LETRA S
Abril 4 de 2002

El hombre golpeador


Masculinidad y violencia

Históricamente, los estudios acerca de la condición femenina precedieron a los que hoy se ocupan de la condición masculina. Del mismo modo, los investigadores que comenzaron a interesarse en el tema de la violencia familiar se conectaron más rápidamente con el problema de las mujeres golpeadas. Sólo después se hizo evidente la necesidad de empezar a enfocar la problemática correlativa: los hombres golpeadores.

Por Jorge Corsi

Los estudios científicos sobre hombres que utilizan la violencia en el contexto intrafamiliar comenzaron hacia fines de los 70. A medida que las investigaciones sobre el tema fueron develando la dinámica de las relaciones de abuso intrafamiliar, quedó en evidencia que los golpes físicos eran sólo una de sus manifestaciones. Por lo tanto, la denominación inicial ("los hombres golpeadores") necesitó ser revisada a la luz de las diferentes formas que adopta el abuso.

No obstante, a pesar de que fueron utilizados términos tales como "hombres abusivos" u "hombres violentos", el uso hizo que en la literatura especializada se siguiera utilizando "hombres golpeadores" como la categoría identificatoria de los agentes del abuso intrafamiliar, especialmente en el campo de la violencia hacia la mujer.

Cuando hablamos de hombres golpeadores nos referimos a todos aquellos que ejercen alguna de las formas de abuso (físico, emocional o sexual) con su esposa o compañera, ocasionándole algún tipo de daño (físico, psicológico, social, económico, etcétera). Cuando un fenómeno nuevo comienza a ser estudiado, se suele recurrir a las categorías ya conocidas para tratar de explicarlo desde el primer momento. Con respecto a este tema, ha ocurrido lo mismo. Cuando los profesionales identificaron el cuadro y se interrogaron acerca del porqué de la conducta del hombre golpeador, la primera explicación a la que se llegó fue la psicopatología, es decir aquella con la cual los psicólogos, psiquiatras y otros trabajadores intelectuales habían estado familiarizados hasta ese momento. Empezaron a acercarse a la problemática del hombre golpeador considerándolo psicológicamente enfermo y, por lo tanto, intentaron definir las patologías que estaban en la base de su personalidad. Una de las definiciones más frecuentes fue que los hombres golpeadores poseían una personalidad sádica o bien pasivo-agresiva, que eran individuos con características paranoides, personalidades borderline, en definitiva, encuadrables dentro de un síndrome psiquiátrico.

Este tipo de extrapolaciones desde la psicopatología dio lugar a que los mitos respecto de la mujer golpeada se hicieran más consistentes, apoyados en la interpretación "profesional" del tema. Es decir, el desconocimiento de los profesionales respecto de la especificidad del problema hizo que intentaran explicarlo de una manera inadecuada. De este modo, lo que se logró fue fortalecer los mitos que señalan que la violencia conyugal es producto de una enfermedad. Esta suposición quedó totalmente desvirtuada con las investigaciones específicas, que permitieron dar un vuelco de 180 grados en esta supuesta relación causal: no sólo la violencia conyugal no es el efecto de un trastorno psicopatológico sino que es causante de psicopatología.
 
 

ls-3Violencia conyugal

El mayor peligro de asociar la conducta de un hombre golpeador a categorías psicopatológicas, alcoholismo o algún defecto de la personalidad, consiste en que cualquier encuadre de este tipo le quita responsabilidad sobre su conducta. Desde un punto de vista jurídico, la existencia de patología psíquica es considerada como atenuante en relación con la imputabilidad de quien ha cometido un acto delictivo.

Ésta es una de las primeras características que se revelan en las entrevistas con los hombres que consultan o con los que tenemos contacto: niegan su responsabilidad frente a la conducta violenta y utilizan argumentos o racionalizaciones para poder apuntalar esta negación de la violencia.

