La Jornada Semanal,  31 de marzo del 2002                         núm. 369
 Enrique Florescano

Semblanza de Francisco Javier Clavijero

Enrique Florescano pronunció estas palabras en la ceremonia en la que se le otorgó el Premio Francisco Javier Clavijero, convocado por el Instituto Veracruzano de Cultura el pasado 22 de febrero. Los nombres de los colegios jesuitas de la Nueva España: San Ildefonso, San Ignacio de Loyola… y los de los compañeros de Clavijero, los grandes ilustrados del siglo XVIII, Diego José Abad, Francisco Javier Alegre, Rafael Campoy, Castro, Landívar, Cavo, Márquez y Cerda, se unen para darnos una idea muy clara de la generosa sabiduría de los jesuitas expulsados por un rey que se consideraba ilustrado. A este homenaje seguirá el que rendirán a Diego José Abad varias instituciones culturales de Guadalajara, Querétaro y Morelia

Quiero aprovechar esta ocasión para evocar la memoria de Francisco Javier Clavijero, el mayor de los grandes humanistas del siglo XVIII novohispano, autor de la primera Historia de México, maestro preclaro y distinguido polígrafo nacido en la ciudad de Veracruz, cuyo nombre enaltece el premio que hoy me honro en recibir.

La obra de Clavijero ha llamado la atención de numerosos autores interesados en estudiar sus aportaciones, especialmente en el área de la pedagogía, la filosofía y la historia. En su biografía resalta su precoz interés por el aprendizaje de las lenguas, su relación temprana con los pueblos indígenas de habla náhuatl, su rigurosa formación académica en los colegios religiosos de Puebla y más tarde en el colegio jesuita de San Ildefonso, en la Ciudad de México.

La formación religiosa era el rito de pasaje obligado de los intelectuales de ese tiempo. Pero Clavijero tuvo la fortuna de recibir esa preparación al lado de la influencia renovadora de la filosofía moderna y las ideas de la Ilustración, que penetraron en Nueva España en la segunda mitad del siglo xviii. Clavijero y sus compañeros de generación (José Rafael Campoy, Diego José Abad, Francisco Javier Alegre, Julián Parreño, Andrés Cavo, Pedro José Márquez y Raymundo Cerda), recibieron en esos colegios una sólida formación grecolatina, y sobre esta base "cada uno levantó el propio edificio: arte o ciencia, historia o filosofía, teología o estética".1

Esta generación de jesuitas inició el rompimiento con la tradición escolástica que dominaba los colegios, la enseñanza universitaria y la moral de la época. Su entusiasmo por el análisis racional los indujo a sustituir el argumento de autoridad por la observación y el método experimental. Junto con otros políticos e intelectuales ilustrados, abrieron la Nueva España a la modernidad e iniciaron un proceso irreversible de secularización del Estado y los asuntos públicos.2

Francisco Javier Clavijero fue una punta de lanza en esa transformación. Encabezó el combate contra la filosofía escolástica y asumió la tarea de renovar el sistema pedagógico mediante la introducción de las ideas de Descartes, Leibniz, Malenbrache, Gassendi, Bacon, Newton y Feijoo. Entre sus numerosas contribuciones sobresale su propuesta para pensar el pasado de su patria desde otro mirador, una idea que se plasmó en su Storia antica del Messico, publicada en 1780 en Cesena, Italia, durante el amargo exilio que compartió con sus compañeros jesuitas.3

El exilio y su equivalente, la ausencia prolongada del país, han jugado en México el papel de incentivadores de la memoria y de la reflexión creativa, como se advierte en algunas obras de Alfonso Reyes, José Juan Tablada, José Vasconcelos, Octavio Paz o Sergio Pitol. Este último es un ejemplo contemporáneo del viajero que en sus desplazamientos por paisajes extraños carga en su maleta la memoria del país de origen. Francisco Javier Clavijero compuso su Historia antigua de México en el exilio y la publicó primero en italiano y más tarde en inglés, español y otras lenguas. La aparición de este libro marcó una ruptura con las formas anteriores de recoger el pasado, es decir, con la concepción cristiana de la historia que recorre las grandes crónicas de los frailes mendicantes.

