Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 16 de marzo de 2002
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Política
Fernando del Paso

Religión y educación/ II

Dios, infierno y paraíso

Ante la imposibilidad de conocer todos los atributos que se han asignado a Dios como el Ser Absoluto y Primordial en todas las mitologías y religiones que desembocaron en el monoteísmo y que le dieron Brahma a los hindúes, Atón a los egipcios, Yahvé o Jehová a los judíos y Alá a los musulmanes, conviene limitarnos al Dios de los cristianos y, sin la menor pretensión de enredar a los alumnos en argumentos teológicos, darles a conocer por lo menos los cuatro grandes argumentos de la existencia de Dios de la teología occidental cristiana: el Ontológico, atribuido a San Anselmo; el Cosmológico derivado de Aristóteles y Santo Tomás; el Teleológico y, finalmente, el argumento moral de Kant. Sería, pienso, indispensable examinar las raíces maniqueas del cristianismo en la medida en que se basa en el doble principio de la Luz y las Tinieblas, y la consiguiente lucha eterna entre el bien y el mal. La idea de un infierno y un paraíso está estrecha e indisolublemente vinculada a este principio. La historia del infierno es muy antigua: los griegos concibieron el hades, y los judíos el gehenna; en el Apocalipsis de San Juan el infierno es un lago de azufre y fuego, y tanto hindúes como budistas, zoroastrianos y musulmanes, se imaginaron un lugar de terribles, inenarrables torturas para los malvados, si bien en muchos casos, estos lugares parecen ser más bien purgatorios temporales, lo que no ocurre en el cristianismo, a cuyos pensadores, al menos durante siglos, no les repugnó la idea de la existencia de un castigo eterno.

Cielos ha habido, hay muchos, además de los paraísos terrestres que ha inventado la fantasía, desde el Jardín del Edén y el País de Jauja a El Dorado de los omaguas, pasando por las islas maravillosas de la mitología germánica, donde corrían ríos de leche y miel y, no faltaba más, también de cerveza. La historia del cielo, de Colleen McDanell y Bernhard Lang, constituye una preciosa fuente de conocimiento de las diversas concepciones cristianas del cielo, que incluyen a la Jerusalén celestial de la Iglesia Triunfante de muros y calles de oro y piedras preciosas; al cielo como la reunión de contempladores inmóviles y perpetuos del Ser Supremo; al cielo donde los bienaventurados, en una especie de Jardín de las Delicias, recrean algunos ?no todos? de los placeres terrestres, como la danza y la risa, y el cielo de Martín Lutero, donde los insectos más repugnantes despiden deliciosas fragancias y llueven monedas de oro.

Temas de reflexión en las clases podrían ser la contradicción fundamental entre el libre albedrío y la voluntad omnipotente de un Dios que todo lo sabe y dispone, así como la limitante más grave de esa omnipotencia: el hecho de que todo lo puede Dios, menos hacer que no haya pasado lo que ya pasó, problema que el dicho popular expresa con peculiar picardía: los palos dados, ni Dios los quita.

Historia de la Iglesia

Como prólogo a este capítulo, podemos referirnos a la historia de la influencia de las religiones y los ritos paganos de la antigüedad en las creencias y la liturgia católica, y en particular el culto al sol y los astros, del cual encontramos todavía algunos rastros, como en la palabra inglesa Sunday o día del Sol, que es, también el día del Señor, y en los nombres de los días de nuestra semana: el lunes de la Luna, el martes de Marte, etc. Por lo demás, la historia de la religión cristiana es, al menos durante muchos siglos, la historia de la Iglesia, que reclama para sí el título de Santa, y que se divide en Iglesia Militante, Purgante y Triunfante. La falta de espacio nos obliga a acudir a un esquema limitado a los temas indispensables: los primeros apostolados, las persecuciones y el martirio sufridos por los cristianos de las Catacumbas, la fundación de la Iglesia y el Papado por San Pedro; la conversión en el siglo iii de Constantino el Grande, que instituyó el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. La expansión en Europa de la doctrina y del poder pontificio que culminó con el dominio de los Estados de la Iglesia y su pérdida posterior. La reclamación, para el Papado, hecha por Inocencio I, de la soberanía sobre toda la cristiandad occidental. La coronación de Carlomagno como Emperador de Occidente por León III, inaugurando así el Sacro Imperio Romano. La actuación excepcional de Inocencio III. Los Papas de Aviñón. El cisma del siglo xv, que provocó la existencia simultánea de tres papas y, por supuesto la Reforma provocada por la corrupción de Roma ?no puede faltar la escabrosa historia de los Borgia? y la comercialización de las indulgencias, motivos todos que dieron lugar al nacimiento de las primeras ramificaciones protestantes creadas por los seguidores de Lutero y Calvino. La diferenciación de los presbiterianos puritanos que prevalecieron en Escocia y más tarde en Irlanda del Norte, en contraste con la creación de otra Iglesia muy distinta, la Anglicana. La Santa Inquisición, que merece un capítulo aparte. La conquista espiritual de América y la obsesión catequizante española derivada de la Contrarreforma. El nacimiento y evolución de algunas órdenes como las de los jesuitas, los dominicos, los franciscanos. Las Cruzadas y sus fundamentos más que religiosos políticos y económicos, sus rotundos fracasos ante las fuerzas de los turcos y los árabes, el saqueo de Constantinopla y la legendaria y catastrófica Cruzada de los niños. Como temas aparte, se harían referencias al intento de conciliación entre la ortodoxia cristiana y Aristóteles, que dio como resultado el milagro de la Escolástica; a la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano nacido del pacto firmado en 1929 por Mussolini y Pío XI y con el cual han establecido relaciones diplomáticas docenas de naciones. Al Dogma de la Infalibilidad Papal, que data apenas de 1870, instituido por Pío IX, y que se refiere no a todo lo que dice el Papa, sino únicamente a lo que proclama ex cathedra, o sea desde la silla de San Pedro, en cuestiones que atañen a la doctrina, la fe y la moral. Pienso que, además, para todo católico resultará interesante saber que durante más de 15 siglos, era costumbre que el Papa nombrara cardenal de la Iglesia a cualquier laico no sacerdote, es decir a quien nunca había recibido las sagradas órdenes y que, en teoría al menos, cualquier varón católico, sin ser sacerdote, podría, aun en nuestra época, ser elegido Papa.

