La Jornada Semanal, 4 de noviembre del 2001                          núm. 348


Luis Trelles

La respuesta alemana: 
Marlene Dietrich

Pocas veces en la historia del cine mundial se ha producido un fenómeno de apropiación actor/personaje tan completo, intenso e inolvidable como el que se dio entre Lola-Lola y Marlene Dietrich, a fin de cuentas una y la misma en la iconografía y en la memoria de quienes seguimos viendo ángeles azules, cantantes de cabaret y devorahombres en nuestros sueños de plata. Dos de estos fidelísimos, Luis Trelles y Stan Hardy, dan cuenta de su rendida, entusiasta y no por eso menos documentada y seria admiración por la dueña de una voz, unas piernas y una historia de pasiones que, cien años después de su irrupción en este mundo, siguen quitando el aliento.

Si París en los años veinte "era una fiesta" a juicio de alguno de los integrantes de la llamada generación perdida, aquella integrada por figuras de la talla de Ernest Hemingway, Gertrude Stein y F. Scott Fitzgerald, Berlín –en cambio– era el caos, el tumulto y la disipación.

Los orgullosos alemanes, vencidos en la primera guerra mundial, tuvieron que aceptar de las potencias aliadas, por el tratado de París del año 1918, onerosas condiciones de paz y la imposición de una indemnización de guerra que alcanzaba cifras astronómicas.

Como resultado, la nación quedó sumida en la inflación de la peor clase, con la moneda depreciándose a velocidad vertiginosa de un día para otro, y los habitantes de Alemania sujetos a unos precios en espiral de ascenso, difíciles de entender o de igualar. A la par, la moral teutónica cayó por los suelos y Berlín –en especial– se convirtió en una ciudad donde podían darse todos los excesos imaginables.

En ese ambiente –y a finales de los años veinte– toma lugar la búsqueda afanosa de un realizador de cine, de origen austriaco, de ascendencia judía y de orgullosas pretensiones, que había adoptado el nombre de Joseph von Sternberg, el von invento suyo, para aparecer más ennoblecido de lo que en realidad era. Tras haber triunfado en Hollywood a base de una sucesión de películas atmosféricas, intimistas y deseperanzadas entre las que se contaba The Salvation Hunters, del año 1925, planificó llevar a la pantalla en una doble versión –1929 fue el año en que se generalizó el sonido en el cine– en alemán y en inglés, la novela de Heinrich Mann, Profesor Unrat. Estaba casi decidido a asignar el papel central de Lola-Lola, la cabaretera que lleva por el camino de la deshonra y la perdición al profesor de liceo Emmanuel Unrat, cuando –de pronto– se materializa en su presencia una alemana más bien necesitada de una dieta por las abundantes carnes, poseedora de unas piernas muy bien torneadas y, sobre todo, con una cara de una rara sensualidad llamada María Magdalena Dietrich.

Era hija de un oficial prusiano y se había educado, como nacida a principios del siglo –el 27 de diciembre de 1901– en una atmósfera de rigor pre-primera guerra mundial. Había tomado clases de violín con ánimo de convertirse en concertista de ese difícil instrumento. Un accidente sufrido en su mano izquierda la hizo cambiar de rumbo y tras un matrimonio temprano con el que sería por más de medio siglo su marido, Rudolph Sieber, se envolvió en la vida teatral de la capital alemana apareciendo también –sin pena ni gloria– en varios filmes de la época.

El encuentro con Sternberg iba a ser decisivo e instrumental para su carrera posterior. El director le asignó el codiciado rol y es así como surgió en las pantallas del mundo esa imagen cínica, cruel, de "devoradora de hombres" (mucho antes que la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos) que es Lola-Lola.

Aún hoy es posible encontrarla a menudo no a base de la película, un clásico del primer cine sonoro disponible en el formato de video, sino en esas tiendas que se dedican a la venta de carteles y afiches de personalidades del cine. Allí aparece y reaparece Marlene Dietrich en su más clásica foto, aquélla que nos la revela ocupando el centro del escenario en el cabaretucho de El Ángel Azul, con un gran sombrero en la cabeza, una vestimenta compuesta por una falda muy corta y el despliegue al máximo de las famosas piernas –las mismas que años después aseguraría en una suma astronómica–, una doblada sobre la otra y esta última extendida en posición sugerente e invitadora.

