Paul
Westheim
El
legado plástico de Posada
Posada
no cayó nunca en un realismo fotográfico. Supo idearse para
sus dibujos no sólo una técnica propia, sino también
un estilo propio.
Un
modesto artesano, que durante toda su vida dibujó ilustraciones
para hojas volantes y otros impresos populacheros, escritos para el día
y olvidados un día después. Sin aspirar a hacer "arte", el
arte que llena museos y galerías, dedicaba su tiempo y su talento
como Daumier en Francia a una producción en gran escala. Cuando
se publicaban sus estampas, casi pasaban inadvertida por la crítica
y los amantes del arte. Y lo más probable es que al mismo Posada
no se le haya ocurrido jamás que algún día lo descubrirían
los artistas y conocedores, que llegarían a entusiasmarse por los
frutos de su trabajo, con que humildemente se ganaba el pan suyo de cada
día, y a atribuirle una importancia decisiva para el desarrollo
del nuevo arte de México.
José Guadalupe Posada nació
en 1851 en Aguascalientes. Murió en 1913, hace cincuenta años.
Vio todavía la caída de Porfirio Díaz y los primeros
años de la Revolución. Después de una infancia de
niño pobre cuyas pequeñas fuerzas ya se utilizan y explotan,
empieza a los doce años a ayudar a su hermano, que es maestro de
escuela. En aquel entonces nace su pasión por el dibujo, y parece
que el "magisterio" le deja tiempo para sus primeros intentos y ejercicios.
Copia lo que le cae entre manos: imágenes de santos, naipes, carteles.
Durante algún tiempo, probablemente muy corto, toma clases de dibujo.
Entra como aprendiz en un taller de litografía, donde se edita un
periódico progresista, El Jicote. Cuando la valiente actitud
de El Jicote obliga a su editor a salir de Aguascalientes, Posada
lo acompaña a León, Guanajuato. En 1887 viene a México,
a probar suerte. La suerte, en el caso suyo, se llama Antonio Vanegas Arroyo;
consiste en un empleo de dibujante, con un sueldo de tres pesos diarios,
en la editorial dirigida por éste.
La
editorial Vanegas Arroyo, en su género la más grande en México,
publicaba literatura barata para las masas, sobre todo hojas volantes:
oraciones, historias de santos, corridos, descripciones de casos espeluznantes,
de crímenes, milagros, monstruosidades, comentarios, a veces humorísticos,
a los acontecimientos de actualidad, calaveras para el día de muertos.
Esas hojas volantes, de papel de estraza en todos los colores del arco
iris, costaban uno o dos centavos. Vendedores ambulantes las vendían
en todas partes de la República, hasta en los rincones más
apartados, en el campo y en las ciudades, delante de las iglesias, por
los mercados, en las ferias. Para los compradores, en su mayor parte analfabetos,
lo más interesante era la ilustración, que les daba una idea
mucho más viva del suceso sensacional que los versos ramplones.
Posada no era el único dibujante
de Vanegas Arroyo. Con él trabajó durante algún tiempo
Manuel Manilla, un buen artista, en cuyos grabados repercuten lejanos ecos
del romanticismo.
Posada
se fue convirtiendo en la gran atracción de la editorial. Vanegas
Arroyo lo instaló en el zaguán de una casa adaptado como
taller, cerca de la Academia de San Carlos. En el aparador se exhibían
unos cuantos aguafuertes, entre otras una estampa según El juicio
final de Miguel Angel. Y detrás de ellas estaba la mesa de trabajo
en que Posada confeccionaba sus ilustraciones. El número de sus
dibujos se calcula en más de veinte mil. Al margen de su empleo
fijo trabajaba para otras imprentas y hacía caricaturas políticas
para diversos periódicos oposicionistas: Argos, La Patria, El
Ahuizote, El Hijo del Ahuizote y otros. Dada su enorme popularidad,
Posada ocupa un lugar importante entre los que prepararon el terreno para
la Revolución.
