veinte,
le retrucan. Bueno, veinte.
"Si no ponen precios razonables les pedimos que se vayan. No se puede
especular con la necesidad", dice Antonia con fastidio. "Acá
ha bajado gente con camionetas llenas de mercadería y ésa
no es la idea. La idea es que los intercambios sean a pequeña escala,
no que alguien se quede con todos los créditos".
Los inicios del trueque fueron a comienzos de 1995, cuando unas veinte
personas se juntaron en el galpón de una fábrica cerrada,
La Bernalesa, en la provincia de Buenos Aires, para intercambiar cosas
que ya no usaban por otras que necesitaban. Les fue tan bien que decidieron
repetir la experiencia. Hoy el fenómeno está en plena expansión.
En el país existen unos cuatro mil 500 clubes de trueque, que integran
a más de dos millones y medio de personas. En Capital Federal,
a caballo de la crisis, se abrieron 75 en los últimos seis meses.
Para comprender el funcionamiento del trueque hay que dejar de pensar
en pesos. La moneda de cambio son los créditos que van de los 0.50
a 50 créditos. Los billetes impresos por La Bernalesa son los más
aceptados en los clubes de la Red Global del Trueque, una de las dos organizaciones
más extendidas. Después, cada nodo organiza sus propias
reglas. Algunos no aceptan, por ejemplo, zapatos usados, pero en otros
hay vía libre para casi todo.
En el trueque no hay intercambio directo de un producto o de un servicio
por otro. Es decir, uno no lleva una rueda de bicicleta para cambiarlo
por tres pantalones. Todos los intercambios se hacen exclusivamente con
los créditos. Funcionan con la más básica regla de
mercado: alguien pone un precio --en créditos, claro-- y otro decide
si comprarlo o no. No hay una manera certera de calcular cuál es
la relación entre un peso y un crédito, pero se estima que
cada crédito ronda los 50 centavos. Después, cada uno decide
cuánto pagar. Se negocia como en una feria callejera de ésas
que se prohibieron cuando los dirigentes políticos determinaron
que la Argentina ¡ja! había entrado en el primer mundo.
"Yo, la verdad, no pongo los precios. Le miro la cara al cliente
y al instante decido", confía, con una sonrisa pícara,
una señora que ofrece, prolijamente distribuidos sobre un pañuelo
de seda, desde tarta de manzana hasta coquetos aros de plata en el Club
del Trueque Alto Palermo. Este club es uno de los últimos y está
formado por vecinos de un barrio que hasta ayer fue de gente acomodada.
En las mesas hay comida, ropa a la moda con muy poco uso, compact disc,
equipos de música, zapatillas importadas y se ofrecen sesiones
de psicoanálisis o clases de psicodanza. Los trocadores son chicos
y chicas jóvenes y señoras mayores. El clima es más
relajado, algunas mujeres ofrecen sus cosas como si participaran de una
kermesse escolar. No hay que creerles demasiado: "Jamás en
la vida me imaginé rebuscando en los armarios qué puedo
vender --dice Mabel, profesora jubilada que ofrece unas tenues tacitas
de porcelana, dos fuentes para horno y un juego de sales de baño--.
Pero por suerte es vajilla que ya no uso. Y no me gustan las sales de
baño", se consuela.
Cuando el "trocador" consiguió colocar algún producto,
se hace de los créditos que luego podrá usar en ese nodo
o en algún otro. En general, los nodos reciben la "moneda
oficial", que son los billetes impresos por La Bernalesa, vales que
tienen la imagen de un ombú (árbol típico de la pampa
argentina). Para evitar falsificaciones, los billetes tienen marca de
agua y otras medidas de seguridad. Pero, al igual que lo que hicieron
las provincias, también comenzaron a circular "monedas regionales"
que no tienen una aceptación tan extendida.
Los vales oficiales tienen uso también fuera de los días
y horas en que se hace el intercambio en los nodos. Como se ve en el club
llamado Alto Palermo, muchos "prosumidores" ofrecen sus servicios
en horarios por fuera del club, pero aceptan pagos en créditos.
Con ellos uno se puede hacer masajes, cortar el pelo o llamar al electricista.
Hay comerciantes que los aceptan y en algunos municipios se empieza a
discutir si sirven para pagar los impuestos.
