Jornada Semanal,  7 de abril del 2002                                núm. 370 
Marco Antonio Campos
Juan José Arreola

En un café de Viena, hacia finales de 1989, Eduardo Galeano me dijo que Arreola le parecía un Borges menor; no lo has leído bien, repuse. Cuando lo volví a ver en Montevideo en junio de 1992, Galeano había corregido su opinión.

Digo esto, porque en los años de mi adolescencia y juventud pensé exactamente lo mismo que Galeano. Lo que me acercó en un principio a la obra fue leer con nuevos ojos esas prodigiosas brevedades que reúnen en un volumen tres breves libros: Bestiario, Los cantos de Maldolor y Prosodia. Me pareció descubrir buen número de piezas de purísimo oro pero que debajo del brillo dejaban ver el desgaste del corazón y la desdicha desgarrada de un alma golpeada por el desamor amargo. Brevísimos textos que, como los de Torri y Monterroso, escondían debajo otro texto o subtexto con recados secretos y terribles. Más tarde se me reveló en todo su colorido popular y desventura histórica, su novela polifónica La feria, el libro arreoleano preferido de Hugo Gutiérrez Vega, con sus petardos relumbrantes destellando en el cielo de Zapotlán y con su grupo de personajes tiernamente irrisorios como el médico estafador, el abogado usurero, el demente cornudo, la lenona múltiple, el tendero, el cohetero, Pancho el Cantor, la poetería popular anónima, la poetisa que deslumbró más al Ateneo local por sus encantos corporales que por sus habilidades artísticas, el cerero y su hija.

He escrito antes dos ensayos sobre Arreola; hoy quisiera recordar algunos momentos queribles compartidos con ese personaje único que fue él. Pese a haberlo visto algunas veces anteriormente, creo que Arreola empezó apenas a relacionarme con mi nombre hacia 1985, cuando la unam y el inba le organizaron unas jornadas de homenaje. (La iniciativa fue de René Avilés Fabila). Ya para entonces había leído, cada vez con mayor gusto y asombro, sus breves libros y quería conversar con él para incluirlo en un libro de entrevistas. Pero entrevistarlo fue para mí de lo más difícil y jocoso. No era fácil atraparlo. O se ponía a jugar ping pong conmigo o me hacía jugar con Orso o me invitaba a acompañarlo a comprar vino a la tienda de abarrotes de la esquina o a ir a alburear genialmente con el carpintero de la vuelta o me hablaba off the record de sus encuentros con Borges, de las atrocidades etílicas del Indio Fernández, de la manera cómo Juan Rulfo contaba las palabras como si contara las oraciones del rosario o me recordaba con gracia anécdotas vividas con varias de las mujeres que amó. Más en serio que en broma, me dijo que ya había llegado a la concisión verbal extrema y que su último texto se reducía a dos frases: "La última vez que Borges y yo nos encontramos ya estábamos muertos. Para distraernos, Jorge Luis se puso a hablar de la eternidad."

Yo lo seguía a través de la casa y a lo largo de la calle con la grabadora en mano. Fue una suerte que ocurriera ese desorden divertidísimo: pude regresar varias veces a su casa y comenzó a simpatizarme enormemente el personaje.

Yo recordaba que siete años antes, en noviembre de 1978, el Canal 13, a través de Miguel Capistrán, había traído a Borges para una serie de tres conversaciones con Arreola. Una de ellas se verificó en la Capilla Alfonsina. Telefoneé a Alicia Reyes para que me permitiera asistir. "Borges es realmente el único escritor que he querido conocer", le dije. Recordaba a Elizondo, que luego de estar con él en 1973, me dijo: "Es como conocer a Goethe."

