Ojarasca 57  enero de 2002

La rebelión de las víctimas del neoliberalismo

El futuro en una llamarada

Nadie sabe si el hombre iba ya empapado de gasolina o si, invisible, como siempre antes, se virtió ahí, frente a los guardias, el contenido del garrafón que se halló en las inmediaciones. Y en el trasfondo, hoy el mundo mete el acelerador en una guerra por petróleo, vaya coincidencia.

Pero el flamazo fue sorpresa y constatación de un presente que fue imagen de un futuro generalizado en la llamarada que lo revolcó en el suelo de la plaza central de Santiago de Chile, justo ahí, frente al palacio de la Moneda, donde treinta años atrás la democracia se anunciaba como camaradería y corazón vertido, venas abiertas de una América Latina pregonando al mundo que era posible el cambio por la vía electoral, que la democracia representativa estaba viva y podía abrir espacios para la clase obrera con más historia en el continente.

Espejismo fue, como advirtiera Fidel Castro pocas semanas antes del golpe de Estado en Chile, a un presidente que pensó que todo sería distinto, que un país podía desenchufarse del control global --entonces apenas intuido-- sin consecuencia alguna.

El hombre en llamas, alma ardiente, votiva calcinada de una resistencia que sigue viva por entre los resquicios chilenos, tuvo por nombre Alfredo Miño y era obrero y militante del Partido Comunista de Chile.

El Mercurio, "la merculo" según la disidencia, no tuvo más que reportar la extraña inmolación de Miño y citó completa la carta con la que éste explicó su último impulso:

 
Soy miembro de la Asociación Chilena de Víctimas del Asbesto. Esta agrupación reúne a más de 500 personas que están enfermas y muriéndose de asbestosis, participan las viudas de los obreros de las industrias Pizarreño, las esposas y los hijos que también están enfermos, solamente por vivir en la población aledaña a la industria. Ya han muerto más de trescientas personas de mesotelioma pleural, que es el cáncer producido por aspirar asbesto. Hago esta suprema protesta denunciando:

1. A la industria Pizarreño y a su holding internacional, por no haber protegido a sus trabajadores y a sus familias del veneno del asbesto.

2. A la Mutual de Seguridad por maltratar a los trabajadores enfermos y engañarlos en cuanto al estado de su salud.
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3. A los médicos de la Mutual por ponerse de parte de la empresa Pizarreño y mentirles a los trabajadores no declarándoles su enfermedad.

4. A los organismos de gobierno por no ejercer su responsabilidad fiscalizadora y ayudar a las víctimas.

Esta forma de protesta última y terrible la hago en plena condición física y mental como una forma de dejar en la conciencia de los culpables el peso de sus culpas criminales. Esta inmolación digna y consecuente la hago extensiva también contra:

Los grandes empresarios que son culpables del drama de la cesantía que se traduce en la impotencia, hambre y desesperación para miles de chilenos. Contra la guerra imperialista que masacra a miles de civiles pobres e inocentes para incrementar las ganancias de la industria armamentista y crear la dictadura global.

Contra la globalización imperialista hegemonizada por Estados Unidos.

Contra el ataque prepotente, artero y cobarde contra la sede del Partido Comunista de Chile.

Mi alma que desborda humanidad ya no soporta tanta injusticia.

Dos días después de esta inmolación, en Argentina, anunciando la crisis que se avecinaba y continúa, un desempleado, frente a cámara, se disparaba en la cabeza con una escopeta. Y de ahí se desmadejó la segunda revuelta popular en Latinoamérica contra el neoliberalismo. Enfrentamientos con la policía, incendios de carros y comercios, cinco presidentes nacionales en menos de un mes, asesinatos de manifestantes a manos de las fuerzas de seguridad y todo porque los organismos financieros internacionales decidieron aplicar hasta sus últimas consecuencias sus medidas macroeconómicas a un país en bancarrota, sin importar la avalancha de desempleados, la escasez o el secuestro de los ahorros de infinidad de familias argentinas.

