Jornada Semanal, 5 de mayo del 2002                       núm. 374

EN TORNO A LA POLÍTICA EXTERIOR

El último canciller mexicano que gozó de la desconfianza del Departamento de Estado fue Bernardo Sepúlveda. Su decidida participación en los grupos de Contadora y de Río de Janeiro, y su talante negociador, pero firme y fiel a los principios de nuestra política con el gigantón del norte, lo pusieron bajo estrecha vigilancia de los servicios de inteligencia imperiales. Vinieron después Salinas y Zedillo, el estilo (en la diplomacia, las formas son el fondo) se despostilló y fue degenerando hacia la total sumisión del gobierno actual. Es claro que el señor Bush es un político de la escuela del gran garrote, pero no olvidemos que su señor padre y el terrible Mr. Reagan pertenecen, también, a la familia de los halcones. La última paloma de la presidencia imperial fue Mr. Carter, pues Mr. Clinton combinaba los vuelos feroces del halcón con algunos zureos colombinos que la mayoría republicana acallaba con un manotazo.

Nuestros asuntos con el imperio casi siempre se solucionaban (sic) con una guerra, una invasión, un dumping, una andanada de calumnias en la prensa y en los medios en general o, en el mejor de los casos, un apoyo económico que nos permitía salir de los desastres provocados por la ineptitud, la corrupción y la prepotencia de los gobiernos priístas y que, a la postre, nos resultaba onerosísimo, tanto en el aspecto financiero como en el moral que, en mi opinión, tiene una importancia gigantesca, pues repercute en la problemática de la autonomía, la independencia y la libre determinación. Los deudores inveterados desarrollan una actitud genuflexa y, al perder la vertical, se convierten en turiferarios y en peones intercambiables. Se atribuye a Foster Dulles esta declaración pavorosamente cínica: “Sí, de acuerdo, Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.”

La política exterior mexicana tuvo, a lo largo del siglo pasado, una línea muy clara y una notable coherencia. Los hitos de esta postura fueron el apoyo a la Etiopía invadida por los superarditti del señor Duce, en la Liga de las Naciones; la defensa de la legalidad republicana en España; el asilo otorgado a todos los perseguidos de este mundo: republicanos españoles, gitanos, judíos polacos y ucranianos, casi todos los intelectuales guatemaltecos, cubanos y peruanos; Sandino, Gallegos, Bosh, Castro, el Che Guevara, Haya de la Torre; brasileños y miles de argentinos, chilenos, uruguayos, venezolanos, nicaragüenses, colombianos... Debemos recordar otros momentos brillantes: la ruptura con la Unión Soviética provocada por la invasión a Finlandia; la negativa a la orden imperial de expulsar a Cuba de la oea y de romper relaciones con el régimen de Castro (la Doctrina Estrada, el Presidente López Mateos y el embajador Vicente Sánchez Gavito, son las figuras principales de esta defensa del orden interamericano que nos costó sangre de jitomates bloqueados y de pacas de algodón detenidas en la larga y trágica frontera). Estos botones son una buena muestra de una línea de política exterior que siempre nos enorgulleció a los que pertenecimos al cuerpo diplomático. (Aquí, entre paréntesis para evitar la confesión, la autobiografía o el desahogo, quiero recordar los motivos de mi salida de Relaciones Exteriores: en una reunión de embajadores celebrada en Bruselas, me atreví a estar en desacuerdo con el presidente Salinas en aquello de nuestra entrada al primer mundo y de la notable mejoría del ingreso per capita. En esos años era embajador en Grecia, Chipre, Líbano, Rumania y Moldova. Después de que hablé sobre los contrastes socioeconómicos abismales y la creciente riqueza de las clases política y empresarial, Salinas subió a la tribuna para decir que, en contra del punto de vista del embajador en Grecia, militaba la opinión de millones de mexicanos beneficiados por el “liberalismo social”. Unos meses más tarde el señor Rebolledo fue el encargado de cumplir la venganza del señor Salinas. Primero me mandaron a Puerto Rico como Cónsul General, cosa que agradecí, pues quiero mucho a la isla y a su literatura y, más tarde, me remitieron al pasillo de la Secretaría. Preferí adelantar mi jubilación y, de ese modo, acabó una carrera de diplomático de ídem. Bueno, esa fue una más de las muchas expulsiones... y espero que sea la última.) Genaro Estrada, don Manuel Tello, don José Gorostiza, Torres Bodet, García Robles, don Jorge Castañeda, Bernardo Sepúlveda, Manuel Tello, el Embajador Téllez y Vicente Sánchez Gavito son, matiz más matiz menos, los artífices de esa política que, en general, supo combinar la sensatez con la defensa de los principios y el ánimo infatigablemente negociador. El mismo don Antonio Carrillo, a pesar de sus conocidas simpatías por el imperio, respetó esos principios. En el extremo de la incondicionalidad se ubican Ezequiel Padilla y el actual secretario de Relaciones. Es claro que los responsables directos son los presidentes, pero el estilo y la actitud de los secretarios influyen de manera importante en el mantenimiento o la ruptura de la línea.

