Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 2 de mayo de 2002
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Política

Carlos Martínez García

ƑQué tanto es tantito?

Una vez que fracasó su intento de negar que en México hubiera casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes católicos, las cúpulas clericales y círculos de opinión cercanos a ellas se dieron a la tarea de ningunear el asunto. Reconocieron que la pederastia sí existe entre los clérigos, pero que era mínima y que, además, también tenía lugar en otras confesiones religiosas.

Ahora todo lo quieren reducir a unos cuantos casos aislados. Incluso los que antes dijeron que no había cifras respecto de curas pederastas en nuestro país salen con que los números son pequeños y aun muy inferiores a los de otros sectores donde se perpetran ataques sexuales contra menores. Afirman voceros y apologetas del Episcopado Mexicano que el escándalo se debe más a los medios que a una alta incidencia en conductas abusivas de los sacerdotes. Llaman a contrastar el -para ellos- insignificante número de curas paidófilos con la gran cifra de quienes desempeñan su vocación sacerdotal de manera correcta. En fin, que el candente tópico quieren reducirlo a problemas personales de algunos abusadores de infantes que deben ser auxiliados para retornarlos al buen camino.

Respecto al número de casos en México, distintos medios impresos y electrónicos han comenzado a documentar las dolorosas experiencias de menores que fueron atacados sexualmente por clérigos católicos. En las últimas dos semanas Católicas por el Derecho a Decidir ha recibido "doce denuncias de abuso sexual de sacerdotes y religiosos católicos contra mujeres" (nota de José Antonio Román, La Jornada, 30/05/02).

ƑCuántos casos de pederastia, abuso y violación de mujeres son necesarios para que los burócratas clericales consideren que ya se acumuló un buen número y que el asunto merece su atención? Si la cuestión en Estados Unidos, y después en el Vaticano, causó resquemores en las altas jerarquías católicas fue porque los medios le dieron amplia cobertura al medroso modus operandi de los dirigentes católicos estadunidenses y de Roma, quienes conociendo de los abusos encubrieron a los delincuentes y con ello les dieron impunidad eclesial para seguir cometiendo sus prácticas sexuales.

No es asunto menor que la Iglesia católica de Estados Unidos ha debido pagar cerca de mil millones de dólares en indemnizaciones o arreglos extrajudiciales con las víctimas. Cuando el tema tocó las arcas de la institución se prendieron los focos rojos en la jerarquía. De la misma manera, en México el tópico se halla en la opinión pública por los trabajos de una prensa que ya le perdió el miedo a la Iglesia católica, último reducto del secretismo renuente a la rendición de cuentas en una sociedad que crecientemente las exige.

A diferencia de lo que estiman los jerarcas clericales en nuestro país, "unos cuantos casos de abuso" sí son muy importantes y revelan que la organización interna de la Iglesia católica es en buena medida incompatible con la democratización cultural que avanza en México. Pero esa incompatibilidad no es de ahora, o de los últimos 50 años, ni siquiera del último siglo. Viene de mucho más atrás.

En el siglo xvi, cuando irrumpió ese fenómeno religioso, político, económico y cultural que se conoce como la Reforma protestante, la Iglesia católica fue cuestionada en muchos flancos. Uno de ellos, que por nuestro tema subrayamos, fue el de si las autoridades políticas estaban obligadas a obedecer los dictados del Papa. Martín Lutero, en su Discurso a la nobleza alemana, consideró que la voluntad papal no tenía por qué seguirse cuando estaba demostrado que el obispo de Roma actuaba contra lo establecido por la que debería ser la única norma de fe y conducta para los cristianos, la Biblia.

El reformador alemán desarrolló una teología política que distinguió la esfera religiosa de la civil, con su propia lógica cada una, a la que se conoce como la doctrina de los dos reinos: el espiritual y el político. Además Lutero y sobre todo otros reformadores más radicales redescubrieron el principio llamado sacerdocio de todos los creyentes, que desembocó en una práctica desclericalizadora, veneno letal para Roma y su vida eclesial centrada en los sacerdotes profesionales.

El Concilio de Trento (1545-1563) fue un cónclave intermitente, que se dedicó más a combatir doctrinalmente las reformas protestantes/evangélicas que a examinar los evidentes excesos clericales que originaron los movimientos reformadores. La Iglesia católica refrendó, y hasta amplió, su verticalismo y noción de que los sacerdotes pertenecen a un orden sagrado en el cual las autoridades civiles no deben intervenir. En términos doctrinales el catolicismo sigue reivindicando la idea de que los gobiernos debieran estar al servicio de las enseñanzas éticas que emanan de Roma. Mientras las sociedades van en otra dirección, en la de reconocer las esferas de acción primaria de cada institución, si una de ellas -las Iglesias- transgrede derechos ciudadanos, tiene que vérselas con las leyes sin fuero alguno que valga.

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