El Ángel Azul sería para Marlene Dietrich su pasaporte a la fama y la primera de una serie de apariciones cinematográficas de Lola-Lola. La hazaña es aún mayor si se toma en cuenta que la bisoña Marlene Dietrich se enfrentaba en El Ángel Azul al más famoso actor de su tiempo, receptor del primer Oscar adjudicado por la recién creada Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas a un protagonista masculino, por sus intervenciones en dos películas: The Way of All Flesh y The Last Command. Jannings despliega en El Ángel Azul su conocido repertorio de gestos, mimos y rasgos expresionistas de actuación, y su caracterización –tan celebrada entonces– es sumamente contrastante con la supuesta inexpresividad de Marlene Dietrich, que se ha convertido hoy en la razón por la cual se vuelve a ver una y otra vez esta película.

Marlene Dietrich, por tanto, marcha a Hollywood, tras firmar un contrato con la casa Paramount, custodiada y acompañada por su "descubridor" para el cine en grande, entiéndase el cine norteamericano, Joseph Von Sternberg.

Comienza así a dibujarse el paralelismo entre la Dietrich y la que sería su gran rival en Hollywood, la sueca Greta Garbo.

Dietrich marcha hacia la Meca del Cine iniciando una peregrinación que pocos años antes había emprendido la diva sueca, y lo hace bien convoyada: por un director triunfante que, además, tiene con ella unas relaciones muy íntimas y obsesivas, de la misma manera que Greta Garbo llegó a Hollywood gracias a la gestión de su Pigmalión, Mauritz Stiller. 

Hay, sin embargo, una diferencia marcada entre ambos viajes. Garbo marchó sola en lo tocante al orden familiar, en tanto que la Dietrich se desplazó de Alemania a Estados Unidos acompañada tanto por su marido como por su única hija, entonces de unos cinco años, la que en el futuro se convertiría en María Riva.

Ya instalada en Hollywood comenzó para Marlene Dietrich su gran momento en el cine americano: aquél presidido por el exotismo y por los esfuerzos continuos de Von Sternberg por refinarla, pulirla y convertirla cada vez más en un icono, muy diferente al de Lola-Lola.

Se nos presenta –una y otra vez en la pantalla– envuelta en velos, sedas, plumas y boas. Son seis películas en que Von Sternberg manifiesta hasta el delirio el culto por Marlene Dietrich y trabaja de manera incesante su persona cinematográfica. Desaparecen las libras de más, gracias a extenuantes dietas, se le maquilla y se le fotografía como para destacar sus ángulos más favorables y disminuir los que menos le favorecen, en especial la nariz que venía a ser como su punto débil; se le aclara el cabello hasta convertirlo en una rubia llamativa y, sobre todo, se le hace interpretar una serie de papeles muy diferentes que van desde la espía de Deshonrada (Dishonored), pasando por la esposa que se "sacrifica" por su marido, forzada por la presión económica, y triunfa en el mundo del espectáculo, como acontece en La Venus rubia (Blonde Venus), hasta transformarse en Catalina la Grande, emperatriz de todas las rusias, alemana de origen como ella.

Este desfile delirante de una Marlene Dietrich cada vez más suntuaria y estilizada, culmina con su caracterización de Concha Pérez en El diablo es una mujer (The Devil is a Woman), adaptación para el medio fílmico de la novela de Pierre Louys, La femme et le Pantin que, muchos años más tarde, se convertiría en manos del iconoclasta Luis Buñuel en su recordada Ese obscuro objeto del deseo.

Es este el periodo en que se hace muy evidente el afán de la Paramount –en abierta competencia con la Metro-Goldwyn-Mayer por el dominio de los mercados y la posesión de nuevas y más refulgentes estrellas– por hacer de la Dietrich una émula y rival de la Garbo, ofreciendo, a base de la presencia de la alemana en sus producciones, aquello que la sueca sólo insinuaba con su enigmática y luminosa persona cinematográfica.