También hubo intentos de explicar la conducta del hombre golpeador adscribiéndola a un modelo más amplio de explicaciones de la conducta agresiva apoyado en elementos de tipo biológico o hereditario. La hipótesis es que el funcionamiento biológico del hombre es diferente al de la mujer y, por lo tanto, más predispuesto a las conductas violentas. Este reduccionismo de tipo biológico, tanto como psicopatológico, no hace sino eludir lo específico del tema.

Hay un tercer tipo de explicaciones que proviene de los enfoques sociológicos y dice, en términos generales, que la violencia conyugal es una de las formas que adopta la dominación del hombre sobre la mujer, en el marco de una sociedad patriarcal.

Si nos acercamos a otro grupo de teorías que intenta explicar la conducta del hombre violento desde un punto vista más estrictamente psicológico, encontramos aquellos que afirman que la conducta violenta del hombre dentro de su hogar es aprendida, y que está en relación con las experiencias vividas durante su infancia. Frecuentemente estos hombres han presenciado hechos de violencia dentro de su hogar de origen, ya sea como víctimas o como testigos, según señala la teoría del aprendizaje social.

Cada uno de estos intentos por explicar la conducta del hombre golpeador es evidentemente parcial, es una forma de aproximarse al tema, y no lo agota. Cuando nos acercamos al trabajo clínico centrado en los hombres golpeadores se detectan factores más específicos que nos permiten entender la singularidad del problema.

La falta de una vivencia personal de seguridad es una de las características salientes del hombre; necesita ser sobrecompensado a través de una actitud externa firme, autoritaria, que no muestre esa debilidad interna que en el fondo existe. Son hombres que permanentemente perciben amenazados su autoestima y su poder. Cualquier situación conflictiva dentro del hogar o en la pareja los lleva a sospechar que pueden perder el control de la relación. Cualquiera de estas situaciones les provoca un estado de gran tensión e intentan retomar rápidamente el control con el uso de la fuerza.

Los hombres que ejercen violencia física en la relación conyugal suelen representar la caricatura de los valores culturales acerca de lo que "debe" ser un varón, de los mitos culturales de la masculinidad, que ya hemos enunciado. Aun cuando no lo digan abiertamente, están sosteniendo formas de relación que tienden al control y la dominación de quien consideran inferior. Esta concepción sexista que encontramos en la mayoría de los hombres golpeadores es muy difícil de modificar, dado que muchas veces está recubierta por una capa de racionalizaciones que muestran todo lo contrario: ellos aprendieron, a través del tiempo, a decir "hombres y mujeres somos iguales, no hay diferencia, tenemos iguales derechos". Pero debajo de esa capa superfi-
cial de racionalizaciones siempre encontramos un sistema de creencias apoyado en el sexismo. Si queremos hablar de multiplicidad de causas, en la base de la pirámide causal está esa concepción sexista.

Otra de las característica que encontramos es la dificultad que tienen para comunicar sus sentimientos y lo que les afecta de cada situación. Esto se relaciona con ciertas pautas de socialización masculina asociadas a la prohibición de expresar libremente los sentimientos porque estos son fuentes de debilidad, y el hombre debe ser fuerte.

Esta inhabilidad o incapacidad comunicativa específica conduce muchas veces a que en las situaciones conyugales se produzcan conflictos que, por no saberlos resolver de otra manera, tienden a solucionarlos por la vía violenta.

Esta especie de "analfabetismo comunicacional" está relacionada con la inhabilidad para resolver conflictos de otra manera que no sea la violenta. Cuando en el marco de un tratamiento le señalamos que en toda la relación del conflicto es inevitable, que no es algo negativo, que no tendría que ser evitado, ellos se sorprenden mucho, pues suponen que todo conflicto que surge en la pareja debe de ser rápidamente erradicado. Por lo tanto, para poder hacerlo, muchos hombres emplean la violencia (la que, por otra parte, es un método sumamente efectivo y rápido para terminar con la situación no deseada).

