Lunes en la Ciencia, 17 de diciembre del 2001


 

La disyuntiva entre violar los derechos humanos y combatir a criminales

La invasión científica de la privacidad

Benjamín Domínguez y Yolanda Olvera López

En nuestra sociedad abrumada con más misterios sin solución que problemas, no sorprende el poder de seducción ejercido por la oferta de la explicación biológica de los comportamientos humanos. La inseguridad motivada por el temor a los criminales ha orillado en otras épocas a poner prematuramente en práctica conocimientos "científicos" no comprobados. En nombre de esta lucha se han cometido actos de crueldad y castigo desmesurado.

En Estados Unidos se presentó en 1930 una de las tasas más elevadas de homicidios y estaba de moda la eugenesia, se basaba en la idea de que ciertas enfermedades mentales y rasgos criminales eran producto de la herencia. Según Ronald L. Akers se basaron en una "mala ciencia", pero pensaban en ese tiempo lo contrario.

En 1931, 27 estados habían aprobado leyes que permitían la esterilización obligatoria de personas con debilidad mental, enfermos y criminales habituales. Estudios ejecutados en 1960 cuando nuevamente se elevó la tasa de criminalidad revelaron que muchos criminales violentos presentaban un cromosoma extra Y, por lo tanto, un conjunto extra de genes "masculinos". Xandra O. Breakfield, genetista de Massachussetts, consideró que se vivió un periodo de oscurantismo científico cuando comenzaron a evaluar a los "recién nacidos".

Estudios posteriores documentaron que aunque los hombres XYY obtienen puntajes más bajos en las pruebas de inteligencia, por lo regular no son agresivos. Por su parte, los estudios sociales de la criminalidad han sido menos polémicos, porque se han enfocado más hacia poblaciones que hacia los individuos, y quizá su hallazgo más sólido ha sido demostrar que "un numero reducido de criminales son los ejecutores de la mayor parte de la violencia".

Raine (1993) siguió durante 27 años a 10 mil hombres nacidos en Filadelfia en 1945, encontró que 6 por ciento de todos ellos ejecutaron: 71 por ciento de homicidios, 73 por ciento de las violaciones y 69 por ciento de los asaltos violentos. El problema sigue siendo Ƒcómo identificarlos anticipadamente y con precisión?

Se nos dice que ciertas inclinaciones hacia comportamientos específicos residen en nuestros genes o están cableados en nuestro cerebro. El estudio de los comportamientos antisociales parece haber interesado especialmente a los investigadores. La búsqueda de receptores químicos específicos en neuronas particulares del cerebro demuestra que el estudio de los genes y del cerebro han acabado por converger. Los investigadores de la heredabilidad de una predisposición a un cierto comportamiento (por ejemplo, una conducta adictiva o la hostilidad) han determinado que se trata de la expresión de una función multigénica.

Para la mayoría de estos estudios (Kelly, 1992), todo comportamiento es biológico. De hecho, se producen procesos químicos cada vez que movemos un dedo, ya sea para pulsar una tecla o para apretar un gatillo. Se tiende a pensar que las raíces biológicas del comportamiento son innatas, pero en realidad muchos comportamientos son producto del aprendizaje o de complejas interacciones entre éstas: la actividad biológica que los científicos observan puede ser el resultado de la experiencia adquirida durante la vida o incluso antes, durante el embarazo. La investigación sobre la biología del comportamiento humano se realiza inevitablemente a posteriori, después del período prenatal, después de una o varias enfermedades, heridas, ingesta de drogas o malos tratos sufridos en la infancia.

Sabemos ya que las imágenes cerebrales (PET) de lesiones en niños víctimas de malos tratos se parecen mucho a las que se observan en ciertos condenados multirreincidentes, que pueblan los corredores del abandono en las prisiones. La historia médica de estos prisioneros demuestra que, como los niños maltratados, también han sufrido violentos golpes en la cabeza. Esta estrecha relación entre la violencia, los traumatismos cerebrales y los repetidos malos tratos sufridos en la infancia permite aislar una posible "causa" de la epidemia de violencia que vivimos.

En México, la urgente necesidad de renovar las cárceles se ha equiparado con la instalación de la vigilancia electrónica sin haber siquiera modernizado los antiguos principios "cuáqueros": aislamiento, abstinencia, oración y arrepentimiento, expresados en los escenarios carcelarios de las prisiones "panópticas" de 1870, en las que "todo debería ser observado".

El aislamiento extremo para los internos (y también los empleados) es la formula más directa de mermar cualquier habilidad humana, para la convivencia y a largo plazo para erosionar la salud mental. ƑVideograbar todo para mejorar la rehabilitación?, Ƒpara disminuir la corrupción? o Ƒvideograbar para invadir la privacidad, amedrentar, ponerle precio?, Ƒquién vigila a los vigilantes?

Aspiramos a una sociedad en la que las leyes de la selva dejen el espacio para la convivencia, igualdad y desarrollo, incluso en los escenarios más excluidos de nuestra sociedad. Fomentar una mayor sensibilidad y tolerancia de los "otros" sigue siendo una tarea pendiente de los derechos humanos, sobre todo de los "otros" que ejercen el poder para decidir vigilar y videograbar a otros por razones de seguridad. Si vigilar la conducta de las personas sigue siendo un problema, vigilar la mente de estas conserva todavía el carácter de misterio.

Simular, o más comúnmente mentir, es algo tan frecuente como cepillarnos los dientes, o quizá más. Varias líneas de investigación psicológica han comenzado a prestarle atención a este asunto y han planteado: Ƒqué tanto podemos vivir sin mentir? El doctor De Paulo (1993) opina que los mentirosos "no siempre encajan con el estereotipo de que son personas que sólo se preocupan por ellos mismos". Sus investigaciones han revelado que las personas extrovertidas y sociables pueden inclinarse a mentir y que, ciertos rasgos de personalidad y físicos (la confianza excesiva y el tener atractivos físicos) están relacionados con la habilidad para mentir bajo situaciones de estrés elevado.

El detector mecanizado de mentiras más conocido es hoy día el polígrafo. Es un equipo de retroalimentación biológica que registra el pulso, la presión sanguínea y otros cambios fisiológicos con los que se buscan señales de cambios emocionales que pueden o no acompañar una mentira. La reputación de este dispositivo se ha visto empañada con serias dudas sobre su exactitud.

En 1980 una ley federal en Estados Unidos prohibió su uso en la mayoría de las empresas privadas, y casi la mitad de los estados han dictaminado que sus resultados no son admisibles en los tribunales. Paul Stern, de la Academia Nacional de Ciencias de EU considera que la psicofisiología ha tenido grandes avances en los últimos 20 años. Por ejemplo, los patrones de flujo sanguíneo que se reflejan en los cambios de temperatura en el rostro cambian durante el engaño logrando hasta un 78 por ciento de exactitud. Por desgracia, como ha ocurrido con otros ejemplos de "mala ciencia", estos dispositivos se siguen aplicando partiendo de la premisa que "mentir conlleva una carga emocional causando cambios físicos que delatan el aumento de esas emociones", pero una acusación y el propio interrogatorio "policiaco" pueden causar esas emociones tanto en el inocente como el culpable. Las madres en este terreno, siguen siendo las mejores en la detección de mentiras.

Los autores son, respectivamente, investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM e investigadora de la ESIME-Culhuacán, del IPN

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