La Jornada Semanal,  5 de mayo del 2002                         núm. 374
Angélica Abelleyra
entrevista con 
Sebastião Salgado
 Sebastião Salgado: 
fotos que no son polvo

Es uno de los fotógrafos más importantes en el mundo. Sus series sobre las grandes migraciones en el planeta y de los trabajadores que han perdido tierra y futuro han viajado por museos de Europa, Estados Unidos y América Latina. A mediados de 2003, la Ciudad de México y el Museo del Palacio de Bellas Artes recibirán el conjunto Éxodos realizado por este economista que se apasionó por la foto en 1973; oficio que desde entonces ejercita con pasión.

Los enfoques de su ojo sensible: la gente más que la guerra; la vida en comunidad junto con el rostro digno de los que buscan sobrevivir.

Nacido en Minas Gerais, Brasil, hace cincuenta y ocho años, en la década de los sesenta tuvo que salir de su país a causa de su postura comunista frente a la dictadura. Se refugió en Europa. Su primer reportaje trata la sequía en Etiopía, Mali y Sudán. Posteriormente inició su periplo para constatar con su cámara el fenómeno de la inmigración europea.

Varias agencias han difundido su trabajo: Sygma, Gamma y Mágnum, para las que realiza reportajes en Portugal, Angola, Mozambique, Ecuador, Brasil, Guatemala, México, India, Grecia y decenas de países más.

No sólo busca realizar un trabajo cercano a las comunidades que retrata; también se alía con organizaciones civiles para darle cauce humanitario a su trabajo artístico. Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja Internacional, la Organización Mundial de la Salud, la unicef y el movimiento de Los Sin Tierra en Brasil han sido sólo algunos con los que realiza libros, programas de apoyo y recolección de fondos.

Ahora está en proceso de concluir un reportaje sobre la poliomielitis. Apoyado por la oms y la unicef viajó a Somalia, Sudán, el Congo, Pakistán e India para lanzar una campaña de información y financiamiento a fin de erradicar la enfermedad en cuatro años de la faz de la tierra.

Salgado tiene en su haber muchos reconocimientos; entre los relevantes se cuenta el Premio Eugene Smith (1982) en el rubro de fotografía humanitaria, y en 1998 se convirtió en el primer fotógrafo en recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

Alejado de todas las agencias con las que se formó, ahora difunde su trabajo en su propio espacio: Amazonas, agencia dirigida por su esposa Lélia Wanick.

Estuvo en México en febrero para asistir a la apertura de la exposición India-México, vientos paralelos, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Son fotos de él, de su colega hindú Raghu Rai y de la mexicana Graciela Iturbide, pero Salgado fue el que generó más expectativas.

He aquí el resultado de la charla en medio de un jardín y de un portuñol cadencioso.

–África y el café en los años setenta. ¿Qué lo marcó de ambos para dirigir sus ojos a la fotografía?

–Mi fotografía empezó un poquito antes que África. La había descubierto en París como una forma fabulosa de aproximarme a las personas y las zonas comunes. En ese entonces vivía en Londres y en realidad la fotografía me daba mucho más placer que las relatorías económicas que tenía que hacer. Trabajaba en la Organización Internacional del Café pero la fotografía fue metiéndose más y más en mi vida, como una invasión. En 1973 abandoné todo, volví a París y empecé realmente mi vida de fotógrafo.

–¿Qué fue eso que le generó placer en la foto para dejar las estadísticas?

–Es difícil decir si ha sido una cosa única. Pero hay un placer tan enorme, tan grande en fotografiar; es un placer de aproximarse a la gente, de ser recibido dentro de una comunidad. De no saber si más soy yo quien está haciendo las fotografías o si es la gente la que la está regalando. La función del reportero gráfico que soy es de aproximarme a las comunidades; a través de la cámara trabajar como un vector y dar a ver a las otras partes del mundo lo que yo estoy viendo. Poder trasmitir a otros el mundo que he tenido el privilegio de frecuentar.

–¿Un fotógrafo es un privilegiado?

–Un fotógrafo tiene un privilegio muy grande que poca gente tiene. Posee la oportunidad de aproximarse a las cosas que están aconteciendo. Otras personas que trabajan con la información tienen la oportunidad de trabajar con información de terceros o segundos testigos para aproximarse a las cosas. Pero el fotógrafo tiene que pegar su vida al momento histórico que se está viviendo, de ir en las olas de la historia. Eso a veces es difícil. Exige mucho viaje, mucho aislamiento de tu grupo básico que es tu familia, tus amigos, la casa. Hay que tener una vocación grande pero es un gran privilegio poder frecuentar todo el planeta.

–Habla usted del placer de ejercer este oficio que es la fotografía. Pero en momentos, cuando ha sido reportero de guerra, ¿cuál es el sentimiento frente a lo que acontece?

–No he sido reportero de guerra en sentido estricto. Las historias que he hecho pasaron en algunos momentos en eventos drásticos como la guerra y formas de violencia. En mis inicios de fotógrafo yo he estado en Angola, en Irlanda en la época de los combates fuertes, en Bosnia, en Ruanda... Pero no era la guerra la que me interesaba. Seguía a grupos de poblaciones, de desplazados que me llevaban cerca de la guerra.