Desde su llegada a la Nueva España en la década de 1520, apenas consumada la conquista de Tenochtitlán, los primeros franciscanos, al asumir el desafío de evangelizar a la vasta población americana, imaginaron métodos innovadores para llevar a cabo esa misión. En contraste con los relatos del conquistador o de las pesadas compilaciones de los cronistas oficiales de la corona española, basados en la observación directa o en los informes redactados por los testigos iniciales del descubrimiento, los frailes fueron hasta las raíces de las culturas indígenas e hicieron del poblador nativo la fuente más confiable de sus indagaciones. Esta apertura hacia los pobladores originales los llevó a estudiar sus lenguas y registrar sus tradiciones.

La perspectiva de los siglos transcurridos permite decir que fue mérito de los frailes diseñar un método original para rescatar el pasado, que ahora llamaríamos histórico-etnográfico. Las obras de Andrés de Olmos, Motolinía, Bernardino de Sahagún, Diego de Landa y Juan de Torquemada entre los franciscanos, Diego Durán entre los dominicos, y Juan de Tovar y José de Acosta entre los jesuitas, fueron las primeras que desentrañaron los cimientos profundos de la cultura mesoamericana. La obsesión de estos autores por liberar a la población indígena del paganismo los llevó a descifrar los códices pictográficos, a indagar sus sistemas de computar el tiempo y a establecer un diálogo continuo con la élite intelectual de los distintos grupos étnicos. Gracias a esas inquisiciones los frailes que escribieron en la segunda mitad del siglo xvi lograron componer el primer lienzo histórico de la antigua cultura americana y transmitir a la posteridad ese legado a través del idioma castellano.

Tres temas de ese remoto pasado atrajeron la atención de los frailes: el desarrollo histórico de los pueblos, los testimonios sobre sus dioses, ritos y sacrificios, y el calendario. Revisaron esos legados con los ojos de su tiempo, marcados por el signo de la Contrarreforma. Las conclusiones del Concilio de Trento de 1563 declararon al cristianismo católico la única religión poseedora de la verdad, de modo que la historia humana se convirtió, como señala Antonio Rubial, en una lucha entre "los seguidores de Cristo, los hijos de la luz, contra los hijos de las tinieblas, servidores de Satanás".4 La concepción salvacionista y providencial de la Iglesia católica gobernó el contenido de las crónicas sobre el Nuevo Mundo. Casi todos los escritores religiosos de esta época consideraron la evangelización de los pueblos americanos como una tarea providencialmente señalada a los mensajeros de la verdadera religión. De ahí que en sus crónicas el relato de los pueblos gentiles estuviera mezclado con el elogio de los obreros de Cristo que sembraron la fe católica en las tierras antes regidas por Satanás. En esta concepción el despliegue del tiempo es lineal y tiende hacia la salvación de la humanidad. No es un tiempo terreno sino teológico.

Contrariamente a la interpretación cristiana de la historia, la Historia antigua de México de Clavijero es un relato de hechos humanos explicados por sus propios condicionamientos geográficos, políticos o sociales. Como dice Luis Villoro, "abrimos el libro de Clavijero y, desde sus primeras páginas, nos encontramos con una historia en la que toda dimensión sobrenatural parece haberse desvanecido".5 Es un relato del pueblo mexica desprovisto de los estigmas satánicos y providencialistas que propagaron los cronistas religiosos. En lugar de ver al indígena como un ser inferior, Clavijero lo contempla igual a cualquier otro ser humano.6

Una afirmación inicial de Clavijero es que América tiene su propia historia. Clavijero elige como polo de su relato el desenvolvimiento histórico de los mexicanos, desde sus orígenes hasta la invasión española. Se trata de una historia épica, que traza los oscuros comienzos de un pueblo que en menos de un siglo se convierte en la nación más poderosa de Mesoamérica. Como advierte Luis Villoro, es "una historia que cuenta la vida de un pueblo de héroes", un relato que nos recuerda a "la joven Roma, cantada por los antiguos".7 Y es también una historia trágica, pues los últimos capítulos, los mejores del libro, relatan los dramáticos sucesos del sitio y conquista de Tenochtitlán.

