Convirtieron el Toreo en una sucursal de su
laboratorio sonoro de Londres
Chemical Brothers ofreció un viaje electrónico
de introspección musical
Ante 9 mil jóvenes, el dueto británico
demostró pertenecer a un género único y especial
Apoyados en pantallas gigantes mostraron bizarras
imágenes hipnóticas de travesías ácidas
JUAN JOSE OLIVARES
Chemical Brothers, esos hermanos alquimistas contemporáneos,
trasladaron su laboratorio sonoro de Londres al Toreo de Cuatro Caminos,
la noche del martes. Ante aproximadamente 9 mil jóvenes mostraron
un espectáculo acústico-visual y confirmaron que no son una
agrupación que pertenezca a género o corriente alguna, sino
que a lo largo de 10 años su arte nuevo se ha afincado como único
y especial.
Fueron menos de dos horas de su presencia, pero suficientes
para volatizar a través de beats vivos, y casi palpables, la energía
acumulada de chicas y chicos adoradores de golpeteos sonoros que, estridentes,
convidaron a una catarsis colectiva.
Sin
duda valió la pena el alto costo monetario por entrar al concierto.
Bueno, a algunos sólo les costó el esfuerzo de saltarse y
colarse como ratones por un hoyo ubicado en la parte alta del domo; la
oscuridad fue su aliada. No importó el modo, el chiste era presenciar
a los que muchos llaman "el grupo electrónico más punk".
El concierto fue, aparentemente, como cualquier otro,
sólo que los Chemical Brothers sustituyen las guitarras, los bajos,
las baterías y los teclados por cajas de ritmos midi, samplers,
secuenciadores analógicos y sintetizadores, juguetes que no servirían
de nada si no "existiera la imaginación", la cual hizo volcar a
más de tres cuartos de seguidores que corearon, brincaron, bailaron,
viajaron y fumaron (nunca falta). Esta nueva banda formó un ente
vital de nueve mil cabezas, el cual rindió pleitesía a otro
formado por dos: los músicos Tom Rowlands y Ed Simons.
En enormes pantallas se proyectaron imágenes bizarras,
hipnóticas, viajes ácidos, figuras religiosas, aves, caballos
y cuerpos en siluetas. Fueron los Chemical cuerpos plásticos que
relataron a través de su acústica la historia de una ideología
cotidiana para los jovenes, es decir, el control y descontrol de sus rutinas
y la sensación de diversión continua.
El festejo lo iniciaron la pinchadiscos diyéi
Data (que pertenece al colectivo Nopal Beat) y James Holdroy, poniendo
unos buenos platos de tech house que invitaron al desenfado. La promoción
en la parte de afuera del inmueble de las estaciones Radioactivo, Radical,
Alfa, Orbita y del programa Much Music de Canal 11 provocaba una
anarquía acústica.
Pasadas las 10 de la noche las luces se apagaron por completo
y una pantalla circular se colocó frente a la multitud para dar
inicio a la revuelta auditiva. El impresionante juego de luces y las imagenes
proyectadas en dos pantallas cuadradas indicaron el inicio. Los gritos
lo confirmaron. Ed Simons y Tom Rowlands aparecieron y comenzaron a escucharse
sus piezas más representativas, mezcladas no por sus aparatos midi,
sino por sus figuraciones futuristas, algunas acompañadas de dulces
voces pregrabadas, como la de Beth Orton.
¿Qué más se puede decir del show
visual que acompaña a las creaciones de los Chems? Fue una auténtica
instalación donde las luces estroboscópicas destrozaron muchas
retinas. Más que concierto fue un viaje de introspección
general, que invitó a unirse (Come with us, Ven con nosotros),
a reflexionar sobre el origen de la música (It began in Africa,
Comenzó en Africa), al desmadre (Out of control, Fuera de
control), a la no mediatización (Hey boy, hey girl),
a su influencia inmediata: el rock (Star guitar), a la brillantez
juvenil (Got glint?), o la simple respuesta inmediata de la música
(Music: response).
Chemical Brothers enseñó su corazón
por medio de imágenes ruidosas en un concierto memorable, que hubiera
sido mejor si los organizadores no hubieran impedido el trabajo de los
reporteros gráficos, que poco pudieron captar de este verdadero
espectáculo de arte actual.