Para su producción express
no le servía ya el grabado en madera, material que había
usado en sus tiempos de León. Se inventó una técnica
propia, muy adecuada: con una pluma de metal, corriente, y una tinta especial,
escribía sus dibujos directamente sobre planchas de zinc, les daba
un baño de algún corrosivo, y ya el clisé estaba listo
para la prensa. Un relato de don Blas Arroyo, hijo de Antonio Vanegas Arroyo
y dueño de la editorial después de la muerte de su padre,
da una idea de la asombrosa habilidad con que Posada dominaba su oficio.
Dice: "Mi padre entraba en el taller cuando tenía algo que quería
imprimir y decía: Señor Posada, vamos a ilustrar esto.
Posada lo leía, todavía leyendo cogía su pluma y preguntaba:
¿Qué piensa usted de este dibujito? Hundía la pluma
en la tinta especial que usaba, hacía el dibujo, le daba a la plancha
un baño de ácido, y ya estaba." Y Arroyo agrega: "Era muy
trabajador. Se ponía a trabajar a las ocho de la mañana y
trabajaba hasta las siete de la tarde."
¿Cómo
se explica que Posada llegó a ser una figura tan importante en el
panorama del arte mexicano que Diego Rivera, junto con Frances Toor, le
dedicó una magnífica monografía; que todas las historias
de arte que tratan el arte moderno de México hablan de él
en primer lugar y que es considerado, al lado del paisajista José
María Velasco, como la personalidad artística más
original del México de las postrimerías del siglo pasado
y de principios del nuestro?
El fenómeno Posada se explica con
el carácter popular de su obra. Él mismo hijo del pueblo,
supo dar expresión al pensar y sentir del pueblo. Así se
convirtió en precursor y promotor de la nueva generación
artística que crearía, en forma de grandes murales y grabados
populares, un arte nacido del espíritu de las masas que hicieron
la Revolución. Leopoldo Méndez, cuya obra gráfica
se basa en la de Posada, escribe en el prefacio del pequeño álbum
de Posada editado por el Taller de Gráfica Popular, que el maestro
trabajaba "como un relojero"; que sus trabajos "marcan las horas y los
momentos de la vida del pueblo de México".
El
pensar y sentir del pueblo: esto no se refiere a la representación,
más o menos fiel a la realidad, de tipos populares. Hay muchos pintores
y dibujantes que recurren a "la vida del pueblo", porque les parece un
tema sugestivo y pintoresco. Claro que la obra de Posada nos ofrece toda
una variada galería de tipos del pueblo, pero falta en ella la nota
pintoresca o folclórica. Su visión nos descubre la representación
que el pueblo tiene de sí mismo y de su mundo, una representación
algo distinta de la que se forma la gente en la dirección de los
Bancos y en las residencias popoff. Posada no necesita bajar a ese
inframundo extraño como turista en caza de emociones. Para él
no es inframundo, ni tampoco extraño. No lo ve con mirada burlona
o compasiva o simplemente curiosa. Para él es el mundo sin más,
el mundo suyo. Como artesano con un pequeño taller es lo que es
se junta en la cantina con otros artesanos y obreros y discute con ellos
la política, los bajos sueldos, la carestía, las sensaciones
y escándalos que conmueven los ánimos. Todo esto lo representa.
Lo representa para esa gente, para la gente que compra las hojas volantes
editadas por Vanegas Arroyo.
Los artistas consagrados del siglo xix
en México, como en todo el mundo, mimados por la Academia, ensalzados
en las exposiciones, colmados de encargos, siempre tenían la mirada
dirigida hacia arriba: hacia el cielo, pintando vírgenes y crucifixiones;
hacia el poder, glorificando las hazañas de los grandes; hacia un
mundo sobrehumanamente hermoso, representando mujeres de belleza ideal.
Posada no mira hacia arriba, o si lo hace, su mirada es la del crítico
social que se mofa y que condena. Mira el mundo en torno suyo, y seguro
que no lo ve desde arriba. De ahí que sus obras a veces del tamaño
de una mano estén tan cerca de la vida, posean esa espontaneidad
y naturalidad.