La inflación no sólo castiga al mercado formal: en las últimas
semanas también llegó a los clubes de trueque. A tal punto
que un equipo de la Universidad de Buenos Aires está armando una
"canasta básica" para controlar los valores. El aumento
de precios repercute más en el bolsillo de los más pobres
porque los precios que más subieron corresponden a los bienes de
primera necesidad. "Esto es un laboratorio a menor escala de lo que
está pasando en el mercado formal", dice Jorge Marchini, un
economista de la UBA (Universidad de Buenos Aires) que desde enero está
estudiando los centros de intercambio de bienes y servicios. Marchini
integra un equipo multidisciplinario, en el que también hay sociólogos
y antropólogos. "Todas las semanas se abren cinco o seis nodos
nuevos, y ya hay dos millones y medio de personas participando",
asegura Marchini, para quien la inflación en el trueque se explica
porque se emiten demasiados créditos. "No se sabe realmente
cuánto de este cuasidinero hay circulando, es un poco como lo que
pasa con los bonos provinciales", compara.
Con cada nuevo integrante se imprime una cantidad mayor de créditos.
Pero, además, cada mes se imprime un 1 por ciento extra de estos
créditos, que sirve para que la moneda se deprecie, la gente se
interese en utilizarla y no la acumule. Marchini cuenta que desde que
comenzó a estudiar el trueque recibió críticas por
derecha (los economistas ortodoxos ven un retroceso del mercado con competencia
desleal por evasión, mercado negro, etcétera) y también
por izquierda: "Mucha gente marca que se trata de un nuevo ámbito
para el clientelismo y el abuso de los punteros políticos. No somos
ingenuos; el trueque es un síntoma de desesperación y no
va a reemplazar al mercado, pero en estas épocas da una alternativa
de supervivencia e inclusive de dignidad para muchos desempleados",
concluye el investigador.
Clubes del trueque y asambleas populares proliferan al ritmo vertiginoso
de la crisis. La gente no tienen dinero pero fortificó sus vínculos
sociales y se volcó a un método de intercambio que parece
soslayar el metálico, parece establecer relaciones igualitarias
y ayuda a conseguir lo indispensable. Pero no todo lo que brilla es oro.
Para poder integrarse a algunos nodos hay que pagar una moneda de 50 centavos
e ir a una charla donde se explica el funcionamiento: es un requisito
de la Red Global, una de las dos organizaciones que cubren todo el país
y que de hecho han construido una nueva moneda cuya emisión sólo
controlan los que la emiten. Las emisiones de la Red Global, dicen sus
detractores, supera los 50 millones de unidades. El "Banco Central"
de esta moneda -que se suma a las 14 monedas provinciales no intercambiables
ni equivalentes que existen en el país- es la sede de La Bernalesa,
de donde salen, según información que circula en las redes,
unos 750 mil créditos por día, que se venden a razón
de $ 2, $ 3 o $ 4, según la distancia geográfica o social
del intermediario que los lleva a provincia. Estos créditos no
reflejan un mayor número de adherentes: se pueden comprar sin ofrecer
a cambio ningún bien ni servicio.
Heloísa Primavera es directora del programa de Economía
Social de la maestría en Administración Pública de
la UBA y una entusiasta de los clubes de trueque en la medida en que preserven
el sentido solidario. "En este momento hay dos modelos de trueque:
en uno prima el objetivo de extender una moneda paralela y en el otro,
el de construir un modelo de inclusión social". Los dos modelos
se parecen a primera vista pero se diferencian en algunos valores y en
su forma de gestión. En uno el énfasis está puesto
en favorecer el intercambio a través de la generación de
una abundante masa de circulante, lo que se produce con la venta de créditos
a los interesados, con independencia de que hagan un aporte en trabajo
o especie, que es la sustancia del intercambio. Además, la organización
es piramidal y hay apertura a empresas (casi siempre quebradas, para "salvarlas").
La vocación es la de utilizar un único crédito para
todo el país, conformando una moneda privada única".
Los otros trueques parecen bosquejar un modo alternativo de distribuir
la riqueza producida a través del trabajo propio. En esos casos,
está prohibida la venta de créditos, que no son tanto una
moneda de nuevo tipo como instrumentos de intercambio de lo que cada uno
puede aportar. Funcionan mediante asambleas y muchos están vinculados
a través de la Red de Trueque Solidario.
"Se instruye a los nuevos adherentes en los principios de la economía
solidaria y la entrada se paga únicamente en moneda social, que
es como se llama a ese instrumento que pretende corregir la escasez de
dinero a favor de los que no lo tienen,. Se podría decir que corresponde
a una iniciativa de radicalización de la democracia, donde el poder
se desplazó hacia la producción de una moneda que es social
y que corrige, desde los grupos organizados, los vicios de la otra",
explica Heloísa Primavera.
Habrá que ver si la ferocidad de la crisis argentina permite desarrollar
esta economía de los márgenes sin que los oportunistas,
los punteros políticos y los ávidos logren desvirtuarla.
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