Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 4 de marzo de 2002
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Editorial
¿A QUE VIENE RIDGE?

Entre hoy y mañana el director de Seguridad Interna del gobierno de George W. Bush, Tom Ridge, conocido como el zar antiterrorismo desde los atentados del 11 de septiembre, realizará una visita oficial a nuestro país, a la cabeza de una nutrida delegación de funcionarios de Migración, Aduanas, Transporte, Tesoro, Control Antidrogas y Relaciones Exteriores (Departamento de Estado) de la nación vecina. Está previsto que el grupo será recibido por el presidente Vicente Fox y que sostendrá diversas reuniones con funcionarios mexicanos, con el fin de analizar el tema de la seguridad de ambos países.

Claramente, el viaje se inscribe en la estrategia de la Casa Blanca de formar un triángulo regional de seguridad -con Canadá y México-, con el fin de enfrentar de manera conjunta la eventualidad de nuevos ataques terroristas, de la clase de los perpetrados el año pasado contra las Torres Gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono en Washington.

Ciertamente, para el gobierno de Bush puede resultar útil y conveniente disponer de sus vecinos del norte y del sur, como una suerte de zonas de protección y de amortiguación para hipotéticos atentados que pudieran realizarse en el futuro, especialmente si se trata de ataques con armas de destrucción masiva como las que Washington asegura que poseen sus nebulosos enemigos. En esta lógica, se han emprendido en fecha reciente acciones de seguridad en la frontera sur, que incluyen el despliegue de tropas del Ejército -como en Texas- o la instalación, en esa misma franja fronteriza, de detectores de rayos gamma y flujo neutrónico, y la movilización de la Fuerza Delta, grupo de comandos encargado de neutralizar a quien pudiera intentar el traslado desde México de armas atómicas, químicas o biológicas, y su internación en territorio estadunidense.

Sin embargo, lo que puede ser bueno para Estados Unidos no necesariamente lo es para muestro país. En el caso específico del establecimiento de una seguridad común, tal estrategia resulta, en cambio, claramente lesiva para los intereses de nuestro país.

El imperio del norte cuenta con una larga lista de enemigos reales -más una no menos larga de enemigos inventados por la paranoia del propio Bush -que se ha forjado en décadas de una política exterior agresiva, injerencista, belicista, intrigante, depredadora y desestabilizadora. México, en cambio, no tiene enemistades localizadas. El simple hecho de hacer causa común con la nación vecina en materia de seguridad pondría a nuestro país, en forma innecesaria, en la mira de quienes, con causas justas o sin ellas, y con métodos legítimos o condenables -como el terrorismo-, pugnan por afectar los intereses de Washington fuera y dentro del territorio estadunidense.

Desde esta perspectiva, la presencia en México de Ridge y de los otros funcionarios mencionados no puede ser saludada ni festejada por la sociedad. Del gobierno cabe esperar que se limite al estricto papel de anfitrión protocolar y diplomático, y que desista de cualquier pretensión de uncir a nuestro país a las estrategias de seguridad de Estados Unidos.
 

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