Jueves 4 de abril de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Opinión

El mito y lo absoluto

n Alfonso Simón Pelegrí

El mito, aparte de su aceptación etimológica de relato o narración, significado referido por Aristóteles en su Poética, se puede considerar dividido, según Abbagnano, en tres conceptualizaciones: a) subproducto intelectual; b) manera autónoma de vida o pensamiento; c) como instrumento de control social.
En la antigüedad helénica, Platón y Aristóteles atribuyeron al mito una especie de verosimilitud, aplicable y útil en la praxis, si bien opuesta a la verdad genuina como fruto del entendimiento: una suerte de verdad ancilar y a escala menor, la cual, curiosamente, aunque no sea demostrable ni concebible con claridad, sí ilumina aspectos de la moral o del sentido religioso del hombre.
Un poco para ilustrar esto, nos sugiere Platón en su libro Gorgias: "Quizás estas cosas os parezcan mitos de mujeres viejas y las consideréis con desprecio. Y no estaría fuera de lugar el despreciarlas, si con la investigación pudiéramos encontrar cosas más verdaderas"... Y después de estos puntos suspensivos -que son, modestamente, míos- si seguimos con Nicola Abbagnano, éste considera que, en su segunda concepción del mito como forma independiente de vida y pensamiento, dicho mito se fracciona en múltiples escuelas y modalidades: así, en el idealismo romántico el mito es la manifestación de Dios en cuanto revelación consciente de la naturaleza. De modo semejante, Schelling vio en el mito una fase de la autorrevelación de lo Absoluto.
Por su parte, Ernst Casirer considera en su Tratado de las formas simbólicas que el mito resulta (...) "surgido espiritualmente por encima del mundo de las cosas, pero en las figuras y las imágines con las cuales sustituye este mundo no ve más que otra forma de materialidad y nexo con las cosas".
Finalmente, la tercera aceptación del mito entra en el campo de la sociología. Así, nos dice Malinowski: "Todo cambio histórico crea su mitología, que es no obstante, sólo indirectamente relativa al hecho histórico. El mito es un constante compañero de la fe viva que tiene necesidad de milagros, del status sociológico que requiere precedentes, de la norma moral que exige sanciones".
Sin embargo, en contra de una milagrería circense, cómplice alcahueta del mito, tenemos el testimonio de Jorge L. Borges, ¡gran socarrón!, el cual afirma en La rosa de Paracelso que "el prodigio no te dará lo que buscas".
Sin apartarme para nada del pensamiento borgiano, pienso no en el "prodigio" sino en la fe; y alta y gratuitamente, en su milagro.