DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2002


El saqueo continuará mientras la democracia siga en venta

Uno, dos, tres... muchos Enron

El capitalismo global tiene sus grandes mitos. Uno dice que las fuerzas del mercado disciplinan y castigan a los jugadores errantes con mayor efectividad que el gobierno. Con el gobierno fuera, es la premisa, habrá una mayor ficiencia e innovación. Hasta que llegó Enron. Los ejecutivos del gigante de la energía ocultaron información y salvaron su propio pellejo -con la complicidad de la burocracia política-, los auditores "independientes" les hicieron el juego y un ejército de pequeños inversionistas perdió miles de millones de dólares. El autor hace un recuento de los "otros Enron" y sostiene que el fondo de la historia va mucho más allá de la avaricia de unos cuantos ejecutivos. "La putrefacción del sistema financiero estadunidense es estructural. Consiste en mentir, hacer trampa y robar en gran escala"

William GREIDER

El colapso de Enron rápidamente se transformó en un escándalo financiero del estilo se-van-a-la-cárcel, cargado del aliento de políticos corruptos. Pero Enron hace visible un escándalo más profundo -el fracaso de la ortodoxia del mercado en sí-. Enron, acompañado de un elenco de apoyo proveniente del sector bancario, contable y político de Washington, es prácticamente una piñata de prácticas corruptas y traición a las obligaciones con inversionistas, contribuyentes y votantes.

Enron/emleadasPero estos asuntos no deberían de sorprender a nadie, porque ya son cotidianos y recurrentes los ultrajes cometidos durante el reciente reinado de Wall Street. Esta vez, la proporción del asunto puede hacer que sea más difícil de hacer a un lado. "Hay muchos más Enron allá afuera", confía un bien ubicado abogado de Washington. El lo sabe porque ha representado a un par de ellos.

La putrefacción del sistema financiero estadunidense es estructural y sistémica. Consiste en mentir, hacer trampa y robar a gran escala. Pero la mayoría de las ofensas dan la apariencia de no ser individuales porque las transacciones son extremadamente complejas y están alejadas de la criminalidad humana común y corriente. Las múltiples investigaciones de policías y ladrones en curso proveerán la nota en los próximos meses, pero el corazón del asunto yace más profundo que en la venalidad individual. En esta época de desregulación e ideología laissez-faire, la premisa esencial es que las fuerzas del mercado disciplinan y castigan a los jugadores errantes con mayor efectividad que el gobierno. Para producir una mayor eficiencia e innovación se le dijo al gobierno que se mantuviera alejado y, en general, lo ha hecho. "Transparencia" se volvió el exaltado y repetido término. La disciplina del mercado sería establecida por los inversionistas que actúan tomando en cuenta la información honesta brindada por los bancos y las corredurías que tienen su dinero, por los directores corporativos "independientes" y los auditores externos y por los informes periódicos requeridos por la Securities and Exchange Commission (SEC) y otras agencias reguladoras. La historia de Enron hace de todas estas salvaguardas un chiste enfermo.

Pero la putrefacción va más allá del egoísmo y la ignorancia. Las nuevas formas de las finanzas y los bancos, unidas a la cultura permisiva de Washington, produjeron una exótica pesadilla estructural en la cual algunas empresas son reguladas y supervisadas, mientras otras no lo son. Todas convergen, sin embargo, en el estilo kereitzu de rascarse la espalda en el negocio de prestar e invertir el dinero de otras personas. Los resultados son lealtades en bancos y empresas financieras -que tienen obligaciones fiduciarias con los ciudadanos que les dan dinero para invertir- que se contraponen profundamente entre sí. Muchas veces los bancos y las corredurías no pueden decirle la verdad a los pequeños clientes, depositantes o inversionistas sin potencialmente herir a los clientes corporativos que proveen enormes comisiones y ganancias de negocios de inversión. A veces los banqueros no se pueden decir la verdad ni a sí mismos porque han puesto su propio capital (o depósitos asegurados por el gobierno) en riesgo al hacer sus negocios. Estas y otras deformidades no van a ser limpiadas de la noche a la mañana (si es que algún día sucede, dada la política bipartisana subordinada a los intereses de Wall Street). Pero Enron debe ser visto como el caso ejemplar para una reforma fundamental.