El resultado, que todavía no es cubierto por la prensa en toda su complejidad, es que la revuelta popular genera, además de un desnudamiento de la clase política argentina --y de las leoninas políticas impuestas a la distancia por los llamados eufemistamente "organismos multilaterales"-- una serie de propuestas barriales autogestionarias que podrían inaugurar una primavera popular que a ver cuánto dura, pero que por lo pronto comienza a recuperar el trueque como manera de seguir fluyendo no la economía pero sí alternativas de sobrevivencia en una situación crítica a todas luces.

No es la primera revuelta popular desatada por el neoliberalismo. Hace dos años y por estas mismas fechas, en Ecuador --proyecto piloto de las políticas neoliberales en América Latina--, un movimiento amplio que incluía a indígenas, campesinos, comerciantes en pequeño, obreros de la industria petrolera, pequeños y medianos ahorradores, jubilados y clases medias ilustradas, más la sociedad civil de siempre, se unió con algunos sectores progresistas en los mandos medios del ejército y, casi sin violencia de por medio, tiraron al presidente Mahuad e intentaron establecer un gobierno de coalición que convocara a elecciones y revirtiera las políticas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial que dolarizaron la economía. El florecimiento duró pocas horas. Un golpe de los altos mandos militares y la clase empresarial, con el respaldo de Estados Unidos, dio al traste con este levantamiento, pero por un momento el mundo supo que tales políticas dictadas a la distancia no pueden ponerse en efecto así nomás.

Y hay que entendernos. Las acciones demostrativas emprendidas por el movimiento antiglobalización en Londres, Seattle, Praga o Génova son el resultado del tejido de redes globales contra políticas internacionales que afectan a millones en el mundo, pero su efecto está acotado al momento impugnado y tienen una visiblidad producida en gran parte por los medios. En cambio, las revueltas populares de Ecuador en el 2000 y ahora en Argentina muestran un proceso desde la base social, que no se acaba en unas horas, por más que se le reprima, y avisan que sin un cambio real en la actitud y planeación antidemocrática de los organismos financieros internacionales, el mundo se incendiará en sucesión o simultáneamente. El proceso de crisis extrema y la subsecuente organización de la gente común en ambos países, el recrudecimiento en Chile ejemplificado por el sacrificio suicida de un obrero comunista, y los síntomas autoritarios en Venezuela, más una guerra en Colombia que parece destinada a recomenzar, así lo anuncian.

En México, el movimiento zapatista permea en muchos niveles a la vez; ha desatado un hasta aquí contra las mismas políticas internacionales --no por nada inició en el momento preciso de la instauración del tlcan. A ocho años sigue convocando a la sociedad civil rural y urbana, nacional e internacional, influye a los movimientos demostrativos antiglobales, desnuda las condiciones impuestas por la devastación capitalista y su modo de operar. Es referente para organizar, desde abajo, un proceso de reflexión y de organización regional y nacional de larguísimo plazo. El movimiento indígena surgido de este proceso de reconstitución del sujeto social ha cuestionado, en extremo, lo que debería ser una profunda reforma del Estado. El empeño autogestionario, autonómico de los municipios en resistencia zapatistas en Chiapas sigue mostrando al mundo que se puede vivir de otra manera, enfrentando el embate de las políticas gubernamentales, es decir, bancomundialistas, que pretenden atropellarlo todo.

El futuro sigue abierto. La guerra mundial recrudece las condiciones. La gente, sea a nivel demostrativo --como el movimiento antiglobal--, en revuelta popular --como en Argentina y antes Ecuador--, u organizados en autogobiernos locales, en grupos que enfrentan a las inmobiliarias y a los acaparadores de todo tipo en la franja indígena-campesina aledaña al Distrito Federal, o al Plan Puebla Panamá en "los corredores de desarrollo" --como en México--, parecen dispuestos a dar la batalla. Y que el futuro no sea una llamarada.
 
 

Ramón Vera Herrera
 

foto: San Juan Chamula, Chiapas


 

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