La Jornada Semanal,  25 de noviembre del 2001                          núm. 351
Latif Pedram
el estado de las cosas
Afganistán: la biblioteca arde
Nacido en 1963 en Badajshan, Afganistán, Latif Pedram, escritor, poeta, periodista y profesor de literatura afgana, ha sido director de la biblioteca del centro cultural Hakim Nasser Josrow Balji. Permaneció en Afganistán durante la mayor parte de los años de guerra, desplazándose por el país para poder continuar con sus actividades. Finalmente, se vio obligado a marchar al exilio por el avance de los talibanes y su política de segregación étnica y lingüística hacia la comunidad persáfona, en particular, a la que pertenece. Hoy se encuentra acogido en la ciudad refugio de la Región de Île-de-France.

Foto: Nancy Hatch DupreeEl historiador Ata-ol Molk Joveini1narra la llegada de Gengis Kan a la mezquita de Bujara, un gran centro cultural de la época, dotado de una inmensa biblioteca: "Llevaron al patio de la mezquita cofres llenos de libros y de manuscritos sagrados y los vaciaron en el suelo, utilizaron los cofres como pesebres en las caballerizas, bebieron copas de vino y llamaron a los músicos de la ciudad para divertirse y bailar en la mezquita. Los mongoles cantaron y gritaron para saciar sus apetitos, y ordenaron a los imanes, a los sabios, a los doctores de la religión, a los jefes de los clanes y a los notables que se pusieran a su servicio y que se ocuparan de atender sus caballos. Gengis Kan decidió entonces partir para su palacio, seguido por sus hombres, que pisotearon las páginas arrancadas al libro sagrado, caídas entre el cúmulo de objetos destrozados. En aquel instante, el emir imán Jalaleddin Ali ben Asan Al-Rendi, jefe religioso supremo de la Transoxiana, se volvió al imán Rokneddin Imamzadeh, el eminente sabio, y le preguntó: "¿Qué es lo que nos ocurre, Molana? ¿Es un sueño o la realidad?" Molana Imamzadeh respondió: "No digas nada más. Es el viento de la cólera de Dios que nos barre, y ya no nos quedan fuerzas para hablar."

El 18 de agosto de 1998, el viento de la cólera divina sopló de nuevo sobre Pol-i Jomri, una ciudad del norte de Afganistán...

Por el ventanuco del escondite en que me había refugiado, veía a los talibanes ocupados en quemar los libros en la plaza principal de la ciudad. Era triste testigo de la quema de los cincuenta y cinco mil libros del centro cultural Hakim Nasser Josrow Balji. Como si, disfrazado de Mollah Omar (el jefe de los talibanes), Gengis Kan y su ejército hubieran entrado en la ciudad para repetir el suceso más trágico de nuestra historia. En aquel instante, tampoco yo tenía fuerzas para hablar. Conocía la historia de la destrucción de las "casas de ciencias"2 por los mongoles. Había leído también los relatos del saqueo de la biblioteca ismaelita por el ejército de Hulagu Kan y, remontándome más en la historia, el incendio de Persépolis por Alejandro Magno. Pero esta vez no se trataba del relato de Rachid-oddin Fazlollah, o del de Ata-ol Molk Joveini: era un suceso que ocurría ante mis propios ojos y en el alba del tercer milenio. El intelectual tiene el deber de ser testigo privilegiado de su tiempo, pero yo hubiera preferido no presenciar jamás el martirio de la espiritualidad, de la cultura y del libro por los agentes de la ignorancia y la hechicería. Con este retorno de la tragedia tantas veces repetida en la historia de nuestra civilización ha entrado vergonzosamente Afganistán en el siglo XXI.

Procedo de Afganistán, de un país que se ha visto implicado, durante nueve años, en una guerra de resistencia contra la Unión Soviética. Un país que se debate sin esperanza en un torbellino de guerras civiles que dejan tras ellas centenares de miles de muertos y millones de heridos físicos y psíquicos. Una "tierra en ruinas", "una tierra agotada", un país devastado que podría grabar en sus frontones las palabras que Dante hizo inscribir en la entrada del infierno: "Abandonad toda esperanza los que entráis aquí."3

La resistencia del lenguaje, la lucha contra la censura, la voluntad de conquistar la libertad: tales eran los temas que formaban parte del diálogo cotidiano entre los escritores y los intelectuales de este país; pero la mayoría de ellos han sido enviados ante los pelotones de ejecución, han debido exiliarse o aguardan, todavía hoy, la llegada súbita de su propia muerte en este infierno en que se ha convertido Afganistán. Aquel diálogo cotidiano ya no es más que un amargo cántico de luto: el relato de los "Finnegans" que llevan inevitablemente su propio duelo.

