Las venganzas de los Aretes
La pregunta se publica y se repite como si fuera un conjuro. De comprobarse la muerte de Ramón Arellano Félix durante un enfrentamiento con policías en Mazatlán, ¿de qué tamaño será la venganza? No es para menos. El Cártel de Tijuana -los hermanos Arellano o los Aretes en el narcolenguaje- del que el posible muerto era cabecilla, acostumbra resolver a tiros sus problemas, sin importar las consecuencias. Una larga estela de sangre acompaña la historia de la organización delictiva, en la cual la muerte había sido siempre su aliada. Ahora la suerte parece haber cambiado. La duda es saber para quién
ALBERTO NAJAR
DOS NIÑOS ARROJADOS VIVOS desde un puente de 50 metros de altura; uno más asesinado con un disparo en la cabeza. Familias enteras acribilladas. Más de 150 policías y militares ejecutados, atentados contra un procurador General de la República y a un comandante de Zona Militar, autos bomba...
Parte de las cuentas que ha cobrado el Cártel de Tijuana en los últimos diez años.
Historias de violencia que, sin embargo, de comprobarse la muerte de Ramón Arellano Félix, responsable de la seguridad en la organización, podrían quedarse cortas ante la reacción del grupo.
Hasta al pasado 10 de febrero -cuando en un enfrentamiento con policías en Mazatlán el capo pudo haber perdido la vida-, el golpe más duro al núcleo familiar que encabeza el Cártel había sido la captura de Francisco Rafael, preso desde 1993 en el penal de máxima seguridad de Almoloya.
Desde entonces, había ganado batallas y perdido otras, y a pesar de la detención de algunos de sus principales, lugartenientes el clan se mantenía entero, gracias sobre todo a su enorme capacidad para comprar protección... Y la violencia con que defienden su territorio.
Es el sello de la casa. Y a juzgar por la historia de la organización, la eventual muerte del jefe de seguridad no tiene por qué alterar la forma como el Cártel cobra las afrentas.
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La
fama de los hermanos Benjamín, Ramón, Francisco y Rafael
Arellano Félix surgió en 1994, durante la balacera en que
fue asesinado el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Pero en realidad,
este incidente no es el peor en la historia de la organización.
En su bitácora de delitos se cuenta el intento de asesinar con un auto-bomba a Ismael El Mayo Zambada, encargado del Cártel de Sinaloa, quien asistiría a una fiesta en el hotel Camino Real de Guadalajara.
El atentado fracasó porque la bomba estalló antes de tiempo, pero si hubiera tenido éxito el número de víctimas hubiera sido mayor a 200.
Un año después, gatilleros del Cártel se enfrentaron a tiros en el malecón de Culiacán, sin importar que a esa hora estuviese lleno de paseantes. Esa vez murieron 14 personas.
En la cuenta de los Arellano se incluye también la masacre en el Rancho El Rodeo de Ensenada, Baja California, donde fueron ejecutadas 19 personas, entre ellas había menores de edad. El año pasado hicieron lo mismo en la comunidad de El Limoncito de Ayalá, en Sinaloa. El saldo: 12 muertos.
Y es que en las venganzas de los Arellano no hay consideraciones. En 1989, en los inicios de la guerra contra el Cártel de Sinaloa, Ramón ordenó que los dos hijos de Héctor Luis El Güero Palma fueran arrojados vivos desde un puente de 50 metros de altura; años después, otro niño de dos años recibió un disparo en la cabeza cuando gatilleros del Cártel asesinaron a su madre.
Nada los detiene.
Cuando se enteraron que el comandante de la Quinta Región Militar, Jesús Gutiérrez Rebollo, colaboraba con el Cártel de Juárez, trataron de emboscarlo. El general salvó la vida porque no viajaba en el vehículo que fue atacado.
Antes, ofrecieron 50 millones de dólares al entonces Procurador General de la República, Antonio Lozano Gracia, para que capturase a El Señor de los Cielos, y cuando el panista no aceptó, trataron de asesinarlo.
En ajustes de cuentas, ejecuciones y enfrentamientos por el territorio, al Cártel de Tijuana se le atribuyen más de 400 homicidios en los últimos cinco años. Entre ellos se incluye la muerte de al menos 150 policías estatales, federales, comandantes, delegados y subdelegados de la Procuraduría General de la República (PGR) y hasta una decena de militares.
Los casos más destacados son los homicidios del director de la policía municipal de Tijuana, Federico Benítez López, quien no aceptó la oferta de 15 mil dólares mensuales por tolerar la venta de droga en la ciudad, así como el subdelegado de la PGR en Baja California, Ernesto Ibarra Santés, quien había detenido a varios integrantes de la organización.