Los defraudados en la repentina implosión de Enron no fueron solamente los 12 mil empleados, cuyos fondos de retiro desaparecieron, mientras las personas informadas dentro de Enron astutamente estaban sacando más de mil millones de dólares de sus propias acciones. Los otros perdedores son los trabajadores en Estados Unidos. Ellos eran, en términos efectivos, los dueños de Enron. El 30 de junio, antes de que el director general abruptamente renunciara y de que el precio de la acción comenzara su declive final, 64% de las 744 millones de acciones de Enron pertenecían a inversionistas institucionales, principalmente en fondos de retiro y fondos mutuos en que familias tienen cuentas individuales. A la mitad del año, la compañía estaba valuada en 36.5 mil millones de dólares, habiendo caído de 70 mil millones de dólares en menos de seis meses. Ahora, el precio de la acción está casi en cero. De cualquier manera que se vea el asunto, los estadunidenses de a pie -los dueños beneficiarios de los fondos de pensión- perdieron entre 25 y 50 mil millones de dólares porque las personas y las empresas en las que confiaron para que protegieran sus intereses les mintieron.

Los otros Enron

Este es un proceso alarmante, pero no nuevo. En Global Crossing las acciones pasaron de 60 dólares a unos peniques (como en el caso de Enron, el mercado había dicho que valía más que General Motors). El director general Gary Winnick sacó muy a tiempo 600 millones de dólares, pero los de adentro no compartieron las malas noticias con otros accionistas. Los trabajadores de las compañías telefónicas compradas por Global Crossing fueron obligados a aceptar sus acciones en sus planes de retiro. (Winnick compró una casa de 60 millones de dólares en Bel Air; se dice que es el hogar de una sola familia con el precio más alto en Estados Unidos).

El precio de las acciones de Lucent se redujo con consecuencias parecidas para empleados y accionistas, mientras los ejecutivos vendían 12 millones de dólares de sus acciones. (Tras arrastrar a Lucent a los suelos, el director general Richard McGinn se fue con una indemnización de 11.3 millones de dólares). Hay muchos Enron, como dice el abogado.

Delitos sin castigo

El desorden -que con la historia de Enron se escribió en grande- consiste en este cotidiano saqueo a los estadunidenses de a pie, quienes están ahorrando por su cuenta o han aceptado sueldos diferidos en la forma de futuros beneficios de retiro. Los principales fondos de pensión pueden -y lo hacen- demandar por los daños sufridos por un fraude, pero esta es, obviamente, una práctica impotente. Los funcionarios del Departamento del Trabajo conocen los puntos vulnerables en la protección de los fondos de retiro desde hace muchos años y periódicamente enviaban enmiendas correctivas al Congreso -tales propuestas fueron ignoradas por ambos partidos.

Enron/Arte2En el mundo financiero, el hurto es descriminalizado -los culpables, por lo general, se ponen de acuerdo con dinero, a través de multas o acuerdos, sin admitir la culpabilidad, pero prometiendo no volverlo a hacer-. Si la amenaza de un tiempo en la cárcel desestimula otro tipo de crímenes, quizá fuese una útil terapia para el comportamiento corporativo y financiero.

La más importante reforma que podría emanar de estos desastres sería una legislación que le diera a los empleados, tanto sindicalizados como no, una voz y un papel en la supervisión de sus propios fondos de pensión, y de los crecientes planes 401 (k) [un tipo de fondo de retiro en acciones]. En el caso de Enron, los empleados que no fueron echados a la calle fueron los de la industria de láminas de metal, subsidiarias de Enron, cuyos sindicatos insistieron en tener sus propios fondos de pensión. Los fondos de retiro administrados por los trabajadores, con un valor cercano a los 400 mil millones de dólares, son minimizados por los fondos controlados por las corporaciones, en los cuales los futuros beneficiarios frecuentemente son manipulados para mejorar los resultados de la compañía. Sin embargo, los fondos de pensión supervisados tanto por sindicatos como por la gerencia dan, en promedio, mejores beneficios y más amplia cobertura (a pesar de algunos escándalos propios). Si las juntas de pensiones incluyeran a personas cuyo dinero está en juego, podrían ejercer una poderosa presión a favor de un comportamiento responsable.