Clavijero combina magistralmente "la historia del hombre de carne y hueso"8 con el análisis de los sistemas políticos, sociales y educativos que forjaron la cultura mexicana. Su Historia..., además de recoger y explicar acontecimientos, es una historia de la cultura. El análisis que hace de las leyes, las costumbres, la política, la economía o las ciencias y las artes de los mexicanos se esfuerza por evaluar el alto grado de civilización que lograron.9 En sus páginas desfilan los más diversos caracteres: los guerreros valientes, como el tlaxcalteca Tlahuicole, al lado del prototipo de la fidelidad (Tochnantzin), los reyes sabios (Nezahualcóyotl), los tiranos pérfidos (Maxtlaton), los caudillos astutos y valerosos (Xólotl y su hijo Nopaltzin, el gran Tlacaelel), junto con los actos del hombre y la mujer comunes, cuyas vidas son también "perenne fuente de enseñanzas en lo moral. Nos advierten de la vanidad de la humana gloria".10 Clavijero es también el primer autor americano que reconoce la aportación esencial de la población indígena en la construcción de la sociedad colonial, como lo revela esta página única en la historiografía mexicana:

Los americanos son los que trabajan la tierra, los aradores, sembradores, escardadores y segadores del trigo, maíz, arroz, haba, frijol y de las otras semillas y legumbres; del cacao, vainilla, algodón, indaco y de todas las plantas útiles al sustento, vestido y comercio de aquellas provincias y sin ellos nada se hace […]
Pero esto es poco: ellos son los que cortan y acarrean de los bosques toda la madera necesaria; los que cortan, acarrean y labran las piedras, y los que hacen la cal, el yeso y los ladrillos. Ellos son los que fabrican todos los edificios […] Ellos son los que abren y componen los caminos, los que hacen los canales, diques y los que limpian las ciudades. Ellos trabajan en muchísimas minas de oro, plata, cobre, etcétera. Ellos son pastores, ganaderos, tejedores, loceros, panaderos, horneros, correos, cargadores, etcétera. En una palabra, ellos son los que llevan todo el peso de los trabajos públicos como es notorio en todas las provincias de aquel gran reino.11
La Historia... de Clavijero se vale de los modelos y las técnicas del historiador occidental para escribir un relato unitario, coherente, razonado y elegante de la historia de una nación indígena, que es al mismo tiempo una interpretación original. La unidad del género humano y la concepción racional del hombre y el universo son los principios básicos que guían su análisis. José Emilio Pacheco advierte que el libro de Clavijero es de "importancia fundamental para nuestra cultura" porque es "el primero que plantea en el siglo de las luces una reflexión en que el europeo ya no es el centro, una primera tentativa de mostrar que hay otras culturas y otros grupos humanos diferentes de los paradigmas grecolatinos […] En este campo la Historia antigua de México equivale a una declaración de independencia intelectual".12

Simultáneamente a su reivindicación de la historia nativa Clavijero despliega los argumentos más sutiles para combatir los prejuicios occidentales que denigraban el territorio y la cultura americanos. Las famosas Disertaciones que acompañan a la Historia antigua de México son una refutación de las ideas propagadas por el conde de Buffon, el naturalista Cornelius de Pauw, el abate Raynal o el historiador William Robertson, sobre la inferioridad de la naturaleza y el hombre americano. Sumando el manejo maestro del argumento razonado, el conocimiento erudito de las crónicas antiguas y la información más actualizada sobre las aportaciones del conocimiento científico, Clavijero muestra la falacia de las tesis de los ilustrados europeos. Como dice José Emilio Pacheco, mediante esta brillante argumentación Clavijero hace de la Historia antigua de México una suerte de "Enciclopedia mexicana".13

