Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 27 de abril de 2002
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Economía

Marcos Roitman Rosenmann

Los aristócratas de las transiciones

Es común toparnos con una serie de barones políticos cuyos títulos emanan de una apropiación ilegítima de los cambios sociales post dictaduras u órdenes autoritarios. Su pedigrí de líderes de la transición, de notables defensores de las libertades se ganan en la trastienda de los procesos políticos, por no decir sus cloacas. La fisonomía de estos aristócratas guarda relación con la forma en la cual se produce el llamado proceso de transición, pudiéndonos cuestionar el carácter democrático de los cambios sociales post tiranías dado su alto nivel de protagonismo.

Efectivamente, cuando los límites y alcances de las reformas han sido pactadas y convenidas bajo cuerda sin la participación social de la ciudadanía, no hay ruptura democrática. Esto puede incluso producirse con derrotas electorales en órdenes políticos con un partido hegemónico. Si existe una aristocracia configurada durante el periodo de crisis orgánica, la transición resulta ser un maquillaje para incorporar nuevos miembros a una elite política deteriorada y deslegitimada por la forma de ejercicio del poder político.

Tal como señaló en las cortes constituyentes de la monarquía española (1978) Manuel Fraga, ex ministro de la dictadura de Francisco Franco, en la actualidad presidente de la Xunta de Galicia: "sólo se reforma aquello que se quiere mantener". No resulta extraño que fuese el propio Fraga quien otorgara el visto bueno a Felipe González y a Santiago Carrillo para pasar a formar parte de los aristócratas de la transición en España presentándolos en los círculos de poder del franquismo tardío. Así se produce una amalgama entre ex miembros de las dictaduras o regímenes autoritarios y los nuevos iniciados. Aquellos que adquieren su título por actos de última hora o por viejas hazañas. Por consiguiente, unos deben su reconocimiento a declaraciones oportunas cuyas consecuencias son un tirón de orejas por parte del poder dictatorial. Ello les pone en el candelero permitiéndoles disfrutar de un protagonismo rentable al ser considerados hombres de la transición. Hay otros, los populistas, que ejercen de defensores de los trabajadores en despachos de abogados y se vinculan a la acción sindical. Tienen un contacto más directo con los problemas del mundo laboral y sindical-político. Ganan fama por su dedicación considerada "altruista". También están los osados, aquellos que llegan a participar en manifestaciones o en campañas públicas de defensa de los derechos humanos por ejemplo. Actitud noble, posteriormente utilizada para avalar comportamientos antidemocráticos bajo el pretexto de "yo fui" o "yo estuve". Siempre con el yo por delante. Existen quienes adoptan una personalidad popurrí. Aparecen en los debates, los espacios públicos, las universidades, los foros, conferencias y congresos. Acompañados de un séquito de aduladores se autocalifican teóricos de la transición o los intelectuales del proceso democrático. Suelen trasformarse en consejeros del reino. Por último están aquellos que se "retiraron a tiempo", es decir, participaron de las atrocidades y violaciones de derechos humanos de los regímenes dictatoriales o de partido hegemónico, pero ahora lo critican manteniendo una actitud distante y actuando como mediadores. Se envuelven en un manto de "respeto" justificado al haber abandonado el barco en plena travesía o antes de que se hunda. Entre todos forman sociedades o grupos de presión. Los nombres que adoptan pueden responder a la zona donde se reúnen, al número de sus miembros o invocar una efeméride nacional relevante. Constituyen parte de una elite en la cual funcionan las redes familiares y de poder. Se conectan entre ellos de manera horizontal. Su procedencia político-ideológica resulta fútil, su unión es producto de vínculos donde resaltan las fidelidades personales o los intereses comunes por ganar el protagonismo y convertirse en los líderes de la transición.

En este sentido quisiera diferenciar las prácticas descritas como declarar, manifestarse, defender las libertades y ejercer la crítica, en tanto poseen un valor intrínseco en la lucha por la democracia, de su instrumentalización por individuos sin escrúpulos que se enquistan apropiándose de organizaciones, partidos o movimientos para realizar sus mezquinos proyectos personales. Realmente no luchan por el establecimiento de un orden democrático, su objetivo es acceder a los espacios de poder público para ejercerlos despóticamente. No poseen vocación democrática, sólo pretenden adueñarse de la transición con fines espurios.

Es el protagonismo de estos aristócratas de la transición lo que eclipsa procesos sociales trastocando la historia política de las luchas democráticas en biografías personales de sufrimiento y heroicidad de nobles caballeros. Con estas cartas se erigen en representantes de la sociedad. Son secretarios generales, presidentes o miembros destacados de las direcciones nacionales de partidos políticos. Cuando no responden a militancia partidaria específica, como aristócratas, son coptados para cargos de alta responsabilidad, siendo nombrados ministros, miembros de comités de excelencia, de organismos nacionales o internacionales. De esta forma copan todos los frentes emanados de la actividad política y reproducen sus criterios de actuación en cada uno de ellos. Lentamente salen a la superficie los motivos reales por los cuales estos aristócratas de la transición deciden participar en la acción política. Más allá de sus egos y de sus fantasías de poder, cuestión que comparten en su totalidad, les es común su afán de lucro y de enriquecimiento rápido. Sus expectativas no tienen límites. Van desde un chalet nuevo a un coche deportivo, a poseer un avión, un yate o a viajar a países del entorno. Comprar muebles en Marruecos, visitar Nueva York, comer en París, cenar en Los Angeles o dar conferencias en San Francisco y California. Esta forma de vida requiere de ingentes cantidades de dinero. Su obtención se realiza privatizando los bienes públicos. La corrupción comienza a extenderse y se generaliza. El uso privado de los bienes públicos se convierte en una danza de privatizaciones. A cambio, los aristócratas de las transiciones reciben comisiones, viajes y regalías una vez terminados sus mandatos para evitar escándalos. Cuando sale a la luz alguna causa por corrupción todos corren a negar sus vínculos y dejar al pairo al afectado. Lo más destacable es que con el paso del tiempo estas aristocracias se han reconvertido en las actuales oligarquías que rigen los destinos de la mayoría de los países de América Latina y, desde luego, de España.

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