LETRA S
Abril 4 de 2002

Crónica Sero

A Fernando Vallejo

Por Joaquín Hurtado

Regreso de la calle. Después de darle un beso a mi mujer y decirle vengo molido, el tráfico estaba del demonio, me doy un baño y allí la descubro: es una mancha parda en mi costado, a diez centímetros de la axila. Indolora, pequeñita, granulosa. Busco y encuentro otras. Levanto el teléfono y le llamo a Julio, el doc. --¿Sarcoma de Kaposi? --inquiero angustiado. --Tendré que revisarte. Quedamos el viernes.

Pero el viernes es imposible porque la ciudad está bajo sitio. La cumbre de la ONU ha copado una ciudad siempre colapsada y la ha convertido en el último sitio habitable sobre el planeta. Mejor me pongo una película y me olvido del Kaposi, de la ONU, de los Bush, Chirac, Putin, Chretien y Castros que llegarán en unas horas a pronunciar sus huecos discursos. Prometerán o exigirán o amenazarán pero, sobre todo, bien comerán, dormirán y brindarán en nombre de los lombricientos. Y llegado el momento se largarán como llegaron, a Dios gracias. Pero antes, todos, but of course, querrán aparecer debidamente magnificados como los salvadores de este universo condenado por la hambruna y la bayoneta. Sin remedio.

¿Le diré a mi mujer? ¿Cómo tomará la noticia? La pregunta no es si debo decirle, sino cómo. ¿A bocajarro? ¿A sangre fría, como yo me enteré? No es tan grave el Kaposi, le digo cuando ella se pone las chanclas por la mañana. Pero sólo yo sé que algo crece descontrolado, lento y omnívoro, en el caos de mis células fatigadas, asediadas, sitiadas como esta ciudad presa de los mil guaruras de Mr. Bush. --No me gusta el color que tiene eso, mi amor --me dice la mujer que me ha acompañado más de un decenio en las maromas de esta montaña rusa. --Es una verruga de la edad. --¡Ja! A mis cuarenta primaveras yo hablando de los efectos maléficos de la vejez. Pero eso debe ser. Eso quiero que sea. No se diga más.

Y aquí estoy. Cagado de miedo nomás de imaginarme lo que será salir al trabajo, al ligue, a la tienda, al cine, a gastarme la vida, con una máscara irisada de azules, violetas, rojas flores macabras cubriéndome con su alfombra hasta los intestinos. Respiro hondo y pienso. Mejor no pienso. Mejor espero a que Julio me diga su diagnóstico. A que me prescriba radiación, quimioterapia, cirugía, un plomazo.

Algo se le pierde a uno en momentos como estos. Ese ritmo pausado de las fieras en reposo se me ha escapado para luego resoplar sin cadencia, sin ese patrón tenso pero familiar que conocemos quienes vivimos a salto de mata. Vuelve el mismo vacío en las tripas de aquel día en que extendí el brazo izquierdo para que me extrajeran los mililitros definitivos. La mueca patética en mi errado intento de sonreír. La misma mirada nebulosa, cruzada, perdida, cuando alguien te pregunta por tu salud. "Todo bien, gracias". La salud. Qué broma tan de mal gusto bajo este cielo amarillo de detritus industrial y humano. Toneladas de mierda en talco.

Mi presidente, mi gobernador, y hasta mi alcalde de este rancho mal urbanizado que es Monterrey han dicho que por estos días somos la capital del mundo. Que los ojos del planeta están sobre nosotros. Yo les muestro mi Kaposi para que vean que sí es cierto.