LETRA S
Diciembre 6 de 2001

Crónica Sero

Joaquín Hurtado

Ha muerto, me dijiste por teléfono. Aviso a compañeros y amigos comunes que tu padre se fue, que tú debes estar allá, donde seguramente una mano está deteniendo su quijada abierta. Y allí te encuentro, exactamente en la ubicación que pensé, tranquila, sin vergüenza, sin rabia, sin vanos arrepentimientos. Hay niños jugando a su alrededor. Y moscas. Las puntuales moscas de Antonio Machado. Tu hermana le hace un nudo sobre el cráneo para que el maxilar se mantenga en su sitio. Para que su aullido termine.

En la cocina se han reunido sus hijos, mujer, sobrinos. El fuego del café aroma la mañana. El canario brinca y picotea un ramito verde que alguien le acercó en medio del olvido. Allá al fondo de una recámara modesta la luz de otoño ilumina impunemente las manos de cristal del que duerme. Llegan vecinos y hacen llorar a las mujeres. Timbra el teléfono y hace chillar a los hombres. Los niños van y vienen al lecho del amado, sin darle más importancia que la que le dan a sus muñecos.

Los recuerdos se entrecruzan: sus aventuras de niño veleidoso, sus amores y amantes de adolescente eterno, sus odios callados, sus horas bajo la luna ruda, su comer y beber sin fronteras, su poesía cursi, sus versos crípticos, su quemante ironía, su maravillosa imitación de Guty Cárdenas, su Pedro Vargas, su Benny Moré, su gusto insensato por Raphael. Circulan las memorias y los cigarros. Tú me abrazas y me dejas de lado: no llenas de aquel cadáver dulce y violento. No quieres dejar uno solo de sus huesos sin ser acariciados, lavados, bendecidos por tu llanto.

Te abrazas a mi y me dices: fue tan bueno. Alguien opina: fue un cabrón. Pero cómo se dio a querer, a respetar, a temer. Y yo pienso: así quiero ser tratado. Que así sea la muerte de cada uno de nosotros. En la justa dimensión de lo que somos. Recemos, pide el sobrino médico. Y en círculo elevamos un Padrenuestro.

Vivió modesta pero elegantemente. Murió jodido porque dilapidó hasta el último clavo. Por eso en el corrillo de dolientes no hay un solo intento de arrebatarse carroña alguna. Por el contrario: uno a uno de quienes lo rodean van dando lo que es justo para el funeral y la inhumación. Tomo nota de esto y me digo cuánta belleza.

Me dejó un honor. El no lo supo pero fue mía la idea de secuestrarlo del hospital del ISSSTE. Fue mi sugerencia no alargar la dolorosa e indigna enfermedad entre tubos y caras malpagadas de enfermeras. Fue parte de mi cálculo dejarlo reposar sin dolor en su casa llena de goteras, permitiendo a sus querientes el santo disfrute que también se puede sacar de la agonía. Echamos en corrida a los oportunistas Biblia en ristre. Hubo quien dijo otras opiniones. Alguien mostró asco que quiso disfrazar de humanidad. Otro más se alejó argumentando falta de tiempo. De todo hubo. Pero lo que más le ha de haber gustado en las horas de su ocaso fue la música, el baile, los chistes obscenos que aprendió de sus años de joven hermoso, de timador, de vagabundo. Descanse eternamente el hombre. Sigamos muriendo en paz.