Cuando perciben que no son amenazados, cuando se sienten sin poder o han perdido el control de la situación, se afirman a través de los medios más rápidos disponibles. La violencia proporciona, por lo menos, una vivencia temporaria de poder. Las investigaciones de Dutton muestran que estos hombres tienden a interpretar las situaciones como amenazadoras, aun cuando no haya suficientes evidencias que justifiquen esa interpretación (ello apoyado en la baja autoestima antes señalada).

Otra de las características que encontramos en estos hombres es el aislamiento emocional. Se trata de un tipo de aislamiento social vinculado a lo afectivo; algunos hombres pueden relatar que tienen muchos amigos, pueden relacionarse con muchas personas, pero cuando les preguntamos si existe alguien con quien puedan realmente hablar de sus problemas afectivos, a quién contarle acerca de sus temores o comunicarle cuáles son sus conflictos en la esfera privada, nos encontramos con que esa persona no existe. Probablemente se relaciona con muchas personas pero ninguna relación tiene un grado de intimidad tal que les permita hablar de sus propios sentimientos, de sus conflictos afectivos; este aislamiento social y emocional aparece como un factor muy frecuente en los hombres golpeadores.
 
 

Violencia y baja autoestima

Asociado con todo esto, casi siempre (aunque resulte poco evidente para una mirada ingenua) encontramos los indicios de una imagen de sí mismo muy desvalorizada; si en otros ámbitos es un hombre que no se atreve a decir lo que quiere, lo que siente, lo que necesita, lo que teme, en el ámbito conyugal, dentro de la privacidad de su casa es donde se siente a salvo de la mirada de los demás. Entonces pude emerger, bajo la forma de violencia lo que en otros lugares no manifiesta. Las racionalizaciones que utilizan para explicar su conducta violenta son reiterativas: "ella me provoca", "yo no puedo controlarme", "yo no sé lo que hago en esos momento", etcétera. Las racionalizaciones son válidas para su pareja pero no para otras situaciones en las que sí pueden controlarse (ese argumento podría aplicarse a situaciones externas que pueden "provocarlo" y en las que, sin embargo, no reacciona con violencia).

Teniendo en cuenta las características de estos hombres, resulta posible deducir lo difícil que es intentar un trabajo terapéutico con ellos, ya que básicamente no hay suficiente grado de responsabilización por sus actos; por lo tanto, tampoco muestran necesidad de pedir ayuda para resolver esos problemas, que no perciben como propios.

Dado que la violencia no es asumida como un problema propio, trata de encontrar la responsabilidad afuera: en la mujer, en la familia, en los hijos, en la situación del país, en los problemas económicos, etcétera. La responsabilidad se dispersa en tantos niveles que, al no asumirse así mismo como el "portador" del problema, tampoco reconoce que necesita ayuda y, en consecuencia, no la pide.

En Argentina, a partir de la puesta en marcha de servicios específicos para la atención de la problemática del hombre violento, hemos tenido la posibilidad de implementar programas de tratamiento para hombres golpeadores, en aquellos casos en los que las presiones de la situación que están viviendo los llevan a consultar. Los más habituales son los casos en los que la mujer ha abandonado el hogar y pone como condición para volver a la situación conyugal el tratamiento del hombre. La situación en los países con legislación específica en torno al problema de la violencia doméstica es diferente con respecto a los hombres golpeadores. En esos países, cuando un hombre comete este tipo de delito (en los casos en los que el abuso intrafamiliar esta tipificado como tal) el juez le permite elegir entre cumplir una condena o llevar a cabo un programa de rehabilitación; a menudo eligen éste último, lo cual hace que los investigadores del tema tengan más datos directos a partir de la mayor cantidad de hombres golpeadores que pueden atender.

