La Jornada Semanal,  24 de febrero del 2002                         núm. 364
Guadalupe Ángeles

Sylvia Plath o la vida

Guadalupe Ángeles nos propone una tarea ciertamente difícil: recordar a Sylvia Plath separando la vida del mito. No es fácil escindir lo que fue de lo que pudo ser, ni lo posible de lo probable en la trayectoria vital de esta “poeta inquietante”, madre de dos hijos, huérfana desde los ocho años de edad, casada con Ted Hughes –y nunca eclipsada por él, aun a pesar de los esfuerzos del poeta y viudo a quien no le tembló la mano para evitarle al público el conocimiento de ciertas cosas. Casi dos décadas después de su muerte –ocurrida a los treinta años, en su segundo intento de suicidio–, su Poesía completa mereció el Premio Pulitzer. Desde ese año de 1982 hasta la fecha, la estatura poética de Sylvia Plath sigue creciendo, como las imágenes del también mítico poema “Daddy” y la figura de una autora que no por mal leída deja de ser imprescindible.

Para hablar de Sylvia Plath es necesario separar la vida del mito. Suicida, madre de dos hijos, esposa del poeta inglés Ted Hughes, ella, poeta inquietante, posee una biografía ante la cual surgen serias interrogantes sobre la importancia de la poesía en el mundo. Así, con la sencillez de las grandes preguntas, su vida entera nos enfrenta con la razón de la existencia.

Hija de padre descendiente de alemanes y madre norteamericana, queda huérfana de padre a los ocho años; esta carencia la marca profundamente. Los complejos sentimientos padre-hija son expresados fielmente en su poema "Papi". Es necesario amar mucho al padre para entender que este poema es verdadero, como toda confesión honesta y profunda; es necesario saber que un amor tan fuerte desbe forzosamente transformarse en odio para que la joven hija logre sobrevivir a la pérdida, al vacío sin límite que significa esa ausencia en su vida. Pocos poemas hay con tal fuerza humana, de tan honda honestidad, que grita desde la raíz el dolor de una ausencia, que sólo puede traducirse en odio. Hay quienes en iguales circunstancias trasladan su odio a Dios; Sylvia, lúcidamente, decidió odiar a quien amaba por sobre todas las cosas, para sobrevivir. En el origen fue este amor sin término, y su destrucción, ese lento proceso que termina con el suicidio de la autora.

Plath fue siempre una estudiante notable, que solía exigirse más a sí misma para alcanzar esa imagen de la hija, de la hermana perfecta; en lucha siempre con la depresión para encarnar ese ser perfecto y feliz que, desde siempre, nos han hecho creer que es el habitante natural del american way of life, y que en ella tenía un rostro de joven brillante, escritora en ciernes; su apariencia de chica perfecta ocultaba una soledad profunda que la minaba por dentro.

Sobrevivió a la gran amargura de la ausencia del padre, luchando contra la tristeza, siendo con gran esfuerzo la estudiante destacada que todos querían que fuera, hasta que un buen día se toma el contenido íntegro de un frasco de pastillas y se esconde en el sótano de la casa familiar, de donde es rescatada días después. Tenía veinte años.

Ese fue su primer intento de suicidio. El segundo tuvo éxito, a los treinta años, sola, en un viejo departamento sin calefacción en medio del invierno inglés.

¿Qué hay entre el primer intento de suicidio y el segundo? La vida de una mujer que se busca a sí misma en la poesía, en los viajes, en el amor de pareja y en la maternidad; que busca vivir, alejarse del impulso de muerte que finalmente le gana la partida.

El principio fue Boston, Massachusetts en 1932, de donde partió en 1955 gracias a la beca Fulbright, que la llevó a la Universidad Cambridge, en Inglaterra, donde estudiaría literatura inglesa; un anecdotario de estos años puede leerse en su libro de cuentos Johnny Panic y la Biblia de los sueños (historias cortas, prosas y fragmentos de diario), publicado por Ted Hughes en 1979.

La campana de cristal, su única novela, cuenta a su vez aquel periodo que inició el 1 de junio de 1953, comienzo de aquella aventura en Nueva York cuando, en compañía de otras diecinueve jóvenes, fue elegida para formar parte del consejo de redacción de Mademoiselle, importante revista literaria de la época. El viaje es el premio por ser las mejores redactoras de revistas universitarias; además, les fueron otorgados algunos días de estancia en un hotel de lujo, donde son consentidas por los patrocinadores de la revista, que las invitaron a desfiles de alta costura, reuniones artísticas e intelectuales, y les regalaron vestidos caros e infinidad de esas minucias que la sociedad de consumo inventa para el público femenino: perfumes, cosméticos, accesorios...

Es en medio de esta actividad, estimulante para cualquier otra joven, que Sylvia cae en una depresión muy fuerte al descubrir que todo aquello sólo era el principio de un largo camino, en el que debía elegir cómo sería verdaderamente su vida futura, y donde percibía la trampa que todo glamour envuelve. Por eso, en una escena inesperada, Esther Greenwood, la protagonista de La campana de cristal, sube a la azotea del hotel y lanza al vacío los carísimos vestidos que le habían regalado; así manifiesta su rechazo a la frivolidad. 

Terminada su labor como redactora invitada en Mademoiselle, vuelve a su hogar y es presa de una inanidad tal, que provoca en su madre la urgencia de llevarla con un psiquiatra, quien, irresponsablemente, la somete a sesiones de electroshocks de las que saldrá medio muerta, sólo sostenida en lo más profundo y válido en su vida: la poesía.

La novela cierra cuando una buena mujer, adinerada y amante de la poesía, le otorga una beca para que continúe los estudios interrumpidos por el viaje a Nueva York.