Pero cuando hablo del placer que un fotógrafo tiene es el placer histórico. Es otro tipo de placer, el placer de la oportunidad de ir. A veces [no hay] placer ninguno, sino vergüenza de ser un ser humano.

–¿Se ha negado la posibilidad de tomar una foto ante un evento que su ética le plantea?

–Hay muchos momentos para hacer una fotografía. Es muy sencillo hablar de ética de este lado, desde una oficina bien protegida y con aire acondicionado. La ética es algo tan personal y tan de cada momento: hay momentos en que se hace una fotografía de furia, de terror del momento, con ganas de denunciar lo que está pasando para que nunca más acontezca. Y otros momentos en que no se hace porque se cree que no se debe hacer.

–Saramago, quien es alguien cercano a usted, ha dicho que con sus fotos se lanza una pregunta, "¿por qué?" ¿Está de acuerdo? ¿Cree que sus fotos generan preguntas o tratan de dar respuestas?

–La sociedad que vivimos genera preguntas. Yo me voy allí, trabajo, tengo la oportunidad de registrar esas cosas, trabajar como un vector, ver de un lado, dar a ver de otro para que juntos podamos colocar la cuestión "¿por qué?" ¿Por qué es así? ¿Por qué vivimos en una sociedad tan violenta, en una sociedad tan injusta? ¿Qué derecho tiene una parte de la población de este planeta que tal vez no represente ni el veinte por ciento de apropiarse de los bienes producidos por el planeta entero? ¿Por qué [en] un país como México, como el mío, Brasil, una alta burguesía tiene el derecho de apropiarse de todo lo que un país entero produce? ¿Por qué tenemos derecho a apropiarnos de la dignidad de los otros? Son cuestiones terribles que mis fotografías no plantean pero que la sociedad que vivimos se debe plantear. Mis fotografías son sólo un pequeño testimonio de esta sociedad que hemos construido y está llena de problemas y de defectos que tenemos la posibilidad de corregir. Pero corregir solamente a través de la discusión y de un debate completamente democrático y abierto para llegar a una solución o a otra.

–Usted ha dicho que sus series, todos estos trabajos que tienen un hilo conductor sobre el ser humano, tratan de generar una recomposición de la familia humana ¿Cree que nos estamos recomponiendo?

–Yo creí en un momento que sí, que estábamos en un proceso de evolución en un sentido positivo de la curva. Ahora que veo la serie de violencias en el mundo, sí, evolución hay, pero evolución puede ser cualquier cosa. Debo decir que si vamos en dirección de un diálogo realmente abierto, con una honestidad, con una preocupación seria hacia la solidaridad y al respeto del principio de la comunidad, tenemos una posibilidad de salir bien como especie. De otra manera será muy difícil sobrevivir.

–¿Cree, como todo mundo asume, que una imagen nos dice más que mil palabras?

–No lo creo realmente. La imagen tiene un poder, es un lenguaje fabuloso y universal. Pero la imagen sola para mí es casi como el polvo. Una sola imagen porque es hermosa, fuerte, interesante, no deja de ser un objeto. Pero una serie de imágenes, con una serie de información, de promoción social, es un mensaje social.

–En ese sentido, no concibe su trabajo como arte sino como documento.

–Mi trabajo [no] es hecho en forma alguna como una pieza de arte. Yo soy un reportero, no soy un artista en el sentido que no estoy produciendo objetos artísticos para ser mirados como tales. Estoy produciendo una serie de imágenes dentro de un lenguaje informativo para ayudar a provocar una discusión general. Si esas fotografías al largo plazo se transforman en referencias históricas del momento que hemos vivido (como el trabajo de los hermanos Casasola en este país, que ha sido realizado como un trabajo de reportaje y finalmente quedó como una referencia histórica), qué bueno. Hoy no lo son. Son partes de un lenguaje informativo.

–Una de sus series más importantes es Trabajadores y luego Migraciones. Usted mismo es un emigrante. ¿Qué le da la errancia?

–Soy emigrante por la propia naturaleza de mi existencia. Nací en una pequeña hacienda al interior de Brasil. Mi papá no tenía condición de tener a los hijos en la escuela, así que del campo nos trasladamos a la ciudad donde tenía quince años y pasé a otra ciudad para hacer el complemento de mis estudios. Luego me casé con Lélia, en los años sesenta, en Sao Paulo. Allí nos metimos en movimientos de izquierda combatiendo a una dictadura terrible; fuimos obligados a dejar el país y quedamos muchos años como exiliados. No podíamos volver a Brasil. Luego pasamos a ser emigrantes en Francia. Es una historia que viví y la comprendo. Claro que soy un emigrante privilegiado porque soy conocido, tengo las condiciones razonables de vida y puedo volver a mi país cuando quiera.