El hombre puede llegar a la consulta en un momento inmediatamente posterior a la fase del ciclo de violencia que se ha caracterizado como episodio agudo de golpes, porque es cuando se produce habitualmente el alejamiento de la mujer que busca refugio fuera del hogar. Este es el momento en el que generalmente pueden llegar a la consulta. Pero inmediatamente después se produce ese otro momento del ciclo que es la "luna de miel", caracterizado por el arrepentimiento y por la promesa de que "nunca más volverá a ocurrir". Los hombres que han comenzado un tratamiento en el momento de presión externa rápidamente tienden a abandonarlo en este periodo. La deserción es muy grande, dado que ellos también están convencidos de que "nunca más volverá a ocurrir", de que nunca más van a volver a emplear la conducta violenta. Los investigadores de este problema sabemos que no es así: hemos comprobado que de no mediar la intervención externa la aplicación de instrumentos metodológicos específicos para la recuperación de hombres violentos, por una parte, y para la mujer maltratada por la otra, volverán a encontrase en la misma situación al poco tiempo. Hay otros casos en los que la deserción no ocurre. Generalmente, cuando la mujer se halla realizando un tratamiento adecuado y específico sucede que está preparada para no aceptar la promesa del arrepentido y, por lo tanto, colabora para prevenir la deserción. En otros casos, en los que la mujer no está atendida en servicios orientados al problema de la violencia familiar por profesionales informados acerca de la especificidad que requieren esos tratamientos, la deserción es evidentemente mayor.
 
 

Sexualidad masculina y violencia

En el terreno de la sexualidad se desarrollan a menudo diversas formas de maltrato hacia la mujer. La coerción sexual y la cosificación del cuerpo de la mujer son aspectos de la sexualidad considerada como instrumento de poder.

Precisamente, los hombres que utilizan la violencia como método para la resolución de los conflictos conyugales presentan una marcada dificultad para discriminar entre deseo sexual y deseo de poder. En ellos, las "hazañas" sexuales y las "conquistas" amorosas, más que con la realización afectiva, tienen que ver con el triunfo sobre la mujer. Incluso en el léxico utilizado, "ganar" a una mujer es producto de una competencia que adjudica un trofeo a la virilidad.

Pero "ganar" implica obtener una gratificación a costa de otro que "pierde". Es por eso que si la autoestima de estos hombres se sustenta en su capacidad de conquista y de dominio sexual, la contrapartida requerida es la sumisión y el sometimiento de la mujer; para lograrlo o mantenerlo a menudo recurren, incluso, a la violencia física.

Si la presencia de la mujer les es necesaria para afirmar su virilidad, por otra parte, demasiada intimidad y proximidad emocional las sienten como una amenaza a su virilidad. He ahí la paradoja de estos hombres.

Ya las leyendas primitivas afirmaban que en el acto sexual la mujer capta la fuerza del hombre y lo debilita antes de la caza o de la guerra. En la actualidad se sigue sosteniendo la misma creencia. Nuevamente, la mujer puede hacer peligrar la fuente de la autoestima masculina: su competitividad, su fuerza, su potencia. Es por eso que la sumisión femenina es garantía, para el hombre, de que no "lo chupe hasta dejarlo seco" (como señalaba uno de los participantes de un grupo de hombres).

En el contexto de una relación así definida, para el hombre el sexo se transforma en un medio de descargar tensiones. El placer se resume en la eyaculación, y la estimulación sexual depende de poder sentirse dominante y "ganador".

La búsqueda permanente del control de la relación, por una parte, y el evitar la intimidad, por otra, son conductas típicas de los hombres golpeadores. Con frecuencia, lo que desencadena los episodios de violencia que pueden llegar al homicidio es ver amenazadas sus posibilidades de control de la situación.

Habitualmente consigue mantener un control suficiente mediante la utilización de violencia verbal (insultos, amenazas) o de formas más sutiles de abuso psicológico que implican humillaciones permanentes a su mujer, a la manera de una tortura constante que va minando sus fuerzas y su capacidad de iniciativa.
 
 

Tomado del libro de Jorge Corsi Violencia masculina en la pareja. Una aproximación al diagnóstico y a los modelos de intervención. Buenos Aires, Paidós, 1999. Reproducido con autorización de los editores.