Destrucción de las estatuas de Buda en Bamian por los talibanesHace ya veinte años que Afganistán vive bajo una represión sangrienta, un despotismo absoluto e ilimitado. Tomo prestadas las palabras de García Lorca para decir que sobre el territorio afgano hoy "no hay más que suspiros que reman". Nosotros, los poetas y los escritores afganos, somos cautivos de esta encarnación de la estupidez que se ha abatido sobre nosotros como un manto de plomo. Ningún orden prevalece en este país y los dictadores, los ebdals,4 son a la vez el centro y la órbita de todo. Por eso nosotros, los escritores afganos exiliados, tratamos de hacernos oír en otros países para decir lo que tenemos que decir. En la cima de la desilusión, esperamos que las verdaderas necesidades serán satisfechas por fin.

Si hay un rasgo común en las tres tiranías que han dominado a la sociedad afgana, la de los mongoles, la de los comunistas y la de los talibanes, es sin duda el odio al libro y su destrucción sistemática. La toma del poder por el Partido Comunista marca el comienzo de la liquidación de los inconformes. Una montaña de libros de la biblioteca de la Universidad de Kabul, juzgada "burguesa" o "capitalista" por el Partido Democrático, fue amontonada y destruida. Y en la imposibilidad de destruir todos los libros, se procedió a guardarlos bajo llave y dejar que se enmohecieran en sótanos. Durante las sangrientas dictaduras de Taraki y de Amin, numerosos jóvenes e intelectuales fueron encarcelados o ejecutados por el simple hecho de haber leído o poseer libros que no coincidían con "la línea del Partido".

Poco importa que sea antes o después de la revolución islámica: siempre es posible que un Zahak5 aparezca sobre nuestra tierra. Hemos tenido a Hafizollah Amin,6 el comunista, y a Mollah Omar, el musulmán. Nuestra "feliz despreocupación" entre estas apariciones se explicaba por nuestra incapacidad para contemplar y analizar el pasado. Las palabras de Ahmad Chamlu7 son certeras: "No tenemos memoria histórica." Por esta razón siempre nos toma todo por sorpresa.

En los años setenta y ochenta nos vimos engullidos de pronto por la literatura judanoviana. Era preciso quemar etapas en una sola noche después de la publicación de las "Siete órdenes"8 del gobierno.

Al principio nos alegramos todos, porque la inmóvil sociedad afgana se había proyectado súbitamente al torbellino de la Historia. Con frases como "justicia, libertad, socialismo", sedicentes "libertarias" en aquel entonces, nuestra actitud fue precipitada. No nos planteamos preguntas que Adorno o Horkheimer plantean, a saber: "¿Por qué la humanidad no aborda las condiciones humanas y se ahoga en una nueva forma de barbarie?" Al instalarse el régimen comunista, cuando decenas de intelectuales, poetas y escritores fueron ejecutados y miles de nosotros fuimos encarcelados (incluso jóvenes de quince años, como fue mi caso), comprendimos, como dice Afees, "lo que nos trae el alba", en qué lugar estábamos en el damero de la historia.

