Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de marzo de 2002
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Política

Jenaro Villamil

Del Big Brother a la rebelión en la granja

La polémica generada en torno a la producción de Televisa y la empresa holandesa Endemol, Big Brother, revela la pobreza de la discusión sobre la calidad y la ética en la televisión mexicana. Ha mostrado que el ingreso de nuestra pantalla a la nueva ola de la telebasura contemporánea enfrentará al tradicionalismo moral consumista (Ƒpor qué empresas como Bimbo y Modelo se unifican contra Big Brother y pasan por alto el telemarketing discriminatorio?) con el consumismo voyeurista que se disfraza de liberal.

Al final de cuentas, Big Brother es un programa más de concurso, que ni de lejos plantea una nueva "mirada a la realidad" o constituye un "termómetro social", como dijera su conductora Adela Micha. En todo caso, sí alienta un nuevo divertimento ocioso e irreflexivo. Sustituye la jaula de los zoológicos por una casa con 70 cámaras, y los animales ceden el paso a 12 seres humanos en busca de 106 días de fama telegénica.

Detrás de este reality show -que llega mucho tiempo después que en Zoom.TV se transmitiera El Inquilino en Internet, con un contenido más fresco y genuino- existen tres ejes del debate que aún no se han ventilado con la profundidad necesaria:

1. Esta producción comienza sin que se haya cumplido con el compromiso de reformar la Ley Federal de Radio y Televisión, que aún regula el contenido de la programación de los medios electrónicos, ni se haya instalado el Consejo Nacional de Radio y Televisión, organismo de carácter plural, con participación de legisladores e instituciones académicas, que por ley debe ejercer la regulación y los criterios de control de calidad de la televisión mexicana. La apuesta de los concesionarios ha sido aprovechar los vacíos legales existentes para mantener márgenes de discrecionalidad e impedir cualquier mecanismo de regulación o fiscalización, bajo el argumento de que esto conduce a la censura.

2. Los márgenes de discrecionalidad no son casuales. Forman parte del eje del negocio que representan los reality shows. Estas emisiones se han convertido en verdaderas máquinas de dinero y rating, sin ninguna obligación fiscal ni ética. Un estudio realizado por el investigador español Darío Lavia, documenta que en Europa cada emisión de Big Brother costaba 190 mil dólares, pero cada segundo de publicidad ascendía a 130 mil dólares. Para la cadena estadunidense CBS, Survivor la salvó publicitariamente, ya que la compañía AT&T le apostó todo a la serie y el rating en el episodio final se disparó: 52 millones de personas observaron el programa.

En México, Televisa espera obtener 70 millones de dólares en la primera etapa, monto que duplica las ganancias por ingresos publicitarios que calculan de la Copa Mundial de Futbol Japón-Corea 2002. Tan sólo por el costo de las llamadas de las 151 mil 520 personas que se inscribieron, hasta el 16 de enero, la empresa habría obtenido por lo menos 12 millones de pesos.

3. Los reality shows, como antes los talks shows, son productos televisivos que orillan a una competencia por la baja y no por la alta calidad de contenidos. Son grandes distractores sociales que alientan una evasión colectiva mediática. Lejos de promover valores como la solidaridad, el diálogo o la participación, están instalados en la competencia frívola, sensacionalista, el telenarcicismo y la despolitización. Ambos géneros explotan una nueva patología: la pérdida consciente de la libertad y de la intimidad, en aras de "salir en pantalla". Las emisiones simulan ser "fotografías" de situaciones reales. La fantasía de observar lo verídico en tiempo real es sólo una estratagema, ya que la "realidad" filmada es, en casi todos los casos, artificial. En el caso de Big Brother, es un lugar cerrado; en Survivor, se trata de locaciones adaptadas para reeditar el mito de Robinson Crusoe; en Temptation Island, se trata de reconstruir la vida de cuatro personas en una isla de Belice, y en Big Diet, se graba a un grupo de gordos que conviven en un gimnasio y que deben resistir a la tentación de comidas ricas en grasas. Gana quien pierde más peso.

La supuesta apertura moral es una ficción y, en todo caso, es un gancho para el morbo y para alterar a las buenas conciencias. Han sido excepcionales los casos en los que los integrantes de Big Brother se salen del guión, como en Alemania, donde dos participantes hicieron el amor frente a las cámaras. O en Estados Unidos, donde un concursante confesó su homosexualidad. Se trata, más bien, de vivir una reedición de The Truman Show (1997, con Jim Carrey), que mostró la vida de un individuo simple en una ciudad totalmente diseñada para exhibir su cotidianidad a través de miles de televisores de todo el mundo. La diferencia es que Truman ignoraba su propio show y los participantes, finalmente seleccionados, renuncian voluntariamente al derecho a su intimidad.

En todo caso, la gran aportación de Big Brother puede ser a nivel de cultura política. Si ya el estilo de los talks shows se volvió moneda corriente en los debates entre políticos, Ƒpor qué no pensar que para los próximos comicios del PRI se encierren en una casa a los contendientes y que gane quien resista más a las trampas y marrullerías del otro? Para no perder el espíritu orwelliano, esta emisión se podría llamar rebelión en la granja.

 

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