Al acumular en sus páginas el conocimiento histórico y científico más avanzado de su tiempo, y al vestir su texto con las galas de la dialéctica y un español elegante, la Historia antigua de México se convirtió en un manifiesto de la conciencia criolla, en la expresión más acabada de la Ilustración europea en América. Y al hacer la defensa de un pasado hasta entonces demonizado, Clavijero dio el paso más difícil en el complejo proceso que por más de dos siglos perturbó a los criollos para fundar su identidad: asumió ese pasado como propio, como raíz y parte sustancial de su patria. La obra de Clavijero, al asumir la defensa de la antigüedad mexicana, le dio a los religiosos ilustrados y a los intelectuales criollos los instrumentos para expropiar a los indígenas ese pasado y presentarlo como propio ante el gobierno español. Como observó David Brading, "el español americano halló en la historia y en la religión [la virgen de Guadalupe] los medios simbólicos que le permitían rechazar el status colonial". La Historia antigua de México, al rescatar orgullosamente el pasado indígena, se convirtió en símbolo del patriotismo criollo y en argumento histórico para demandar la independencia de la nación.14

En los últimos años los estudiosos de la obra de Clavijero han destacado su importancia como piedra angular del patriotismo criollo. Sin embargo, no debemos olvidar que por encima de su carácter ideológico el valor duradero de la Historia antigua de México reside en sus méritos historiográficos. Clavijero estudió con esmero los antiguos códices y textos indígenas e hizo un uso extensivo de las crónicas coloniales, particularmente de las obras de fray Juan de Torquemada y Diego Durán. Discurrió luego unir esa colección de datos e imágenes dispersas en un solo libro, en la obra que nos dio la primera imagen luminosa de un pasado hasta entonces borroso e inaprehensible. Utilizó además la argumentación dialéctica para darle orden, armonía y fuerza persuasiva a esos conocimientos, de tal modo que las frases, los párrafos y las conclusiones van encabalgándose hasta llegar al lector con claridad meridiana y con un poder de convencimiento inusitado.

Centró su obra en la narración de los orígenes de la patria, el atractivo más antiguo del arte de historiar. En la dedicatoria Clavijero declara que su libro es "una historia de México escrita por un mexicano", que él ofrece como muestra de su "sincerísimo amor a la patria". Así, al rescatar la profundidad y originalidad de ese pasado, Clavijero proyectó la antigua patria mexicana hacia el futuro y su libro cobró la forma de fundamento, memoria y augurio de la nación.

1 Gabriel Méndez Plancarte, Humanistas del siglo XVIII, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, 1941: v.
2 Bernabé B. Navarro, Cultura mexicana moderna en el siglo XVIII, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964: 112 y ss.
3 Entre los numerosos estudios dedicados a la vida y la obra de Clavijero, recuerdo los siguientes: Juan Luis Maneiro, "Francisco Javier Clavijero (fragmentos de su biografía)", en Méndez Plancarte, ob. cit.; Félix de Sebastian, S. J. Vida de Francisco Xavier Clavigero, Estudio de Elías Trabulse, Novus Orbis, 1987; Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, El Colegio de México, 1950; Francisco Javier Clavijero. Antología, Estudio introductorio, selección y prólogo de Gonzalo Aguirre Beltrán, SepSetentas, 1976; José Emilio Pacheco, "La patria perdida. (Notas sobre Clavigero y la cultura nacional)", en Héctor Aguilar Camín et al. En torno a la cultura nacional, Instituto Nacional Indigenista, 1976: 15-50; Charles E. Roman, Francisco Javier Clavigero, S. J. (1731-1787). Figure of the Mexican Enlightenment: his life and works, Institutum Historicum S. I., Loyola University Press, 1977.
4 Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, Estudio preliminar de Antonio Rubial García, Consejo Nacional para la cultura y las Artes, 1997: 41.
5 Villoro, 1950: 96.
6 Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México. Estudio y prólogo del R. P. Mariano Cuevas. Editorial Porrúa 958-59. 4 vols. I: 71.
7 Villoro, 1950: 98
8 Ibid.: 96.
9 Trabulse, 1987: 29
10 Villoro, 1950: 99-101.
11 Clavijero, 1959: IV: 205-206
12 Pacheco, 1976: 43.
13 Ibid.: 32.
14 David A. Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano, SepSetentas 1973: 54 y 57-58.