¿Quién vigila a los vigilantes?

Las transgresiones corporativas podrían no haber ocurrido si los vigilantes del sistema, supuestamente independientes, no hubieran fallado. Wendy Gramm, la esposa del senador Phil, el líder defensor en el Congreso de los privilegios de los banqueros, es una directora "independiente" de Enron y supuestamente habla a nombre de amplios intereses de otros, desde los empleados hasta los accionistas. También ella, claro, vendió sus acciones muy a tiempo. Con notables excepciones, los directores "independientes" de la mayoría de las juntas corporativas representan una conocida farsa, pues por lo general son escogidos por el director general y le son fieles. El niño ejemplar en esta charada es Michael Eisner, de Disney. Como director general, él debe rendirle cuentas a una junta de directores que incluye al director de la escuela primaria de sus hijos, al actor Sidney Poitier, al arquitecto que diseñó la casa de Eisner en Aspen y al presidente de una universidad, cuya escuela recibió una donación de un millón de dólares de Eisner. Como Robert A. G. Monks y Nell Minow ?dos de los principales críticos del gobierno corporativo? preguntaron en uno de sus libros: "¿Quién vigila a los vigilantes?"

No puedes contar con los auditores "independientes", tal como Arthur Andersen demostró con Enron. Si bien escándalos previos no involucraban la desintegración masiva de documentos, el comportamiento de Andersen es típico en las cinco grandes empresas de contabilidad que monopolizan las auditorías comerciales/financieras en el mundo. Andersen ya enfrenta una investigación de la SEC por su papel en el caso de la descuartizada que le metió Al Dunlap, alias La Sierra, y a la compañía Sunbeam, a quien pagó 110 millones de dólares para arreglar las demandas por daños a sus inversionistas. Hace una década, Andersen dio la cara a nombre del famoso Lincoln Savings & Loan de Charles Keating, quien estafó a ancianos y luego se colapsó... a costa de los contribuyente, a pesar de un prestigioso sello de aprobación de Alan Greenspan. (Keating fue a la prisión y Greenspan llegó a ser presidente de la Reserva Federal). ¿Pero por qué ensañarse con Arthur Andersen? Ernst & Young desembolsaron mucho más por "representar mal y de manera descuidada" los reclamos de ganancias de la Corporación Cedar ?335 millones de dólares a los fondos de pensiones de los empleados públicos de Nueva York y California?. Cendant ha pagado 2.8 mil millones de dólares a inversionistas perjudicados, pero espera recuperar algún dinero demandando a Ernst & Young. PriceWaterhouseCoopers le llevaba la contabilidad a Lucent, que está acusado de inflar las ganancias por una suma de 679 millones de dólares en 2000, lo que llevó a otra investigación de la SEC.

La corrupción en las auditorías -y el hecho de que una junta financiada por la industria establece los trucos arcanos de contabilidad para determinar si las ganancias fueron reales o ficticias- proviene, en parte, del doble papel que juegan las cinco grandes como consultoras y auditoras. Primero ayudan a la compañía a preparar su estrategia de negocios, después examinan sus libros de contabilidad para ver si la gerencia está diciendo la verdad. Este atroz conflicto de intereses debería de haber sido prohibido desde hace mucho tiempo, pero el escándalo ya maduró a tal punto que pide una solución más radical: la creación de auditores públicos contratados por el gobierno, pagados a través de cuotas de seguros impuestos a las empresas y completamente separados de los intereses privados o de la política. De hecho, esta no es una idea muy radical: el gobierno ya ejerce un cercano escrutinio y supervisión sobre los bancos comerciales. En vista de que el sector bancario ha perdido el papel de principal prestamista durante las últimas dos décadas, las mismas protecciones de auditoría y supervisión pública deberían abarcar a empresas y fondos no regulados de mercado de dinero que han reemplazado a los banqueros. Enron no estaba regulado, a pesar de que funcionaba como una gigante casa de financiamiento. GE Capital está en la misma situación, con un fondo monetario mayor que casi todos los bancos comerciales. Los fondos mutuos y de hedge (fondo de cobertura de riesgo) básicamente están libres del escrutinio gubernamental. También lo están los exóticos derivados financieros que Enron vendía y que llevaron a impresionantes descalabros como la bancarrota del Condado de Orange, California.

