Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Cultura
La especie humana

Robert Antelme

Hace dos años, durante los primeros días que siguieron a nuestro retorno, fuimos todos, creo, presas de un verdadero delirio. Queríamos hablar, ser escuchados al fin. Nos dijeron que nuestra apariencia física ya era bastante elocuente por sí sola. Pero recién volvíamos, traíamos con nosotros nuestra memoria, nuestra experiencia viva aún, y sentíamos el deseo frenético de decirla tal cual era. Y, sin embargo, ya desde los primeros días, nos parecía imposible colmar la distancia que íbamos descubriendo entre el lenguaje del que disponíamos y esa experiencia que seguíamos viviendo casi todos en nuestros cuerpos. ¿Cómo resignarnos a no tratar de explicar de qué manera habíamos llegado hasta allí? Todavía estábamos allí. Y, sin embargo, era imposible. Apenas comenzábamos a relatar, nos sofocábamos. A nosotros mismos lo que teníamos para decir empezaba a parecernos inimaginable.

Esa desproporción entre la experiencia que habíamos vivido y el relato que era posible hacer a partir de ella se confirmó definitivamente más adelante. Estábamos efectivamente frente a una de esas realidades de las que se dice que sobrepasan la imaginación. Quedaba claro entonces que sólo por elección, es decir, una vez más, gracias a la imaginación, podríamos intentar decir algo.

He tratado aquí de reconstruir la vida de un kommando (Gandersheim) de un campo de concentración alemán (Buchenwald).

Se sabe hoy en día que en los campos de concentración de Alemania existieron todos los grados posibles de opresión. Sin tener en cuenta los diferentes tipos de organización que existían en los campos, las diferentes aplicaciones de una misma regla podrían aumentar o reducir sin proporción alguna las posibilidades de supervivencia.

Ya las propias dimensiones de nuestro kommando acarreaban el contacto estrecho y permanente entre los presos y el aparato de mando SS. El papel de los intermediarios se veía reducido al mínimo. En Gandersheim, el aparato intermedio estaba enteramente conformado por presos alemanes comunes. Éramos entonces alrededor de quinientos hombres, que no podíamos evitar estar en contacto con los SS, rodeados no por políticos, sino por asesinos, ladrones, estafadores, sádicos o traficantes de mercado negro. Ellos fueron, bajo las órdenes de los SS, nuestros amos directos y absolutos.

Es importante señalar que la lucha por el poder entre los presos políticos y los presos comunes nunca cobró el sentido de una lucha entre dos facciones que se disputaran el poder. Era la lucha entre hombres cuyo fin era instaurar una legalidad, en la medida en que una legalidad fuese aún posible en una sociedad concebida como infernal, y hombres cuyo fin era evitar a cualquier precio la instauración de esa legalidad, porque sólo podían beneficiarse en una sociedad sin leyes. Bajo estos hombres sólo podía reinar la ley SS sin tapujos. Para vivir, e incluso vivir bien, lo único que podían hacer era agravar la ley SS. En ese sentido jugaron un papel de provocadores. Provocaron y mantuvieron entre nosotros, con una saña y una lógica asombrosas, el estado de anarquía que les era necesario. Jugaban el juego a la perfección... No sólo se afirmaban así a los ojos de los SS como diferentes de nosotros por naturaleza, sino que aparecían frente a ellos como auxiliares indispensables y merecían, en efecto, vivir bien. Matar de hambre a un hombre para tener que castigarlo después por robar cáscaras y, gracias a esto, merecer la recompensa de los SS y, por ejemplo, conseguir como premio la sopa extra que hambreará aún más al hombre, tal era el esquema de su táctica.

Nuestra situación no puede entonces compararse con la de los presos que se encontraban en campos o kommandos bajo la responsabilidad de políticos. Aun cuando esos responsables políticos, como ocurrió, se dejaron corromper, lo más frecuente era que hubieran conservado cierto sentido de la vieja solidaridad y un odio al enemigo común, que les impedían llegar a los extremos a los cuales se entregaban sin pudor los presos comunes.

En Gandersheim, nuestros encargados eran nuestros enemigos.

El aparato administrativo era entonces el instrumento, más afilado aún, de la opresión SS, por lo cual la lucha colectiva estaba destinada al fracaso. El fracaso era el lento asesinato por los SS y los kapos unidos. Todos los intentos que emprendimos algunos de nosotros fueron inútiles.

Frente a esa coalición todopoderosa, nuestro objetivo se iba haciendo más humilde. Era solamente sobrevivir. Nuestro combate, los mejores de entre nosotros sólo pudieron librarlo individualmente. La solidaridad también se había convertido en un asunto individual.

Relataré aquí lo que viví. El horror allí no es gigantesco. En Gandersheim no había ni cámara de gas, ni crematorio. Allí el horror era oscuridad, falta absoluta de referencias, soledad, opresión incesante, aniquilamiento lento. El motivo de nuestra lucha sólo fue la reivindicación frenética, y casi siempre solitaria, de seguir siendo hombres, hasta el final.

Los héroes históricos o literarios que conocemos habrán gritado al amor, a la soledad, a la angustia del ser o del no ser, a la venganza, o se habrán lanzado contra la injusticia y la humillación, pero no creemos que se hayan visto llevados a expresar como única y última reivindicación un sentimiento límite de pertenencia a la especie.

Decir que uno se sentía entonces cuestionado como hombre, como miembro de la especie, puede aparecer como un sentimiento retrospectivo, una explicación a posteriori. Fue eso, sin embargo, lo que vivimos y sentimos de manera más inmediata y constante, y es eso, exactamente eso, lo que querían los otros. Sentirse cuestionado en su calidad de hombre provoca una reivindicación casi biológica de pertenencia a la especie humana. Sirve luego para meditar sobre los límites de esa especie, sobre su distancia con la "naturaleza" y su relación con ésta, sobre cierta soledad de la especie entonces, y, finalmente, para concebir sobre todo una visión clara de su unidad indivisible.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año