Para mi buena estrella, en uno de sus clásicos desplantes, Arreola demoró su llegada cosa de cinco horas, lo cual aproveché para conversar con Borges. Para mi doble buena estrella, pese a que había periodistas e invitados, nadie interrumpió. Sólo María Kodama nos acompañaba como una presencia silenciosa y mágica. Frente a nosotros Felipe Ehrenberg hacía dibujos. Recuerdo esa larga conversación, o más bien, ese prolongado monólogo de Borges, como uno de los bellos momentos de mi vida intelectual, o más preciso, de la vida. Pero los programas grabados jamás se transmitieron. Cuando le pregunté a Arreola en esos días de 1985 en su casa de Río Guadalquivir el por qué de la suspensión, bajó la cabeza un poco teatralmente, y con un aire resignado, me dijo en voz baja: "Hijo, pasó lo de siempre: no lo dejé hablar."

Recuerdo otro momento en que tuvo un guiño magnífico. En febrero de 1986, Martha Dueñas organizó en su casa del Pedregal una cena de cumpleaños a José Luis Cuevas. Al entrar, me encontré de frente con Arreola. Nos saludamos como si estuviéramos actuando en escena, y le dije: "¿Cómo está el mejor prosista de la lengua española?" Me vio con esa picardía muy suya y alzando la mano derecha hacia un hipotético sur, repuso: "Todavía no ha muerto aquél." Ese aquél era desde luego Jorge Luis Borges.

Volví a convivir varios días con él en noviembre de 1993 en varias ciudades de Bélgica durante las jornadas mexicanas de Europalia. Daniel Leyva, agregado cultural en Bruselas, y Bernardo Ruiz, director de literatura del inba, me invitaron. Sin duda las mesas redondas tuvieron un elevado nivel intelectual de discusión pero hubo una clara injusticia. La inauguración de las jornadas literarias corrió a cargo de Carlos Fuentes y la clausura de Octavio Paz, pero Arreola recibía el mismo trato que cualquiera de los otros participantes, sin duda muy valiosos: Sergio Pitol, Eraclio Zepeda, José Agustín, Margo Glantz, Homero Aridjis, Carlos Monsiváis, Ulalume González de León, Alberto Ruy Sánchez, Juan Villoro. Sin embargo a algunos nos parecía que Arreola, el mago verbal que admiraron Borges, Bioy y Cortázar, merecía por su obra perfecta y por los setenta y cinco años de su edad, un trato a la altura de su arte. Conversé con varios de los escritores pero sobre todo con Eraclio Zepeda y José Agustín. Nos pusimos de acuerdo para darle en todo momento y en toda mesa el sitio que merecía. Me enorgullece pensar que así lo hicimos, y que aun en la última sesión, Laco Zepeda seguía contando historias amenas y coloridas, para hacer tiempo y permitir que llegara un demorado Arreola a clausurar, al menos simbólicamente, las jornadas donde tanto brilló.

"El hombre es una nube de la que el sueño es viento", dijo Cernuda. Como ese sueño –ese viento– que borró la nube pasó Juan José Arreola, que en el escenario lúdico de su obra armó una puesta en escena mágica, donde consiguió convencernos que el ilusionismo era la verdadera vida.



Ana García Bergua


Oración contra
calamidades y accidentes

Yo te conjuro, oh miasma que provoca accidentes y males, para que dejes de poner en mi camino automóviles que cruzan y piedras donde me rompa el pie. Viento lleno de cosas contundentes, por favor aléjate de la ventana de mi vida, y que deje yo de toparme contra la materialidad de los objetos de modo tan doloroso. Por San Apolonio el mártir torpe y por San Pantaleón el hablador, aléjate ya, aliento chocarrero, que bastante tengo ya con andar enyesada seis semanas. Entiéndelo de una vez: las cosas son para estar en su sitio, no en el camino de las personas. Y aléjate ya también de mis amigos cuarentones y cincuentones, tan llenos los pobres de achaques diversos. ¿No te conformas acaso con nuestros lamentos, nuestras quejas por no ser ya unos mozalbetes ágiles y raudos, de los que llenan sus pulmones de humo alegre y juguetón, y sus estómagos de alcohol ardiente y manjares condimentados?, ¿no te parecen suficientes nuestros tropiezos constantes, los olvidos cada vez más frecuentes y de consecuencias desastrosas, los viajes al médico cada vez menos espaciados para reparar dientes aterrorizados, ovarios perezosos, laringes tercas y otros órganos que un buen día se niegan a cumplir con su trabajo así nada más, sin siquiera avisar? 