El Santo Oficio

La historia del cristianismo y con ella la de nuestra civilización occidental, no estaría completa, desde luego, sin la historia de la Santa Inquisición, cuyo Tribunal fue creado en 1229 en el Sínodo de Toulouse, con objeto de descubrir y suprimir la herejía, y que con lujo de crueldad y por medio de la denuncia, la cárcel, la tortura y la hoguera, operó durante siglos en Italia, Francia, España, Portugal y América. Las variadas manifestaciones de la herejía, como el arrianismo, se dieron desde los primeros tiempos de la era cristiana y a lo largo de los siglos destacaron entre ellas los docetistas, que afirmaban que el cuerpo de Cristo era un fantasma; el gnosticismo y los ebionitas, que aseguraban que Jesús era hijo carnal de María y José, y, en fin, otras muchas, como el patripasianismo, el pelagianismo, el jansenismo y el quietismo. La Inquisición sirvió para eliminar numerosos movimientos disidentes, como las sectas espirituales y los begardos de Alemania, y en España se dirigió en particular contra aquellos moros y judíos, llamados marranos y conversos, que habían renunciado al judaísmo y al Islam para abrazar la fe católica. De paso le sirvió a la Iglesia y a la intolerancia para asesinar a místicos, heterodoxos, francmasones, humanistas, bígamos, blasfemos, homosexuales y autores e impresores de libros prohibidos. Prohibidos, claro, por la Iglesia. Pocos ejemplos tan cruentos e inhumanos como las guerras de religión en Francia y los asesinatos en masa indiscriminados de los cátaros o albigenses franceses, los hugonotes ?1572 fue el año de la tristemente célebre Noche de San Bartolomé? y, más tarde la destrucción, sin piedad, de los camisardos.

La historia de la Inquisición en México es confusa, ya que en tanto el historiador Luis González Obregón calcula que hubo 51 sentencias de muerte en los 230 años que duró el Santo Oficio en nuestro país, hay quien afirma que el número fue casi insignificante. Sin embargo, parte indispensable de nuestro estudio sería el libro de Alfonso Toro, donde se narra el caso de la célebre familia mexicana de los Carvajal, mártires de la fe judía. He dicho varias veces antes, y no me cansaré de reiterarlo, que no se entiende el espanto de los españoles ante los sacrificios humanos de los aztecas, ya que éstos obedecían a una lógica, macabra si se quiere, pero lógica al fin, que era la de alimentar al Sol con la sangre de los vencidos, en tanto que los cristianos torturaban y quemaban a sus hermanos en nombre de un Dios todo misericordia. No hay que olvidar que en 1480, los Reyes Católicos Fernando e Isabel le dieron un nuevo impulso a la Inquisición, y que en 1492, aún estaba vivo el siniestro Torquemada. Motivo de discusión, en clase, puede ser comparar la imaginación inquisitorial aplicada a la invención de espantosas torturas de una crueldad inconcebible, con la de aquellos que torturaron a Jesús con azotes, una corona de espinas y la crucifixión, así como comparar los padecimientos espirituales que sufrió el fundador del cristianismo, con los millones de simples mortales que han sufrido lo que él jamás sufrió, como la muerte de un hijo adorado, para poner un solo ejemplo.

No estará ausente de este programa, por supuesto, la relación de la violencia y la crueldad ejercidas contra los cristianos y católicos en particular a través de los siglos: las persecuciones de los primeros tiempos, antes mencionadas; las matanzas de los católicos irlandeses de las que fue responsable Oliver Cromwell, así como las atrocidades cometidas por los republicanos franceses en las llamadas Guerras de la Vendée en Francia, iniciadas a finales del siglo xviii, o las matanzas de cristianos a manos de los boxers chinos en los albores del siglo xx. La historia de las persecuciones religiosas, es, desde luego, inagotable, pero en un programa de estudios amplio sobre este tema la historia del Holocausto sería, por supuesto, un tema ineludible.

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