Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 30 de diciembre de 2001
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Mundo
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Ť Acción de provocadores infiltrados en manifestación pacífica

Saquean e incendian sede del Congreso argentino luego de disturbios frente a la casa presidencial

Ť Miles de personas de la clase media exigían poner fin a la retención de ahorros bancarios

JAIME AVILES ENVIADO

Buenos Aires, 29 de diciembre. Un fuerte cordón policiaco resguarda esta noche el vetusto edificio del Congreso argentino, que hoy a las tres de la mañana, en un acto sin precedente en la historia de este país, fue saqueado e incendiado al cabo de multitudinarias protestas que culminaron en disturbios frente a la Casa Rosada y que horas más tarde ocasionaron la renuncia de los ministros del presidente Adolfo Rodríguez Saá, quien a lo largo de este sábado mantuvo una serie de reuniones de emergencia para tratar de restablecer la gobernabilidad.

Después de un viernes marcado por diversos estallidos de violencia -una estación de trenes destrozada en el centro de Buenos Aires, amotinamientos en Tierra del Fuego y Santiago del Estero, tumultos a las puertas de numerosos bancos capitalinos-, unas 30 mil personas, pertenecientes casi todas a los sectores de clase media, empezaron a desfilar por la avenida de Mayo hacia la medianoche del sábado para reunirse frente a la Casa Rosada, exigiendo el fin de las medidas que las han despojado de sus ahorros.

argentina_protesta_s29v"Metí mi dinero al banco para que me lo guarden, no para que me lo roben", gritaba, por ejemplo, un cartel en manos de un anciano que iba de chanclas y bermudas en compañía de su esposa, gozando el espléndido clima de la noche de luna llena en el tórrido verano austral. Como esa pareja, miles y miles más caminaban golpeando tapas de cacerolas o aplaudiendo simplemente, en el cauce de un río humano que había nacido en forma espontánea en los barrios del norte de la ciudad.

Hacia la una y media de la mañana, la Plaza de Mayo, frente al palacio presidencial, era una fiesta en la que participaban haciendo ruido, saltando, agitando camisetas como si fueran matracas, hombres, mujeres, ancianos y niños, en una demostración de rabia absolutamente pacífica. De pronto, sin embargo, alguien ordenó que se retiraran los 50 policías que custodiaban la fachada del edificio y entonces, entre el gentío, surgieron decenas de jóvenes altos, fornidos y guapos, de cabello largo hasta la cintura, desnudos del torso, con shorts de playa de buena calidad, y comenzaron a encaramarse en el portón del palacio, cubriéndolo de grafitti y con evidentes intenciones de saltar al interior.

Fue una acción que parecía sospechosamente concertada porque, muy pronto, se pusieron a quemar papeles y cestos de basura de plástico, y al conjuro de las llamas, por las calles laterales salieron dos contingentes de policías antimotines que procedieron a lanzar la primera andanada de gases lacrimógenos, poniendo en fuga al grueso de la multitud. Y lo más extraño del caso fue que muchos de estos atléticos provocadores no tardaron en reagruparse, lanzando piedras contra los uniformados, en tanto que las masas pacíficas huían sensatamente alarmadas.

Reacción policial demorada

Mezclados con la multitud que se alejaba sin perder la calma sobre la avenida de Mayo por donde había venido, otros provocadores semejantes destrozaron un McDonald's y una sucursal del Banco Galicia, y avanzando con las columnas humanas en desbandada llegaron a la plaza del Congreso, donde no había un solo policía, y penetraron en el edificio sin la menor dificultad. Una vez dentro, le pegaron fuego a los suntuosos muebles italianos del Salón Azul -recinto que se utiliza para los actos solemnes, debajo de una imponente lámpara en forma de araña con 250 focos-, y en pocos minutos dejaron aquello a merced de las llamas.

La policía -también sospechosamente- demoró en reaccionar cerca de media hora, y cuando contratacó, disparando gases lacrimógenos y balas de goma, el daño ya estaba hecho: las fogatas brotaban por los ventanales, pero el objetivo principal no era ese: los manifestantes pacíficos se hallaban bien lejos de allí, observando el desenlace de la noche por televisión, y llenándose de temores que en los próximos días los obligarán a pensar las cosas dos veces antes de volver a protestar en forma pública, acompañados de sus hijos pequeños.

ƑEl incendio del Congreso fue un montaje del gobierno? ƑLo causaron facciones del peronismo opuestas a Rodríguez Saá? ƑSe trató de una simple expresión de vandalismo de ultraizquierda? Nadie lo sabía esta mañana, mientras la televisión continuaba repitiendo la imagen de un hombre en silla de ruedas, que había quedado atrapado entre los muchachos y los policías que intercambiaban pedradas y bombas de gases lacrimógenos alrededor del edificio incendiado.

Impasible, porque no tenía cara de susto a pesar del caos que se extendía en su entorno, el inválido se complacía en mostrar a la prensa un cartel fijado al respaldo de su silla de ruedas, que profetizaba, sostenido por seis pinzas: "Mientras el pueblo no delibere ni gobierne, el crimen y la corrupción seguirán gozando del poder".

Con esas palabras, el individuo contradecía a la Constitución liberal de este país, según la cual "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes", pero su reclamo ponía en evidencia la profunda ruptura que se ha dado entre los ciudadanos y la clase política argentina, formada por peronistas y radicales, que ha desencadenado la crisis económica más grave de todos los tiempos. Y no hay exageración en ello.

Privatizaciones y endeudamiento

Desde hace casi un mes, los ahorradores no pueden sacar del banco más de 250 pesos (dólares) por semana; hay poco más de un millón 700 mil cheques que nadie puede cobrar ni pagar; las reservas nacionales ascienden a menos de 3 mil millones de dólares y ni el Banco Mundial ni el Fondo Monetario Internacional desean prestarle un centavo al gobierno de Adolfo Rodríguez Saá, quien llegó al poder el domingo pasado y lo primero que hizo fue decretar una moratoria indefinida al servicio de la deuda externa.

En marzo de 1976, cuando las fuerzas armadas derrocaron a la presidenta Isabel Martínez de Perón, en el marco de una situación hiperinflacionaria, la deuda externa era de 8 mil millones de dólares. Hoy, 25 años después, el monto es de 132 mil millones de dólares. Pero en ese lapso, Argentina ha pagado a los organismos financieros internacionales alrededor de 200 mil millones de dólares por concepto de intereses, sin reducir en un ápice la suerte principal.

Gracias a las recetas del FMI, durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999), Argentina privatizó sus principales industrias estratégicas (el petróleo, la siderurgia, las telecomunicaciones), debilitando aún más la soberanía económica del Estado y originando la indefensión monetaria que hoy parece haber llegado a su máximo histórico, desatando una crisis para lo que hay solución visible por ninguna parte.

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