¿Por qué, mal aire, pruebas así nuestra máquina corporal? Ya sabemos que somos frágiles, que nos vamos a acabar, que nuestras piezas se desgastan y luego no hay refacciones, pero no nos lo recuerdes tan seguido; que tantito se nos olvide, que tantito pasemos tres meses sin achaques, que tantito abramos los ojos al despertar sin dolorcillos en la espalda o el costado, sin prisa por ir a la rehabilitación de alguna parte deshabilitada por un mal paso o un arranque de entusiasmo extemporáneo, que el espejo no nos recuerde tantas cosas que a estas alturas hasta nos sacan una que otra lágrima. Ya toda nuestra generación hace ejercicio, y si lo deja le pesa el alma; ya todos dejaron de fumar, de beber (tanto), ya sólo pocos se desvelan o andan de noche buscando amores. Ya nadie se atreve a drogarse, si no es para dormir como angelitos buenos. ¿Pues qué no es eso bastante para ti? Oh miasma similar a las del antiguo Veracruz, que nadie veía y todos respetaban como al mismísimo Altísimo: si alejas de nuestras vidas tus ventarrones en los que vuelan objetos de todo tamaño y calamidades de índole tan variada, prometemos hacer dieta, trabajar mucho, ya no ser tan temerarios, ver por dónde andamos, frenar en cada esquina y atendernos pronto las bolitas, dientes flojos, resequedades absurdas y torzones que nos mandas como aviso de que los treinta no son eternos, los veinte, menos, y los cuarenta, tampoco.

(Recítese esta oración cada tercer día, dirigiéndose a una ventana abierta de lado y de lejitos. Tómense después varios vasos de agua, que nunca están de más, y mucha vitamina E. Ponga flores blancas en su mesa de noche junto a sus pastillas, sus puentes dentales y el ungüento de su preferencia, y por favor, fíjese muy bien en qué pisa, dónde y con quién.) 
 
 

[email protected]


Naief Yehya


Entrevista con Ralph Shoenman (VI y final)

El pueblo es un gigante dormido
–Desviándome un poco del tema, ¿tiene alguna teoría acerca del otro avión que cayó sobre Nueva York el año pasado, el vuelo 587 con dirección a Santo Domingo?

–Creo que cayó debido a que utilizaron materiales que comprometieron su seguridad. Parece que todo mundo está de acuerdo en esto. Entiendo por dónde va la pregunta pero no estoy en una posición de dar otra explicación. Aunque todos tenemos dudas. De hecho, hablando de aviones podemos mencionar otras inquietudes. Por ejemplo, en los manifiestos de los pasajeros de los aviones que fueron secuestrados el 11 de septiembre no aparecen los nombres de los supuestos secuestradores; es más, no hay un solo nombre árabe.

–Sí, sabía esto. ¿Qué pasó ahí, las purgaron?

–No tiene sentido. Más tarde dirán que el FBI no quería que estos nombres se hicieran públicos. Pero es un procedimiento estándar, cuando tienes el manifiesto de pasajeros de un avión tienes que enumerar todos los asientos pagados. A menos de que sepas por adelantado que vas a quitar algunos. También ha habido expertos que han ofrecido evidencias de la tecnología que permite controlar aviones a control remoto y dejar a los pilotos sin comando alguno. No sabemos realmente cómo se estrellaron estos aviones en los edificios. Esa es un área en la que hay muchas evidencias contradictorias. Y hay bastantes reportes de ingenieros, incluyendo algunos que trabajaron en la construcción de las torres, que no pueden entender cómo éstas se cayeron. Esos dos edificios cayeron sobre sí mismos como sucedería en una operación de demolición. Cuando se demuele un edificio en medio de una ciudad lo haces caer en sus propios cimientos y eso es una ciencia que requiere de la disposición de explosivos en distintos lugares estratégicos de su estructura, lo cual no es compatible con un avión que se estrella contra la parte superior de un edificio, aun si el combustible arde. Hay muchas preguntas y mucha evidencia científica que no es compatible con la versión oficial de lo que sucedió el 11 de septiembre.

