Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 18 de febrero de 2002
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Sociedad y Justicia
Con sus voces, transitaron por un amplio repertorio de canciones dedicadas al amor

Acompañados por miles de cómplices, Eugenia y Pablo llenan de magia el corazón del DF

Interpretaron composiciones de Silvio Rodríguez, Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, Agustín Lara, Marcial Alejandro, Fito Páez y del propio Milanés, entre otros

CARLOS PAUL

Al amor que se busca, al que se encuentra, al que se recibe, al que se pierde, al que se sueña, al que se toca y se besa, al que se extraña y se desea fue dedicado el concierto de Pablo Milanés y Eugenia León, realizado ayer por la tarde en el Zócalo.

Cómplices para abrir el abanico del amor, Pablo y Eugenia unieron sus voces, viajaron por el repertorio de los grandes compositores vulnerables a ese sentimiento del que nadie escapa.

Con su eterna sonrisa afectuosa, Pablo abre el recital. Sentado en un banco, recuerda Los días de gloria, canción emblema de su disco anterior, para luego dedicarle a su esposa, Sandra, Si ella me faltara alguna vez. El filin que le imprime poco a poco se va haciendo uno con el público cuando canta, acompañado por la suave nostalgia de un sax, aquello que dice: "Si me dejara de querer cuando la contemplo al despertar..."

Breves son las primeras canciones que interpreta. De repente, una mirada de añoranza destella en los ojos del público al escuchar los primeros acordes de: "Esto no puede ser nomás que una canción, quisiera que fuera una declaración de amor". Yolanda se deja escuchar, suave, en la boca de los miles de asistentes al concierto.

Al terminar la canción, Eugenia sube al escenario. Los cómplices ahora están juntos. Sus voces duplican la fuerza de la sencillez para cantarle a aquella edad que ya se va en un sueño que jamás regresará.

Se toman de las manos, se sonríen, cómplices, y con un "ahí les va", unen sus estilos e interpretan el bolerazo compuesto por César Portillo de la Luz Contigo en la distancia, que acorta todavía más la comunión entre intérpretes y escuchas.

Pablo sale del escenario y Eugenia continúa. "Porque el Zócalo siempre es como una casa muy grande, muy grande, donde siempre puede uno ver los ojos, las sonrisas y la espera de la gente que uno quiere, que son ustedes."

La simpatía y el temperamento de Eugenia conmueven. Su voz le da forma al sentimiento cuando canta: "Nunca tuve miedo a nada, ni al silencio, ni al dolor. Si me sentía sola me bastaba la imaginación. Pero desde hace tiempo me domina la contradicción. Convencida presumía ser dueña de mi voluntad, pero ahora aquí estoy como una loca enamorada escribiendo una canción, pidiéndole a la luna inspiración".

De manera paulatina, el abanico amoroso se va extendiendo, y de Silvio Rodríguez interpreta Por quién muere ese amor, canción en la cual las preguntas y los sueños tejen un deseo.

Luego, la sombra poética del maestro Agustín Lara se hace voz y se encarna en aquella letra que comienza: "Rival de mi cariño, el viento que te besa. Mi rival es mi propio corazón por traicionero. Yo no sé cómo puedo aborrecerte si tanto te quiero".

Regresa Pablo al escenario y el amor se vuelve Paloma ausente, canción compuesta por Violeta Parra. Los cómplices evocan, dibujan con su voz una blanca paloma, una rosa naciente que es la paz con el deseo de que no descienda herida.

"Pablo tiene las manos calientitas", dice Eugenia, sonriendo, antes de cantar, de Silvio Rodríguez, Rabo de nube, que es recibida con un tierno aplauso.

El público se anima y algunos claveles blancos vuelan hacia el escenario.

Pablo le canta de nuevo a Sandra. Le siguen las canciones Mírame bien y El amor de mi vida. Eugenia interpreta de Marcial Alejandro Luz a los poetas, y luego pone otra pieza al mosaico amoroso con una composición de Astor Piazzola y Michel Trejo: Los pájaros perdidos.

Con la mirada llena de ayer, Penélope, de Joan Manuel Serrat, es recordada en complicidad, al igual que Fito Páez, quien escribió: "Quién dice que todo está perdido. Yo vengo a ofrecer mi corazón".

Eugenia y Pablo continúan cantando aquello de "el tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos". Años, de Milanés.

Sin brusquedad, siguiendo la melodía, poco a poco Pablo canta mientras sube al escenario el mariachi de Chucho Rodríguez de Híjar: "Cuando te hablen de amor y de ilusiones..." A Un mundo raro le sigue: "Me cansé de rogarle, me cansé de decirle que yo sin ella de pena muero".

Y ya instalados en la música mexicana, la enjundia de Eugenia canta Vámonos, y para completar la historia interpretan Si nos dejan.

El público aplaude y quiere más. Pablo y Eugenia se despiden, no sin antes cantar Para vivir y aquello que dice: "Yo no te pido que me bajes un estrella azul, sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz". Y eso acaban de hacer: bajar una estrella y llenar con su luz el corazón de la ciudad de México.

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