Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Domingo 27 de enero de 2002

Cultura

Bárbara Jacobs

Principio de novela

En busca de datos sobre un escritor con mal final, hace años viajé en un jeep prestado, de noche y en un clima poco favorable, a encontrarme con su viuda. El parabrisas del vehículo era de plástico, y supongo que por viejo se encontraba rayado y opaco, de manera que entre la lluvia, la niebla y la oscuridad se me dificultaba ver a través de él más allá de los metros que las luces delanteras, no muy potentes, buenamente iluminaban.

Casi al tanteo, por fin vi la señal y me desvié de la carretera para adentrarme por un bosque y llegar hasta el farol encendido, a la derecha de la puerta de madera indicada. Llamé. La voz de una mujer me invitó a abrir y pasar. En silla de ruedas, rodeada de estantes con libros, ante una mesa con cajas llenas de papeles, se identificó como la persona a la que en efecto yo buscaba y, a la vez que me ofrecía asiento, me sonrió, dispuesta a contestar lo que aparentemente esperaba que yo le preguntara y para lo cual, también en apariencia, daba la impresión de haberse preparado. Sin embargo, yo no contemplaba preguntarle nada.

Mi método de investigación, si puedo llamar así a mi forma natural de conducirme con los demás, todos posibles presas de mi imaginación, sigue, no digo que con resultados fructíferos asegurados, el del oyente y observador casual pero atento; de modo que, de entrada, es probable que mi actitud pasiva hubiera decepcionado y hasta puesto nerviosa a la señora de Lunas, viuda de mi viejo maestro de literatura en la preparatoria, y razón de mi presencia ahí, en su casa, donde me encontraba mucho tiempo después de haber sido alumna suya.

De aquella época de estudiante conservo el principio de una novela que, con fines didácticos, Lunas había corregido y pasado en limpio innumerables veces para sus clases y con el que ahora, al extendérselo a mi frustrada entrevistada, yo pretendía arrancar sus revelaciones acerca del escritor del cual yo me empeñaba en averiguar el fin, por qué no había publicado nunca nada, y si había dejado una obra, terminada o inconclusa, al morir, un par de meses antes de mi visita, de muerte extraña.

El párrafo inicial al que me refiero, dice: "La tentación de escribir un libro total es síntoma de la megalomanía que los tímidos soñamos con padecer. No obstante, para nosotros el intento de cristalizar la grandeza soñada no llega a ser, si acaso, sino una colección de muestras, un muestrario de géneros, como éste, que sigue."

Según recuerdo, el autor que lo había ideado iba a escribir la vida de un escritor fracasado mediante el recurso de usar tantos géneros como le fuera conviniendo incorporar. Total, en sentido paradójico, esa proyectada novela habría de ser, ya que no interminable, expandible, de final aplazable, para que la perspectiva que presentaba, de compañía ininterrumpida, o de compromiso interno, o de atadura activa al cosmos, diera sentido a la existencia de su creador por lo menos mientras el cosmos la albergara.

"Buen principio", comentó la viuda de Lunas a la vez que, parca, me tendía un papel manuscrito, entresacado al azar de una de las pilas que tenía enfrente. Entre tachaduras, recogí limpio:

Advertencia: Las editoriales son como el teatro. Al ser admitido en cualquiera de ellas, el autor debe suspender el juicio.

Diagnóstico: El escritor fracasado lo es congénita, deshauciadamente.

Requisitos: a) Del crítico: No querer hacer amigos como para elogiar obras en las que no cree; ni, tampoco, tener amigos que perder, como para vituperar o ignorar aquéllas en las que sí. b) Del jurado: Tener presente que en todo jurado está el árbitro que no ve la mano de Dios.

Crónica social: En una última cena, me entretuve dedicando toda mi atención a captar el momento en que mi editor, justamente cuando se suponía no observado, logró desprender de entre dos de sus dientes el resto de una hoja de espinaca.

Aforismo: Se necesita estar desesperado para creer que afilar un cuchillo es perder el tiempo.

Cuento del absurdo: ƑCómo cortarme la cabeza de un tajo cuando me he cortado antes, de dos, sin preguntarme cómo, las dos manos?

Al terminar de leer estas líneas, que leí víctima de un repentino escalofrío, me despedí de mi anfitriona y, no sin la dudable promesa de volver, tomé el jeep de prisa para lograr regresarlo a su dueño antes de que dieran las doce y se convirtiera en calabaza.