Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 23 de marzo de 2002
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Política

Bernardo Barranco

La accidentada canonización de Juan Diego

Tironeos y contradicciones han marcado el proceso de canonización de Juan Diego. Intereses eclesiásticos, comerciales y políticos han aflorado, presentando un espectáculo muy alejado de la religiosidad popular marcada por el culto guadalupano. El Vaticano tuvo que intervenir poniendo orden, determinando que la ceremonia de canonización se realizará en la Basílica de Guadalupe, el santuario mariano, poniendo fin a polémicas y deseos frívolos para romper récord de asistencia a las misas pontificales.

Algunos clérigos se han quejado de que los observadores de la Iglesia la caricaturizamos, reduciéndola a un juego de intereses; el caso del proceso de canonización de Juan Diego es un claro ejemplo de pugnas y jaloneos intraeclesiásticos que exponen a la Iglesia a convertirse en una parodia de sí misma. Las posiciones se muestran con mayor nitidez, las alianzas, intereses y conflictos de los actores afloran con desnudez en una coyuntura marcada por antagonismos y tentaciones.

La maniobra publicitaria del periodista Andrea Tornelli y del arzobispado para iniciar un segundo linchamiento de Schulenburg resultó contraproducente porque desataron argumentaciones, provenientes de sectores académicos e intelectuales, que pusieron en tela de juicio la metodología y la supuesta rigurosidad eclesiástica para demostrar la existencia biológica y los milagros de Juan Diego. Dos semanas después, los organizadores nos presentan la imagen "oficial", como si se tratara de un logo mundialista, con un personaje de rasgos europeos. Después de absurdas discusiones sobre la existencia del indio del Tepeyac, la representación iconográfica presentada por los organizadores de la canonización es desafortunada, y muestra poca sensibilidad y tacto, ya que afecta cuestiones delicadas de etnia, fe y respeto por los indígenas, amenazando uno de los pocos factores comunes en México: el culto guadalupano como símbolo nacional. Con toda razón, especialistas cuestionaron la imagen presentada.

La antropóloga María Elena Salas, estudiosa de los rasgos físicos de la población mesoamericana, señaló que la fisonomía del hombre que aparece en la pintura elegida por la Iglesia católica no corresponde a la de un indígena del siglo XVI: "indiscutiblemente, esta representación no es de Juan Diego. Si fuera Juan Diego no debería tener barba, mediría 1.62 o 1.63 metros, tendría pelo lacio, no ondulado, cuerpo proporcionado y más robusto por tanta caminata, ojos más rasgados y no tan redondos, tendiente a lampiño". Por su parte, el director de antropología física del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Francisco Ortiz Pedraza, externó: "más que parecerse a Juan Diego, se parece a Hernán Cortés. Hay racismo en esta imagen porque se pretende que no tenga rasgos de indio, sino que tenga más tipo mestizo, más cargado al español".

Horas después del consistorio, con bombos y platillos se presentó a los medios de comunicación la supuesta designación de la diócesis de Ecatepec como sede de la canonización, cuyo titular es el controvertido Onésimo Cepeda. De inmediato surgieron nuevos factores de controversia. Monseñor Cepeda, además de cercanísimo del cardenal Rivera, quien avaló la idea de la sede mexiquense, tiene una trayectoria tan atípica que merece amplio comentario aparte. Basta decir que en la pasada visita del Papa, en enero de 1999, se puso en rebeldía porque quería que el pontífice inaugurara su flamante catedral; también es interesante recordar que el Episcopado mexicano lo removió de su cargo durante el proceso electoral de 2000 por los abusos cometidos al frente de la Comisión de Comunicación Social, dada su proclividad priísta. Y a partir de la supuesta designación, se autoproclamó "el obispo de la tierra de Juan Diego", editando folletos que provocaron la reacción de numerosos obispos, quienes le sugieren cursos de historia. Con Onésimo Cepeda la canonización tomó giros de frivolidad como querer romper marcas de asistencia a misas del Papa.

El Vaticano y la CEM felizmente han enderezado el rumbo y es deseable que induzcan a retomar el camino propiamente religioso de una canonización que actualmente corre riesgos severos de credibilidad. Cepeda ha justificado el cambio por la frágil salud del Papa, mientras el cardenal Rivera ha pedido perdón a los millones de mexicanos que se quedarán sin ver al pontífice, como si realmente le interesaran las masas de mexicanos pobres. Hay que recordar cómo su oficina de relaciones públicas negoció lugares y espacios privilegiados a las elites ricas y encumbradas de la sociedad mexicana en la propia Basílica, en el autódromo y en el estadio Azteca durante la cuarta visita a México, en enero de 1999.

Expongo nuevamente la preocupación por la reducción de la imagen simbólica de Juan Diego al indio pasivo y sumiso, mientras en nuestro país el movimiento indígena ha crecido y se ha fortalecido de manera notable, reivindicando sus derechos de identidad cultural y de dignidad. En este sector de más de 10 millones de personas la Iglesia católica ha venido perdiendo terreno de manera dramática porque no ha podido, o no ha querido, acercarse ni acompañar un proceso definido por el cardenal Roger Etchegaray como de un volcán dormido que en cualquier momento puede entrar en erupción.

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