Libaneses dieron el último adiós a Elie Hobeika
Ť Un funeral en el que la imagen de criminal de guerra se transformó en la de estadista y héroe
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Beirut, 26 de enero ¿Quién fue Elie Hobeika sepultado este sábado? ¿Un héroe, un patriota, un filántropo que dio a manos llenas a los hospitales caridad? Los sacerdotes libaneses sentados que ocuparon una fila de asientos en su funeral lloraron su muerte, al tiempo que era leído un mensaje de pésame enviado por el Patriarca Maronita, desde Roma. Por órdenes del presidente (libanés Emile Lahoud) ?nada menos? la medalla de Mérito del Comando Libanés fue colocada sobre su féretro de roble. Y ahí, en la primera fila, a sólo 10 pies de sus restos, estaba sentado uno de los hombres más poderosos en el país: el general Ghazi Kenaan, líder de la inteligencia militar siria en Líbano.
¿Podría ser este el mismo Elie Hobeika que encabezó a la milicia falangista dentro de los campos de refugiados de Sabra y Chatila bajo las órdenes de Israel? ¿El mismo Elie Hobeika, entrenado como un miliciano en Israel, quien supervisó la matanza en 1982 en la que fueron asesinados más de mil 700 civiles palestinos; más de la mitad de los que murieron en el World Trade Center en septiembre pasado?
¿Pudo el hombre del retrato que fue colocado sobre el féretro, este hombre ?sonriente bajo su cabello entrecano, vestido con un saco beige y corbata azul y oro? ser el más despiadado criminal de guerra de todo Líbano?
Hobeika
estaba listo para entregar evidencia contra Ariel Sharon, el primer ministro
de Israel, en Bélgica en marzo próximo ?lo que él
creía, probaría que el entonces ministro de Defensa israelí
fue el responsable directo de la matanza en Beirut. El coche bomba que
mató a Hobeika y a tres de sus guardaespaldas ?cuyos ataúdes
flanquearon el suyo? explotó a sólo dos días de que
se comprometiera a testificar contra Sharon. Así, todos sentimos
otra presencia en la fea y pequeña iglesia de concreto de mar Tackla,
con su vitral de color rojo sangre: la del primer ministro israelí,
para quien Hobeika una vez trabajó y quien, creen los libaneses,
ordenó su asesinato.
La policía libanesa ya identificó el coche que hizo que Hobeika volara en pedazos. Los asesinos profesionales ya habían borrado el número de serie del automóvil, el cual hubiera permitido rastrear a su propietario, pero agentes de la inteligencia libanesa encontraron el número de máquina y telefonearon a la empresa automotriz Mercedes. Los agentes obtuvieron el número del chasis, y la policía de inmediato relacionó al vehículo con un hombre que vive en la ciudad de Jezzine ?notoria bajo la ocupación israelí, dado que durante 19 años sirvió como sede del cuerpo de inteligencia israelí, Shin Beth.
Todas estas personas reunidas en el funeral ya sabían esto, pero estaban decididas a transformar a Hobeika de criminal de guerra en estadista, de pistolero en jovial mujeriego que no hace mucho adornó la portada del equivalente libanés de la revista Vanity Fair. Autos circulaban en las afueras de la estrecha calle, tocando canciones de la milicia cristiana de la guerra civil. Algunos llevaban el mismo retrato que estaba sobre el féretro de Hobeika, el rostro de un hombre de razón, un político maduro, quien tras la guerra se unió al gobierno pro sirio libanés y se convirtió en amigo de Siria. De ahí, sin duda, la presencia del general Kenaan en la iglesia.
Pero hubo en el funeral una imagen de un Hobeika diferente, el que era hace 19 años, con un pistolero a su lado. Era un hombre más fuerte y frío, que llevaba anteojos oscuros; el Hobeika que incursionó en Sabra y Chatila el 16 de septiembre de 1982. Y no estaba sonriendo.
Clérigos de túnicas cafés cantaron antes de que los ataúdes de Hobeika y sus ex compañeros se abrieran paso a través de la puerta de la iglesia. Hubo gritos de dolor e ira, cuando las puertas se cerraron y los guardaespaldas arremetieron contra los equipos de televisión, frente a los restos mortales de Hobeika.
Los grandes y buenos de Líbano volvieron la mirada. Sulieman Franjieh, Michel Samaha, Michael Dagher, Pierre Helou. El general Kenaan se sentó en su silla roja, escuchando atentamente las palabras del obispo Abu Jaudeh.
Hobeika creía en Líbano, "siempre ayudó a los necesitados", nunca "fue un fanático religioso" ?esto es lo que afirmó el Patriarca Maronita, el cardenal Nasrallah Sfeir?, y algunos en los alrededores de la iglesia asintieron a esto. Hombres que habrían tenido la edad en la que murió Hobeika, cuando ocurrió lo de Sabra y Chatila. Y de seguro, algunos sabían la verdad: sobre el hombre que prefería matar a cuchillo, del que violaba mujeres palestinas antes de eviscerarlas, del que fusilaba a jóvenes ante el paredón, del que asesinó al anciano Nouri en piyama.
Sí, ellos sabían, aquellos hombres sin sonrisa. Algunos tenían que haber sabido que Hobeika quería contar en Bélgica lo que Sharon había hecho. Algunos incluso pueden tener su propia evidencia, aunque jamás la escucharemos. De este modo permanecimos ayer en una iglesia de secretos.
Pero el secreto más grande yace en el féretro:
¿Quién fue Elie Hobeika?
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Traducción: Erik Vilchis