El poder del Partido Democrático (satélite de la Unión Soviética) suscitó ciertos cambios y un despertar del pensamiento político; aunque no fuera más que por el sesgo de una literatura de proletkult y de "realismo socialista". Pero enseguida el estalinismo mostró su auténtico rostro: las reivindicaciones más elementales por parte de los intelectuales fueron reprimidas. Se prohibió la formación de partidos políticos, sindicatos y asociaciones de artistas y de escritores al margen del aparato del Estado. Todos los movimientos, incluidos el marxista, el islamita o el nacionalista, se vieron perseguidos severamente. El comienzo de la lucha armada empujó a numerosos adversarios del régimen, escritores e intelectuales, a buscar refugio en los campamentos de guerrilleros y el movimiento hacia la libertad se inició una vez más de forma no democrática. Esto puede deberse quizá al infortunio de los intelectuales de los países periféricos. Quien tiene por oficio escribir y debería combatir con la pluma en la mano se encuentra en una situación tan insostenible, que acaba por empuñar las armas. De esta forma, actuar democráticamente resulta paradójico en países como el mío. El compromiso literario es un camino que discurre por el filo de una navaja. Yo mismo me vi obligado, a consecuencia de las presiones políticas del régimen prosoviético, a dejar de escribir provisionalmente y a refugiarme en el cuartel general de Ahmad Shah Massud en el Valle del Penjshir. Todavía llevo dentro de mí el terror de aquellos días en que fui testigo de muertes y bombardeos en las zonas rurales y de asesinatos de civiles en los dos campamentos.

Cuando "el viento del paraíso" comenzó a soplar en Afganistán en 1992, los saberes y las artes que no trataban del "noble tema" fueron postergados. Desde 1994, dicho viento se transformó en tempestad. Los talibanes han tocado la trompeta de la resurrección. Los archivos nacionales y el museo de Kabul, que conservaban los manuscritos más importantes y tesoros culturales milenarios como los de Ay Janum, Mandigak y Talla Tappeh, han sido completamente saqueados y desvalijados. El barrio en el que se hallaba el museo, caído alternativamente en manos de los distintos beligerantes durante la guerra civil, ha sido destruido y hoy no queda prácticamente nada de él. Las gigantescas estatuas de Buda en Bamian han sido dañadas por los atentados y, de no haber sido por la resistencia de los budistas y por la seria advertencia de la unesco a los talibanes, las habrían destruido también. Los talibanes se oponen a la pintura, a la escultura, a la fotografía y a la música. ¿Qué habrá sido de los cálices de Jam en Herat,9 obras maestras de la época timurí? No se sabe nada de ellos.

Durante los años de gobierno del Partido Democrático se crearon asociaciones oficiales de escritores y de artistas. Pero mientras que obras como La madre o Y el acero fue templado eran difundidas masivamente, el Comité Central del Partido daba orden de retirar de todas las bibliotecas de Afganistán las obras de Nietzsche, Sartre, Beckett y Popper, entre otros. Fue el comienzo de una campaña de "limpieza cultural" de las publicaciones capitalistas y occidentales. Se prohibió terminantemente la entrada de libros extranjeros. El acceso a las obras de los demás escritores de lengua persa y de publicaciones iraníes o de Tayikistán se hizo muy difícil. Fue tal vez una de las razones por las que la literatura y la cultura persas no han tenido la resonancia que esperábamos en todo el mundo, con el mismo derecho que la literatura árabe o la sudamericana.

¿Cómo hemos resistido esta forma de estalinismo? ¿Y qué ha sido de la literatura moderna, qué caminos ha seguido para librarse de las garras de los censores?

El primer obstáculo ha sido la falta de estabilidad política, que no permitía un trabajo continuado y profundo. El golpe de Estado comunista de 1978, seguido del golpe de Estado interno de Najib en 1984, y después la creación del primer gobierno islámico en 1992, con la partida de Kabul de las fuerzas de Massud en noviembre de 1994 y la llegada de los talibanes, nos imponían experiencias múltiples y diferentes. Pero todos estos regímenes, cada cual a su modo, nos privaban de libertad con la represión, la cárcel, la delación, la desaparición, etcétera. Frente a una resistencia prolongada y a la extensión de los combates librados por las fuerzas armadas, el régimen prosoviético se vio obligado a ceder algo de terreno, y forzosamente cambiaron también los métodos de represión. En lugar de lanzarse a un combate abierto, el régimen comenzó a distribuir periódicos al pueblo. Un buen número de los que aparecieron durante los años en que Najib detentó el poder eran, en realidad, periódicos gubernamentales "maquillados" para dar la impresión de una apertura. Todos sabíamos bien en aquella época que estaban financiados por la temible khad, la oficina de información. Las Noticias de la Semana, que se decía crítico con el gobierno, tenía el apoyo del servicio de espionaje. El régimen quería utilizar esos periódicos para controlar y corromper la opinión pública. Pero, a pesar de un sistema de censura y control asfixiante, los escritores conseguían encontrar fallos y explotarlos recurriendo a un lenguaje metafórico y alegórico. Las dificultades no impidieron que este periodo sea el más rico del Afganistán contemporáneo por la calidad y la cantidad de las producciones literarias. Había una literatura barata, llamada literatura popular u obrera, que estaba apoyada y financiada por el gobierno y cuyos importantes tirajes contribuían a alimentar la maquinaria de propaganda prosoviética. Mientras tanto, los otros escritores "independientes" proseguían sus actividades subterráneas. Las noticias, los poemas o las obras de teatro prohibidas circulaban manuscritas o multicopiadas. Eran distribuidas durante la noche y, a pesar de todos los peligros y presiones, considerábamos importante permanecer en el país. Rechazábamos la idea de emigrar y abandonar nuestra profesión; vernos obligados, para alojarnos y alimentarnos, a convertirnos en taxistas o camareros de café en algún país extranjero. Y menos aún queríamos sufrir la humillación de las largas colas ante las oficinas de asistencia social de los países que nos acogieran. Preferíamos, pues, este infierno a tener que mendigar.

