LETRA S
Febrero 7 de 2002

Crónica Sero

A Sanjuana y Carlos

Joaquín Hurtado

Arriba, al fondo, sobre las crestas de la Sierra Madre, la luna se despliega con su poderosa luz invernal. Vengan, les digo, vamos a verla un momento. Y salimos a la grama, a pararnos sobre el rocío, sobre el terciopelo negro de la pantera dormida. Luego me escribiría L. desde Barcelona: habías de ver esta luna que nos andamos gastando a la orilla del mar. La misma luna y tan otra.

Ahora me han regresado todos los viejos dolores al cuerpo. Los huesos se rajan en filosas astillas y se clavan a las magras carnes que los envuelven. Es sólo neuropatía periférica, dicen con eufónica superioridad las comadres seroconversas. Pero los picahielos no saben de tecnicismos: entran y arañan la corteza de brazos, piernas, despojos.

No me da la gana de contestar las llamadas de año nuevo de los antiguos amigos. No me da la gana de decirles lo falsamente feliz que me siento por estas fechas, mucho menos hablarles de la pavorosa tristeza que me roe las tripas.

Mientras el invierno recorre mis crispaciones la memoria me devuelve a aquella luna espejeante, y a esa noche con mis amores y ausencias. Mi mujer toma sus precauciones, entra a mi cámara de torturas con el arma definitoria: el disco Existir, de Madredeus. Teresa Salgueiro llena mi aire pesado con dichosa pena. Las dos mujeres se recuestan a mi lado y entonces brota el llanto. Lloro con gusto, retozando en cada charco que empapa la almohada. Me curo. Mañana iremos al cine. Y vamos.

Y sigo llorando mientras se desarrolla la simple trama de El Baño, cinta china donde alguien muere. Y porque me devuelve aquellos días de culposa voluptuosidad en los Reforma, Orientales, Capri, Mina, Torrenueva. Y todos los saunas del mundo. Y porque me regresa a los duchazos de agua helada en medio del calor de cuerpos anónimos, de miradas oblicuas, de guiños que luego terminaban en un privado. O en nada. A la carrera.

Con los ojos anegados me reincorporo a la tiranía cómoda de mi familia. Ellos qué saben de esta nostalgia tan honda por todo y por nada. Por lo que fue y nunca será. Por el miedo y el gozo, por el cuerpo magullado y la sed de la sal. Cierro los ojos para permanecer despierto, en mi alrevesado sistema de ensoñación vigilante.

¿Llegará un verano para este hombre que necesita con urgencia volver a Amsterdam? ¿Alcanzará mi reserva linfocitaria para agotar la vieja Habana, tendré fortaleza para salir a la noche florida de las locas madrileñas, quedará hueso incólume y carne viva para regresar a la cacería de lo furtivo? ¿Hasta dónde llega el cerco de los antivirales y el asedio de los asesinos en mi plasma? Lo dudo. Pero estoy tan seguro de mi dolor que recobro la esperanza como quien recupera una gastada moneda que ya nada vale. En eso me quedo dormido. Sólo así la luna regresa a su pleno fulgor.