Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 18 de febrero de 2002
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Política

Iván Restrepo

Cómo destruir el paraíso, a 20 años de su publicación

Hace veinte años el editor Andrés León publicó Cómo destruir el paraíso, libro en el que el investigador Alejandro Toledo describió por primera vez los alcances depredadores del modelo adoptado por el gobierno para modernizar el sureste de México. El autor tomó como eje central de su análisis la presencia de Petróleos Mexicanos en Tabasco, Chiapas y Veracruz, y nos demostró cómo, so pretexto de hacer del trópico una base sólida de apoyo para construir una sociedad fincada en el progreso material, el bienestar y la abundancia, se pusieron en marcha políticas que definieron los rasgos que adopta la acumulación de capital en México: expoliación de recursos (destrucción de selvas, ganaderización extensiva del agro, sobrexplotación de la riqueza pesquera, explotación intensiva de hidrocarburos y otros yacimientos minerales, destrucción de los ecosistemas costeros, entre otros), control rígido y tecnocrático de la producción con base en gigantescos complejos portuario-industriales y en faraónicas obras de infraestructura, corrupción y falta de participación de las comunidades locales en las decisiones que afectan su destino común.

Como Toledo demostró en ese estudio, hoy referencia obligada para los estudiosos del desastre ecológico y social del sureste, así como en posteriores trabajos, el proyecto modernizador del gobierno es un fracaso porque pretendió separar la esfera de la producción de su medio ambiente, por depender de la existencia de recursos naturales no renovables y fincar sus alcances en la ignorancia y el olvido de los costos ecológicos que la sociedad debe pagar por permitir un estilo de desarrollo depredador.

En el caso de la industria petrolera y petroquímica asentada en los estados del sureste, se daban enormes saltos en la producción de hidrocarburos (pasamos prácticamente de la noche a la mañana de productores deficitarios a exportadores principales), a costa de contaminar y destruir ecosistemas altamente productivos y necesarios como son los pantanos, manglares, dunas, estuarios y lagunas costeras, y de llevar a límites extremos las desigualdades sociales que hoy distinguen al sureste. También se mostraba la eficiencia de nuestro aparato tecnocrático para emprender proyectos y programas en esa porción del país: construcción de gasoductos, puentes, puertos industriales, complejos petroquímicos, caminos, pero a condición de subordinarnos a los intereses de las grandes corporaciones nacionales y trasnacionales, ignorar los elevados costos en la naturaleza y la sociedad de estas acciones y de hacer a un lado los intereses más genuinos y las necesidades más urgentes de las poblaciones locales. Además, hay inversiones costosas en obras de infraestructura, pero dejando crecer anárquicamente, al azar, las ciudades costeras, todas deficitarias en servicios básicos y muestra irrefutable de lo que no debe ser el desarrollo urbano.

A dos décadas de la publicación de Cómo destruir el paraíso, vale preguntar si los aparatos tecnoburocráticos que toman las decisiones relacionadas con nuestra principal empresa nacional y con el futuro del trópico aprendieron la amarga lección que nos dejó el proyecto gubernamental para modernizar el sureste, fincado en el derroche y depredación de recursos naturales, financieros y humanos, y en la corrupción que aceitó la maquinaria oficial durante 70 años, y si Pemex es hoy, como una vez se dijo en desafortunada publicidad, el mejor aliado del medio ambiente, ejemplo de honestidad y manejo racional de recursos que pertenecen a todos los mexicanos. No es así todavía.

Recientemente se incorporó al grupo que toma las decisiones principales en Pemex el secretario del Medio Ambiente y Recursos Naturales, pero su ingreso se vio eclipsado por la indignación que despertaron los millonarios préstamos de la paraestatal a la camarilla sindical que, diezmados, fueron a parar a la campaña presidencial de Francisco Labastida. También, por los datos oficiales que señalan a Pemex la empresa que más daños ocasiona al ambiente y a las poblaciones donde realiza sus actividades. No perdamos las esperanzas de que las cosas se hagan distinto en la principal empresa nacional; el siglo apenas comienza.

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