Es algo que el Cártel suele cobrar caro.
En 1997, el periodista Jesús Blancornelas, codirector del semanario Zeta, publicó una serie de reportajes en los que denunciaba la actividad de los narcojuniors. La respuesta fue un intento de homicidio y la amenaza permanente a su vida.
Luego, en marzo de 2000 un grupo especial del Ejército capturó a Jesús El Chuy Labra, considerado como el cerebro financiero del grupo. Un mes después, los agentes especiales del Ministerio Público Federal Luis Patiño Morales y Oscar Pompa Plaza, así como el capitán Rafael Torres Bernal, primer subcomandante de la Policía Judicial Federal, fueron torturados y sus cuerpos arrojados al fondo de La Rumorosa.
El último crimen notable del Cártel ocurrió el año pasado, cuando el Comandante Mon (uno de los sobrenombres de Ramón Arellano) ordenó la ejecución de los magistrados Jesús Alberto Ayala Montenegro y Benito Andrade Ibarra, quienes se habían negado a otorgar un amparo para adelantar la liberación de Francisco Rafael Arellano Félix.
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Alejandro Hodoyán Palacios, uno de los primeros narcojuniors (una banda de sicarios provenientes de familias acomodadas) contaba que a Ramón le gustaba matar.
Durante un testimonio rendido ante la Drug Enforcement Administration (DEA) en 1996 ?días antes de que el Cártel lo desapareciera? recordó cómo, un domingo por la tarde, al capo le dieron ganas de usar la pistola.
"Hay que matar a alguien", propuso a los jóvenes con los que tomaba cerveza en Tijuana, y tras preguntar con quiénes tenían rencillas, eligió a uno. Horas después estaba muerto.
Esta clase de antojos hicieron escuela.
Para ejecutar trabajos especiales el Comandante Mon solía contratar a pandilleros del Barrio Logan de San Diego, una de las zonas más violentas de California. De hecho, algunos de estos sicarios fueron los responsables del homicidio del cardenal Posadas.
No fue ésta la única ayuda externa que contrató.
Según el diario The Washington Post, desde 1997, un ex integrante de las Fuerzas Especiales del ejército estadounidense es el responsable de entrenar a los guardaespaldas de la familia Arellano Félix, a quienes adiestró "en técnicas modernas militares y de vigilancia". El curso incluyó sesiones de tácticas de combate y uso de todo tipo de armas.
Por si fuera poco, la presencia añeja de la delincuencia organizada en Baja California creó una cartera de jóvenes de los que el Cártel se nutre para obtener mulas que cruzan droga a Estados Unidos y en varias ocasiones han sido habilitados como sicarios.
De allí surgió, por ejemplo, la banda de los narcojuniors, un grupo que los mismos Arellano Félix disolvieron desde 1997 y que ahora, según informes de la PGR, pretenden revivir para que suplan las capturas de gatilleros como Humberto Rodríguez Bañuelos, La Rana, hasta hace dos años el hombre de confianza del Comandante Mon.
En este caso el cargo, fue otorgado a Fabián Martínez González, El Tiburón, famoso por la sangre fría y la precisión con que comete las ejecuciones.
Su puntería, dicen en Tijuana, es notable.
La
versión oficial dice que el domingo 10 de febrero, un sujeto que
se identificó como Jorge Pérez López, agente de la
PGR, se enfrentó a balazos con un Policía Ministerial que
pretendía detenerlo en la Zona Dorada de Mazatlán. Ambos
murieron.
Días después surgió la versión de que en realidad el falso agente federal era Ramón Arellano Félix, lo cual hasta el momento no se ha confirmado oficialmente.
Pero no es la única duda.
Según versiones de la Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada (UEDO), el encuentro de quien sería Ramón Arellano con policías no fue casual, pues en realidad se trató de una emboscada que le tendió Ismael El Mayo Zambada, a quien el tijuanense pretendía asesinar.
La hipótesis se refuerza por el dictamen de la autopsia practicada al cuerpo -publicada por el diario Noroeste- en la que se revela que el capo recibió un disparo en la sien con trayectoria de abajo hacia arriba, lo cual indicaría que fue ultimado cuando se encontraba agachado.
Una versión distinta a la oficial, que establece que el enfrentamiento con la policía se hizo de frente.
Si el comandante Mon hubiera sido ejecutado, El Mayo habría ganado una importante batalla en la guerra que libra con la familia Arellano Félix.
¿Cambiaría la intensidad de la venganza? Tal vez. Lo único claro es que el Cártel de Tijuana no se quedará con los brazos cruzados, y los primeros objetivos serían los ocho policías que participaron en el enfrentamiento.
Hay, pues, muertos en el horizonte.