La serie de fotografías sobre los trabajadores me llevó a hacer esta serie de las migraciones. Es un solo cuerpo de trabajo. Salí por el mundo haciendo una especie de homenaje a los trabajadores; estuve en unos treinta países. Haciendo esto, vi que esta modificación de la forma de producir en el planeta estaba provocando también una enorme revolución en la forma de vivir y en los agrupamientos humanos. El abandono del campo en dirección a la ciudad. Es el caso de los mixes, por ejemplo; he estado aquí con los mixes en los años ochenta y hoy el país mixe es un país vacío, como buena parte del campo mexicano.

Si este país en algunos años pasó del noventa por ciento de población rural a casi setenta y cinco por ciento de población urbana; mi país, Brasil, en treinta años pasó de ochenta de población rural a ochenta y dos porciento de población urbana. Hay 120 millones de personas que abandonan el campo cada año en el planeta entero.

–¿Qué es lo que genera en estos grupos humanos la movilidad forzada?

–Hoy hay un discurso muy corriente y normal de la globalización. Cuando se habla de la globalización, se habla de la globalización económica, financiera, de la formación de la cultura, pero no se habla nunca de los globalizados. De las poblaciones que han sufrido esta imposición que ha sucedido en los países más desarrollados de este planeta. Ese instrumento fabuloso que ha sido creado provocó una desarticulación total en la manera de vivir. Encontré en las carreteras durante siete años, viajando una media de nueve meses por año, a gente que tenía mucho en común: básicamente lo habían perdido todo y tenían un instinto básico de sobrevivencia.

–De México, se ha interesado especialmente en Chiapas. ¿Por qué?

–Cuando he estado en Chiapas sentí muy de cerca lo que ocurre con la lucha de los campesinos sin tierra en Brasil: es una lucha por la sobrevivencia de una comunidad explotada que necesita tierra, que necesita ayuda para un desarrollo más sustentable, decente y equilibrado. Es una historia de una alta burguesía de terratenientes en este país que ha explotado la tierra en su favor y ha abandonado a la gran base de la sociedad de Chiapas. Lo vi en India y en Ecuador. Todo es muy parecido.

–¿Conoció a Marcos?

–No, no conocí a Marcos. Conocí a la gente cerca del movimiento zapatista. No me aproximé ni al grande liderazgo ni de los movimientos de guerrilla ni de los militares.

–Le interesa más la gente que los líderes.

–Esta es la historia. La historia es la gente, la grande mayoría. En las guerras los que sufren no son los militares. Es la gente. Creo que la historia tiene que ser contada cerca de la gente.

–¿Sigue siendo de izquierda?

–Sí. Pero para mí el concepto de izquierda es muy dinámico. Antes se creía que izquierda era ser militante de un partido socialista, próximo a una idea marxista. Ahora es una cosa más amplia. Izquierda es estar cerca de la base de la sociedad, de lo que pasa en la ecología, es una forma más decente de distribución de poder. La izquierda no se terminó, se amplió.

–¿Se ablandó?

–No. Se volvió más global también.

–¿Dignidad sería la palabra clave en el trabajo de Sebastiao Salgado?

–La dignidad es lo principal del ser humano que tenemos que respetar. Pero para mí es el concepto de comunidad y de solidaridad. Este lenguaje fotográfico que yo hago tiene que ser construido en este sentido.

–Usted ha formado parte de varias agencias. ¿Por qué creo la suya propia?

– Trabajé muchos años en Sygma, en Gamma, en Mágnum. Pasaba más de la mitad de mi tiempo en peleas administrativas, en relaciones de trabajo que a veces son difíciles. Vi que mi tiempo de trabajar pasaba y preferí dedicar todo mi tiempo a la fotografía y no a un grupo de fotógrafos y a una cuestión administrativa. Cuando abandoné Mágnum estaba como presidente en Europa. Era un cargo mucho más político que de fotógrafo. Por eso puse con Lélia una pequeña estructura en la que yo soy el único fotógrafo y nos dedicamos a mi trabajo.

–¿Usted observa el conjunto de su trabajo como una postura política?

– No sólo la postura de mi trabajo. La postura de la vida es una postura política. La participación del ser humano en una sociedad tiene que ser una participación política, comunitaria. Si llevamos a un verdadero debate al nivel de vecinos, de la calle, del barrio donde vivimos, tenemos un poder de cambio fuerte ante el poder dominante en la sociedad. Si tenemos un comportamiento responsable en la sociedad, podemos ayudar a cambiar el planeta entero. Si no lo tenemos vamos a un desastre.

–¿Quiere seguir de viajero?

–No, quiero sentarme y mirar lo que he hecho en todos estos años. Tal vez he de ser uno de los fotógrafos que más ha viajado. Y quiero hacer yo mismo una edición de este trabajo. No voy a dejar de hacer las fotos pero quiero dedicarme a hacer una lectura de lo que he hecho.

El tiempo ha terminado. Salgado recorre con la vista los árboles junto a la alberca en este hotel en Polanco. Está ansioso por recorrer los murales en Palacio Nacional y de festejar su cumpleaños en Xochimilco. Sean sus temas la polio, los éxodos, la sequía, el hambre, la soledad o la convivencia en medio de la crisis, Sebastiao continuará utilizando su cámara donde lo anime un rostro, una actitud, un paisaje o un gesto.