Sylvia fue siempre tenaz, confiaba en sus capacidades pero temía no ser lo bastante buena para lograr lo que se había propuesto desde la infancia: ser una poeta de gran fama, escritora destacada, nada más y nada menos. 

En ese viaje a Nueva York que cuenta en su novela, se abrieron ante ella tantos caminos que la sola idea de tomar alguno de ellos le angustiaba; quería ser "todo y todos", al menos todo lo que se esperaba de una joven brillante en su medio. Es revelador el pasaje de la higuera en la novela, pues al ver tantos caminos muere de hambre al no tomar ninguno, al no comer ninguno de los higos que se le ofrecen:

Vi mi vida desplegándose ante mí, mi vida como las ramas de la higuera verde [...] En la punta de cada rama, como un grueso higo morado, me hacía señas y me llamaba un futuro maravilloso. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta y otro higo era una brillante profesora y otro higo era Esther Greenwood, la asombrosa editora.
Es este uno de los momentos reflexivos que seguramente han contribuido a mantener la vigencia de la obra, que cada año vende alrededor de ochenta mil ejemplares en Estados Unidos.

El 25 de febrero de 1956 sucedió el encuentro con el poeta cuya obra la había impresionado favorablemente: Ted Hughes (su esposo y padre de sus dos hijos). Se conocen en la fiesta de presentación de la revista literaria St. Botolph’s. Esa noche es el principio de los seis años de su convivencia, en la que el amor y la pasión paulatinamente fueron dando paso a distanciamientos e irónicas peleas por lo más simple, lo mismo que a problemas de infidelidad.

Como siempre ocurre, viendo en retrospectiva, antes de que todo iniciara hubo una señal de alerta: en una carta escrita a su madre el 24 de marzo de ese mismo año, como si se tratara de una premonición, Sylvia escribe exultante pero lúcidamente:

Los dos últimos meses, me he enamorado irremediablemente, lo cual sólo puede acarrearme un gran dolor. He conocido al hombre más fuerte del mundo, ex alumno de Cambridge, brillante poeta... un Adán alto, desmañado, saludable [...] con voz de trueno [...] cantante, narrador de historias, león y trotamundos, un vagabundo que jamás se detendrá.
Lo que sigue es una historia breve e intensa que puede ser descrita en apenas dos renglones: se enamoran, se casan, tienen hijos: Frieda y Nicholas; enfrentan problemas de convivencia y económicos; él le es infiel, se separan y ella se suicida.

Aunque hay periodos en que parece que la vida ganará y la esperanza muestra su rostro luminoso, tal como señala Linda W. Wagner-Martin en la biografía de la poeta, publicada por editorial Circe:

Sylvia consideraba la obra de Ted más importante que la propia. Hacía las compras, cocinaba, llevaba la casa, pasaba a máquina los manuscritos de Ted y preparaba sus exámenes (ambos eran profesores). No le quedaba tiempo para mucho más [...] escribía a Aurelia: "Es una gloria tener a alguien como Ted, tan amable, sincero e inteligente... siempre animándome a que estudie, piense, dibuje y escriba. Es el mejor profesor, incluso llena de algún modo el enorme y triste vacío que siento por no tener padre.

"[...] El trabajo redime. El trabajo salva. Hice un pastel de limón y merengue, corteza y crema de limón puestas a enfriar en el frío alféizar del cuarto de baño [...] La mesa puesta, las velas, las resplandecientes copas de cristal [...] Hacer los encargos. Preparar la comida, la gente, recuperé la alegría.

"Me merezco un año, dos años, para dar vida a mi propio yo."

Es conmovedora esta lucidez al relacionar su amor de pareja con el amor de su padre. En este detalle se comprende que aprendió las lecciones del psicoanálisis, pero ni aun su claridad pudo salvarla al verse abandonada ante un futuro incierto y con dos hijos en el corazón del invierno.

Ese cuadro recuerda aquella narración de Virginia Woolf titulada "La humedad", donde un hombre triste mete la cabeza a un horno y se suicida al no poder soportar la fría humedad londinense. Sin duda Sylvia habrá leído ese relato, pues admiraba a Virginia Woolf, o una desesperación sin término trajo a su corazón la respuesta, aquella tarde gélida del 11 de febrero de 1963, cuando fue encontrada muerta en iguales circunstancias que el hombre del cuento de Virginia Woolf.

Como poeta y narradora su legado consiste en los siguientes libros: The Colossus (1960), Ariel (1965), Crossing the Waters (1971), Winter Trees (1972), The Bell Jar (La campana de cristal) (1963), Johnny Panic and the Bible of Dreams (Short Stories, Prose and Diary Excerpts) (1979).

En 1982, a diecinueve años de su muerte, se otorga el premio Pulitzer de Poesía a la edición de su Poesía completa, libro editado por Ted Hughes. Justo premio. Dolorosa ironía.

Es importante mencionar que, en ocasión de presentar en la radio, en la bbc de Londres, su poema "Papi" (escrito el 12 de octubre de 1962), y que forma parte de Ariel, Sylvia Plath, con las licencias poéticas que permiten crear ficción a partir de la realidad y crear de la ficción poesía, hace un comentario:

Este poema lo dice una muchacha con complejo de Electra. Su padre se murió cuando ella lo creía Dios. Su caso viene complicado por el hecho de que el padre era nazi y la madre, muy posiblemente, algo judía. En la hija, las dos tendencias se unen y se paralizan: para liberarse, tiene que interpretar la pequeña alegoría de una vez por todas.
La historia y el mito apenas han sido brevemente bosquejados en estos apuntes. Para finalizar, invito a la lectura del poema "Papi". En él, quizá la propia Sylvia dirá quien es.