Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de diciembre de 2001
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Cultura
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Carlos Bonfil

Los recolectores y la pepenadora

A los 73 años, la realizadora Agnes Varda, figura emblemática femenina de la Nueva Ola francesa, ofrece una cinta que valdría la pena rescatar de los festivales de cine y de la programación de cine clubes europeos, para incluirla en una retrospectiva de la directora, o en un foro de la cineteca, o en el festival de verano de la UNAM. La cinta es un documental caprichosamente llamado Los recolectores y la pepenadora (Les glaneurs et la glaneuse). La autora de Cleo de 5 a 7, de Daguerrotipos, de Sin techo ni ley, aparece ahí en primer plano. Es ella quien inicia un recorrido por la Francia rural hasta finalizar en la estación Montparnasse de París. El tema: las múltiples maneras de recoger, cosechar, recolectar, coleccionar, pepenar un poco de todo en todas partes: noticias en los diarios, frutos en los árboles, verduras, trigo, y también basura en las calles, objetos abandonados que pronto serán instalaciones artísticas, o aquel material de desperdicio siempre reciclable, siempre aprovechable, que afanosamente buscan los personajes, héroes y heroínas espontáneos de esta cinta. La propia Agnes Varda forma parte del equipo descrito: ella es la pepenadora de imágenes.

Con una cámara digital filma su propia mano fuera de la ventanilla del auto que la conduce a lo largo del hexágono francés. Esa mano se abre y se cierra rítmicamente sobre el paisaje, sugiere acercamientos, resalta detalles, todo a la manera del iris de una cámara. Llega así la directora hasta la morada de un descendiente de Marey, uno de los inventores del cinematógrafo, penetra en las habitaciones abandonadas, juega con los praxinoscopios. El homenaje a los oficios en desuso, al viejo modo de recolección o cosecha agrícola, remplazado ya por una maquinaria pesada, es también un homenaje a un cine artesanal en vías de desaparición -al cine que no interesa en absoluto en los tiempos de la globalización. Acaso la cámara digital, con su economía de recursos y sus múltiples posibilidades expresivas, representa para Varda una opción de supervivencia artística. En todo caso, su aprovechamiento en esta cinta es magistral.

Los recolectores y la pepenadora cuenta varias historias, una selección de parábolas. Un hombre se alimenta únicamente de desperdicios vegetales, y todos los días, en el mismo barrio, se le ve comer directamente de los botes de basura; elige el perejil y los trozos de apio con la aplicación de un gourmet vegetariano; alega alimentarse del modo más sano posible, en tanto otro recolector de desperdicios enumera todo lo que la gente tira a la basura sólo por la paranoia que les produce la fecha de caducidad en el envase. "Jamás me he enfermado una sola vez en quince años", alega el gastrónomo vagabundo. Agnes Varda maneja con desparpajo este documental que la incluye de modo tan personal. En una escena, ella también recoge un viejo reloj de pared al que le faltan las manecillas. Lo colecciona de inmediato en tanto recordatorio de una cierta abolición del tiempo. Elige ignorar de esta manera la tiranía de la hora presente, así como también ignora el momento en que habrá de morir, y que supone no tan lejano. Este tipo de reflexiones abunda en la cinta. La directora frente a la cámara, detrás de ella, con su voz en off, o describiéndole al espectador los cambios en la epidermis de sus manos. Habrá que entender igualmente la aplicación del anciano que día a día construye un palacete de chatarra, con muros hechos de latas, llantas, botellas, y muñecas abandonadas, e interiores con diseños todavía más extravagantes. No son pocos los esfuerzos parecidos que terminan en los museos de arte contemporáneo, y la directora ofrece con malicia varios ejemplos.

Agnes Varda muestra en su documental una serie de viñetas humorísticas con personajes pintorescos (académicos o desempleados que se asumen pordioseros como protesta social o por vocación ecológica), y también el equivalente de pequeños artículos antropológicos sobre la vida moderna y la sociedad del desperdicio organizado (un ejemplo: las toneladas de productos perecederos condenados a la basura debido a la sobreproducción y a las leyes del mercado). Son nuevas mitologías barthesianas que la cineasta veterana combina lúdicamente para señalar que todo individuo sigue siendo, a su manera, un pepenador de informaciones y de imágenes, desde la consulta de los diarios hasta la navegación por internet. Lo interesante en su documental poético es el modo en que la realizadora enlaza aspectos de la vida cotidiana a una reflexión más ambiciosa sobre los costos de la modernización y, de manera no menos punzante, sobre la inevitable degradación física de los individuos y sus múltiples goces compensatorios.

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