Los Estados Unidos han actuado, en las relaciones con Latinoamérica, como cualquier imperio, pues han sido golpeadores, amenazantes, corruptores e injerencistas. Sin embargo, debemos recordar los esfuerzos desplegados por algunos de sus presidentes para mejorar y hacer más justas y honestas las relaciones con América Latina: El panamericanismo (muy relacionado con la segunda guerra mundial. El pato Donald, Pancho Pistolas y Pepe Carioca representaban esa problemática fraternidad) y la Alianza para el Progreso que intentó un new deal con los americanos de segunda. Lo demás son la guerra contra México y sus tremendas consecuencias territoriales; las invasiones a México, Cuba, la República Dominicana, Panamá, Puerto Rico, Nicaragua, Grenada, y las intrigas y maniobras coordinadas por la siniestra cia en el resto del subcontinente (la intervención en Chile, la mano asesina del premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, y el apoyo a los gorilas de la operación Cóndor, deben ser objeto de un estudio a profundidad).

Nuestra política con los Estados Unidos siempre se basó en las negociaciones y en la actitud digna de nuestra Secretaría. De esa manera nos ganamos el respeto de algunos funcionarios estadunidenses, de los intelectuales y de amplios sectores de las clases medias y populares. Presiden este apoyo el ejemplo señero de Thoreau, que se opuso a la injusta guerra contra México, y los testimonios de intelectuales y artistas como John Reed, Odetts, Wilder, Vidal, Sontag, Mailer, Chomsky, Copland, Burroughs, Ferlingueti y Williams, entre otros.

Nadie pretende que se actúe alocadamente en el campo de las relaciones con Estados Unidos. Lo único que se puede pedir es que se exija el respeto que nos merecemos como país independiente. Para lograrlo debemos negociar con dignidad y con una clara actitud de defensa de nuestros derechos.

Otra cara del problema es el de los trabajadores indocumentados. Su situación clama al cielo y a la tierra y exige la intervención de todos los organismos dedicados a la defensa de los derechos humanos. En fin... algo más enérgico que el patético programa navideño del “Bienvenido paisano”. ¿Cómo decirle bienvenido a alguien que no tiene existencia real? He aquí un problema para don Martín Heidegger. Debemos, por otra parte, reconocer que, en medio de los tumultuosos comentarios sobre el telefonema fatal, pasó casi inadvertido un logro importante de la Secretaría de Relaciones Exteriores que consistió en liberar los envíos de dinero de nuestros braceros a México de las feroces comisiones cobradas por los insaciables intermediarios. Algunos de ellos, que deberían estar en Almoloya, exigían el pago de un dólar por cada siete.

El 22 de abril, frente al aparato de televisión y escuchando el estrambótico diálogo que mantuvieron los jefes de estado de Cuba y de México, pensé en 2001, la película de Kubrick, y en la recurrencia del fémur asesino. Me quedó en los oídos el eco de la mendacidad, de la astucia sin límites morales y de los balbuceos y la prepotencia gerenciales. Como ciudadano mexicano pensé en los ciudadanos de Cuba y en que, en ese día, ambos constatamos que la política se ha alejado por completo de la ética. Los demócratas debemos abrir los ojos, pues los Lepenes, ante la abstención de los liberales, los errores y los conflictos internos de la izquierda, están ya, como el tigre de Giraudoux, rondando las puertas. 
 

Hugo Gutiérrez Vega
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