Conflictos de intereses

Enron/Arte4El gobierno también fracasó, principalmente por su falta de diligencia, pero además por propiciar la desregulación legislativa. La única valiente excepción fue Arthur Levitt, el comisionado de la SEC de Bill Clinton, quien puso en la mesa varios de estos asuntos, pero sin lograr mucho porque se le fueron encima los industriales y sus coristas en el Congreso. Los contadores corruptos y los banqueros inversionistas ahora tienen un comisionado más amistoso en la SEC -el abogado Harvey Pitt, cuya empresa ha representado a Arthur Andersen, a cada una de las cinco grandes y a Ivan Boesky, cuyo caso de fraude se arregló con 100 millones de dólares-. Pitt le echa la culpa a las averiguaciones de Arthur Levitt de haber desestabilizado la autoregulación en el sector de las empresas de contabilidad. Dadas sus conexiones, Pitt no sólo debería de recusar del caso Enron -una crisis de legitimidad para la SEC-, sino que debería de ser obligado a renunciar. "Policías" que tienen simpatías similares a las de Pitt están diseminados en las agencias regulatorias. En la Reserva Federal, un nuevo gobernador, Mark Olson, encabezó la "consultoría reguladora" en la oficina de Washington de Ernst & Young. Otra nueva gobernadora de la Fed, la banquera de Memphis Susan Bies, fue una activa opositora a fortalecer la regulación de los derivados.

Pero el corazón del escándalo reside en Nueva York, no en Washington. Las principales casas de Wall Street juegan un doble juego con sus clientes -negocian inversiones con las compañías en sus oficinas privadas mientras sus analistas de acciones están alla afuera alentando el entusiasmo por las acciones de las mismas compañías-. Piensen en Goldman Sachs, que el pasado otoño aún aconsejaba una "compra" de acciones de Enron, aún cuando la compañía abruptamente anunció la anulación de 1.2 mil millones de dólares en acciones. Goldman ganó 69 millones de dólares en seguros de Enron en los últimos años. Fue el líder entre las empresas de Wall Street a las que Enron pagó 323 millones de dólares. Piensen en el joven corredor de Merrill Lynch, Henry Blodget, ahora conocido como el nunca-digas-vende entre sus clientes de Nasdaq, que contribuyeron a sus honorarios de 5 millones de dólares anuales (Merrill ya comenzó a llegar a arreglos en efectivo derivados de las demandas de los inversionistas). Piensen en Mary Meeker de Morgan Stanley Dean Witter, apodada la "Reina de la Red" por haber inflado las empresas de Internet, mientras la compañía para la que trabajaba cobró 480 millones de dólares por las cuotas de la IPO (propiedad intelectual) de Internet. El conflicto no es precisamente nuevo, pero ha alcanzado dimensiones impresionantes. Los corredores en cuyos consejos puedes confiar son aquellos que no te ofrecen ninguno.

