La Jornada Semanal,  30 de diciembre del 2001                          núm. 356
Rodolfo Alonso
 

Las Ocampo

 
Rodolfo Alonso evita el anecdotario para profundizar en el análisis de las tareas literarias y de promoción cultural de dos ilustres argentinas, Victoria y Silvina Ocampo. El maestro Alonso se refiere a dos obras fundamentales para la literatura iberoamericana: Antes de que amanezca, de Victoria, y Poesía inédita y dispersa, de Silvina. El Fondo Nacional de las Artes, la revista Sur, Jorge Luis Borges, Bioy Casares –esposo de Silvina–, Rimbaud, Montale y el novelista Diego Angelino, autor de Al sur del sur, figuran en este trabajo crítico que parte de la admiración.

La otra Victoria Ocampo

En tiempos diferentes, en lugares distintos, probablemente hubiera llegado a convertirse en mito. Pero eso a él no le preocupa en absoluto. Diego Angelino, el mismo escritor argentino cuya primera novela: Al sur del Sur, fue especialmente recomendada por el jurado del Premio América Latina (La Opinión-Sudamericana), y que en 1974 ganó el Premio La Nación con una serie de cuentos incluida luego en su libro Con otro sol (Corregidor, 1976), vive y trabaja desde hace largo tiempo en El Bolsón, provincia de Río Negro, en plena Patagonia, donde personalmente lleva adelante las tareas de su vivero, significativamente bautizado Tierra Baldía.

Entre los libros y los árboles, sin duda es difícil decidirse. Pero sigue visitando Buenos Aires. "Voy seguido, con mi camión, pero ando por los viveros, por los arrabales, de la cuarta al pértigo." De las muchas y ricas experiencias de su vida, no vacila en recordarnos una que se vuelve más que significativa, y no sólo para el Fondo Nacional de las Artes, esa institución originalísima y ejemplar que en 1998 cumplió cuarenta años.

"Si bien yo no tuve con ese organismo más que un par de acercamientos en mi vida, el primero de ellos, en el año ’73, fue para mí muy importante. Por entonces estaba encarando Con otro sol, mi primer libro de cuentos, y necesitaba un poco de tranquilidad, sobre todo económica. De ahí que escribiera al Fondo solicitando un préstamo. Me contestaron que era posible, pero tenía que enviar un cuento para que alguien lo considerara. Mandé "Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche", cuento que después entusiasmaría a Borges. Y me quedé a esperar alguna respuesta favorable. Pero antes de que me concedieran el crédito recibí una tarjeta de la lectora que me había tocado, que se ocupaba en escribirme porque le había gustado el cuento y que me informaba –con humildad, con grandeza, qué duda puede haber– que integraba el Fondo Nacional de las Artes y que se llamaba Victoria Ocampo. Todavía recibí una notita más, donde me comentaba que ella había renunciado a su cargo, pero que creía que el crédito estaba encaminado y se me otorgaría."

La primera de esas esquelas de Victoria Ocampo, fechada el 30 de octubre de 1973, dice lo siguiente:

Diego Angelino:

He leído su cuento "Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche". Quiero decirle que me ha gustado el tono de esas páginas. Me gusta cierta simplicidad directa y la manera de contar. Desde hace quince años formo parte del Directorio del Fondo (no sé hasta qué día) y me llamo Victoria Ocampo. Lo saludo cordialmente. Siga escribiendo.

Y la segunda, también datada desde Elortondo 1811, San Isidro, F.C.G.B.M., pero el 27 de noviembre de 1973, reza así:

Estimado Diego Angelino:

Como sabrá, si ha leído algún diario de por aquí, he renunciado a mi cargo de directora del Fondo. No creo que en nada cambie lo de su préstamo; quedó resuelto antes de mi partida.

De todas maneras quedo a su disposición, si en algo puedo serle útil.

Reciba un afectuoso saludo.