Con la instauración del gobierno islámico y la llegada al poder de los talibanes, esa mínima actividad cultural fue aniquilada por completo. El Partido Democrático aceptaba, por lo menos, la existencia del arte y de la literatura "socialistas"; los mujaidines y los talibanes han suprimido todo. Pues "Dios no acepta a los pintores y los dibujantes y previene al profeta contra los poetas y los imaginativos". Y así fue como fueron proscritos todos los centros culturales. Nos vimos confrontados a la negación completa del arte y de la literatura, sin fallas que explotar. Todo se nos negó. Hasta el punto de preguntarnos, pero con un sentido muy diferente que aquí en Occidente: ¿para qué sirve la literatura?

En esta atmósfera tratamos de preparar la libertad. Y por eso hemos optado por los aforismos. Antes que inspirarnos en las Minima Moralia de Adorno, bebemos de la herencia de los maestros de la literatura y de la lengua persas. La creatividad literaria y el estetismo estaban en lo más íntimo de nuestros desvelos, y cuando nos aventurábamos a exponer el mal y las injusticias, nos esforzábamos en enseñar a nuestros interlocutores a no exponer verdades definitivas y prejuicios. Éramos muy conscientes de los peligros de la escritura y de lo escrito. No era en los libros donde habíamos descubierto la naturaleza de un régimen de partido único, o la de una literatura marcada por la ideología, integrista y consumadora de la verdad única. Nuestra escuela era la cohabitación cotidiana con semejante literatura y gramática del despotismo. Hemos creado grupos clandestinos para continuar trabajando y distribuyendo nuestras obras. Más tarde comprendimos que esto no bastaba y que nos estábamos alejando de nuestro auténtico objetivo: la creación literaria. Decidimos entonces disolver nuestros círculos para consagrarnos a un trabajo individual y evitar los peligros de los grupos, aunque los intelectuales de izquierda extremistas y los partidos políticos que tomaban su inspiración "del lugar silencioso del reposo celeste" y de "la estrella de rubíes del Kremlin" nos acusaran de abandonar nuestras responsabilidades sociales. Y nuestro grupo, que, según las palabras de Joachim de Fleuré, vivía en "la tercera etapa de la historia: la etapa del Espíritu Santo", ya no creía en la definición oficial de la responsabilidad social y del compromiso literario. Fue el inicio de la autodestrucción, habíamos vaciado nuestras asociaciones de su sentido funcional para producir individualmente en un espacio abierto. Esto significaba romper con la gramática al uso, con el texto usual y la antigua tradición literaria y social. Para que el escrito se liberara del peligro de la "enfermedad asociativa" e inherente al clan, nos hacía falta una reducción fenomenológica.

Hace ya algunos años que la sombra del proletariado ha desaparecido de Afganistán para dar paso a la de la umma islámica con sus hipérboles. No apoya ni permite ninguna voz divergente. Hoy están en guerra la religión y la literatura. ¿Cuántas son las obras que encontrarán lectores? ¿Cómo hablar claramente de la dirección que toma la literatura afgana? Sin embargo, como decía Foucault, "cada obra tiene un sentido con el mismo derecho que un monumento histórico".