–¿Cree usted que quien hizo esto no se preocupó mucho por ocultar sus huellas?

–No es la ausencia de evidencias lo que nos ha impedido entender estos eventos. Lo mismo puede decirse de los asesinatos de los hermanos Kennedy, de Martín Luther King, de Malcolm X, o las circunstancias del atentado en contra del wtc de 1993. Después de todo, Los Angeles Times, así como otros medios, publicaron la información de que todos los planes del primer atentado contra el wtc estaban en manos del FBI. Uno puede ir ensamblando la información de aquí y de allá, pero el problema es que en su mayoría los medios de comunicación estadunidenses pertenecen y son controlados por grandes corporaciones.

–¿Qué piensa del ambiente belicoso y la mentalidad guerrera que dominan hoy en Estados Unidos?

–Por supuesto, hay un chauvinismo y belicosidad orquestados. Pero entre los trabajadores hay un gran cinismo y escepticismo al respecto de lo que dice el gobierno. La gente no puede entender que las agencias de inteligencia no pudieran anticipar lo que sucedió. Yo le doy mucho crédito a la sabiduría del pueblo y pienso que es un gigante dormido.

–Para terminar, por ahora. ¿No tiene usted miedo de represalias en estos tiempos en que es casi peligroso ir en contra del dogma oficial?

–Yo era muy cercano a Jim Garrison, el ex fiscal de distrito de Nueva Orleans, el único funcionario gubernamental que se atrevió a acusar al gobierno y a la cia de haber participado en la ejecución de John F. Kennedy. A Jim le solían preguntar esto muy a menudo, y él solía decir: "Lo dices todo en cuanto lo sabes y eso es lo único que puedes hacer. Lo que quieres hacer es que paguen un precio político por la represalias que lleguen a tomar, y que de hacerlo sus actos queden asociados con la diseminación de la información." Lo peor que puedes hacer es tener este tipo de conocimiento y quedarte callado, así aseguras que te desaparezcan. Lo mejor es movilizarse, sacar la información y alertar a la gente. Naturalmente, todo régimen represivo trata de silenciar a sus críticos, eso es cierto en toda sociedad en la que la gente expone los crímenes de los poderosos. En 1965 estaba con Malcolm X en Londres. Él había sido envenenado en Acra y en Cairo y sobrevivió. Un amigo mío de Ghana, Kojo Amoo Gottfried, y yo, llevamos a Malcolm X al aeropuerto y en el camino le rogamos que usara un chaleco antibalas. Él respondió: "Un chaleco no serviría, la tarea es movilizar a la población, crear la organización necesaria para que no sea posible decapitar un movimiento al deshacerse de sus líderes." Malcolm fue asesinado en Nueva York. La verdad es que solamente al construir un movimiento y al organizar a la gente se puede hacer que las represalias sirvan para enseñar a la gente la verdadera naturaleza de sus gobiernos. No hay otra manera de resistir que hablar tan claro y tan fuerte como sea posible.
 
