La Jornada Semanal,  5 de mayo del 2002                         núm. 374
 El fantasma

Eduardo Hurtado

I

Esbeltas, desmedidas,
rampas al cielo
tocadas por el rayo,
las torres se desploman
en medio de un estruendo portentoso.
Gloriosas, eminentes,
robadas por el polvo se aparean
en un solo fantasma.
 

II

En la clásica escena,
frente al ojo inmutable del fisgón,
las torres humilladas
entregan sin pudor la horizontal.
Repentina, certera,
la otra falange se desliza
en su volumen cristalino
como en unas albercas generosas
–y una niebla de añicos se desplaza:
filamentos de acero,
telilla de cristal,
cutículas, membranas,
menudencias de yeso y de papel.
Basuramientos,
reconfiguraciones:
las áreas de fumar
y las de no fumar,
los salones de juntas,
el cuchitril de la intendencia
y los resguardos del tesoro
simple y súbitamente se amasijan
en un solo caudal.

Experto en simulacros,
el paladín de la historieta llega tarde
a vestir el atuendo indispensable
para poner a salvo a los efímeros:
dueños del cuerpo que jamás tuvieron,
se entregan al vacío,
absurdamente caen,
se desintegran
sin tiempo alguno para recordar

el día más hermoso de sus vidas.
Hundido en el cascajo,
un timbre pertinaz
se desgañita sin respuesta.
La cámara, muy lejos de la escena
inconveniente,
se niega a registrar
la lenta defunción de los caídos.
(Nadie quiere aceptar
que los verdugos,
aunque no salgan casi en las pantallas,
tienen peines también,
seres queridos,
leyendas
y canciones.)
III
En Central Park
el otoño ejecuta sus faenas;
absorto en sus rutinas,
octubre ya reparte
su encarnado pigmento entre las hojas.
Ante la espesa cauda
del Hudson indolente,
un sol venido a menos
corrige el escenario
de la hermosa ciudad iluminada.
Y en la manzana enorme
un vacío flamante
prepara la llegada
de un resplandor mayor.
IV
El fantasma
de las torres gemelas
es más alto
que las torres gemelas.
Y sus mentidos huesos
(escritura instantánea
sobre un espeso manto de cenizas)
son un mensaje postergado,
un ideograma del absurdo.