La mano de los bancos

El mayor y mucho más peligroso conflicto de interés radica en la convergencia de los bancos comerciales asegurados por el gobierno y los bancos de inversión. Este matrimonio tiene el potencial no sólo de quemar a los inversionistas sino también de sacudir el sistema financiero y la economía entera. Si los pesados mega-bancos recién creados se meten en problemas, sus amigos en el poder bien podrían poner en marcha otro cómodo arreglo gubernamental para sacar de apuros a aquellos que consideran que son "demasiado grandes para fallar". La convergencia banquera, sigilosamente en curso desde hace años, fue formalmente legalizada en la revocación de Glass Steagall de 1999 -la ley del New Deal que separaba los dos sectores precisamente para eliminar el tipo de automanejo que el caso Enron sugiere que puede estar amenazando de nuevo-. Aún no sabemos cuánto daño sufrió el sistema bancario, pero sus pérdidas parecen crecer con cada nueva revelación. JP Morgan Chase y Citigroup proveyeron de miles de millones de dólares a Enron mientras también manipulaban sus enormes negocios de inversión en el mundo y arreglaban una compra de remate que sería realizada por Dynergy pero que falló (Morgan también jugó de catcher financiero para los múltiples tipos de transacciones comerciales de Enron). En vez de hacerse para atrás y demandar una administración más prudente, estos dos bancos prestaron miles de millones de dólares adicionales durante los últimos días de Enron, quizá tratando de salvar sus propias posiciones (aún no sabemos). En vez de prevenir a otros bancos de los crecientes peligros, Chase y Citi encabezaron el talk show. Ambos han sindicado muchos miles de millones de dólares en préstamos bancarios a otros bancos comerciales -un próspero negocio generador de honorarios que les permite pasar los riesgos a otros (los reguladores federales reportan que el volumen de préstamos sindicados "clasificados de manera negativa" se ha incrementado en 8%, se han triplicado los problemas de préstamos desde 1998).

Puede ser que estos hechos ayuden a explicar por qué el ex secretario del Tesoro, Robert Rubin, ahora en Citigroup, llamó a un viejo amigo en el Tesoro y le sugirió que se realizara una intervención federal. El banco de Rubin tiene un enorme y creciente agujero en su propio portafolio de préstamos. ¿Podría el Tesoro, por favor, presionar a las agencias calificadoras -preguntó Rubin- para que no bajaran de grado a Enron? A pesar de que se ufana de ser un servidor público de altos principios, Rubin estaba tratando de salvar su trasero. De hecho, le llamó al mismo funcionario del Tesoro que, como funcionario de la Reserva Federal de Nueva York en 1998, había maquinado el cómodo arreglo para sacar de apuros a Long Term Capital Management -el fondo hedge en decadencia que Citigroup, Merrill y otras grandes casas financieras habían financiado-. Los caballerosos cuidados hacia los niños grandes que se meten en problemas conecta a Washington con Wall Street y abarca a ambos partidos políticos.

*enron_protest_ad5En este nuevo mundo de laissez-faire, cuando las cosas se ponen enredadas, el gobierno está expuesto al riesgo junto con los inversionistas desventurados -si los bancos comerciales les prestan los depósitos asegurados por la Federación con otras inversiones, o si ejercen lo que viene a ser una posición de accionista en la fallida administración-. Supuestamente esto está prohibido a través de las "paredes de protección" que tienen los megabancos, pero cuando un banquero está en problemas suficientemente profundos, se puede ver tentado a usar una creativa contabilidad para darle la vuelta a las "paredes". "Un banco que tiene acciones en una compañía, ya no puede formular juicios neutrales y objetivos sobre cuándo cortar el crédito", dice Tom Schlesinger, director ejecutivo del Financial Markets Center. "Lo que veo en estos megabancos no es una diversificación sino más concentración del riesgo, lo cual pone a los contribuyentes en riesgo. También crea un sector financiero que responde en menor medida a las necesidades reales de la economía".

Las falacias de nuestra época están sobre la mesa, visibles para que todos las vean, pero los desatinos probablemente no serán enfrentados pronto -a menos que haya de por medio una gran agitación política-. La otra clara deformidad expuesta por Enron es la insidiosa corrupción de la democracia por el dinero político. La compra cotidiana de políticos, reguladores federales y leyes no constituye un escándalo del tipo se-van-a-la-cárcel ya que todo parece ser legal. Pero sí tenemos un nuevo y fuerte expediente para promulgar una reforma al financiamiento de las campañas políticas. La ideología de mercado ha producido el mejor gobierno que el dinero puede comprar. Es poco probable que el saqueo termine mientras la democracia siga en venta.* (Traducción: Tania Molina Ramírez)