 

[email protected]

 
 

 

Michelle Solano
El milagro del milagro

Para regocijo y deleite de todos los lectores que gustan del teatro y para quienes tener acceso a textos dramáticos forma parte de su quehacer teatral, ediciones El Milagro significa un espacio y una fuente bibliográfica importante; por supuesto lo es también para los autores, ya que en su acervo lo mismo existen antologías de teatro norteamericano, polaco y mexicano, que ejemplares abocados a una sola obra de algún autor, como La pasión de Peter Nichols, Roberto Zucco de Bernard -Marie Koltès, La puerta del fondo de David Olguín o La huida de Gao Xingjian. Además de mostrar un eclecticismo sustancioso y fructífero, los criterios editoriales de El Milagro operan más allá del chovinismo, la camarilla intelectual o las referencias obvias y consabidas que bien podrían formar parte de su catálogo; felizmente se han consolidado como una editorial preocupada por la difusión del teatro contemporáneo sin miramientos nacionalistas, así como por el guión cinematográfico, género que a tantos les cuesta reconocer como literatura.

No conozco, hasta la fecha, más coedición del Milagro, que ésta que ha llegado a mis manos. Coeditada con el Conaculta, la colección La Centena/ Teatro tiene como objetivo fundamental difundir a autores cuya obra es parte imprescindible del panorama de las letras mexicanas. Esta colección comprende: Paisaje interior norte/sur de Estela Leñero Franco; De la calle, del desaparecido Jesús González Dávila; Las adoraciones de Juan Tovar; Feliz nuevo siglo doktor Freud de Sabina Berman y El deseo de Tomás de Berta Hiriart. 

La obra de Estela Leñero encarna el universo femenino a través de dos personajes, Leticia y Maruch, venidas de mundos aparentemente opuestos; la primera es una chola de Tijuana y la otra es una indígena chiapaneca.

De Chucho González Dávila se ha editado la que quizá sea su obra más conocida–cuestión por un lado reprochable si atendemos al hecho de que fue un autor de obras importantísimas y poco leídas, como Ámsterdam Boulevard o Tiempos furiosos–, sobre todo por el montaje que condujera uno de los directores más grandes que ha dado este país: Julio Castillo.

La obra de Juan Tovar es un caso curioso dentro de la dramaturgia nacional; todo mundo habla de ella y sin embargo es poco conocida y claro, poco llevada a escena. Las adoraciones es una obra que muchos han calificado como histórica, que sin embargo ofrece más que una revisión de los sucesos que tuvieron lugar a la llegada de Hernán Cortés, la Santa Inquisición y el sincretismo religioso.

La obra de Sabina, como es sabido, es ya un hito en la cultura de nuestros días; más de un año en cartelera le ha valido numerosos reconocimientos, premios y el gusto del público.

De Berta Hiriart se entrega una deliciosa obra para niños. La historia, conocida por todos, es la de un niño que quiere ser bailarín a pesar de las constantes negativas por parte de su familia (una suerte de Billy Elliot, pero a la mexicana).

Cada una de estas obras pertenece a una corriente, generación o estilo específico de la dramaturgia nacional y es representativa, en buena medida, de la situación que vive el teatro de nuestro país y de la que tanto se ha hablado en este espacio. A pesar de que el esfuerzo es harto encomiable, no puede dejarse de lado la injerencia de Conaculta, institución que opta siempre por el aplauso y el reconocimiento y no por la apuesta aguerrida y audaz de publicar a nuevos autores, aquellos que en los últimos años se han consolidado. Me vienen a la cabeza nombres como Gerardo Luna, Jaime Chabaud, Alejandra Trigueros, Gabriela Ynclán y hasta el del desaparecido Gerardo Mancebo del Castillo Trejo; más allá de que sus obras merecen todo el reconocimiento, la difusión y la oportunidad de ser descubiertas por el lector/espectador, porque de esta manera dejaríamos atrás años y años de pan con lo mismo, de fomentar la idea de que México es un país de una decena o docena de autores "importantes", "dignos" o "de gran envergadura".

Es justo reconocer la labor de Víctor Manuel Mendiola, coordinador de estas ediciones, por el cuidado puesto en cada una de ellas, así como a toda la gente que trabaja en Ediciones El Milagro y que ha logrado que las nuevas generaciones de jóvenes lectores (los pocos que son) se interesen en la lectura del teatro y el guión cinematográfico. A eso, señores, en mi pueblo le decimos estímulo.
 