Estamos en guerra civil desde el fin del gobierno de Najib, hace ya diez años. Ni la jurisprudencia islámica, ni la religión, ni el profeta, ni el texto sagrado han sido capaces de brindarnos una solución para poner fin a la guerra. La razón y la sabiduría que deben dirigir el destino de este pobre país están en suspenso. ¿Cómo encontrar la vía de la libertad?

Rara vez la historia ha visto a un pueblo aplicarse tanto a su propia muerte. La censura, el silencio absoluto, la aniquilación del pasado histórico y cultural no son más que manifestaciones horribles de este suicidio colectivo. La lengua ha sufrido un envilecimiento vergonzoso. Porque no contiene ni sentido ni mensaje de esperanza para la reconstrucción: un torbellino nos arrastra hacia la degradación total, a la espera "del día del juicio final".

AP/Marco Di Lauro/Archivo La JornadaCon la prohibición de artes tales como la pintura, la escultura y la danza, este movimiento anclado en el pasado, que es el fenómeno talib, amplía sus metas. Su aversión por las artes es un reflejo del miedo que tiene a la palabra y a la imagen. Según la tradición musulmana árabe, el profeta habría dicho que las imágenes resucitan a los ídolos. La imagen, en tanto que obra de arte, o la obra de arte en tanto que imagen o creación, afirma la existencia de un creador. Un creador que podría rivalizar con Dios. Ahora bien, la producción y la creación son propias exclusivamente de Dios. Consiguientemente, en la sociedad islámica instaurada por los talibanes, nadie tiene el derecho de pintar, de esculpir o de danzar. También está prohibida la música. Sólo se permiten los poemas épicos y guerreros y también el tazieh (espectáculo religioso tradicional), a condición de que no vayan con acompañamiento de música. Según algunos juristas musulmanes, cualquier creyente tiene permiso para romper y destruir instrumentos musicales. Lejos de ser considerado un delito, el robo de un instrumento será recompensando cuando llegue el juicio final.

Entre todas las manifestaciones artísticas y culturales, la poesía es la única que goza de cierta libertad de expresión en Afganistán. Aunque el Islam no ve con buenos ojos los poemas de amor, la poesía ofrece grandes posibilidades expresivas: las figuras retóricas, el recurso a los símbolos y a las metáforas no facilitan precisamente la tarea de los agentes de la censura. La poesía ocupa un puesto singular en nuestra cultura. Y por el hecho de plantar cara al poder de la censura político-religiosa, encuentra muchos odios y rencores. Las sesiones colectivas de lectura del Chahnameh, gran tradición cultural del pueblo del norte de Afganistán, han sido prohibidas por los talibanes. Estas sesiones no eran únicamente literarias; no resucitaban solamente recuerdos históricos, sino que funcionaban también como reuniones políticas. En adelante, la mera posesión del texto del Chahnameh está considerada un delito político. No hay duda de que la poesía es el arte angustiado de Afganistán.

Traducido del francés por Javier Calzada.
Publicado en Autodafe. Revista del Parlamento
Internacional de los Escritores.
Notas

1 Ata-ol Molk Joveini, Tariq-e Jahangosha, Nashr-e Ketab. Teherán, 1367, pp. 80-81.

2 Centros de estudios fundados en Jorasán y Bagdad por el poderoso Nezam-ol Molk, ministro de los selyúcidas en el siglo vii.

3 Dante, La Divina Comedia, Infierno, canto III, 9.

4 Los ebdals ("pequeños santos"): grado de la jerarquía de los santos sufíes.

5 Zahak: figura mítica sanguinaria. Llevaba una serpiente en cada hombro, a las que alimentaba sacrificándoles dos niños todos los días.

6 Presidente y jefe del Partido Democrático de Afganistán (comunista). Murió asesinado en diciembre de 1979.

7 Uno de los mayores poetas persáfonos de nuestra época.

8 Reformas que incluían, entre otras, reformas agrarias, el derecho a la propiedad privada, la libertad para las mujeres, etcétera.

9 El periodo timurí es brillante en la historia de Persia y Afganistán. Los timuríes, de origen turco, crearon su capital en la ciudad de Herat, en 1415.