Y otra cosa más: Posada no cayó
nunca en un realismo fotográfico. Supo idearse para sus dibujos
no sólo una técnica propia, sino también un estilo
propio: estilo conciso y expresivo, que recuerda el del grabado en madera,
de esos grabados en madera antiguos de que se servía muy a menudo
la Iglesia y, a veces, la agitación política. Un estilo que
se inspira sin duda en la imaginería popular, de la cual adopta
muchos requisitos: el diablo con sus cuerpos, garras y cola, las fauces
abiertas del infierno despidiendo llamas, etcétera, imágenes
que viven en la fantasía del pueblo. En la claridad de sus líneas,
la magistral distribución del blanco y negro, la limitación
a lo objetivamente necesario, los grabados de Posada revelan la conciencia
creadora de un gran artista. Diego dijo de él: "Posada fue un clásico,
no lo subyugó nunca la realidad fotográfica, la infrarrealidad,
siempre supo expresar... la suprarrealidad del orden plástico."
No
era solamente reportero, no sólo narrador. Creó una forma
gráfica que correspondía al mundo imaginativo de las masas,
todavía no adulterado por el cine y la televisión. Hay una
estampa suya intitulada Plegaria a San Antonio de Padua: las jóvenes
de más de cuarenta años, que ya se quedaron para vestir santos,
están suplicando a uno de ellos, fervorosamente, que todavía
les depare un esposo. Están dibujadas con todo el sarcasmo con que
el pueblo ve a esas pobres. En otra hoja se presencia el pleito en familia
y con los buenos vecinos. A veces se trata del amor pecaminoso. Vemos a
un robusto diablo despachando a un burlador de mujeres a las fauces del
infierno. Lo que no impide y he aquí la opinión del pueblo
ante este asunto que otro se pasee con una muchacha por la senda del vicio.
Somos testigos de sucesos horripilantes, de monstruosidades que excitaron
la fantasía del pueblo. En Pachuca un hijo descastado echa veneno
en una olla de frijoles... Las víctimas, los padres y la criada,
yacen muertos en el suelo. Una madre hecha furia, dando muerte a su hija
con un gran cuchillo, está representada con objetividad ingenua,
como si se tratara del sacrificio de una gallina. El gran acontecimiento
de la ciudad: la inauguración del tranvía eléctrico,
en febrero de 1900, es celebrado en los versos y la ilustración.
Pero el nuevo vehículo otra hoja choca con un cortejo fúnebre.
El muerto, arrojado de su ataúd, yace sobre los rieles. En fin,
todo lo que hoy día publica la segunda sección de los periódicos.
Pero hay más: portadas de cancioneros, de libros de sueños,
de libros de cocina, de epistolarios amorosos. En una de esas miles de
hojas se comenta la devaluación del peso: el peso nuevo, que sólo
vale veinte centavos, traspasa al viejo con una espada. Una ocurrencia
que recuerda al aguafuerte de Breughel, Lucha de los bolsillos escuálidos
contra las talegas repletas. Las caricaturas políticas, las
escenas de la lucha contra la reacción, los héroes revolucionarios
Madero y Zapata, las luchas callejeras, el fusilamiento de revolucionarios
por las tropas del Gobierno, las Calaveras: cuánta imaginación
plástica, cuánta disciplina, cuánto ingenio. Como
excepcionalmente impresionante por su audacia formal y su monumentalidad
quisiéramos mencionar la Calavera de Zapata.
Cuando los artistas, ya terminada la Revolución,
se vieron ante la tarea de crear un nuevo arte, monumental, expresivo y
accesible al pueblo, se acordaron, claro está, de Posada. Muchos
de ellos lo habían conocido cuando todavía eran alumnos de
primaria o de San Carlos. Después de batallar con la perspectiva
o con la copia de los vaciados en yeso, corrían a su taller y admiraban
cómo él trabajaba... Y fueron también los artistas
quienes descubrieron la importancia artística de Posada. Orozco
dijo de él: "Posada es, al igual de los verdaderos grandes artistas,
una admirable lección de sencillez, humildad, dignidad y equilibrio."
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Traducción de Mariana Frenk
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