[email protected]




Javier Sicilia
.
Paul Celan, 
la transfiguración del dolor

Hace tiempo escribí sobre Paul Celan. Algunas cosas, relacionadas con su suicidio acaecido en 1970 y sus poemas, no me quedaban claras. Recientemente, al volver a toparme con la espléndida traducción de Patricia Gola que la Universidad de Puebla publicó en 1987, algo de aquello se me reveló y he vuelto a mis viejas reflexiones para completarlas. 

Todos los que aman la poesía conocen a Paul Celan. Pocos, sin embrago, lo comprenden: cuanto más nos concentramos en sus poemas, la sustancialidad de su lenguaje y de sus paradojas nos lleva hacia las más recónditas zonas de nosotros mismos, donde la oscuridad y la luz desquician toda nuestro conocimiento racional y nos abren al conocimiento poético, que exige de nosotros la atención del contemplativo. 

Paul Celan, anagrama de su verdadero nombre, Paul Anczel, como Ludwik Fleck y Elías Canetti, perteneció a aquellas familias judías de Europa oriental que conservaban el idioma alemán como patrimonio. Chernowitz, en la Bukovina, donde Paul Celan vio la luz en 1920, se halla de hecho a 250 kilómetros de Lwow, ciudad donde nació Fleck y relativamente cerca de la ciudad natal de Canetti, Rustchuk, situada en Bulgaria, a orillas del Danubio y en la frontera con Rumania (el nombre rumano de la ciudad es Ruse). 

Ironía de Dios y desafío de lo humano frente a las barbaries modernas, estos tres judíos, que sobrevivieron al holocausto y a la persecución nazi, renovaron el idioma alemán en el campo de la filosofía de la ciencia, del pensamiento y de la poesía.

Celan estudió en Cherowitz hasta 1938, cuando partió a Francia como estudiante de medicina. Volvió a su ciudad natal al año siguiente para estudiar lenguas romances y literatura. En 1940 Chernowitz fue ocupada por los rusos. Cuando las fuerzas nazis y rumanas tomaron el mando, Celan, junto con sus compatriotas judíos, fue encerrado en un ghetto. En 1942, cuando sus padres son deportados a un campo de concentración, a él lo encierran en uno de trabajos forzados en Rumania. En 1943, al recuperar los rusos Chernowitz, regresa a sus ciudad natal para retomar sus estudios. En 1945 abandona la Unión Soviética y se establece en Bucarest como traductor y lector de una editorial. Ahí traduce a Rimbaud, Valéry, Apollinaire, Michaux, André Bouchet, Shakespeare, Emily Dickinson, Blok, Mandelstam y Essenin. En 1957 viaja a Viena, donde publica su primer libro, y se establece en París donde obtiene su licenciatura en literatura alemana, se casa con Gisèle Lestrange y trabaja como profesor de literatura en la École Normale Supérieure. 

Pese a su exquisita y profunda sensibilidad religiosa, Paul Celan, acabado por la paranoia que la persecución nazi y la muerte de sus padres le crearon, se suicida en abril de 1970.

Aunque estos hechos brutales marcaron el contenido y el desarrollo de su poesía, Celan no fue un poeta confesional. Incluso en su "Fuga de la muerte" que habla de los campos de exterminio nazi, poema del que más tarde renegaría por encontrarlo demasiado realista, "la angustia personal –dice Michael Hamburger– es traspuesta a una imaginería distanciadora y a una estructura musical tan intrincada que una especie de ‘belleza terrible’ se arranca al desagradable tema". De hecho, Celan despreciaba el realismo por ser una imitación, una "baja mimesis", como lo decía Northrop Frye. Lo que buscaba era llegar a la verdad poética que nos abre al asombro de la contemplación del misterio espiritual a través del poema, una especie de transfiguración del dolor mediante la palabra que revela lo inefable. De ahí que considerara sus poemas como "caminos de una voz hacia un tú receptivo", un "diálogo desesperado" y "una especie de regreso a casa". Su poesía, llena de angustia, de oscuridad y de las sombras de la muerte nos abre, en su depuración, a la presencia de lo indeterminado. Detrás de sus poemas, la ausencia de Dios, es su presencia, el dolor, la transfiguración de la realidad en lo inefable. Por ello, sus composiciones más terribles, como "Fuga de la muerte" o "Tenebrae" están llenas, en su horror, de una belleza que nos insinúa la presencia de lo divino. 