Victoria Ocampo
Y continúa exponiéndonos Angelino: "Gracias a ese crédito escribí Antes de que amanezca, libro de cuentos que en 1974 ganó el Premio La Nación, y que Corregidor editó bajo el título de Con otro sol. Es obvio que lo que a esta altura he querido decir es que, para mí, el Fondo Nacional de las Artes fue más que importante."

Esas dos esquelas, dirigidas a quien era entonces un joven escritor de nuestra Patagonia, que reproducimos no sin emoción, nos revelan indudablemente la calidad y la calidez del temple de Victoria Ocampo. Una imagen de discreta humildad, de abierta comunicación humana, con la cual no suele ser, por lo general, identificada. Aunque instantáneas como éstas, hondamente expresivas, pueden iluminar sin duda cabalmente a toda una personalidad. Pero, al mismo tiempo, y sin duda alguna, reflejan también el carácter y el espíritu con que se manejaba –en forma tan discreta como eficaz– un organismo del que ella formó parte desde su fundación, el Fondo Nacional de las Artes.

Con ingenuo realismo

Dieciséis años menor que su hermana Victoria, lúcida fundadora de la revista y editorial Sur, y ocho años mayor que su marido, Adolfo Bioy Casares, durante muchos años entrañable compañero de Jorge Luis Borges, si por un lado resulta obvio que Silvina Ocampo (1903-1993) podía haber ocupado sin demasiado esfuerzo un lugar central en la vida literaria argentina, también es cierto que, con dignidad y discreción acaso naturales pero igualmente loables, optó siempre por un perfil muy bajo.

Reunir entonces para ser publicados, después de su muerte, bajo el título de Poesía inédita y dispersa (Emecé, Buenos Aires, 2001), textos escritos durante el largo periodo que va desde 1960 a 1990, pero de los que sin embargo ella misma prefirió no dar a conocer sino muy pocos, en algunos periódicos y en muy contadas ocasiones, no deja de rozar quizás el destino infernal que el imaginario popular solía predecir a las mejores intenciones.

La narradora y ensayista Noemí Ulla, quien tuvo a su cargo la selección, prólogo y notas, no sólo admite expresamente que "la descripción [...] ha regido en buena medida la poética de esta escritora junto a la nunca abandonada enumeración", sino que también reitera que "su actitud descriptiva parece responder al ingenuo realismo de la mirada que todo lo abarca en un afán totalizador". ¿Cómo olvidar entonces que, al dedicarle al "querido Satán", ya en las primeras páginas, nade menos que Una temporada en el infierno, Rimbaud lo haga invocándolo como "tú que amas en el escritor la ausencia de las facultades descriptivas o instructivas"? ¿Y cómo no recordar asimismo que, ya en una entrevista de 1946, nada menos que Eugenio Montale supo afirmar más que meridianamente: "No, ya por entonces sabía distinguir entre descripción y poesía"?

Leídos estos originales que su autora prefirió inéditos, y donde mucho me temo que sólo por momentos lo meramente discursivo alcanza a levantar vuelo hacia el lirismo ("Por no querer sufrir sufrí muchísimo./ Por no buscar la dicha fui feliz", "Sueñan las casas que son barcos cuando/ de noche hay viento, oscuridad y lluvia", "un violeta elocuente", "todo lleva a vivir de varias muertes", o también "Morir era esperarte"), resulta difícil no coincidir con aquellos que, tal vez sotto voce, consideran que el talento literario de Silvina Ocampo se ha desplegado con mayor originalidad y hondura en sus relatos. Después de todo, es ella misma quien, con tan inocente como demoledora honestidad, revela aquí que "No comprendo muy bien esta frase/ pero siento que he querido decir algo profundo", o bien culmina su homenaje al autor de Ficciones con otra conmovedora confesión: "Nunca te ha empalagado la poesía/ y ella como una lumbre te acompaña;/ a mí suele dejarme en las tinieblas."