Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 11 de febrero de 2002
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Manos vacías de Rusia en Asia central

Quedó relegada en la región tras su fallido plan de condicionar apoyos a la nueva guerra de EU

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

js09-062457-pihMoscu, 10 de febrero. Cuatro meses después de que Estados Unidos comenzó su cruzada antiterrorista, mezcla de venganza y pretexto para imponer el orden mundial que más le conviene, Rusia vuelve al punto de partida con una doble sensación desagradable: perdió influencia en Asia central y poco puede hacer para revertir la penetración estadunidense en la región.

El apoyo condicionado de Moscú a la operación Libertad Duradera contribuyó a que Estados Unidos tenga fuerte presencia militar en la región; a que haya podido atraer a su órbita a las repúblicas ex soviéticas de la zona, distanciar a Pakistán de China y quitar al presidente Musharraf el respaldo de los fundamentalistas paquistaníes, haciéndolo más vulnerable y dependiente de la Casa Blanca.

También sirvió para que Washington inculque a los europeos que puede resolver cualquier conflicto bélico sin utilizar la infraestructura militar de la OTAN; consolide sus pretensiones de ser la única superpotencia en el mundo capaz de articular una amplísima coalición internacional para resolver un problema propio; afiance su dominio en una región con abundantes reservas de petróleo y gas natural y devalúe el papel de la ONU, entre otras muchas consecuencias inmediatas.

Nada a cambio obtuvo Rusia. El punto más doloroso en la fallida estrategia del Kremlin es constatar su rotundo fracaso en establecer un signo de igualdad entre Al Qaeda, la red de Osama Bin Laden, y los rebeldes chechenos.

Una y otra vez, desde que comenzaron los bombardeos estadunidenses en Afganistán, el gobierno ruso trató de sacar provecho de la situación y reclamó, al menos, una actitud más tolerante de la comunidad internacional hacia su guerra particular, que sigue en el mismo pantano militar y políticamente.

No lo consiguió. Por el contrario, instalado Hamid Karzai en Kabul como gobernante transitorio -cuya mayor virtud es haber sido asesor de la petrolera estadunidense Unocal-, han arreciado las críticas contra Rusia sobre su campaña militar en Chechenia y las presiones para que acepte negociar una solución política.

En el extremo de la frustración, por los conductos oficiosos de siempre, el Kremlin difundió hace unos días la especie de que Bin Laden podría estar refugiado en las montañas de Chechenia. Nadie lo creyó, y hasta los más entusiastas defensores de la hipótesis pronto tuvieron que admitir como "poco probable" que el "enemigo número uno" de Estados Unidos pudiera haber llegado de las montañas de Tora Bora, en Afganistán, a Chechenia atravesando a lomo de mula medio Pakistán, Tadjikistán, Uzbekistán, Turkmenistán y parte de Rusia.

El ministro ruso de Defensa, Serguei Ivanov, durante su más reciente gira europea, chocó con un muro de indiferencia al protestar por los contactos que mantienen los gobiernos de los principales países de la OTAN con emisarios de los separatistas chechenos. Amenazó, sin causar ninguna preocupación por ello, con modificar la política de Rusia en materia de lucha antiterrorista.

Con lo mismo, puso en evidencia que, agotada la euforia antitalibán, las contradicciones entre Moscú y Washington, y por separado con el resto de los países de la OTAN, se agudizan. Estados Unidos, Europa y Rusia, cada uno, tienen su propia percepción de las amenazas terroristas y difieren, sobre todo, en los métodos a seguir para combatirlas.

Rusia, cuyo presupuesto militar es 30 veces menor que el de Estados Unidos, no ha caído en el discurso prepotente de proclamar un "eje del mal", pero tiene muy claro que el peligro no emana de Irak, Irán y Corea del Norte, países con los cuales intenta llevar a cabo proyectos de cooperación en distintas áreas.

Para Moscú, lo han dicho reiteradamente Ivanov y otros altos funcionarios, hay muchos estados en que el vacío de poder es llenado por grupos terroristas. Ningún país, salvo la Georgia de Eduard Shevardnadze, ha sido denunciado por su nombre, si bien el Kremlin estima que las "amenazas provienen del Medio Oriente, los Balcanes, algunas regiones de Asia y el Cáucaso", según cita textual de recientes declaraciones del ministro ruso de Defensa.

Mientras tanto, cada vez es más acusada la tendencia a que Estados Unidos determine por sí mismo -y acorde con los intereses de las grandes corporaciones petroleras, de la industria armamentista y de otros sectores claves de su economía- qué hacer y cuándo para consolidar el nuevo orden internacional, que se perfila desde que cayó la primera bomba en suelo afgano el pasado 7 de octubre.

"El ataque contra Afganistán es tan sólo el primer capítulo de un plan global para revisar los resultados de la Segunda Guerra Mundial. En la toma de decisiones, a partir de 1945 consensuadas en la ONU, Estados Unidos pretende relegar -de hecho, suplantar- a los otros polos de poder surgidos de esa conflagración: la antigua URSS (Rusia), Europa y China".

Lo afirma Viacheslav Kostikov, columnista del semanario Argumenty i Fakty, quien sostiene también que, en Afganistán, Estados Unidos "dice haber ganado una guerra que nunca existió".

El planteamiento de Kostikov es que, en todo caso, se nos hace creer que la guerra ya concluyó, cuando en realidad el ejército estadunidense, por circunstancias que siguen siendo un misterio, destruyó tan sólo 25 o 30 por ciento del potencial talibán, y los verdaderos problemas -como la negociación entre los propios afganos sobre el futuro de su devastado país- apenas están por venir.

En ese contexto, Estados Unidos, acusado de tener una visión simplista por sus propios aliados europeos y de nuevo sin tomar en cuenta la opinión de nadie, se alista a atacar otros países.

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