Marlene Dietrich en números como el del "Hot Vodoo" en La Venus rubia, o con audacias del tipo de la que se nos muestra en Marruecos, el primer filme americano de la serie hecha por Von Sternberg, en la que su cabaretera –digna heredera de Lola-Lola– fascina con sus encantos no sólo a Gary Cooper, que se muestra lánguido y conquistable por la agresividad que despliega la Dietrich, sino también a una bella espectadora a la que la alemana besa intensa e impulsivamente en la boca. Es una escena antológica de ese primer cine sonoro americano anterior a la creación de la Legión de la Decencia y a la modificación del Código Hays de autorregulación voluntaria de la industria.

Garbo jamás hubiera actuado así –a lo menos con vestimenta femenina–, Dietrich sí y con toda premeditación porque –no en balde– trabajaba para Von Sternberg, un realizador que, a base de su presentación en El Ángel Azul, había conseguido lo impensable en el cine de la época: desplazar el punto de atracción del espectador en la figura femenina del busto a la porción inferior de esa anatomía, con las piernas, las famosas piernas, posesionándose, tanto o más que el rostro de la diva, de numerosas escenas de dicha película.

Para competir con Garbo, si la Metro buscaba para su máxima estrella el personaje de la famosa espía Mata Hari y lo convertía en el centro de la película que llevaba ese título, la Paramount concebiría el proyecto de hacer de la Dietrich una espía en Deshonrada.

Si Garbo se transformaba en la reina Cristina de Suecia, la Paramount va a la historia europea del siglo XVIII –que en el orden monárquico parece presidida por el disoluto Luis XV de Francia, con su galería interminable de amantes; por la pía y devota aunque enérgica María Teresa de Austria, con su adhesión inquebrantable a su marido, Francisco de Lorena, del que procreó en asombrosa muestra de fertilidad, dieciséis hijos, y por la extraordinaria, por más de una razón– Sofía de Anhalst-Zerb que asciende al trono de Rusia tras el asesinato –en el que se afirma tuvo participación indirecta– de su marido el zar Pablo i para convertirse en la notoria Catalina la Grande, monarca absoluta que no sólo aumentó de manera considerable la ya enorme extensión del país con actos tan censurables como la partición de Polonia, sino que se caracterizó en su vida privada por ser una digna émula de Luis xv; y, si éste contó con el parque de los ciervos como lugar idóneo para la satisfacción de sus placeres carnales, Catalina la Grande fue más lejos, y en la propia corte y frente a sus nobles y colaboradores, cambió incesantemente de amante, escogiéndolos cada vez más jóvenes y cuidando, con precisión científica, que sus médicos se cerciorasen de que los candidatos a compartir su lecho gozasen de impecable salud.

Por último, si a fines de la década de los treinta Greta Garbo cambió de imagen, forzada por el estudio para lograr así acercarla a los tiempos que corrían, mediante papeles como los de Ninotchka y Two-Faced Woman, Marlene Dietrich, declarada "veneno de taquilla" por los exhibidores de cine como consecuencia del poco rendimiento económico de sus suntuarias y costosas películas para Von Sternberg, hizo como el Ave Fénix y resurgió de lo que parecían sus cenizas.

En efecto, había pasado de los estudios Paramount, uno de los más importantes del sistema de estudios prevalecientes en el cine norteamericano de la época, a una de las casas productoras que en aquel entonces no tenía la misma importancia, la Universal Pictures.

Corría el año 1939 –el fatídico 1939 en que estallaría la segunda guerra mundial–, por lo que los estudios de Hollywood querían que sus estrellas extranjeras como Garbo y Dietrich, que tenían un gran seguimiento en el mercado europeo, cambiasen de imagen, y así la Dietrich, la famosa Dietrich de los atavíos exóticos y los deslumbramientos camarográficos de las películas de Von Sternberg, se transforma en una cabaretera cualquiera y se ubica en un escenario jamás imaginado para ella: el del lejano oeste americano. Surge así Frenchie, el personaje central femenino de ese western concebido para James Stewart que se titula Destry Rides Again.