No hay, por ello, nada racionalmente comprensible en la poesía de Celan. Su fuerza radica en que, depurando el lenguaje poético hasta su esencialidad más profunda, nos abre a una experiencia de orden poético y espiritual que se halla en las zonas más recónditas de nuestra intimidad. Para gozarla es necesaria una profunda atención, porque la atención, como lo dijo el propio Celan citando a Malebranche, en una de esas escasas veces en que habló públicamente de poesía, "es la plegaria natural del alma".

Sólo con esa atención y una profunda fe en el misterio que nos muestra, su poesía, como un mensaje lanzado al mar de la confusión del mundo en una botella, puede ser recibida. Esa es su grandeza: "una poesía –dice Hamburger– cercana a lo impronunciable porque lo ha atravesado y ha emergido del otro lado."

Tal vez su suicidio, su terrible incapacidad psíquica para soportar lo real, fue la última cifra de su poesía, el gesto desesperado de quien habiendo agotado la transfiguración del dolor en el poema quiso transfigurarlo a través de la muerte. Su suicidio, semejante a los poemas más crípticos de su periodo final, fue la última inscripción poética de la búsqueda de lo inefable en la página de su corporalidad. 

Desesperación ante la respuesta de Dios que tardaba en llegar o atención impaciente por alcanzarlo, su muerte queda como su último poema, el más indescifrable. A veces me pregunto si sus ojos, que se abrieron horriblemente a la oscuridad aquel abril de 1970, ¿contemplaban la esperanza y la desesperanza de lo inefable o acaso sólo el amor de Dios cuya respuesta había resonado oscuramente en sus poemas?

Además opinó que hay que respetar los Acuerdos originales de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el casino de la Selva.


Luis Tovar


EL ARTE INVISIBLE

El domingo pasado se hablaba en esta columna de la ausencia casi total de cine mexicano en la cartelera. Pues bien: es solamente debido a que la Cineteca Nacional exhibe El valor de la amistad, cortometraje dirigido por José Luis Aguilar, seguida de Un mundo raro, la ópera prima de Armando Casas, que no nos vemos en la triste necesidad de quitar el "casi". De estrenos mejor ni hablar, aunque hay una decena de cintas que más pronto o más tarde irán apareciendo, y que son las que se exhibieron por primera vez en la decimoséptima Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara.

El problema es que, en este momento, resulta imposible ir al cine a ver una película mexicana, salvo la excepción ya mencionada. No insisto en el tema por ociosidad, sino porque me parece muy preocupante que algo así suceda. De hecho esta situación no es inédita y, por lo mismo, ya debería haber puesto a pensar a más de uno en la o las formas de darle alguna solución. ¿Usted se imagina una librería donde no se venda ni un solo libro escrito por algún autor mexicano? ¿Se imagina la cartelera teatral absolutamente copada por producciones extranjeras? ¿Ha pensado cómo se verían las galerías de pintura colmadas de obras hechas exclusivamente por artistas nacidos en algún otro país?

