Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de diciembre de 2001
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Política
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Néstor de Buen

Cuando las barbas de tu vecino...

Lo de las barbas no es personal. Que conste. Ni pienso poner las mías a remojar. Yo diría, por decir algo, en este primer año de un siglo que quiere dejar huella, que la vieja historia del fallecimiento por muerte natural del socialismo, al que le fijan como fecha de defunción el mes de noviembre de 1989, coincidiendo con la caída del Muro de Berlín, empieza a ser falsa.

Ya lo era desde antes. Las razones abundan. El socialismo no nació simple y sencillamente como una doctrina artificial creada en un laboratorio. Es el producto de las tenebrosas realidades de la explotación del hombre por el hombre. Podrán desaparecer los Estados que se llamaron socialistas, que como ha dicho repetidas veces mi amigo Juan Ortega Arenas no eran otra cosa que capitalismo monopólico de Estado. Claro está que yo no lo veía así antes. Pero si se da la misma causa, se da también la misma consecuencia.

Hay que recordar el origen del llamado Estado de bienestar. Fue producto del miedo capitalista ante la aparición de la Unión Soviética, que hizo patente que los derechos de los trabajadores no podían ser únicamente tema de preocupación de un grupo de hombres sensibles: los utopistas; los materialistas históricos, con Marx y Engels a la cabeza; el anarquismo de Proudhon y Bakunin; la socialdemocracia de Lasalle y, al final del camino decimonónico, el sentido social de la Iglesia de León XIII y su encíclica Rerum novarum.

Cuando los soviets tomaron el poder y derrocaron el intento republicano de Kerenski, a su vez vencedor del zarismo, los países que discutían los términos de la paz en el Palacio de Versalles en 1919 se vieron en la necesidad de ocuparse también de los derechos de los trabajadores. Nació así la parte XIII del Tratado de Versalles, y en la Conferencia de Washington del mismo año 1919, la Organización Internacional del Trabajo. No fueron ajenos sus principios a los de nuestra Constitución de 1917.

El Estado de bienestar: derecho del trabajo y derecho de la seguridad social, no fue pues producto de la conciencia social sino del miedo. Quizá con el presidente Roosevelt, al apoyarse en Keynes para establecer una política de profundo sentido social, el Estado de bienestar fue menos precaución que sentido solidario ante la profunda crisis estadunidense. Y después de la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de la guerra fría, volvió a su naturaleza esencial de seguro contra el avance social.

Entre la crisis capitalista típica y cíclica y la revolución petrolera, el mundo entró en una etapa conflictiva, allá por los setenta, que generó desempleo e inflación. No faltó quien le echara la culpa de los males económicos al gasto social. Margarita Thatcher y Milton Friedman encabezaron la ofensiva que, a su manera, mucho menos elegante, hicieron suya Ronald Reagan y su sucesor, Bush el viejo. Desde entonces se tambalean la seguridad social y el derecho del trabajo, cuya crisis muchos consideran terminal.

La banca mundial ha contribuido con su leña financiera para que el fuego sea de mayor intensidad. Y la crisis económica de la Unión Soviética, a la que Estados Unidos no le ganó ni en la guerra fría ni en las calientes (Corea, Vietnam, las galaxias, etc.), fue el factor decisivo para el derrumbe del sistema mal llamado socialista. Con toda la razón del mundo Gorbachov se negaba a seguir compitiendo en la carrera armamentista. Le costó popularidad interna aunque haya crecido de manera excepcional su prestigio mundial.

Se empezaron a escribir las actas de defunción del socialismo. En el mundo capitalista las víctimas fueron los derechos sociales. A la vieja idea de la justicia social de mi mundo laboral la sustituyeron con las expresiones típicas del neoliberalismo: competitividad, calidad, productividad. Y ante el supuesto derrumbe de las viejas ideologías sociales, Estados Unidos, que requiere desesperadamente de enemigos para justificar su gasto militar, ha inventado el nuevo fantasma del terrorismo.

En Buenos Aires, pero ya desde antes en los lugares de reunión de los globalifílicos, las demostraciones violentas en contra del neoliberalismo empiezan a asumir una importancia mayor. Precisamente en Argentina, país de cultura y civilización notables, y tal vez por eso mismo, se reproducen con extrema violencia los actos de protesta. De la Rúa renuncia y huye, y confieso que me apena, porque creo que hizo lo imposible por sanear la economía de su país entrañable, pero a partir de castigar a los pobres ya no se pueden encontrar soluciones económicas.

Vemos, impactados, cortar las barbas de los vecinos. Y la crueldad sin fin de la campaña contra los talibanes en Afganistán; y la soberbia sin medida del campeón del antiterrorismo y que le echen otros. Pero si el socialismo nació como reacción y hoy se producen las mismas causas, quizá con mayor violencia, Ƒa quién le puede extrañar que renazca, quizá con otro nombre, que eso es lo de menos?

Cuando nada más se puede perder, todo se puede ganar. No hay que olvidarlo.

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