ALTAR DE DOLORES

PRESIDIA EL ALTAR una imagen de la Dolorosa usualmente de bulto, aunque también había imágenes pintadas al óleo o grabadas.

En el centro del país, los altares de Dolores compartían varios elementos: escalonados, tenían una profusión de veladoras y velas decoradas con cera escamada, y se colocaban moños y listones de colores sobre manteles blancos.

En vitroleros y otros recipientes de cristal transparente se ponían aguas de colores: azules, verdes, tornasoladas, púrpuras, moradas, rojas y amarillas. Para lograr que los colores fueran translúcidos, se utilizaban palo de Campeche, grana de carmín y sulfato de cobre.

Las semillas de la ofrenda eran de trigo, cebada, lenteja, amaranto y chía. Formaban parte de la decoración de los altares del siglo XIX, flores que se adquirían ese día por la mañana y llegaban por trajinera de las chinampas de San Juanico, Santa Anita e Iztacalco. Además, se incluían grandes esferas de vidrio de colores.

Las aguas frescas que se obsequiaban a los visitantes eran de piña, horchata de pepitas de melón, chía, tamarindo, jamaica, timbiriche, limón y perifollo, que tenían un sabor anisado.

En la parte frontal del altar se hacía un tapete con diferentes materiales, como pétalos de flores, salvado o los restos del café molido; se recortaban plantillas de cartón con los motivos que se querían estarcir.

Semillas y barro

Los altares de Dolores eran muy populares, entre la clase media, durante el siglo XIX. Esta tradición mexicana de hacer altares en las casas, se generó a finales del siglo XVIII.

Con el objeto de que las semillas germinadas estuvieran listas para ponerlas en el altar, era costumbre que el miércoles de ceniza se iniciara la siembra. Para este fin se usaban distintos objetos preferentemente de barro poroso, pues retienen mejor el agua. La chía se remojaba y cuando generaba el mucílago que la rodea, literalmente se untaba sobre el barro.

Destellos múltiples

En los altares que desde la época de contacto se ponían en las iglesias, se ofrendaban las semillas germinadas en apaxtles o pequeños recipientes; en la actualidad no es raro ver estas ofrendas en latas de sardina.

Al trigo se le ponía a germinar dentro de un mueble cerrado, para que se pusiera amarillo por la falta de luz; la chía y otros germinados se colocaban en la luz para lograr así un verde intenso.

En un principio los altares de las casas se colocaban en habitaciones con balcones que daban a la calle; después pasaron a instalarse en los zaguanes, como todavía se hace en diferentes poblaciones del estado de México, entre ellas Tenancingo.

La decoración, aunque tenía un orden general, variaba en cada casa según las posibilidades y creatividad de la familia. Se ponía un altar escalonado, mediante la utilización de mesas, baúles, cajones y pequeños muebles que se cubrían con manteles blancos y con servilletas, y paños decorados con motivos religiosos. Se usaba todo tipo de recipientes de cristal para llenarlos con aguas de colores; también tazones, jarrones y tibores de porcelana china para la decoración complementaria.

Los altares se visitaban generalmente por por la tarde o en la noche, cuando la iluminación era más impresionante; las pequeñas corrientes de aire provocadas por las velas que muchas veces se colocaban detrás de los recipientes de agua de colores, movían las banderitas de oro volador, lo que hacía que el altar brillara con múltiples destellos; a los visitantes se les ofrecían aguas frescas.

El color, las luces, los diferentes granos, las flores, hacen pensar en un ritual agrícola. En la época prehispánica en el mes huey tozoztli, que coincide con las fechas de la Semana Santa, se hacía una importante y colorida ofrenda a Chicomecóatl, diosa de los alimentos; entre las ofrendas había chía y otras semillas.
 
 


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