Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 16 de enero de 2002
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Política
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Raquel Gutiérrez Aguilar

Argentina: interrogantes abiertas

Como ha venido sucediendo en muy diversos lugares del mundo, aunque a menor escala, la protesta popular argentina ha tomado la forma de motín civil. En los disturbios de Los Angeles en 1992, en las diversas oleadas de saqueos y rebelión en ciudades brasileñas a lo largo de los noventa, en el levantamiento popular de Cochabamba, la tercera ciudad de Bolivia en 2000, se han insubordinado enormes y caóticos conglomerados humanos que, rompiendo el hartazgo y la impotencia, se han negado a aceptar lo percibido colectivamente como intolerable; sea la brutalidad policial, la carencia de alimento, la expropiación del agua o la conculcación arbitraria de los fondos ahorrados.

En las imágenes de la rebelión argentina hemos visto multitudes en movimiento, tumultuosa expresión práctica de descontento generalizado que rompe el umbral de la aceptación pasiva de las decisiones de unos, cuyos efectos padecen otros. De momento, lo más visible es la tenaz repulsa plebeya a los gobernantes de uno y otro partido, la indignación ante los privilegios monopolizados por algunos empresarios metidos a políticos, o viceversa. Resuena en cada retrato de las jornadas del pasado 19 y 20 de diciembre y de los días previos al fin de año el eco del asalto a la Bastilla por el pueblo de París. El abate Sieyes de 1789 parece nuevamente decir que el "Tercer Estado" no aceptará más el silencioso y humilde papel al que quiere ceñirlo una aristocracia hoy no de sangre, sino financiera, y un clero cuya religión es ahora la "gobernabilidad" y su actividad el enriquecimiento desde el cargo público.

Y es que más allá de este rotundo šbasta!, coreado miles de veces por indignadas muchedumbres, los argentinos tienen ante sí un imperioso desafío. No es sólo qué hacer con un país en ruinas, sino cómo reconstruir una nación en la que no queda ningún bien colectivo tangible. El petróleo, la electricidad, la telefonía, el ferrocarril, el Metro, las empresas del acero; absolutamente todo lo que fue levantado con el esfuerzo y el trabajo de los abuelos de quienes hoy golpean sus cacerolas vacías en la calle pasó a manos privadas y, en la mayoría de los casos, extranjeras. Los derechos sociales y laborales conquistados en años también se evaporaron mediante los conjuros flexibilizadores de los hechiceros de la productividad que han hecho brotar, en unos cuantos años, 14 millones de desempleados y de pobres, sumergiendo en la inseguridad a los pocos que tienen empleo. Así, Ƒcómo puede funcionar un país que ya no tiene nada que sea patrimonio colectivo, público?

No están a disposición de los argentinos ni los aportes que durante décadas todos los trabajadores ahorraron para sostener el seguro social y la jubilación. No quedan más que sombras de las reservas de más de 20 mil millones de dólares que había en las arcas estatales a principios de 2001. ƑCómo se puede organizar la vida colectiva en estas circunstancias?

La disyuntiva es clara: las pandillas de políticos de uno y otro color consideran que esa plebe a la que suelen cómodamente suplantar y que hoy les lanza piedras desde las calles debe finalmente calmarse y resignarse a lo que pueda surgir de los nuevos experimentos de alquimia monetaria que se disponen a ensayar, no importa si se apellidan De la Rúa, Cavallo, Rodríguez o Duhalde. Del lado de las belicosas multitudes movilizadas no se oye nítidamente una propuesta. Algunas voces han comenzado a sugerir la convocatoria a una amplia Asamblea Constituyente que rompa los barrotes partidarios que han aprisionado la energía social, reduciendo la política a acuerdo entre cúpulas. Otra vez los ecos de aquel julio francés, cuando los Estados Generales y el antiguo régimen se desintegraron al constituirse el populacho deliberante en asamblea nacional.

Más allá de este aspecto fundamental sobre el depositario de la soberanía social, de la recuperación colectiva de la capacidad de decidir sobre el futuro, de la posibilidad de incidir en el asunto colectivo, los argentinos tienen frente a sí la igualmente vieja pregunta acerca de la riqueza y la propiedad. Una vez más, Ƒcómo se puede organizar la vida colectiva en un país donde no existe absolutamente ningún bien público más allá de las calles que hoy ocupan quienes protestan? Esta interrogante, seamos o no argentinos, nos incumbe a todos.

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