Jornada Semanal, 3 de febrero del 2001                       núm. 361

REBOLLEDO, LOS VIAJES, EL DECADENTISMO 
Y EL AMOR SEXUAL (II)

Vimos en las Obras completas de Rebolledo, ordenadas, prologadas y publicadas por Luis Mario Schneider, el lugar importante ocupado por la novela El enemigo. En ella aparecen por primera vez los temas eróticos y sexuales que se convirtieron en el motivo central de las reflexiones y de la temática de la obra de nuestro poeta. La carne, los deseos, la belleza del cuerpo, la moral social y sus excesos represivos, son la substancia de este trabajo narrativo de carácter experimental que ubicó a Rebolledo en el gremio literario y provocó el escándalo de las buenas conciencias. Esta actitud puritana se mantuvo cada vez que apareció un texto del poeta, ya que el carácter explícito de sus descripciones y la claridad de sus metáforas producían el desasosiego de los censores enemigos de lo que Freud llamaba el instinto de placer y, por ende, partidarios siniestros del instinto de muerte. En fin, detractores del amor que, como dice García Lorca, "reparte coronas de alegría". Nos detuvimos un poco en su examen para obtener el título de abogado y su casi inmediato ingreso al Servicio Exterior. En esa época se consolidó la tradición mexicana de enviar escritores a los puestos diplomáticos o, como en el caso de Rebolledo, asimilar en las filas del servicio de carrera a los escritores que aprobaban los exámenes de ingreso. Esta tradición se inició con Eduardo de Gorostiza, Manuel Payno, Altamirano y, más tarde, Federico Gamboa (Rebolledo fue su jefe de cancillería en Guatemala y colaboró con él en las arduas tareas de intermediación para lograr la paz en Centroamérica). Nervo, González Martínez, Urbina, Tablada, Icaza, Reyes, Maples Arce y, unos años después, Owen, Gorostiza, Torres Bodet, Usigli, Paz, Fuentes y Pitol entre otros, siguieron adelante con la tradición y, en su mayoría, ingresaron a la carrera por el camino del examen que garantizaba su conocimiento de los distintos aspectos del servicio diplomático y consular.

Nuestro recuento biográfico siguió por los caminos de la diplomacia. En 1901, y precedido por la fama de El enemigo, recibió y cumplió la orden de trasladarse a nuestra legación en Guatemala, una de las más complicadas del Servicio Exterior. Va como tercer secretario con un sueldo anual de dos mil pesos. Por esos años, don Federico Gamboa fungía como encargado de negocios de México en Centroamérica. El autor de Santa simpatizó de inmediato con su doble colega y lo nombró cónsul de México en Guatemala.

Fue arduo el trabajo desempeñado por el joven diplomático, que agregó a sus funciones administrativas los trabajos de mediación en la disputa de límites entre Honduras y Nicaragua. Tuvo que soportar, además, las agresiones y torpezas de Estrada Cabrera, el matarife dictador guatemalteco retratado con fuertes tintas por Miguel Ángel Asturias en El señor presidente. Lo que sigue es la encargaduría de negocios (dice Benjamín Rocha que el destino de Rebolledo mucho tuvo que ver con las suplencias, los interinatos, las jefaturas de cancillerías y el papel de segundo de a bordo) cuando Gamboa regresó a México. Su carácter independiente y su sentido de la dignidad personal y de la dignidad de su oficio, le acarrean dificultades de las que salió de la mejor manera posible.

Lo que sigue es Tokio en la carrera y tres libros publicados en Guatemala: Cuarzos, un recuento de los poemas publicados entre 1896 y 1901, Hilo de corales, que contiene sus nuevos poemas y un hermoso texto en prosa en el cual nos entrega el retrato de la polifacética Guatemala, "Más allá de las nubes". En México publica otros dos libros, Estela y Joyeles. José Juan Tablada, otro doble colega suyo, escribió el prólogo de Joyeles. Su texto, admirativo y preciso, alaba las cualidades formales y el espíritu decadente de la poesía de Efrén, pero advierte que la vida, sus contradicciones, escasos goces, dolores y conflictos harán que madure la lírica del poeta enamorado de la forma. Así describe esa deseada madurez: "Qué hondo y sonoro, qué grande y humano será el grito de dolor o de pasión que vibrará sobre las orfebrerías y las ‘figulinas’ hechas polvo..." Sobre este tema, Rocha acierta cuando dice que el pudor natural de Rebolledo lo obliga a evitar la autobiografía y sus riesgos sentimentales y lo inclina a ocultarla "tras la exquisita elegancia de su verso".

La esposa noruega de Rebolledo, la dulce Thorborg, contaba a su hijo que el poeta cayó en la fascinación japonesa al poco tiempo de desembarcar en Yokohama en 1907. Ese mismo año publicó en Tokio Rimas japonesas, poemario deslumbrado y lleno de presencias líricas tan poderosas como la del poeta Basho. En él se combina el refinado erotismo japonés con los hermosos retorcimientos del modernismo y el homenaje al placer sexual tiene los dos acentos. Así nos habla de una geisha, la Señora Flor:

Como se rompe con el viento un casto lirio
de tus galas vaporosas te despojas,
y ofreciéndote obediente a mi delirio
te deshojas, te deshojas, te deshojas...
El poema tiene las veladuras, los trazos apenas esbozados, la vaguedad y los tenues colores de un dibujo japonés. La misma descripción del orgasmo tiene esa tenuidad:
Mas tu espasmo es como un tierno espasmo de ave,
tus miradas si no ardientes son sumisas,
es tu cuerpo de una seda muy suave
y tus labios un venero de sonrisas...
Su conocimiento de Japón, al igual que el amor de Paul Claudel por las cosas del Oriente, se consolidó mientras desempeñaba con seriedad y competencia sus trabajos diplomáticos. Estaba acreditado como segundo secretario, pero, en varias ocasiones, tuvo que desempeñarse como encargado de negocios. Recoge sus experiencias e impresiones, tanto de diplomático como de admirador de la cultura local, en su libro Nikko. Por esas épocas asciende a primer secretario, pero jamás le envían su aumento salarial. Lo solicita en cartas tal vez demasiado comedidas, pero, mientras la burocracia de Relaciones se da cuenta de su error, el poeta cumple sus tareas con su acostumbrada honestidad y dedica sus tiempos libres a ampliar su conocimiento de la cultura japonesa. Le entusiasman los tres tipos de teatro: el poético No, el épico Kabuki y el realista Joruri, el espectáculo de los títeres de Osaka. Se fascina ante las damas novelistas de las antiguas dinastías y lee fragmentos de las obras de Izumi Shikibu. La pintura y las artes decorativas son objeto de su admiración y se acerca al budismo zen y al shintoismo. Se apodera, en suma, del alma japonesa y vive plenamente las formas complicadas de la sensibilidad oriental. 

(Continuará.)


Hugo Gutiérrez Vega
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