Y la injuria contra el mito Dietrich llega a lo sumo cuando, en una trifulca entre cabareteras, una de ellas, interpretada por Una Merkel, se lía a puños con Dietrich y ésta recibe para "enfriarla" un balde de agua que corre sobre su cabeza y baña toda su persona.

Dietrich continuaría en la Universal por unos años más y haría todo tipo de filmes, entre ellos uno en el que, dirigida por el exiliado realizador francés René Clair, recuperaría un tanto su antiguo esplendor, viéndose de nuevo entre tules, encajes y gasas. Se titula la película en que así aparece The Flame of New Orleans y viene a ser como la excepción dentro de la tónica prevaleciente en sus películas de este periodo.

Esta etapa pasaría también para Dietrich, la respuesta alemana a lo que representó Greta Garbo: sexualidad evidente frente a sensualidad sugerida y misteriosa. Ella nunca se retiró como aquélla y si –forzada por la edad– dejó al fin la pantalla grande, ese retiro no significó el fin de su carrera.

Comenzó entonces una nueva y última etapa en su trayectoria como personalidad pública. Se movió al escenario de Las Vegas. Allí estrenó su nuevo rol de cancionera al frente de su espectáculo que luego llevó a todas partes del mundo desde Nueva York hasta Australia incluyendo San Juan también en sus recorridos. Aquí trabajó en uno de los hoteles de lujo para hacerse presencia viva frente a los que la habían visto antes tan a menudo en celuloide. Inclusive nos queda un video de su presentación famosa en el que es posible evocarla y hasta recuperarla por cerca de una hora, más que cantando, "diciendo" con su voz ronca e inimitable, sus grandes éxitos del pasado, un repertorio que incluye desde "Falling in Love Again" de El Ángel Azul hasta los números que entona como Frenchie en su película de desmitificación por excelencia, Destry Rides Again.

La edad y los achaques –las diversas caídas sufridas en el curso de sus presentaciones públicas con su secuela de lesiones– pusieron fin a su carrera. Se refugió entonces, viviendo como una reclusa, en su departamento de París. Hasta allí llegó Maximilian Schell para filmar ese documental fascinante sobre ella que se titula Marlene y en el que jamás se la ve, teniéndose que contentar el cineasta con grabar la entrevista dejándonos tan sólo ver rincones del referido piso, y supliendo la ausencia de la Marlene real con los numerosos fragmentos de sus películas o las colecciones de fotos que nos la devuelven en plena juventud y lozanía.

Si la carrera de Marlene Dietrich fue algo excepcional, la vida privada no dejó de ser también fuera de serie. Casada con Rudolph Sieber desde los años veinte, jamás se divorció de él pese a llevar cada uno muy movidas existencias en el terreno de lo amoroso y lo pasional. Fue legendaria su vida sexual y la presencia en su existencia de toda una galería de famosos que entraban y salían furtivamente, a altas horas de la noche, de su casa de Hollywood para regresar oficialmente invitados a desayunar con la diva y su hija María. Todos los detalles de esta otra agitada –más bien convulsa– existencia llevada por Marlene Dietrich es descrita prolijamente por su propia hija en la biografía sobre su madre que publicó al poco tiempo de morir ésta, a los noventa años de edad.

Marlene Dietrich llenó con su presencia cinematográfica cuarenta años de la historia del cine. De una capacidad histriónica casi nula, pero dotada de una personalidad poderosamente sensual, logró –pese a lo primero y gracias en primer lugar al endoso de su mentor y "descubridor" en grande– colocarse en su sitial de preferencia entre las luminarias del cine. Con tenacidad y disciplina que le venían por su origen prusiano, Marlene Dietrich supo mantener su imagen de seductora en el cine como en el teatro, a base de sus exitosas presentaciones públicas.