Es un lugar común, pero por lo visto hace falta repetirlo: es a través de las expresiones artísticas como mejor puede apreciarse el perfil de una cultura. Y no sólo eso: la presencia, la variedad, la diversidad de tales expresiones viene a ser un indicador de la fuerza que, como grupo social, posee un pueblo. Y eso es algo importantísimo en estos tiempos de globalización y libre mercado, en los que la soberanía económica es una imposibilidad, por lo menos para un país como el nuestro, habitualmente avasallado en el aspecto económico y recientemente doblegado en el diplomático. En otras palabras, ya que nuestros "gobernantes" no han sabido ni querido definir con claridad qué es y cuáles son los límites de esa entidad llamada República Mexicana en lo que respecta a sus funciones, hay que aprovechar que en materia de creación, promoción, difusión y estímulos a la cultura, esos "gobernantes" se encuentran verdaderamente en pañales, para tomar la iniciativa y hacer lo que ellos, por lo que puede juzgarse, no quieren o no pueden hacer.

EL CÍRCULO PERFECTO

Así, como un perfecto círculo, puede definirse la aberración de que un día cualquiera resulte imposible ver una película mexicana en México. Sólo que, a diferencia de la película de Kenovic, de donde tomé prestado el título, el círculo mexicano es perfectamente vicioso. La producción nacional, escasa desde hace tantos años, es incapaz de generar un número tal de películas que permita, por lo menos, estrenar una cada mes. El imcine, metido a productor más por necesidad que por gusto, no ha contado jamás con los recursos suficientes para crear esa masa crítica, y no se le puede culpar por ello. Más bien se le ha criticado precisamente por producir, en perjuicio de las otras labores que debería llevar a cabo y que necesariamente han sufrido descuido. Por su parte, las poquísimas y pequeñas productoras privadas obedecen a sus propios criterios, delineados en función estricta de alcanzar la supervivencia; no pueden darse el lujo de equivocarse más de la cuenta en la elección de qué van a filmar y cuándo lo van a presentar al público, porque en ello les va la existencia misma. Finalmente, la distribución y la exhibición, como hasta el cansancio hemos repetido en esta columna, no tienen otro propósito que ganar dinero metiendo gente a las salas de cine, sin importar de dónde provienen las imágenes en pantalla. Al exhibidor le da lo mismo si la cinta es mexicana o de Timbuctú; si el público va a verla, seguirá programándola una semana y otra más. Salvo la Cineteca, los circuitos universitarios y los cineclubes, el resto de los recintos para ver cine han sido concebidos como negocios, en virtud de lo cual no resulta fácil reprocharles algo que nunca ofrecieron hacer. El caso es que si no hay cine mexicano que exhibir, ¿cómo pedirle a nadie que lo exhiba? De este modo, el círculo se cierra y uno se queda pensando en que el viejo dilema del huevo y la gallina no tiene solución.

Como a tantas otras actividades en México, al cine le falta por lo menos una planeación a largo plazo, que evite de una vez por todas la posibilidad de caer en vacíos como el actual. De lo contrario, seguiremos dependiendo de la suerte que una sola película nacional pueda tener frente a la durísima competencia que suele enfrentar, de la buena voluntad –si es que algo así existe– de las majors transnacionales, o de que la Cineteca siga destinando siquiera un espacio de los pocos que tiene a la producción local.

La vigente ley de cine establece un porcentaje mínimo de tiempo de pantalla para la producción nacional. Mucho tiempo y esfuerzo fueron invertidos para lograr, al menos jurídicamente, preservar un espacio exclusivo para nuestro cine; algo que debió ser una decisión obvia, natural, se convirtió en una verdadera conquista. Pero en los hechos, que a final de cuentas son lo único que importa, un martes 2 de abril nos encontramos con que una de las manifestaciones artísticas de mayor relevancia por su alcance y su capacidad expresiva, nos llega toda de fuera. Me parece triste, injusto e indignante estar viviendo una situación así, y encima sufrir la sensación de que la mayoría piensa que aquí no pasa nada, porque así son las cosas y qué le vamos a hacer.

Tal vez a algunos les sonará alarmista o exagerado, pero tengo la convicción de que la identidad de un país está en serios problemas cuando una de sus artes –y una visual, para colmo– de repente se vuelve invisible.
 

[email protected]