Hoy concluye la fiesta libresca organizada por
la UNAM
Persistió el hormigueo amable y laborioso en
la Feria de Minería
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
¡Una
adolescente insólita va leyendo en el Metro! Sus ojos y sus manos
llenas de anillos van aferradas a un libro. Nada la perturba. Su cuerpo
ocupa un asiento pero ella no está allí; al parecer anda
lejos, muy lejos, tan lejos como se puede ir de la mano de Ricardo Garibay
y su novela Triste domingo, en la que una mujer se debate ?y se
ve obligada a elegir? entre el amor joven y el amor maduro. No existe nada
más a su alrededor.
No existen los metronautas ensardinados y mohínos
de las seis de la tarde. No existe la cháchara mercante de los sobrevivientes
de la economía globalizada ("¡como una oferta, como una promoción
de empresas asociadas, le venimos ofreciendo...!"). No existe el hombre
gordo y sudoroso que tapona una entrada del vagón. No existe la
chicharra histerizante que apresura al ascenso y descenso de estampidas.
Cuando el convoy sale de la estación Hidalgo y
se aproxima a Bellas Artes, la adolescente interrumpe su intenso diálogo
con Garibay, vuelve en sí, como si volviera de un coma largo y placentero,
cierra el libro y lo hace caber en su bolsita floreada. Y de pronto la
hostilidad se materializa. Y ella se coloca en la línea de golpeo
que forman los pasajeros dispuestos a descender a como dé lugar.
En medio de tacleadas y empellones, ella y sus momentáneos compañeros
de equipo ganan el andén y emergen triunfantes a la-tarde-que-anochece.
Se enfila por la parte trasera del Palacio de Bellas Artes, cruza Eje Central,
sortea la marabunta humana que circula por avenida Cinco de Mayo y llega
a las taquillas donde venden los boletos para entrar a la Feria del Libro
del Palacio de Minería. Hace una pequeña fila.
-¿Cuánto es?03af2.jpg
-Diez pesos.
-Me da uno.
Extrae
la moneda del bolsillo derecho de su pantalón de mezclilla. Toma
su boleto que le da derecho a un descuento en la primera compra superior
a 100 pesos. Y entra a esa ?llamada por sus organizadores? "fiesta de los
libros", fundada hace 23 años, cuando ella ni siquiera era un latido
en el vientre materno.
Adentro la adolescente se pierde en otro tumulto, el que
se agita bajo la majestad colonial del Palacio de Minería. Es un
hormigueo amable y laborioso el que se dispersa por tantos caminos como
pasillos hay entre los 500 stands donde exponen sus títulos
casi 600 editoriales.
Novelas. Ensayos. Biografías. Cuentos para niños.
Libros científicos, de cocina, fotoperiodismo, viajes y eróticos.
De divulgación. Para colorear. Musicales. Poemarios. Viejos y nuevos.
Grandes y pequeños. Gruesos y delgados. Los ojos se extravían
en la vastedad de la oferta. La demanda no da para tanto, aunque por ganas
no queda.
-¿Cuánto cuesta este?
-¿Cuál?
-Este de James Ellroy.
-240.
-Es que es de pasta dura.
Aunque siempre hay algo al alcance del bolsillo. Cuestión
de administrarse.
-¡Papá, papá, yo quiero ese de dinosaurios!
-Piénsalo bien, porque nada más te voy a
comprar uno a ti y otro a tu hermano.
Al hormiguero libresco le dan las nueve de la noche. Hora
de cerrar. Termina otro día de actividades en la feria. Con parsimonia
salen por decenas mujeres, hombres, niñas, niños, jóvenes
que acudieron, quizá por única vez, a su cita anual con los
libros.
Hoy se clausura la 23 Feria Internacional del Libro de
Minería. En un conteo preliminar, los organizadores calculan que
la asistencia promedio rebasará los 10 mil visitantes por día,
con boleto pagado.
Hasta la próxima.