Jornada Semanal, 18 de noviembre del 2001                       núm. 350

SCHWARTZ EN EL PEDRO INFANTE

Yevgeny Schwartz, burlando las estrictas reglas del Comité de Repertorio Teatral estalinista, logró que su obra El dragón fuera estrenada en Leningrado. Se presentó como una pieza para niños y, muy pronto, alcanzó una popularidad tan grande que puso en estado de alerta a la censura. Schwartz, interrogado por los defensores de la pureza revolucionaria, se defendió hábilmente ubicando su fábula en el terrible momento por el que atravesaba Europa entera. Así, el autoritario Dragón era una metáfora del nazifascismo; el astuto alcalde y su corrupto hijo representaban a la democracia burguesa y el héroe Lancelote simbolizaba a la humanidad socialista. Además, los animalitos parlanchines como el gato y el burro, los artesanos fabricantes de objetos mágicos y el dragón mismo, con sus afiladas garras y su aliento envenenado, daban a la pieza un carácter tranquilizadoramente fabulístico.

El público soviético hizo varias lecturas de la obra y una de ellas fue la que inclinó a la censura a esgrimir la guadaña y dar por terminadas sus representaciones. Me refiero a la que asignaba a Stalin el papel de el dragón, identificaba al señor alcalde y a su pícaro hijito con la nomenklatura y seguía otorgando a Lancelote la representación de la humanidad socialista.

Schwartz escribió otras dos fábulas teatrales, Sombra y El rey desnudo que, junto con El dragón, integraron un ciclo que tituló Trilogía del poder. Las piezas tuvieron fortunas diversas, pues unas veces lograron ser representadas y otras fueron retiradas sin contemplaciones. Recuerdo una gran puesta en escena de Sombra, realizada por David Esrig, en el Bucarest de la tregua maurerista en 1964. En cambio, El rey desnudo tardó en llegar a los escenarios.

Schwartz se dedicó a la literatura para niños y escribió el guión del excelente Don Quijote dirigido por Kocincev y actuado por el mítico Cercasov. Alberto Sánchez, el gran artista toledano exiliado en Moscú, se encargó de la escenografía y diseñó un fantástico vestuario. Las inmensas tocas de Altisidora y las gorgueras de los duques fueron ejemplos geniales de estilización.

Al igual que Bulgakov, Schwartz logró navegar por aguas peligrosas con habilidad y buena suerte. Usando la máscara del teatro para niños expresó su pensamiento político ligado a una utopía democrática e igualitaria, pues, es preciso decirlo, su análisis de las realidades sociopolíticas siempre se basó en el método propuesto por Marx y Engels.

Todos los años se representa El dragón en el Teatro Royal Court, ubicado en el Chelsea londinense. Los niños (de cinco a noventa y siete años) reciben globos, camisetas con las tres cabezas del “lagartijón” (así lo llamaba en secreto Enrique, su secretario e hijo del alcalde cleptómano), programas impresos en color y estampas de Lancelote, Elsa y el gato al que daban trato de gata, cosa que no sólo no le molestaba sino que le parecía divertido. En el año de 1970 fuimos al Royal Court en compañía del gran director teatral Xavier Rojas. Nos entusiasmó (hablo en plural no por razones arzobispales o mayestáticas sino porque Lucinda, mi compañera de varias vidas, fue mi socia en las tareas de traducción) y, al día siguiente, en el camerino de John Guielgud, sellamos el compromiso traductor con Xavier. Cumplimos de la mejor manera posible nuestro encargo y Xavier estrenó la obra en México en 1972 (recuerdo la notable composición del gato hecha por Ángel Cazarín, la magnífica escenografía y los efectos especiales). Unos años más tarde la llevaron a escena los Cómicos de la Legua de la Universidad de Querétaro. De su puesta sólo guardo en la memoria la actuación de Wilfrido Murillo en el papel del alcalde.

Ernesto Flores, que por aquellos años estaba al frente de las ediciones del Gobierno de Jalisco, publicó nuestra traducción en un pequeño volumen que contenía, además, otra pieza que tradujimos del italiano: La extraña tarde del doctor Burke, del dramaturgo checo Ladislav Smocek. La edición está agotada. Por estos días ando buscando editor para El dragón, pero no lo consigo. Lo guardaré en espera de tiempos más propicios para este tipo de teatro. Lo bueno es que, de tarde en tarde, aparecen algunos ejemplares de la edición tapatía en las librerías de viejo. En una de ellas encontró su Dragón el director Juan Ramón Góngora. Lo leyó y se propuso llevarlo a escena. Luchó durante dos años con los posibles patrocinadores y, ya casi perdida la esperanza, se encontró con las actrices y los actores de la Compañía Arte Once, conformada por los estudiantes de la Generación 98-01 del Instituto Andrés Soler de la anda. Trabajó arduamente, consiguió unos cuantos pesos para la producción (les aseguro que no más de cinco o seis mil), el Instituto le prestó el Teatro Pedro Infante, una amiga le facilitó una grabadora y, ante un público entusiasmado, celebró la función de estreno. Su puesta en escena pertenece a la mejor y más literal tradición del teatro pobre y su confianza en el poder de la actuación la convierte en un homenaje a las teorías de Vajtanjov. Todo el reparto merece nuestra admiración y nuestro agradecimiento por su entusiasmo y su talento, pero es necesario destacar a Héctor Illanes, quien compuso el personaje de Lancelote con serenidad y con una notable exactitud en el uso de sus medios expresivos. Tomás Castelán fue un gato de personalidad intransferible (como todos los verdaderos gatos) y Marilú Benavides, Yahel Ponce y Saúl Enrique Martínez dieron a las tres cabezas del dragón un conjunto de matices diferenciadores.

Al terminar la segunda función me reuní con Góngora y los actores. Hablamos de la obra, de Schwartz, del trasfondo político de su fábula, de Stalin y la segunda guerra mundial, del autoritarismo, la corrupción y la superchería que fueron, son y serán los rasgos distintivos de todos los dragones. María Cabrera, la valiente y tierna Elsa, nos hizo notar que la fábula del viejo judío tiene en el México actual una sorprendente vigencia. Nos pusimos a especular y recordamos la caída de las tres cabezas del dragón que ocupó el poder durante setenta y dos años y el arribo al gobierno federal del sector empresarial. No encontramos en el panorama a Lancelote y Elsa nos recordó que, como dice Schwartz, el dragón sigue vivo en las deformes almas de sus antiguos súbditos. Cuando Lancelote aparezca necesitará tiempo para reformar esas almas e iniciar un verdadero cambio en la moral general. Después de las elecciones en Tabasco, de los rescates de empresarios defraudadores, de la burla a la justicia (“a la altura del estiércol” está nuestro poder judicial. Gracias a León Felipe por la paráfrasis) perpetrada por los peniches, espinozas y leguleyos que los acompañan, y al comprobar la permanencia del neoliberalismo en el gobierno, percibimos la sobrevivencia del dragón en nuestra cultura política. Schwartz sigue proponiendo esas reflexiones tan necesarias para el progreso de la inteligencia.
 
 

Hugo Gutiérrez Vega
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