Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 13 de enero de 2002
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Política
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Marcos Roitman Rosenmann

Democracias de alta y baja calidad

la calidad de la democracia será la nueva moda que se impondrá entre sociólogos, analistas políticos y profesionales de la mercadotecnia dedicados a la compraventa y consumo de teorías para usar y tirar. Cursos, diplomados, maestrías, conferencias y simposios ocuparán el tiempo de los despabilados que hacen negocio con las ciencias sociales, la democracia y procuran tener un agarradero desde el cual medrar y obtener el beneplácito del poder.

Analizar una supuesta "calidad de la democracia" comienza a restar protagonismo al debate impuesto por los principales centros de divulgación del pensamiento en los años setenta del siglo XX. Las grandes reformas que hubo de acometer el capitalismo en las tres últimas décadas del siglo XX acotó la discusión teórica a la problemática genérica de la gobernabilidad del poder. Su entorno político, en sus inicios, se caracterizó por la vigencia de la guerra fría y la política de contención o disuasión del comunismo. La caída del muro de Berlín y la desarticulación del bloque soviético dio un giro a la discusión. Los estudios de gobernabilidad tendieron a ocultar el contenido ideológico-político de los conceptos y categorías sociales utilizados para describir y explicar sus fundamentos prácticos. Es decir, desvincularon la gobernabilidad de la triada seguridad, población y gobierno. Su lugar fue sustituido por un debate más prosaico, cuya síntesis puede caricaturizarse como la búsqueda de una receta milagrosa para crear estabilidad política. Se recuperó la visión neutral-valorativa de las ciencias. La gobernabilidad terminó asimilándose a la concepción empresarial de eficiencia y racionalidad. Se trataba de justificar las reformas del Estado en su dinámica de privatización y descentralización administrativa del poder. Todos comenzaron a utilizar el concepto de gobernabilidad para referirse a los procesos de cambio y transformación de los estados-nación. La gobernabilidad era el quid de la cuestión. Su definición se contrapuso a ingobernabilidad, e ingobernabilidad se homologó con demandas sociales y políticas de participación de las grandes mayorías en el proceso de toma de decisiones. Así, la causa de la ingobernabilidad empezó a verse como sinónimo de procesos democráticos radicales y populares. Para evitar caer en un rechazo a la democracia, cuestión demasiado burda, los "gobernólogos" impulsaron una concepción de democracia ad hoc con el fin de acotar sus principios a los criterios de eficiencia y racionalidad contenidos en la noción de gobernabilidad. Democracias sin adjetivos y como procedimiento electoral (Bobbio, Sartori, Luhmann, Huntington, Morlino o Dahl).

Después de tres décadas de hegemonía en el debate teórico, su luz se apaga lentamente. Como una estrella en descomposición, se enfría y muere. Sin embargo, el objetivo está cubierto. En nombre de la gobernabilidad hoy se rechazan políticas y demandas impulsoras de justicia, igualdad social y democracia política-económica.

Un nuevo tópico emerge: "la calidad de la democracia". Si con los estudios de gobernabilidad se favoreció el debate sobre las reformas del Estado y la administración pública, con la propuesta de analizar la calidad de la democracia se hace hincapié en baremos para establecer una base normativa de valores sobre los cuales calificar el desenvolvimiento del orden democrático. Esta nueva tendencia, como señala uno de sus impulsores, David Held, en su obra global, es un "experimento mental para transformar prácticas, instituciones y estructuras de la vida social y política para que los individuos puedan entender, moldear y organizar sus vidas de forma efectiva (...) La preocupación central del experimento democrático es resaltar las condiciones de una autonomía ideal, esto es, las condiciones, los derechos y las obligaciones que las personas reconocerían como necesarios para lograr el estatus de miembros igualmente libres de su comunidad política." Este experimento requiere imparcialidad política, aceptación, conversión teórica y acuerdo anticipado. Es un programa normativo acotado y cuyo "propósito es animar la reflexión acerca de las condiciones de la democracia liberal". Y "así uno se aparta de la tradición democrática liberal, entonces la aceptación de la premisa, por no hablar del resultado, será cuestionada."

La construcción de indicadores de calidad de democracia permite a sus nuevos acólitos establecer el lugar que ocupan los países en el concierto mundial. Para ello se presenta una dualidad entre autonomía, expresión de democracia y "autonomía como producción y distribución asimétrica de perspectivas de vida que limitan y erosionan las posibilidades de participación política... Por consiguiente, la constatación de la 'autonomía' ofrece el criterio para emprender la evaluación crítica de la operación del poder en los distintos lugares y esferas." Curiosamente, estas pautas fueron las utilizadas en la Conferencia sobre Transición y Consolidación Democráticas, convocada por la Fundación Gorbachov en Estados Unidos y la Fundación para las Relaciones Internacionales y Diálogo Exterior (FRIDE) el pasado mes de octubre, en Madrid, para seleccionar a sus países invitados. Su documento más destacado fue elaborado por el Ronald Inglehart Institute for Social Research de la Universidad de Michigan, cuyo título ya es significativo: Public Support for Democratic Institutions: A Global Perspective.

Tras su elaboración se esconde la división propuesta por Held, contenida en las siete esferas de poder denominadas cuerpo, bienestar, cultura, asociaciones cívicas, economía, violencia organizada y relaciones coercitivas e instituciones regulatorias y legales, sobre las cuales se construyen los indicadores y establecen los baremos. No resulta difícil comprender por qué Held aclara que dicho baremo debe "abstraerse de las relaciones de poder existentes para descubrir las condiciones fundamentales de la participación política posible y, consiguientemente, del gobierno legítimo. Es un mecanismo analítico que nos ayuda a discriminar las formas de aceptación y cumplimiento de las disposiciones y determinaciones políticas."

Esta nueva moda será impuesta para medir el grado de acatamiento de los valores y normas emanados de los países hegemónicos de Occidente y como índice de alta o baja calidad de la democracia. Todos parecemos saber quiénes estarán en la parte alta y quiénes en la baja. Demos la bienvenida a los estudios de "calidad de la democracia".

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