Lola-Lola nunca desapareció, se repitió innumerables veces, en versiones agudas en varios de sus filmes norteamericanos, y luego –ya entrada en años– se retiró y se dio a conocer a los públicos del mundo desde diferentes proscenios, envuelta en su fabuloso abrigo de pieles, ataviada con el traje transparente especialmente diseñado para ella, musitadora de un repertorio en el que "Falling in Love Again" nos recordaba que, aun así vestida y transformada, con suntuosas prendas, en el fondo Marlene Dietrich sólo había creado un personaje: el de Lola-Lola, la protagonista de El Ángel Azul.


Las divas y Luis Trelles

In memoriam Manuel Puig

Una artista de cine
de película italiana,
que yo vi bajo la luna,
en el auge lumínico de una
convaleciente noche de abril
González León

Decadencia y caída

Gloria Swanson desciende, majestuosa y soberana, la sinuosa escalera en el momento final de Sunset Boulevard. Erick von Stroheim, su chofer, mayordomo, ex director, adorador sin mácula y gran sacerdote del culto de la diva, dirige la escena culminante del decline and fall de la estrella que va rumbo a la gloria, pero también rumbo al manicomio. Billy Wilder, el guionista y director de la cinta prodigiosamente actuada por la decadente y mítica diva, documentó así uno de los aspectos esenciales del olimpismo creado por Hollywood, ese fenómeno artístico y de antropología social que es el divismo, aquí estudiado a fondo, con pleno conocimiento del tema, buen estilo literario e imaginación, por el crítico e historiador del cine Luis Trelles.

Francesca Bertini, Mary Pickford, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Dolores del Río, Katherine Hepburn, Bette Davis, Rita Hayworth, Grace Kelly, Elizabeth Taylor y Marilyn (nada más Marilyn, pues las diosas no tienen ni necesitan apellido), son las divas estudiadas por Luis Trelles. De este suntuoso panteón grecorromano, iluminado por los enormes reflectores de la "fábrica de sueños", sólo queda en el mundo de los hombres una heroica sobreviviente: Elizabeth. Sus hermanas moran ya en el Olimpo y, como en el cuento de Horacio Quiroga, su imagen seguirá viva mientras sus películas se sigan proyectando, mientras los adelantos de la química sigan preservando los vetustos nitratos y celuloides.

Luis Trelles nos entrega la biografía de una diva, pero, además, analiza las características artísticas y socioculturales del divismo y las irreductibles individualidades de las soberanas mitificadas por los grandes estudios, los medios masivos, los agentes, los publicitarios y los millones de rendidos admiradores, alelados frente a la pantalla o frenéticos en las grandes aglomeraciones creadas por los iconos vivientes en los estrenos de sus películas. Para enriquecer su análisis, Trelles utiliza los métodos propuestos por el kitsch o por el camp, pero prefiere, para nuestra fortuna, acercarse al tema con el candor de los fans y la sabiduría de los estudiosos del cine.

Falling in love again

La mujer de las piernas perfectas, la Lola-Lola de El Ángel Azul, enloqueciendo de deseo al gran Emil Jannings (el genial actor de The Last Command), el desdichado profesor Unrat de la novela de Heinrich Mann y de la película de Von Sternberg; la madura y enigmática tabernera escuchando las notas nostálgicas de una pianola y consolando al agonizante comisario fronterizo recreado por Orson Welles; la cantante personalísima en el centro del Palladium, musitando "falling in love again"; mujer y leyenda, actriz y diva... todo eso fue, es y será Marlene Deitrich.

Ya no hay divas ni divos en el cine

El olimpismo se ha trasladado a los ámbitos de la música rock o del deporte. Está bien que así sea. Los tiempos son veloces y la formación de una diva requiere morosidad, cuidado exquisito, mucho tiempo y mucho misterio. Las extrañamos y nos acercamos a su leyenda viva cuando se apagan las luces y se enciende el proyector, cuando leemos textos inteligentes y admirativos como el de Luis Trelles.

Stan Hardy
Casa de los hijos del desierto, Peoria, Ill.